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Full text of "Apuntaciones lexicográficas"

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APUNTACIONES 


LEXICO&MFICAS 


ROR 


MIGUEL  LUIS  AMUNATEGUI 

Individuo  correspondiente  de  la  Real  Academia  Española  i  de  la  Real  Academia 

de  la  Historia 


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SANTIAGO   DE  OHlLK 

liviPKENTA,  Litografía  I  Encuadernacjon  Bakckluna 

Moneda,   entre  Estado  i   San  Antonio 
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APUNTACIONES 

LEXICOGRÁFICAS 


APUNTACIONES 


LEXICOGEÁFICAS 


ROR 


MIGUEL  LUIS  AMUNÁTEGUI 

Individuo  correspondiente  <le  la  Heal  Academia  Eepañola  i  de  la  Real  Academia 

de  la  Historia 


rrois/Lo   XX 


santiago  db  chile 
Imprenta,  Litografía  i  Encuadernacion  Barcelona 

Moneda,  entre  Estado  i  Saa  Antonio 
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APUNTACIONES  LEXICOGRÁFICAS 

Chácara,  chacra 


La  Real  Academia  admitió  la  lejitimidad  de  chacra 
en  su  Diccionario  de  autoridades,  tomo  segundo,  pu- 
blicado en  el  año  de  1729;  pero  no  ha  concedido  otro 
tanto  al  equivalente  chácara  hasta  la  duodécima  edi- 
ción de  188-4. 

Sin  embargo,  esas  dos  palabras  se  han  empleado  en 
la  América  Española  mas  o  menos  simultáneamente 
desde  el  siglo  XVI,  o  sea  desde  el  siglo  que  con  propie- 
dad hemos  de  considerar  como  el  primero  de  la  con- 
quista. 

La  lei  14,  título  12,  libro  4  de  la  Recopilación  de 
LAS  LEYES  DE  Indias,  quc  cs  un  rcsumcn  de  tres  rea- 
les cédulas  espedidas  por  Felipe  II  en  20  de  noviem- 
bre de  1578,  en  8  de  marzo  de  1589  i  en  i."  de  noviem- 
bre de  1591,  i  la  lei  12,  título  3,  libro  6  del  mismo  Có- 
digo que  reproduce  una  ordenanza  espedida  por  Felipe 
III, /en  10  de  octubre  de  1618,  emplean  la  palabra 
chacra. 


El  Diccionario  de  autoridades  apoya  la  admisión 
de  esta  palabra  en  el  testimonio,  no  solo  de  la  Recopi- 
lación de  LAS  LEYES  DE  Indias,  sino  también  en  el 
del  jesuíta  chileno  Alonso  de  Ovalle,  que  la  usa  varias 
veces  en  su  Histórica  relación  del  reino  de  Chile, 
plana  358. 

En  cambio,  el  libro  becerro  del  cabildo  de  Santiago 
emplea  varias  veces  la  palabra  chácara  en  vez  de  cha- 
cra, como  puede  verse  en  las  actas  de  5  de  enero  de 
1545  i  de  19  de  setiembre  de  1547. 

Manifiestamente,  las  palabras  chacra  i  chácara  se 
usaban  sin  distinción. 

Don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i  Política 
de  Chile,  Documentos,  tomo  i,  pajina  219,  ha  dado  a 
conocer  un  acta,  fecha  30  de  octubre  de  1556,  por  la 
cual  se  reponen  i  se  fijan  los  límites  que,  al  tiempo  de 
su  primitiva  fundación,  se  habían  señalado  a  la  ciudad 
de  la  Serena, 

En  ese  antiguo  documento,  se  dice  chacra  i  no  chá- 
cara. 

I  por  cierto,  ello  no  tiene  nada  de  estraño,  puesto 
que  un  contemporáneo  mui  caracterizado  usó  indife- 
rentemente uno  i  otro  vocablo  en  una  pieza  oficial. 

En  el  tomo  i.^,  pajinas  349  i  siguientes  de  la  obra 
titulada  Relaciones  de  los  virreyes  i  audiencias 
DEL  Perú,  se  encuentran  en  unas  ordenanzas  espedi- 
das por  don  Francisco  de  Toledo  el  21  de  enero  de  1577  • 

Quien  lea  ese  documento,  interesante  por  mas  de  un 
aspecto,  notará  inmediatamente  que  el  virrei  su  autor 
dice  unas  veces  chacra  i  otras  chácara. 

La  2.^  de  esas  ordenanzas  aphcables  al  campo,  ver- 
bigracia, es  la  que  copio  a  continuación: 

«Ordeno  i  mando  que  cualquiera  acequia  o  ramo  que 
saliere  de  la  madre  o  acequia  grande  sea  por  cuenta  » 


razón,  i  se  le  distribuya  i  dé  por  medida  el  agua  que 
hubiere  menester  conforme  a  las  chacras  i  tierras  o  he- 
redades que  hubiere  de  regar;  i  para  que  en  esto  no 
pueda  haber  agravio,  sino  toda  firmeza  i  estabilidad,  se 
haga,  en  la  boca  de  cada  acequia  que  saliere  de  la  grande, 
un  marco  de  piedra,  clavado  en  ella,  en  que  se  le  dé 
el  agua  necesaria  para  lo  que  así  hubiere  de  regar,  el 
cual  marco  se  haya  de  hacer,  i  haga  fortificado  de  cal 
i  ladrillo,  a  costa  de  todas  las  personas  que  hubieren 
de  participar  de  la  dicha  agua,  rata  i  cantidad  de  las 
tierras  que  cada  uno  hubiere  de  regar». 

La  palabra  chacra  es  usada  igualmente  en  las  orde- 
nanzas 6,  7,  9  i  12. 

La  13  de  esas  ordenanzas  es  la  que  va  a  leerse: 
«Ningún  convento,  ni  monasterio  de  frailes,  pueda 
tener,  ni  tenga  en  sus  chácaras^  tierras  ni  heredades, 
fraile  alguno  para  el  beneficio  i  labor  de  ellas,  si  no 
fuere  teniendo  juntamente  español  lego,  que  no  sea 
fraile  que  tenga  el  cargo  principal  de  las  dichas  cháca- 
ras ihereáa.áes,  i  en  quien  se  puedan  ejecutar  las  penas 
contenidas  en  estas  ordenanzas,  i  en  las  que  adelante 
se  hicieren;  i  si  no  tuvieren  el  dicho  español,  no  se 
les  dé  ni  reparta  agua  alguna  por  los  daños  e  inconve- 
nientes que  por  esperiencia  se  ha  visto  haberse  recre- 
cido de  tomar  los  frailes  de  las  chácaras  toda  el  agua 
que  han  querido,  i  con  escándalo  i  armas,  en  perjui- 
cio de  los  indios  i  españoles  comarcanos;  i  los  legos  que 
estuvieren  en  el  beneficio  i  gobierno  de  las  dichas  chá- 
caras de  los  conventos,  han  de  estar  obligados  a  las 
penas  pecuniarias  i  corporales  en  que  incurren,  aunque 
hagan  el  exceso  los  frailes  o  sus  negros,  yanaconas  o 
indios  por  su  mandado;  i  así  mando  que  se  las  ejecu- 
ten las  dichas  penas  en  los  dichos  españoles,  como  si 
fueran  suyas  las  chácaras,  i  ellos  por  sus  personas,  o 


por  su  mandado  hiciesen  los  daños  i  excesos  contra  el 
tenor  de  estas  ordenanzas,  o  de  las  que  adelante  se 
hicieren  como  dicho  es;  i  que  se  notifique  así  a  los  pre- 
lados de  los  conventos  que  tuvieren  chácaras,  o  tierras, 
i  heredades». 

La  ordenanza  15  dice  también  chácara  i  no  chacra. 

El  jurisconsulto  don  Juan  de  Hevia  Bolaños,  autor 
de  la  Curia  Filípica,  remata  la  esposición  de  sus  doc- 
trinas en  esta  forma: 

«Con  lo  cual  ceso  en  esta  obra  en  esta  chácara  del 
Panal  de  Justino  de  Amusco  Manrique,  natural  de 
Medina  del  Campo,  vecino  de  la  ciudad  de  los  Reyes 
del  Perú,  víspera  del  dia  del  nacimiento  de  Nuestro 
Redentor  i  Señor  Jesucristo,  del  año  de  mil  seiscientos 
i  quince,  que  siempre  sea  loado  i  ensalzado  como  se 
debe.  Amén». 

Posteriormente  hasta  la  fecha,  se  ha  seguido  usando 
en  la  América  española  chácara  como  equivalente  de 
chacra,  si  bien  es  verdad  que,  por  lo  jeneral,  se  da  la 
preferencia  al  segundo  de  estos  vocablos. 

El  artículo  5  de  un  decreto  espedido  por  el  presi- 
dente de  la  República  en  8  de  junio  de  1823,  se  espre- 
sa como  sigue: 

«Artículo  5.  A  propuesta  del  profesor  don  Manuel 
Grajales,  se  nombrarán  dos  practicantes  que  con  el  sa- 
lario de  doce  pesos  cada  uno,  de  propios  de  ciudad, 
vacunen  a  su  orden  desde  el  Maipo  a  Chacabuco,  de 
curato  en  curato,  i  chácara  por  chácara». 

Así,  la  Academia  ha  procedido,  en  mi  concepto,  con 
incontrovertible  fundamento  al  declarar  en  la  edición 
de  1884  de  su  Diccionario  equivalentes  estas  dos  pa- 
labras. 

Pero  no  estoi  conforme  con  el  significado  que  les 
atribuye,  el  cual  me  parece  inexacto. 


—   9  — 

Chacra  o  chácara,  según  el  Diccionario,  es  «vivien- 
da rústica  i  aislada». 

Tal  definición  es,  a  mi  juicio,  errónea. 

Para  manifestarlo,  voi  a  empezar  por  traer  a  la  me- 
moria algunos  antecedentes  históricos. 

La  Recopilación  de  las  leyes  de  Indias,  libro  4, 
título  12,  lei  I.",  refiriéndose  a  unas  ordenanzas  de  Fe- 
lipe II,  define  como  sigue  lo  que  es  peonía,  i  lo  que  es 
caballería . 

Peonía  (dice)  «es  solar  de  cincuenta  pies  de  ancho  i 
ciento  en  largo;  cien  fanegas  de  tierra  de  labor  de  trigo 
o  cebada;  diez  de  maíz;  dos  huebras  de  tierra  para 
huerta;  i  ocho  para  planta  de  otros  árboles  de  secadal; 
tierra  de  pasto  para  diez  puercas  de  vientre,  veinte 
vacas  i  cinco  yeguas,  cien  ovejas  i  veinte  cabras». 

Caballería  «es  solar  de  cien  pies  de  ancho,  i  doscien- 
tos de  largo,  i  de  todo  lo  demás  como  cinco  peonías, 
que  serán  quinientas  fanegas  de  labor  para  pan  de  tri- 
go o  cebada,  cincuenta  de  maíz,  diez  huebras  de  tierra 
para  huertas,  cuarenta  para  plantas  de  otros  árboles 
de  secada],  tierra  de  pasto  para  cincuenta  puercas  de 
\ientre,  cien  vacas,  veinte  yeguas,  quinientas  ovejas  i 
cien  cabras». 

En  el  siglo  XVI  mismo,  se  sustituyó  a  menudo  el 
nombre  de  peonía  por  el  de  chacra,  como  puede  verse 
en  la  lei  14,  título  12,  libro  4  de  la  Recopilación  de 
las  leyes  de  Indias,  en  la  cual  lei  se  encuentra  la 
siguiente  disposición: 

«Ordenamos  i  mandamos  a  los  virreyes  i  presidentes 
de  audiencias  pretoriales  que,  cuando  les  pareciere,  se- 
ñalen término  competente  para  que  los  poseedores 
exhiban  ante  ellos,  i  los  ministros  de  sus  audiencias 
que  nombraren  los  títulos  de  tierras,  estancias,  chacras 
i  caballerías». 


10 


Aparece  claramente  que,  en  el  precedente  pasaje,  se 
ha  dicho  chacra  en  vez  de  peonía. 

Si  hubiera  alguna  duda  acerca  de  este  punto,  ella 
quedaría  desvanecida  por  el  testo  de  un  auto  sobre 
repartimiento  de  chácaras  que  don  Claudio  Gay,  His- 
toria Física  i  Política  de  Chile,  Documentos,  tomo 
I,  pajinas  74  i  75,  descubrió  en  el  primer  libro  becerro 
de  Santiago,  auto  que,  sin  embargo,  no  fué  incluido 
en  la  Colección  de  historiadores  de  Chile  i  do- 
cumentos relativos  a  la  historia  nacional,  tomo 
I,  donde  habría  debido  ser  publicado. 

El  documento  citado  es  el  que  se  copia  a  continua- 
ción: 

«Sepan  todos  los  vecinos  i  moradores  desta  ciudad 
de  Santiago  del  Nuevo  Estremo  que,  cuando  el  muí 
magnífico  señor  Pedro  de  Valdivia,  electo  gobernador  i 
capitán  jeneral  en  nombre  de  su  majestad,  salió  desta 
ciudad  para  ir  a  descubrir  i  poblar  la  provincia  de 
Arauco,  dejó  orden  al  cabildo  della  diese  i  repartiese 
chácaras  i  caballerías  a  las  personas  que  acá  quedaban 
i  a  algunos  que,  con  su  señoría,  iban  a  dicho  descubri- 
miento. 

«I  esto  hizo  su  señoría  creyendo  poblaría  en  aquella 
tierra  una  ciudad  i  la  podría  sustentar  con  la  jente  que 
llevaba,  hasta  que  le  fuese  socorro. 

I  siendo  así,  i  dando  allá  indios  de  depósito  i  sus 
solares  i  caballerías  a  los  que  entonces  iban  con  su  se- 
ñoría; i  a  los  que,  en  esta  ciudad,  dejaba  sin  de  comer 
para  la  sustentación  della,  habría  acá  tierras  donde 
pudiesen  darse  a  los  vecinos  buenas  chácaras  i  caballe- 
rías, como  es  justo,  i  tendrían  el  agua  que  les  bastase 
para  las  regar. 

«I  llegando  su  señoría  a  aquella  tierra;  i  descubrién- 
dola como  la  descubrió,  viendo  la  mucha  pujanza  de 


II 


los  indios,  í  los  pocos  cristianos  que  llevaba  para  la  po- 
der poblar  i  sustentar.  Siendo  suplicado  e  importunado 
i  requerido  de  toda  la  jente  diese  la  vuelta  a  esta  ciu- 
dad, hasta  que,  con  mas  pujanza,  sabiendo  lo  que  ya 
era  menester  para  poblar  i  sustentar,  tornase  su  seño- 
ría a  ir. 

«I  él  viendo  convenía  así  al  servicio  de  su  majestad 
i  provecho  de  sus  vasallos,  i  de  la  conquista  de  toda  la 
tierra,  dio  la  vuelta  con  todos  ellos  a  esta  dicha  ciu- 
dad; ¡  llegando  a  ella  vio  que  sobre  las  dichas  chácaras 
i  sementeras  había  i  se  esperaba  haber  inconvenientes; 
i  que  destos  resultarían  agravios,  porque  los  que  acá 
quedaron  i  algunos  de  los  que  fueron,  tienen  mucha 
cantidad  de  tierras  para  sembrar  i  suertes  de  agua  para 
las  regar;  i  los  mas  no  tienen  desta  manera  donde  po- 
der sembrar  i  sustentarse. 

«I  por  remediar  esto,  manda  el  dicho  señor  goberna- 
dor i  los  señores  del  dicho  cabildo,  sobreseer,  i  desde 
ahora  sobreseen  todo  lo  que  se  ha  hecho  desde  que  se 
comenzaron  a  repartir  i  señalar  chácaras  por  cédulas 
de  su  señoría  refrendadas  de  Juan  de  Cárdenas,  escri- 
bano mayor  del  juzgado  i  acuerdo  del  cabildo  sobre 
ellas. 

«I  quieren  i  mandan,  por  convenir  así  al  servicio  de 
su  majestad,  i  conservación  de  sus  vasallos  i  de  la  tie- 
rra, para  que,  como  dicho  es,  se  sustenten  los  caballe- 
ros jentileshombres  que  acá  estaban,  i  los  que  vinie- 
ron al  socorro  desta  ciudad,  sin  contiendas  ni  enojos,  i 
todos  tengan  sus  chácaras,  como  las  tenían  hasta  aquí, 
i  suertes  de  tierras,  i  siembren  como  solían  sembrar,  i 
se  les  den  sus  aguas. 

«Otrosí  mandan  que  ninguna  persona  pueda  vender, 
ni  enajenar  la  chácara  u  estancia  que  tuviere,  si  no 
fuere  yéndose  de  esta  tierra;  o  en  caso  de  fallecimien- 


—    12    — 


to,  que  las  pueda  dejar  a  sus  herederos,  como  bienes 
propios  ganados  por  sus  servicios. 

«Manda  se  pregone  públicamente  para  que  llegue  a 
noticia  de  todos  i  ninguno  pretenda  ignorancia. 

«Pedro  de  Valdivia: — Rodrigo  de  Araya. — Juan  Fer- 
nández Alderete. — Francisco  Villagran. 

«En  la  ciudad  de  Santiago  del  Nuevo  Estremo,  a  12 
días  del  mes  de  abril  de  1546  años,  se  pregonó  lo  arriba 
dicho. — Ante  mí,  Luis  de  Carta jena». 

Aparece  que  chácara  o  chacra  era  equivalente  de 
peonía. 

Sin  embargo,  ha  de  advertirse  que,  en  la  práctica, 
estas  propiedades  o  fundos  no  se  ajustaron  a  la  men- 
sura determinada  por  la  lei  i.'%  título  12,  libro  4  de  la 
Recopilación  de  las  leyes  de  Indias. 

Fueron,  o  mas  grandes,  o  mas  pequeñas,  según  las 
circunstancias,  de  lo  que  Felipe  II  ,  en  su  minuciosa 
reglamentación,  había  ordenado. 

La  chácara  o  chacra,  situada  cerca  de  una  población, 
a  diferencia  de  la  hacienda  o  estancia,  situada  mas 
lejos,  comprendía  una  estensión  menor,  pero  suficiente 
para  cultivar  arboledas,  para  plantar  hortalizas,  para 
hacer  alguna  siembra  no  grande  de  trigo  o  cebada  i 
para  mantener  alguna  cantidad  no  abundante  de  ga- 
nado. 

Tal  es  lo  que  chácara  o  chacra  significa  en  varios 
países  de  la  América  Española,  desde  la  conquista  hasta 
el  día. 

Don  Andrés  Bello  empleó  en  este  sentido  la  palabra 
chacra. 

El  año  1 83 1,  manifestó  en  El  Araucano  la  conve- 
niencia de  que  se  fundara  en  Chile  un  jardín  de  acli- 
matación anexo  a  un  instituto  de  química  aplicada  a 
la  industria  i  a  la  agricultura. 


—  13  - 

Bello  enumeraba  las  ventajas  de  este  jardín,  i  men- 
cionaba, entre  otras,  la  que  sigue: 

«Dividiéndolo  en  departamentos,  se  cultivaría  en  uno 
mucha  parte  de  esas  plantas  que  pueden  ser  útiles  al 
país,  ya  en  la  economía  doméstica,  ya  en  las  artes  i  la 
medicina,  i  así  se  podrían  aclimatar  sin  trabajo  i  casi 
sin  gastos,  algunas  de  esas  numerosas  variedades  de 
árboles  o  de  arbustos  fructíferos  que,  después  de  cua- 
tro siglos,  ha  podido  adquirir  la  Europa  solo  a  fuerza 
de  fatigas  i  de  dinero;  todas  esas  plantas  tan  agrada- 
bles a  la  vista,  como  útiles  a  los  perfumistas  i  fabri- 
cantes de  licores;  la  mayor  parte  de  esas  numerosas 
variedades  de  legumbres  que  faltan  aquí,  i  que  hacen 
las  delicias  de  la  mesa;  finalmente,  de  esas  plantas  me- 
dicinales que  mas  que  ningunas  otras  exijen  una  aten- 
ción particular  del  gobierno.  En  cada  año  se  haría  la 
cosecha  de  los  granos  i  semillas,  que  se  distribuirían  a 
los  aficionados  i  agricultores  instruidos,  que  las  culti- 
varían con  cuidado  en  sus  chacras  i  haciendas,  i  las 
propagarían  de  provincia  en  provincia».  (Bello,  Obras 
completas,  tomo  VIII,  pajinas  177  i  178). 

El  mismo  Bello  ha  titulado  La  Chacra  el  encanto  3, 
de  su  leyenda  El  Proscrito.  (Obras  Completas, 
tomo  3,  pajina  338  i  siguientes). 

Quien  se  dé  el  gusto  de  leer  ese  canto  notará  sin  di- 
ficultad que  todo  lo  que  el  autor  dice  de  una  chacra 
cuadra  perfectamente  a  la  noticia  que  he  dado  de  esta 
especie  de  fundos. 

Así  lo  comprueban,  entre  otros,  los  versos  que  si- 
guen: 

Un  espacioso  llano 

(que  allá  i  acá  interrumpe  una  alquería 
hermosa  con  los  dones  del  verano), 
i  de  una  acequia  el  mal  seguro  puente, 
huella  la  cabalgata  lentamente. 


—   14  — 

I  luego,  entre  la  salva  vocinglera 
de  una  turba  de  perros  ladradores, 
recibe  de  naranjos  larga  hilera 
a  nuestros  polvorientos  viajadores, 
que,  apenas  desmontados,  la  escalera 
suben;  i  ya  en  los  altos  corredores, 
vasto  paisaje  admiran  de  sembrados, 
potreros,  rancherías  i  arbolados. 

La  Real  Academia,  en  el  tomo  2P  del  Diccionario 
de  autoridades,  año  de  1729,  dio  de  chacra  la  definición 
que  copio  en  seguida: 

«Chacra,  habitación  rústica,  i  sin  arquitectura  ni  pu- 
lidez alguna,  de  que  usan  los  indios  en  el  campo,  sin 
formar  lugar,  ni  tener  entre  sí  unión. — Latín:  rústica 
domus,  cassa». 

Tai  definición  era  mui  imperfecta. 

Las  chacras,  aun  en  el  siglo  XVI,  como  resulta  de  los 
documentos  citados,  eran  poseídas,  no  solo  por  los  in- 
dios subyugados,  sino  mui  principalmente  por  los  con- 
quistadores españoles. 

En  el  dia  los  propietarios  de  estos  i  otros  fundos  son 
los  descendientes  de  unos  i  otros,  entre  quienes  no  se 
hace  distinción. 

Los  dueños  de  gran  número  de  chacras  son  mui 
acaudalados. 

Es  probable,  i  aun  seguro  que,  en  el  tiempo  antiguo, 
las  habitaciones  de  las  chacras  fuesen  rústicas  i  sin  ar- 
quitectura ni  pulidez;  pero  actualmente,  a  lo  menos  en 
Chile,  la  mayor  parte  tienen  casas  también  construi- 
das como  las  de  las  ciudades,  i  algunas  las  tienen  mui 
espléndidas. 

Las  chacras  son  verdaderas  alquerías,  como  Bello  las 
denomina  en  los  versos  antes  copiados,  las  cuales  se 


destinan,  no  solo  a  las  industrias  agrícolas,  amenudo 
dirijidas  como  en  las  naciones  mas  adelantadas  de 
Europa,  sino  también  al  recreo  de  sus  dueños. 

La  Real  Academi  i  repitió  sin  alteración  la  definición 
en  la  segunda  edición  del  Diccionario,  1780;  en  la 
tercera,  1791;  en  la  cuarta,  1813,  en  la  quinta,  1817; 
en  la  sesta,  1822  i  en  la  séptima,  1832. 

En  la  octava  edición  de  1837,  modificó  como  sigue 
la  dicha  definición: 

«Chacra,  habitación  rústica  sin  pulidez  ni  arquitec- 
tura de  que  usan  los  indios  con  estancias  separadas  i 
sin  forma  de  lugar». 

Es  fácil  observar  que  esta  nueva  definición  es  tan 
inexacta  como  la  primitiva. 

No  obstante,  fué  repetida  en  la  novena  edición  de 
1843,  sin  mas  variación  que  la  de  suprimir  la  espresión 
«ni  arquitectura»;  i  fué  repetida  en  la  décima  de  1852, 
sin  mas  variación  que  la  de  suprimir  la  espresión  «  i  sin 
forma  de  lugar». 

En  la  undécima  edición  de  1869,  se  conservó  sin  al- 
teración la  definición  de  1852,  que  es  la  siguiente: 

«Chacra,  habitación  rústica  sin  pulidez  de  que  usan 
los  indios  con  estancias  separadas». 

Esta  tercera  definición  solo  se  diferencia  de  las  dos 
primeras  en  ser  mas  concisa;  pero  da  fundamento  a 
iguales  observaciones  contra  su  exactitud. 

La  Real  Academ^ia,  en  el  Diccionario  de  1884,  dice 
que  chacra  es  «vivienda  rústica  i  aislada»,  (i) 

Tal  definición  sujiere  la  idea  de  que  chacra  o  chácara 
es  una  habitación  o  casa  aislada  fabricada  en  el  campo, 
pero  que  no  está  destinada  a  la  industria  agrícola. 

Esto  no  es  efectivo. 


(i)  El  Diccionario  de  1899  reproduce  esta  definición. 


^   —  i6  - 

Mucho  mas  exacta  es  la  definición  que  don  Vicente 
Salva  dio  el  año  de  1846  en  su  Nuevo  Diccionario 
DE  LA  LENGUA  CASTELLANA,  donde  enseñó  que  chacra 
es  «alquería  o  casa  de  campo  para  la  labranza». 

Aunque  desde  el  tiempo  de  la  conquista  hasta  el  pre- 
sente se  han  practicado  en  las  chacras  o  chácaras,  se- 
menteras de  trigo  o  de  cebada,  ello  es  que  estos  fundos 
se  destinan  principalmente  a  las  plantaciones  de  viñas 
i  de  árboles  frutales,  i  al  cultivo  de  las  hortalizas. 

De  aquí  el  que  se  haya  dado  a  las  siembras  de  papas, 
zapallos,  maíz,  cebollas,  sandías,  melones,  tomates,  i 
otras  plantas  el  nombre  de  chacra  o  chácara. 

El  Hngüista  ecuatoriano  don  Pedro  Fermín  Cevallos, 
en  su  Breve  Catálogo  de  errores  en  orden  a  la 
LENGUAZ  AL  LENGUAJE  CASTELLANO,  dedica  el  siguiente 
artículo  a  la  palabra  chacra: 

«Chacra.  Habitación  rústica;  alquería.  Se  le  toma 
por  el  suelo  que  ya  está  con  plantas — Sembrado,  se- 
mentera». 

En  Chile,  se  denomina  chacarería,  el  cultivo  de  las 
plantas  mencionadas. 

Esta  voz  no  aparece  en  los  diccionarios. 

El  de  la  Academia,  duodécima  edición,  dice  que 
chacarero,  chacarera  significa  en  América  «persona  de- 
dicada a  los  trabajos  del  campo». 

Tal  definición  deja  algo  que  desear. 

Chacarero  es  el  trabajador  que  se  ocupa  personal- 
mente en  el  cultivo  de  las  plantas  mencionadas,  o  sea 
de  las  chacras  o  chácaras. 

Chafalonía 

Tanto  en  las  tarifas  de  avalúos  como  en  las  esta- 
dísticas comerciales  publicadas  en  Chile  se  habla  de 


—  17  - 

plata  chafalonía  o  simplemente  chafalonía,  voz  que 
no  aparece  en  ninguno  de  los  diccionarios  que  he  po- 
dido consultar. 

Entre  nosotros  se  dominan  chafalonía  los  artefactos 
de  plata  que,  por  no  estar  en  uso  o  por  encontrarse 
estropeados  se  venden  al  peso  (i). 

Chafalote 

Así  se  dice  en  Chile  por  una  especie  de  sable  o  es- 
pada. 

Otro  tanto  sucede  en  el  Ecuador,  como  se  ve  en  la 
obra  del  señor  Cevallos. 

La  palabra  es,  no  chafalote,  sino  chafarote. 

....  Antes  un  chafarote 
te  rebanará  el  cogote, 

dice  uno  de  los  personajes  de  Bretón  de  los  Herreros 
en  la  comedia  Pascual  i  Carranza,  acto  único,  es- 
cena 14. 

Chagua! 

Así  se  llama,  según  don  Claudio  Gay,  en  la  Histo- 
ria FÍSICA  I  Política  de  Chile,  Botánica,   tomo  6, 


(i)  El  suplemento  del  Diccionario  Académico  de  1899  trae  por  vez  pri- 
mera el  vocablo  chafalonía  en  el  sentido  de  «plata  u  oró  que  se>mplea  para 
labrar  vajilla,  cubiertos,  etc. 

El  Diccionario  Enciclopédico  de  la  Lengua  Castellana  compuesto 
por  don  Elias  Zerolo,  don  Miguel  de  Toro  i  Gómez  i  don  Emiliano  Isaza  i  otros  es« 
critores  españoles  i  americanos,  rejistra  también  este  vocablo  en  la  acepción 
de  «plata  labrada,  ya  fuera  de  uso,  que  se  vende  ordinariamente^al  peso,  para 
volverla  a  fundir»,  definición  que  está  eu  perfecto  acuerdo  con  el  uso  co- 
rriente en  Chile. 


AMUNATEGUI. T.  11 


2 


—  i8  — 

pajina  II,  el  tallo  de  una  de  las  especies  del  maguei 
pita,  o  agave  mejicano,  [puya  coadata). 

La  hoja  de  esta  planta,  según  Gay,  se  denomina 
cardón;  i  la  flor  puya. 

«Esta  hermosa  planta,  dice  este  naturalista,  es  algo 
común  en  los  lugares  secos  de  las  provincias  centrales. 
Su  vastago  contiene  una  sustancia  bastante  blanda  i 
flexible  para  hacer  las  veces  del  corcho.  Los  nectarios 
de  las  flores  contienen  un  licor  azucarado  que  chupan 
los  muchachos;  i  con  el  tiempo,  los  troncos  se  vuelven 
morenos,  i  mui  parecidos  a  palos  quemados. 

Chagual  es  uno  de  los  muchos  ejemplos  de  los  nom- 
bres referentes  a  los  árboles  i  a  las  plantas  de  Chile 
i  de  América  a  los  cuales  hasta  ahora  no  se  ha  dado 
cabida  en  el  Diccionario  de  la  Academia. 

Chalón 

Las  tarifas  de  avalúos  de  Chile  traen  la  palabra 
chalón,  que  no  viene  en  el  diccionario  académico. 

Se  da  este  nombre  a  los  pañuelos  dobles  usados  por 
las  damas  para  abrigarse. 

El  Padre  Esteban  de  Terreros  i  Pando  en  su  cono- 
cido Diccionario  trae  la  voz  chalón,  acerca  de  la  cual 
dice  «Especie  de  tela  de  lana,  V.  las  ordenanzas  de  los 
cinco  gremios  May.  de  Madrid». 

Este  vocablo,  de  orijen  francés  viene  en  el  Dicciona- 
rio de  Littré  i  en  otros  diccionarios  franceses,  que  lo 
definen  también  como  tela  de  lana  que  se  fabricaba 
en  la  ciudad  de  Chálons. 

Challa 

El  Director  Supremo  de  la  República  de  Chile  don 
Bernardo  O'Higgins  hizo  publicar  el  año  de  1821  el 
siguiente  bando; 


~  19  — 

«El  juego  nombrado  de  challa^  que  se  usa  en  tiempo 
de  recreaciones,  es  una  imitación  de  los  que  se  llamaban 
bacanales»  en  tiempo  del  jentilismo,  i  que  se  ha  intro- 
ducido en  la  América  por  los  españoles.  El  abre  cam- 
po a  la  embriaguez,  i  a  toda  clase  de  disolución,  i  es- 
pone a  lances  peligrosos  por  la  licencia  que  se  toman 
las  j entes  en  jugar  arrojando  harina,  afrecho,  aguas,  i 
muchas  veces  materias  inmundas,  i  otras  capaces  de 
causar  heridas  i  contusiones,  sin  hacer  distinciones  de 
las  clases,  edades  i  sexos  contra  quienes  se  arrojan. 
No  debe,  pues,  tolerarse  por  mas  tiempo  una  diversión 
tan  bárbara,  como  contraria  a  la  buena  moral,  cos- 
tumbres i  tranquilidad  pública,  en  un  pueblo  católico, 
i  que,  con  la  variación  de  su  sistema  político,  recibe 
diariamente  mejoras  en  dichos  ramos.  Por  tanto,  la 
prohibo  absolutamente  en  las  presentes  recreaciones, 
mandando,  como  mando,  que  no  se  juegue,  ni  permi- 
ta jugar  pública  ni  privadamente  el  juego  de  challa 
durante  su  tiempo  en  esta  ciudad,  ni  en  sus  suburbios 
i  parroquias  inmediatas.  No  hai  clase  ni  persona  al- 
guna que  pueda  juzgarse  esceptuada  de  esta  prohi- 
bición; i  el  que  la  quebrantare  será  castigado  irremisi- 
blemente con  proporción  a  la  calidad  i  circunstancias 
de  su  desobediencia.  El  gobernador-intendente  por  sí, 
i  por  medio  de  sus  subalternos,  cuidará  del  mas  exac- 
to cumplimiento  de  este  decreto,  procediendo  contra 
los  infractores  de  un  modo  tal  que  su  corrección  sirva 
de  ejemplo.  I  en  atención  a  convenir  establecer  una 
leí  absolutamente  prohibitiva,  i  para  lo  sucesivo,  pá- 
sese copia  de  este  decreto  al  Excelentísimo  Senado,  a 
fin  de  que  tenga  a  bien  acordarla.  Publíquese  e  imprí- 
mase. Dado  en  el  palacio  directorial  de  Chile  a  3  de 
febrero  de  1821. — O'Higgins. — Echeverría». 

Por  mas  rigoroso  que  el  director  supremo  de  Chile 


20 


don  Bernardo  O'Higgins,  el  héroe  de  Rancagua,  el  ven- 
cedor de  Chacabuco  i  de  Maipo,  se  manifestara  contra 
esas  batallas  del  carnaval  en  que  las  balas  eran  reem- 
plazadas por  el  agua,  por  la  harina,  por  el  afrecho  i  por 
otras  sustancias  poco  limpias,  se  repitieron  aun  por  mu- 
chos años. 

Don  José  Joaquín  Vallejos,  o  sea  Jotaheche,  en  un 
artículo  titulado  El  Carnaval,  que  dio  a  luz  en  febrero 
de  1842,  describe  lo  que  estas  tumultuosas  fiestas  eran 
a  la  sazón  en  la  ciudad  de  Copiapó. 

Hé  aquí  el  trozo  a  que  aludo: 

«Otras  diversiones  no  menos  bulliciosas  se  ofrecieron 
el  lunes  por  la  mañana  después  de  reparar  las  fuerzas 
con  algunas  horas  de  sueño.  A  las  doce  del  dia,  una 
multitud  de  campeones  se  hallaba  ya  reunida  para  ju- 
gar a  la  chaya. 

« — Nos  esperan  en  tal  casa.  ¡A  ella! 

«Se  combina  el  ataque;  distribúyense  las  fuerzas; 
van  a  vanguardia  los  que,  por  medio  de  ciertos  instru- 
mentos, pueden  arrojar  chorros  de  agua  a  mucha  dis- 
tancia; son  los  tiradores,  los  rifles;  siguen  otras  co- 
lumnas armadas  de  botellas,  de  cartuchos  de  almidón 
i  paquetes  de  harina,  i  atrás  los  que  resueltamente  se 
ofrecen  para  apoderarse  de  las  tinas,  baldes,  pozos  i 
demás  almacenes  i  pertrechos  del  amable  enemigo. 
Este,  al  avistar  las  fuerzas  masculinas,  las  saluda  ba- 
tiendo sus  pañuelos  en  los  aires,  asegurándoles  que  de- 
sea el  combate,  si  se  atreven  a  forzar  sus  atrinchera- 
mientos. La  puerta  de  calle  está  abierta  de  par  en  par; 
pero,  ¿quién  pondrá  el  primero  sus  pies  en  el  patio? 
Dos  dobles  filas  se  preparan  a  bautizarle  hasta  las  uñas, 
con  materiales  que,  unidos,  forman  el  mas  tenaz  de  los 
engrudos. 

« — ¡A  la  carga  muchachos!  gritan   a  retaguardia. 


—    21    — 


Esta  empuja  el  centro  i  todos  a  los  de  vanguardia.  En 
semejante  desorden,  es  invadido  el  campo  contrario. 
El  agua,  la  harina,  el  almidón,  el  afrecho  i  otras  cosas, 
caen  en  torrentes  i  en  nubarrones;  el  sol  se  oscurece,  se 
pelea  bajo  de  sombra,  i  antes  de  un  minuto,  no  parece 
sino  que  todos  se  hubieren  bañado  en  un  rio  de  arga- 
masa. Las  malditas  amazonas,  conocedoras  del  terreno, 
después  de  lograr  los  primeros  tiros,  efectúan  su  reti- 
rada a  las  habitaciones,  cuyas  puertas  se  cierran  con 
llaves  i  trancas;  robustas  i  forzudas  criadas  se  quedan 
sosteniendo  esta  maniobra,  de  modo  que,  al  fin  de  tan- 
tos peligros,  resbalones,  proezas  i  sacrificios,  las  únicas 
prisioneras,  el  único  premio  del  valor,  vienen  a  ser  la 
cocinera,  la  lavandera  i  demás  habitadores  de  las  po- 
cilgas de  la  casa.  Los  pobres  vencedores  ceban  la  ven- 
ganza en  tan  tristes  despojos,  hasta  que  alguna  de 
ellas  logra  escaparse;  corre  a  la  huerta,  i  vuelve  con 
un  refuerzo  formidable  de  perros,  que,  al  anunciarse 
solo  con  sus  ladridos,  ponen  en  completa  derrota  la 
banda  de  machos,  cuya  ropa  empapada  ni  aun  correr 
les  deja  con  la  velocidad  que  quisieran.  Los  gritos  de 
victoria  resuenan  entonces  en  todas  las  ventanas  i  tro- 
neras de  la  fortaleza. 

« 

«Las  demás  clases  se  entregan  a  diversiones  no  me- 
nos tumultuosas.  Grandes  cuadrillas  de  mineros  a  pié, 
de  pescuecete  con  su  cada  una,  i  fuertes  pelotones  de 
caballería  armados  de  odres  de  agua,  no  siempre  mez- 
clada con  esencias  aromáticas,  recorren  las  calles  re- 
partiendo a  derecha  e  izquierda  caudalosos  asperjes, 
o  visitan  las  chinganas,  donde,  tomándose  de  las  ma- 
nos, las  enamoradas  parejas  forman  una  gran  rueda 
para  danzar  el  vidalai». 

Se  habrá  notado  que,  a  diferencia  de  lo  que  hace  el 


—    22    — 


bando  del  director  O'Higgins,  Jotabeche  escribe  cha- 
ya, i  no  challa. 

Efectivamente  hai  diversidad  en  la  manera  de  escri- 
bir esta  palabra. 

Los  que  escriben  challa  se  ajustan  a  la  etimolojía;  i 
los  que  escriben,  chaya  a  la  pronunciación, 

Don  Vicente  Salva,  en  su  Nuevo  Diccionario  de 
LA  LENGUA  CASTELLANA,  1846,  trae  las  dos  palabras 
challa  i  chaya. 

La  primera,  según  este  laborioso  gramático,  que 
tanto  se  esmeró  por  introducir  en  el  diccionario  los 
vocablos  jeneralmente  empleados  en  la  América  Espa- 
ñola, es  un  peruanismo  que  sirve  para  denotar  «la 
hoja  seca  del  maíz». 

La  segunda,  según  el  mismo  autor,  es  un  chilenismo 
que  sirve  para  denotar  «la  diversión  de  echarse  agua 
en  el  carnaval». 

Challa,  en  la  acepción  de  «la  hoja  seca  del  maíz»,  vie- 
ne del  sustantivo  chhalla,  que  tiene  en  el  idioma  qui- 
chua este  mismo  significado. 

Esta  palabra  se  ha  convertido  en  chala. 

Antes  de  todo,  debo  declarar  que,  en  cuanto  a  mí, 
nunca  la  he  visto  usada  entre  nosotros. 

Sin  embargo,  parece  que  se  usa  bastante  en  el  Perú, 
según  el  señor  Rodríguez,  en  el  Diccionario  de  chile- 
nismos, i  el  señor  Paz  Soldán,  en  el  Diccionario  de 
peruanismos,  i  aun  en  Méjico,  según  Salva,  en  el  Nue- 
vo Diccionario  de  la  lengua  castellana. 

«Una  que  otra  vez  hemos  oído  (se  entiende  en  Chile) 
usada  la  palabra  chala  para  designar  la  hoja  seca  del 
choclo,  dice  el  señor  Rodríguez.  En  cambio,  no  se  oye 
otra  cosa  en  Arequipa,  donde  sirve  para  mentar,  no 
solo  la  hoja,  sino  también  la  caña  seca,  que  allá  se 
guarda,  como  que  es  útilísima  para  alimentar  durante 


—  23  — 

el  invierno  las  caballerías,  si,  con  permiso  de  ellas,  nos 
es  lícito  dar  semejante  nombre  a  las  borricadas,  que 
es  de  las  que  se  trata. 

«Chala  suele  llamarse  también  en  el  Perú  el  cigarri- 
llo que  llamamos  en  Chile  de  hoja». 

Léase  ahora  algo  de  lo  que  escribe  acerca  de  este 
punto  Juan  de  Arona,  o  sea  el  señor  Paz  Soldán. 

«El  pasto  o  forraje  denominado  chala,  es  toda  la 
planta  del  maíz  reunida  en  líos,  después  de  la  cosecha, 
i  vendida  de  esta  manera. 

«A  este  pasto,  todo  se  le  va  en  jugo;  i  cuando,  al  fin 
de  una  larga  jornada,  lo  toman  las  fatigadas  bestias, 
mas  que  de  alimento,  les  sirve  de  refrescante  i  emo- 
liente. 

« 

«En  contra  de  lo  que  en  Lima  entendemos  por  chala, 
que  es  el  maíz  en  yerba,  distinción  análoga  a  la  que 
hacen  los  españoles  entre  alcocer  i  cebada,  están  el  qui- 
chua i  el  uso  de  la  Sierra,  que  dicen  chala,  «hojas  de 
maíz  secas». 

Resulta  que,  en  unas  rejiones  del  Perú,  se  llama  chala, 
la  hoja  seca  del  maíz,  i  en  otras,  la  hoja  verde  de  la 
misma  planta. 

Salva,  en  su  Nuevo  Diccionario  de  1846,  dice  que 
chala  es  un  provincialismo  de  Méjico,  el  cual  se  emplea 
para  denotar  «la  hoja  que  cubre  la  mazorca  del  maíz». 

La  Academia  ha  incluido  por  primera  vez  esta  pala- 
bra en  la  edición  de  1884  de  su  Diccionario,  donde  en- 
seña que  chala  significa  en  el  Perú  «hoja  que  envuelve 
el  maíz  cuando  está  verde». 

Creo  que  esta  definición  necesita  correjirse. 

Challa  (como  debería  escribirse  atendiendo  a  la  eti- 
molojía),  o  chaya  (como  escriben  don  Vicente  Salva, 
don  José  Joaquín  Vallejo,  don  Zorobabel  Rodríguez  i 


—  24  — 

otros  humanistas,  atendiendo  a  la  pronunciación), 
nombre  del  juego  de  carnaval  que  consiste  en  lanzar  a 
las  personas  aguas  u  otras  sustancias,  viene  del  verbo 
chdllani,  que,  en  quichua,  según  el  padre  Mossi  en  su 
Diccionario  Quichu a-Castellano,  tiene  la  acepción 
de  «regar  menudo,  rociar  o  asperjar». 

A  pesar  del  rigoroso  bando  del  director  O'Higgins,  i 
de  reiteradas  disposiciones  posteriores  en  las  cuales  se 
prohibe  una  diversión  impropia  de  la  cultura  moder- 
na, i  a  pesar  de  que  la  opinión  pública  condena  esta 
costumbre  ocasionada  a  molestias  injustificables,  i 
hasta  a  enfermedades,  la  chaya  no  ha  desaparecido  del 
todo  en  Chile. 

En  algunos  délos  otros  pueblos  hispano-america- 
nos,  es  aun  mui  practicada  los  dias  que  preceden  al 
miércoles  de  ceniza. 

Chamanta 

El  hombre  entró. . .  Después  con  jesto  grave 
cerró  otra  vez  la  puerta,  i  la  echó  llave, 

I  luego  con  la  misma  flema  arroja 
sobre  la  tierra  el  guarapón;  se  quita 
la  grosera  chamanta  azul  i  roja. 

Estos  versos  son  de  don  Andrés  Bello  en  el  canto  3.° 
de  su  leyenda  El  Proscrito  (Obras  Completas, 
tomo  3,  pajina  507). 

Chamanta  es  una  palabra  manifiestamente  com- 
puesta de  otras  dos. 

Don  Diego  Barros  Arana,  en  su  Historia  Jeneral 
DE  Chile,  parte  i.^,  capítulo  4.°,  párrafo  2,  o  sea  tomo 
I. o,  pajina  82,  describe  como  sigue  el  vestido  de  los 
araucanos: 

«Una  camiseta  ancha  i  sin  mangas,  i  con  una  grande 


2^    — 


abertura  para  pasar  la  cabeza,  servía  indiferente- 
mente para  los  hombres  i  las  mujeres.  Estas  últimas 
usaban  además  una  manta  o  paño  cuadrado  con  que 
se  envolvían  el  cuerpo,  prendiéndola  a  la  cintura,  i 
que  solo  les  dejaba  descubiertos  los  pies.  Los  hombres 
llevaban  esta  misma  manta,  pero  en  una  forma  dife- 
rente, pasándola  por  entre  las  piernas,  i  sujetando  sus 
puntas  a  la  cintura  con  una  correa  o  ceñidor  de  cuero, 
para  tener  mas  libertad  i  desenvoltura  en  sus  movi- 
mientos. En  la  estación  de  los  fríos  o  de  las  lluvias,  las 
mujeres  i  los  hombres  llevaban  además  la  manta ^  o 
poncho,  tejida  de  lana,  de  forma  cuadrada,  con  una 
abertura  en  el  medio  que  les  servía  para  pasar  la  ca- 
beza. Esa  manta  caía  sobre  sus  hombros,  cubriendo  el 
cuerpo  hasta  la  mitad  del  muslo». 

Ese  paño  cuadrado  con  que  las  araucanas  se  envol- 
vían el  cuerpo  prendiéndolo  a  la  cintura,  i  que  los  arau- 
canos hacían  pasar  por  entre  las  piernas,  sujetándolo  a 
la  cintura  con  un  ceñidor  de  cuero,  se  denomina  cha- 
mall  en  su  idioma. 

El  Chilidugu,  que  el  padre  jesuíta  Bernardo  Haves- 
tadt  imprimió  el  año  de  1777,  dice  que  chamall  signi- 
ñca,  traducido  del  araucano  al  latín,  stragulum  vestis, 
esto  es,  en  castellano,  capa  o  sobretodo,  vestido. 

El  padre  de  la  misma  orden  Andrés  Febres,  en  el 
Diccionario  Chileno-Hispano,  cuya  primera  edi- 
ción es  de  1765,  dice  que  chamall,  palabra  que  escribe 
chamal,  sígniñca  «manta  de  los  indios  con  que  cubren 
todo  el  cuerpo». 

Manta  se  toma  jeneralmente  entre  los  hispano-ame- 
ricanos,  no  en  la  acepción  de  la  frase  que  acaba  de 
leerse,  sino  en  la  de  ropa  suelta,  o  mejor  de  tela  cua- 
drada sin  mangas  i  con  una  abertura  en  el  medio  para 
pasar  la  cabeza,  i  que  desciende  mas  o  menos  hasta  la 
cintura. 


—   26    — 

Chamanta  es  un  compuesto  de  chamall  i  de  manta, 
que  denota  un  chamal  convertido  en  manta-,  esto  es, 
un  chamal  a  que  se  ha  abierto  un  agujero  en  el  medio 
para  sacar  la  cabeza. 

La  chamanta  es  mas  burda  i  mas  grande  que  la  sim- 
ple manta. 

No  falta  quienes  digan  el  chamanto. 

Chamico 

Tal  es  el  nombre  americano  de  la  planta  que  la 
Real  Academia,  en  su  Diccionario,  denomina  estra- 
monio. 

Esta  planta  pertenece  al  jénero  datura,  que  com- 
prende dos  especies:  la  datura  arbórea,  vulgarmente 
floripondio-^  i  la  datura  stramonium,  vulgarmente  en 
España  estramonio,  i  en  la  América  Española,  cha- 
mico. 

El  estramonio  o  chamico,  según  Gay,  es  una  planta 
que,  «se  halla  naturalizada  en  cuantas  partes  el  hom- 
bre ha  podido  penetrar». 

El  mismo  naturalista  agrega  que  se  cria  en  Chile  en 
los  lugares  cultivados  a  la  orilla  de  los  caminos  de 
Santiago,  i  que  se  encuentra  también  en  algunos  jar- 
dines. 

«Esta  planta,  cuya  patria  no  se  conoce  con  seguri- 
dad, esparcida  ahora  por  una  gran  parte  del  mundo, 
dice  don  Rodolfo  A.  Philhppi  en  sus  Elementos  de 
BOTÁNICA,  es  mui  narcótica  i  venenosa.  Sus  semillas, 
sobre  todo  tomadas  en  gran  cantidad,  producen  atur- 
dimiento, demencia  i  aun  la  muerte.  El  principio  acti- 
vo es  la  daturina,  que  tiene  la  propiedad  de  fijar  i  dila- 
tar la  pupila  del  ojo.  El  chamico  se  usa  contra  el  asma, 
dolores  reumáticos,  i  otras  afecciones  nerviosas,  así 
como  contra  el  cáncer». 


—    2-1    — 


Chamiza 


Una  ordenanza  aprobada  por  el  Presidente  de  la  Re- 
pública con  fecha  26  de  mayo  de  1863  establece  una 
contribución  de  sisa  en  favor  de  la  municipalidad  de  la 
Serena. 

Entre  otras  disposiciones,  contiene  la  que  va  a 
leerse: 

Art.  2.0  «Se  esceptúan  del  pago  de  esta  contribución 
las  cargas,  carretas  i  carros  que  introduzcan  equipajes  i 
los  artículos  siguientes:  agua,  pan,  leche,  carne  no  sien- 
do salada,  leña,  chamiza,  carbón  ya  sea  de  leña  o  piedra, 
aves  de  todas  clases;  encomiendas  de  frutos  cuyo  peso 
no  exceda  de  un  quintal  (o  cuarenta  i  seis  kilogramos), 
i  las  de  animales  vivos  o  muertos,  totora,  piedra,  loza, 
adobes,  arena,  cal,  tejas,  ladrillos  i  tierra». 

Efectivamente,  en  Chile  se  usa  mucho  chamiza  por 
chamada,  «porción  de  leña  lijera  que  se  hace  arder  en 
el  hogar  para  alegrar  el  fuego»,  o  por  chamarasca,  «leña 
menuda,  hojas  i  palillos  delgados  que,  dándoles  fue- 
go, levantan  mucha  llama  sin  consistencia  ni  dura- 
ción». 

Este  mismo  sentido  se  da  a  chamiza  en  Colombia,  se- 
gún aparece  en  la  obra  del  señor  Cuervo,  i  en  el  Ecua- 
dor, según  aparece  de  la  del  señor  Cevallos. 

Lo  que  el  Diccionario  de  la  Real  Academia  Es- 
pañola dice  acerca  de  chamiza  es  únicamente  lo  que 
sigue: 

«Chamiza,  hierba  silvestre  i  medicinal  que  nace  en 
tierras  frescas  i  aguanosas.  Su  vastago,  como  de  vara 
i  media  de  alto  i  medio  dedo  de  grueso,  es  fofo  i  de 
mucha  hebra,  i  sus  hojas  anchas,  cortas  i  de  color  ce- 
niciento. Sirve  para  techumbre  de  chozas  i  casas  rús- 
ticas». 


—    28    — 


No  parece  entonces  haber  inconveniente  para  que, 
por  estensión,  se  aplique  este  mismo  nombre  a  los  pali- 
llos o  leña  menuda  provenientes  de  plantas  parecidas 
a  la  que  el  Diccionario  de  la  Academia  describe  en 
el  artículo  que  acabo  de  citar. 

En  castellano,  existe  la  palabra  chamizo,  que  signi- 
fica «tizón  o  leño  medio  quemado». 

Champa 

Esta  palabra  proviene  del  quichua  en  el  cual  idio- 
ma existe  chhamppa,  que,  según  el  padre  Mossi,  signi- 
fica «césped  de  tierra  con  raíces». 

Champa  es  usado  por  lo  menos  en  Chile,  el  Perú  i  el 
Ecuador. 

Chancelar 

Así  se  pronuncia  i  se  escribe  este  verbo  en  Chile. 

El  art.  8  °  de  un  decreto  espedido  por  el  Presidente 
de  la  República  en  8  de  abril  de  183 1,  dice  como  sigue: 

Art.  8.0  «Los  certificados  de  la  aduana  jeneral  de 
haberse  recibido  los  efectos  en  sus  almacenes  de  de- 
pósitos, servirán  para  chancelar  las  fianzas  de  torna- 
guía que  los  esportadores  hubieren  otorgado». 

El  Diccionario  de  la  Academia  admite,  en  vez  de 
chancelar,  los  verbos  chancellar  i  cancelar;  pero  advierte 
que  chancellar  es  anticuado,  i  que,  en  el  dia,  se  dice 
cancelar. 

El  artículo  que  destina  a  cancelar  es  el  que  copio  a 
continuación: 

«Cancelar  (Del  latín  cancellare).  Verbo  activo.  Anular, 
borrar,  truncar  i  quitar  la  autoridad  a  un  instrumento 


—    29   — 

público,  lo  cual  se  hace  cortándole,  o  inutilizando  el 
signo. — Figurado.  Borrar  de  la  memoria,  abolir,  de- 
rogar». 

En  Chile,  junto  con  chancelar,  se  usa  este  verbo  can- 
celar;  pero,  por  estensión,  se  aplica  a  los  instrumentos, 
no  solo  públicos,  sino  también  privados. 

Chancho,  Chancha 

Don  Claudio  Ga}/,  en  la  Historia  Física  i  Polí- 
tica DE  Chile,  Zoolojia,  tomo  iP,  pajina  139,  dice  que 
el  st'ts  scrofa  de  los  naturalistas  se  denomina  «vulgar- 
mente chancho,  cochino,  puerco  o  cuchi». 

Según  Salva,  chancho  es  un  americanismo  que  se 
emplea  para  designar  el  animal  denominado  común- 
mente puerco. 

Efectivamente,  en  Chile,  i  creo  que  en  otras  de  las 
repúblicas  hispano-americanas,  chancho,  chancha  es 
una  palabra  mucho  mas  usada,  a  lo  menos  en  el  len- 
guaje familiar,  que  las  de  puerco,  cerdo,  marrano,  o 
cochino,  cochina. 

Los  indios  del  Perú  dieron  después  de  la  conquista  a 
este  animal,  que  fué  introducido  por  los  españoles,  el 
nombre  de  cuchi. 

Léase  lo  que  el  señor  Paz  Soldán  dice  acerca  de  esta 
palabra  en  el  Diccionario  de  peruanismos. 

«Cuchi,  nombre  común  i  familiar  del  cochino  en  Are- 
quipa, indeclinable,  común  a  hembra  i  macho,  como 
todos  los  de  su  especie.  ¡Curioso  sería  que  esta  voz 
qiiechica  no  fuera  mas  que  una  voz  castellana  quechui- 
ficada\  Oigamos  a  Garcilaso: — A  los  puercos  llaman  los 
indios  cuchi,  i  han  introducido  esta  palabra  en  su  len- 
guaje para  decir  puerco,  porque  oyeron  decir  a  los  es- 
pañoles coche,  coche,  cuando  les  hablaban — ». 


—  30  — 

El  Diccionario  de  la  x\cademia,  que  no  ha  admi- 
tido la  palabra  chancho,  chancha,  mui  usada  en  gran 
parte  de  la  América  Española,  ha  dado  cabida  en  sus 
columnas  como  peruanismo  a  cuchi,  usado  solo  por  al- 
gunos de  los  indios  del  Perú,  o  sea  en  Arequipa,  según 
el  testimonio  harto  fehaciente  del  señor  Paz  Soldán. 

Don  Antonio  de  Capmani,  en  la  Filosofía  de  la 
ELOCUENCIA,  tomo  1.°,  pajinas  150  i  151,  edición  de 
1826,  ha  ensayado  hacer  distinción  entre  los  vocablos 
puerco,  cerdo,  cochino  i  marrano. 

Hé  aquí  lo  que  espone  acerca  de  este  punto. 

«Los  nombres  puerco,  cerdo,  cochino,  marrano,  repre- 
sentan un  mismo  animal;  i  con  todo,  no  usamos  indis- 
tintamente de  ellos  en  todos  casos  i  circunstancias;  i 
según  son  diversos  los  aspectos  bajo  de  que  considera- 
mos dicho  animal,  es  diverso  el  nombre  que  le  aplica- 
mos, ya  en  sentido  recto,  ya  en  el  metafórico.  Decimos 
puerco  en  estos  casos:  piara  de  puercos,  matar  puerco, 
comer  carne  de  puerco,  manteca  de  puerco,  etc.;  i  en  sen- 
tido figurado  i  proverbial:  El  puerco  de  Epicuro;  A 
cada  puerco  le  llega  su  San  Martín;  Echar  margaritas  a 
puercos.  Parece  que  este  nombre  es  el  propio  del  ani- 
mal, i  de  acepción  mas  inmediata,  como  derivado  del 
porcus  latino,  porque  de  él  se  forman  las  voces  porque- 
rizo i  porqueriza,  i  no  de  los  otros  nombres.  En  la  caza 
de  monte,  se  llama  puerco  al  javalí,  i  no  cerdo,  ni  co- 
chino; i  de  aquella  sola  voz,  como  orijinal,  se  forma  la 
compuesta  puerco-espín. 

«Usamos  del  nombre  cerdo  indiferentemente,  i  de 
puerco,  en  los  cuatro  primeros  ejemplos  arriba  aplica- 
dos; mas  no  en  los  restantes,  porque,  en  los  otros  sen- 
tidos de  semejanza  i  comparación,  solo  se  estiende  a 
estas  frases:  Vive  como  un  cerdo;  Engorda  como  un 
cerdo. 


—  31  — 

«Usamos  del  nombre  cochino  en  estos  casos,  casi 
siempre  para  chanza  i  desprecio:  San  Antón  i  su  cochi- 
no; Come  como  un  cochino;  No  son  pelos  de  cochijio;  La 
muerte  del  cochino.  Foresto,  se  forman  de  este  nombre,  i 
no  de  los  demás,  estos  derivados,  cochinería  i  cochinada^ 
i  llamamos  cochina  a  la  persona  sucia  i  desaseada;  sin 
embargo,  decimos  también  puerca  i  porquería. 

«De  la  voz  marrano,  usamos  mas  para  despreciar  i 
motejar,  que  para  definición  del  animal:  marrano  se 
llamaban  unos  a  otros  los  moros  i  los  cristianos  por 
apodo;  duerme  o  come  o  engorda  como  un  marrano,  tam- 
bién se  suele  decÍD>. 

Un  rápido  examen  basta  para  hacer  notar  que  el  ma- 
yor número  de  los  ejemplos  puestos  por  el  mismo  Cap- 
mani  está  manifestando  que,  en  casi  todos  los  casos, 
las  palabras  puerco,  cerdo,  cochino,  marrano  pueden 
usarse  indiferentemente  i  sin  distinción  alguna. 

Don  Francisco  de  Quevedo  empieza  así  el  capítulo 
6  de  la  Vida  del  buscón  don  Pablos: 

«Hace  como  vieres,  dice  el  refrán,  i  dice  bien.  Depuro 
considerar  en  él,  vine  a  resolverme  de  ser  bellaco  con 
los  bellacos,  i  mas,  si  pudiese,  que  todos.  No  sé  si  salí 
con  ello;  pero  yo  aseguro  a  vuesa  merced  que  hice  to- 
das las  dilijencias  posibles.  Lo  primero,  yo  puse  pena 
de  la  vida  a  todos  los  cochinos  que  se  entrasen  en  casa, 
i  los  pollos  del  ama  que  del  corral  pasasen  a  mi  apo- 
sento. Sucedió  que  un  dia  entraron  dos  puercos  del  me- 
jor garbo  que  vi  en  mi  vida;  yo  estaba  jugando  con  los 
otros  criados,  i  oílos  gruñir,  i  dije  a  uno: — Vaya,  i  vea 
quién  gruñe  en  nuestra  casa. — Fué,  i  dijo  que  dos  ma- 
rranos. Yo,  que  lo  oí,  me  enojé  tanto,  que  salí  allá  di- 
ciendo que  era  mucha  bellaquería  i  atrevimiento  venir 
a  gruñir  a  casas  ajenas;  i  diciendo  esto,  envásele  a 
cada  uno,  a  puerta  cerrada,  la  espada  por  los  pechos; 


~    32  — 

i  luego  los  acogotamos;  i  porque  no  se  oyese  el  ruido 
que  hacían,  todos  a  la  par  dábamos  grandísimos  gri- 
tos como  que  cantábamos;  i  así  espiraron  en  nuestras 
manos». 

En  el  trozo  que  acaba  de  leerse,  aparecen  emplea- 
das sin  distinción  alguna  las  palabras  cochino,  puerco  i 
marrano. 

Quevedo  habría  podido  emplear  del  mismo  modo  la 
palabra  cerdo. 

Otro  tanto  habría  podido  practicarse  en  el  lenguaje 
familiar  con  chancho  i  cuchi. 

El  único  caso  en  que  puerco  o  cochino  no  puede  ser 
reemplazado  por  alguna  de  las  demás  palabras  men- 
cionadas es  en  las  frases  proverbiales,  como  verbigra- 
cia, las  citadas  por  Capmani  o  estas  otras;  «Al  mas  ruin 
puerco  la  mejor  bellota»;  «Al  matar  los  puercos,  place- 
res i  juegos;  al  comer  las  morcillas,  placeres  i  risas;  al 
pagar  los  dineros,  pesares  i  duelos»;  «Al  puerco  i  al  yer- 
no mostrarle  la  casa,  que  él  se  vendrá  luego»;  «A  puerco 
fresco  i  berenjenas,  ¿quién  tendrá  las  manos  quedas?» 
«Comeréis  puerco,  i  mudaréis  acuerdo»;  «El  puerco  sar- 
noso revuelve  la  pocilga»;  «Hurtar  el  puerco,  i  dar  los 
pies  por  Dios»;  «Puerco  fiado  gruñe  todo  el  año»;  «Co- 
chino fiado  buen  invierno,  i  mal  verano». 

Puerco  tampoco  puede  ser  reemplazado  por  otra  de 
las  palabras  de  igual  significado,  cuando  forma  parte 
de  ciertas  espresiones  destinadas  a  denotar  animales 
distintos  de  él,  como  puerco  espín  o  espino,  puerco 
marino,  puerco  montes  o  salvaje. 

Salva  dice  que,  en  la  República  Arj  entina,  se  usa  la 
palabra  chancho  como  equivalente  de  tocino. 

En  Chile,  se  llama  chanchería  lo  que  el  Diccionario 
DE  LA  Academia  denomina  salchichería  o  tocinería  i  el 
Diccionario  de  Salva,  choricería. 


—  33  — 

Se  llama  chanchero  lo  que  el  Diccionario  de  la 
Academia  denomina  salchichero  i  choricero  o  tocinero. 

Téngase,  sin  embargo,  presente  que  salchicha,  cho- 
rizo i  tocino  no  son  una  misma  cosa. 

También  se  usa  en  sentido  figurado  chanchada,  «ac- 
ción propia  de  un  chancho,  ruindad». 

Chapecán 

Chape  significa  en  araucano  «las  trenzas  del  cabello», 
según  los  padres  Pebres  i  Havestadt. 

Estos  mismos  gramáticos  enseñan  que  el  menciona- 
do sustantivo  chape,  se  formó  el  verbo  chapecán,  que 
significa  en  el  mismo  idioma  «hacer  trenzas». 

No  hace  muchos  años  que,  en  Chile,  se  designaba 
con  el  vocablo  chapecán,  lo  que  habría  debido  designar- 
se con  el  sustantivo  chape,  cuando  se  quería  espresar 
en  araucano  las  trenzas  que  los  indios  solían  llevar. 

Este  vocablo  ha  caído  ya  en  completo  desuso. 

Chapurrar 

La  Real  Academia  Española,  en  su  Diccionario, 
undécima  edición  de  1869,  admitía  los  verbos  charn- 
purrar  i  chapurrar,  advirtiendo  que  los  dos  pertenecían 
al  lenguaje  familiar,  i  que  el  primero  significaba  lo  mis- 
mo que  el  segundo. 

El  artículo  que  ella  destinaba  2i  chapurrar  era  el  que 
va  a  leerse: 

«Chaptírrar.  Mezclar  un  hcor  con  otro.— Hablar  al- 
gún idioma  mezclando  palabras  de  otros  o  mezclar  en 
el  discurso  especies  inconexas». 

La  misma  Academia,  en  la  edición  de  1884,  ha  mo- 
dificado como  sigue  el  precedente  artículo: 


AMUNATEGUI. T.  II. 


—  34  ~ 

«Chapurrar.  {Voz  imitativa.  Verbo  activo).  Hablar 
con  diñcultad  un  idioma,  pronunciándole  mal,  i  usan- 
do en  él  vocablos  i  jiros  exóticos. — Familiar.  Mezclar 
un  licor  con  otro». 

Sin  necesidad  de  que  se  espresen,  cualquiera  pue- 
de notar  las  diferencias  que  existen  entre  estos  dos 
artículos. 

La  Academia  enseña  además  que,  en  vez  de  chapu- 
rrar, puede  decirse  chapurrear  por  lo  que  toca  a  la 
primera  acepción,  i  champurrar  por  lo  que  toca  a  la 
segunda. 

El  reputado  orador  e  ilustre  estadista  peninsular 
don  Salustiano  de  Olózaga  leyó  el  23  de  abril  de  1871, 
al  tomar  posesión  de  su  plaza  de  número  en  la  Aca- 
demia Española,  un  discurso  que  se  encuentra  inserto 
en  las  Memorias  de  esta  corporación,  tomo  3,  pajinas 
530  i  siguientes,  i  del  cual  saco  el  pasaje  que  copio  a 
continuación: 

«No  son  pocas  las  dificultades  que  he  hallado  para 
usar  con  propiedad  las  palabras  i  las  frases  que  han 
dejado  de  emplearse  en  su  sentido  recto,  i  que  se  usan 
esclusivamente  en  el  traslaticio.  No  sé  con  qué  con- 
ciencia literaria  puede  atreverse  nadie  a  usar  en  este 
sentido  una  espresión  cuyo  primitivo  significado  no 
conoce.  Las  palabras  figuradas  las  pudieron  usar  con 
acierto  los  que  conocían  bien  su  sentido  propio;  mas 
cuando  han  dejado  de  usarse  de  esta  manera,  cuando 
no  se  sabe  bien  lo  que  significaban  ¿qué  traslación  se 
puede  hacer  que  no  sea  arriesgada?  i  ¿qué  mucho  que 
en  este  escollo  hayan  tropesado  i  hayan  caído  tantas 
jantes,  cuando  no  han  podido  evitarlo  algunos  orado- 
res mui  notables  i  escritores  mui  distinguidos?  Los 
que  no  podemos  imitarlos  en  las  bellezas,  tenemos  do- 
ble obligación  de  no  imitarlos  en  sus  pequeñas  faltas. 


—  35  — 

Por  eso  yo,  en  mi  juventud,  iba  apuntando  todas  las 
espresiones  que  solo  se  usan  en  sentido  figurado,  con 
el  firme  propósito  de  no  emplear  ninguna  cuya  signi- 
ficación primitiva  no  conociese  perfectamente.  ¡Cuán- 
tos errores,  cuántas  impropiedades  habría  yo  cometi- 
do en  otro  caso,  en  el  largo  i  continuo  tormento  que 
he  dado  a  la  lengua!  Citaré  solamente  dos  palabras 
que  recuerdo,  en  una  sola  letra,  de  la  que  menos  tiene 
en  nuestro  diccionario:  la  che. 

«Había  un  verbo,  mui  usado  sin  duda  en  otros  tiem- 
pos, champurrar ,  que  significa  mezclar  un  líquido  con 
otro;  i  el  uso,  caprichoso  como  siempre,  ha  preferido 
dar  un  rodeo,  i  se  dice  mezclar  el  vino  con  agua,  cosa 
mui  frecuente  en  el  dia,  ya  se  deba  a  los  preceptos  de 
la  hijiene,  ya  a  las  exij encías  de  la  moda.  Nadie  usa 
ya  la  palabra  champurrar  en  este  sentido,  i  los  que  la 
usan  en  sentido  traslaticio,  la  estropean  i  desfiguran, 
diciendo  algunos  chapurrar,  i  los  mas  chapurrear  para 
dar  a  comprender  que  hablan  mal  un  idioma  estranje- 
ro,  sin  pensar  que  lo  que  hablan  mal,  al  espresarse  así,  es 
su  propia  lengua,  que  lastimosamente  han  olvidado. 

«Hai  un  oficio  mui  tosco,  que  viene  a  ser  respecto 
del  de  herrero,  lo  que  es  respecto  del  maestro  de  obra 
prima  un  zapatero  de  viejo.  Se  llamaba,  i  aun  en  al- 
gunos pueblos  se  llama  chapucero  al  que  hace  chapuces 
o  remiendos  en  hierro,  i  ciertas  cosas  tan  toscas  i  de 
tairpoco  valor,  que  un  herrero  desdeñaría  dedicarse  a 
ellas.  De  chapucero,  viene  chapucería; pero  como  laraíz 
ha  llegado  a  ser  desconocida,  no  puede  calificarse  bien 
el  fruto.  La  palabra  será  mui  necesaria  mientras  en 
España  se  hagan  algunas  cosas  toscamente,  grosera- 
mente, con  poco  arte,  con  mal  gusto;  pero,  aunque  no 
huelgue  en  el  diccionario  este  vocablo,  no  tendrá  o  al 
menos  no  ha  tenido  en  estos  últimos  tiempos  mucho 


-  36  - 

USO  para  espresar  lo  que  realmente  significa.  Para 
unos,  chapucería  es  una  mala  acción;  para  otros,  una 
cosa  insignificante  o  ridicula.  No  sé  lo  que  sería  para  el 
insigne  autor  de  El  Sí  de  las  niñas,  cuando  en  el  acto 
I.",  escena  6,  habiendo  dich'o  doña  Irene: 

« — iQué  pereza  tengo  de  escribir!  Pero  es  preciso,  que 
estará  con  mucho  cuidado  mi  pobre  hermana — repli- 
ca Rita: 

« — ¡Qué  chapuceriasl  No  há  dos  horas,  como  quien 
dice,  que  salimos  de  allá,  i  ¡ya  empiezan  a  ir  i  venir  co- 
rreos! ¡Qué  poco  me  gustan  a  mí  las  mujeres  gazmo- 
ñas i  zalameras! — 

«Si  como  parece,  usó  Moratín  la  palabra  chapu- 
cería como  equivalente  de  gazmoñería,  no  pudo  des- 
conocer mas  completamente  su  verdadera  signifi- 
cación; pero,  por  fortuna,  he  hallado  en  la  última 
edición  del  Diccionario  de  la  Academia  (la  undé- 
cima de  1869)  que  el  epíteto  de  chapucero  se  aplica  en 
algunas  de  nuestras  provincias  al  mentiroso;  i  como, 
según  ha  dicho  un  antiguo  escritor,  el  encarecimiento 
es  ramo  de  mentira,  hubo  de  querer  decir  la  criada  que 
no  le  gustaban  las  mujeres  en  exceso  ponderativas, 
exaj eradas,  o  alharaquientas.  No  acuso,  pues,  formal- 
mente a  tan  insigne  hablista  de  haber  usado  con 
impropiedad  una  voz  en  significación  metafórica,  por 
no  haberse  fijado  en  su  sentido  recto;  digo  solo  que,  en 
tal  error,  suelen  incurrir  los  que,  lejos  de  estudiar  la 
etimolojía  i  el  valor  de  las  palabras  que  han  de  usar, 
prefieren  las  que  menos  conocen;  o  por  amor  a  la  no- 
vedad, o  por  aparentar  una  instrucción  que  no  tienen.» 

La  doctrina  espuesta  con  poca  claridad  i  con  harta 
vaguedad  por  don  Salustiano  de  Olózaga  en  el  trozo 
que  acaba  de  leerse,  parece  ser  que  una  palabra  ha  de 
emplearse  siempre  en  un  sentido  que  se  ajuste  al  eti- 


—  37  — 

molójico,  si  proviene  de  otra  nacional  o  estranjera,  o  al 
recto,  si  el  sentido  es  traslaticio  o  figurado. 

Principiemos  por  admitir  que  esta  regla,  tomada  en 
toda  su  jeneralidad,  fuera  exacta. 

Los  ejemplos  con  que  el  eminente  orador  trata  de 
esplicarla  no  son  adecuados. 

Olózaga  reconoce  que  en  el  castellano  existe  un  ver- 
bo champiirrar,  mui  usado  sin  duda  en  otros  tiempos, 
pero  mui  poco  usado  en  el  nuestro,  verbo  que  signiñca 
«mezclar  el  vino  con  agua,  o  un  licor  con  otro». 

Ese  sentido  recto  dio  orijen  al  traslaticio  de  «ha- 
blar con  dificultad  un  idioma  mezclando  con  las  pala- 
bras de  éste  otras  que  le  son  estrañas,  i  pronuncián- 
dolo mal». 

Me  parece  que  esta  es  una  metáfora  mui  lejítima- 

Mezclar  las  palabras  de  distintos  idiomas,  o  mezclar 
las  palabras  de  un  idioma  con  otras  que  no  le  pertene- 
cen, se  asemeja  en  sustancia  a  mezclar  agua  con  vino, 
o  a  mezclar  dos  o  mas  licores. 

Pero,  aun  cuando  la  tal  metáfora  se  prestara  a  ob- 
servaciones, el  uso,  arbitro  soberano  en  estas  materias, 
la  ha  autorizado,  como  lo  viene  testificando  desde 
años  atrás  el  Diccionario  de  la  Academia,  i  como  lo 
reconoce  el  mismo  Olózaga. 

La  circunstancia  de  haberse  trasformado  champurrar 
en  chapurrar  i  en  chapurrear,  innovaciones  ya  adopta- 
das por  la  Real  Academia,  no  tiene  nada,  absoluta- 
mente nada  de  insólito. 

El  erudito  don  Antonio  Capmani,  en  su  excelente 
memoria  sobre  La  Formación  de  la  lengua  caste- 
llana, trae  un  curioso  capítulo  referente  al  antiguo 
lenguaje  comparado  con  el  moderno. 

Quién  lo  lea  verá  prácticamente  que  Olózaga  no  tuvo 
fundamento  para  censurar  con  tamaña  severidad  un 


_  38  ~ 

caso  tan  común  como  la  trasformación  de  champurrar 
en  chapurrar  i  en  chapurrear. 

Como  la  obra  de  Capmani  a  que  me  refiero  es  esca- 
sa, i  por  lo  tanto,  no  es  fácil  que  los  lectores  chilenos 
se  la  procuren,  voi  a  trascribir  por  vía  de  ejemplo  el 
siguiente  pasaje: 

<'Enlas  conjugaciones  délos  verbos, se  haesperimen- 
tado  mui  notable  mudanza  i  variación,  no  solo  en  el 
trueque  de  letras,  sino  también  de  sílabas  enteras. 
Generalmente  hasta  mui  entrado  el  siglo  XVI,  no  em- 
pezaron a  sincoparse  las  terminaciones  en  ades^  en 
edes  i  en  ides  de  los  verbos  de  primera,  segunda  i  ter- 
cera conjugación,  que  después  se  mudaron  en  ais,  en 
eis  i  en  is,  tales  como  amades,  amáis;  veedes,  veis;  ve- 
nides,  venís;  etc.;  arnárades,  amaríais;  amásedes,  ama- 
seis; viérades,  veríais;  viésedes^  vieseis;  víniéredes,  vi- 
nierais; vtniésedes,  vinieseis;  etc. 

«En  la  formación  de  los  demás  tiempos  i  modos,  ha 
habido  casi  igual  alteración  conforme  las  palabras  se 
han  apartado  mas  de  su  etimolojía.  El  latín  videre  se 
romanceó  en  veder,  que,  perdiendo  la  d^  se  escribió 
veer,  i  perdiendo  después  una  e,  quedó  en  ver.  De  estas 
alteraciones  del  infinitivo,  vinieron  las  inflexiones  varias 
en  los  dem.ás  modos,  como  vido^  vio,  i  últimamente 
vio,  etc.  El  latín  esse  se  romanceó  en  seer,  hoi  ser;  de 
aquella  alteración,  se  formó  so,  hoi  soi;  sodes,  hoi  sois; 
ser  edes,  hoi  seréis;  junios,  hoi  fuimos;  f  uestes,  hoi  fuis- 
teis; etc.  El  latín  dicere  se  romanceó  en  dicir.  hoi 
decir;  de  aquí  se  formó  disso,  hoi  dijo;  dixeron,  hoi  dÁ- 
jeron;  etc.  El  latín  sapere  se  romanceó  en  saber;  de 
aquí  se  formó  sobo,  después  sopo,  hoi  sicpo;  saberia,  hoi 
sabría;  sepades,  hoi  sabed;  etc.  El  latín  cadere  se  ro- 
manceó en  cadev,  hoi  caer;  de  aquí  se  formó  cadió,  hoi 
cayó;  cadrá,  hoi  caerá;  caya,  hoi  caiga;  etc.  El   latín 


—  39  " 

mittere  se  romanceó  en  meter;  de  aquí  se  formó  metra ^ 
hüi  meterá;  misso,  hoi  metió;  etc.  De  valer  se  formó 
valo^  valaUy  hoi  valgo,  valgan;  de  sa/í>  también  salo^ 
salan;  hoi  sa/^o,  salgan;  de  andar  se  formó  andió,  an- 
darán, hoi  anduvo,  anduvieron;  etc.  Jencrahiiente  to- 
dos los  tiempos  acabados  en  oí;í),  opo  i  ogo,  como  se 
usaron  antiguamente  en  tovo,  estovo,  sopo,  copo,  plogo, 
se  convirtieron,  entrado  el  siglo  XVÍ,  en  nvo,  upo 
i  ligo,  como  en  estas  palabras  tuvo,  estuvo,  supo,  cupo 
i  plugo». 

Me  parece  que  las  observaciones  precedentes,  las 
cuales  podrían  esplanarse  i  justificarse,  manifiestan 
que  las  de  Olózaga  referentes  a  champurrar ,  chapu- 
rrar i  chapurrear,  revelan  una  idolatría  exaj erada  a 
las  acepciones  i  formas  primitivas  u  orijinales  de  las 
palabras. 

Muí  poco  mas  atendibles  son  las  observaciones  que 
don  Salustiano  de  Olózaga  hace  respecto  de  chapucero 
i  de  chapucería. 

En  realidad,  el  ilustrado  académico  acepta  todos 
los  significados  que,  según  dice,  se  han  dado  a  chapu- 
cero i  a  chapucería  (los  cuales  son  los  mismos  que  au- 
toriza el  Diccionario  de  la  Academia),  escepto  dos 
que  ha  oído  dar  en  España  a  chapucería,  a  saber:  «mala 
acción/)  i  «cosa  insignificante  o  ridicula». 

Si  Olózaga  acepta,  como  no  puede  menos  de  hacer- 
lo, i  como  efectivamente  lo  hace,  que  chapucería  sig- 
nifica «remiendos  en  hierro,  i  ciertas  cosas  tan  toscas 
i  de  tan  poco  valor,  que  un  herrero  desdeñaría  dedi- 
carse a  ellas»,  no  hai  el  menor  inconveniente  para 
que,  por  una  metáfora  mui  permitida,  se  emplee  esta 
misma  palabra  en  la  acepcióxi  figurada  de  «cosa  insig- 
nificante o  ridicula». 

No  se  ve,  pues,  en  qué  yerran  ios  que  usan  a  cha- 


—  40  — 

purrar,  chapurrear ,  chapucero  i  chapucería  conforme 
a  las  enseñanzas  del  Diccionario  de  la  Academia, 
cuerpo  al  cual  no  puede  tildarse  de  propenso  a  auto- 
rizar novedades,  i  conforme  a  las  reglas  de  la  retórica 
mas  severa  i  restrictiva. 

De  todo  lo  que  Olózaga  escribe  acerca  de  estas  pa- 
labras, lo  único  que  considero  indudable  es  aquello  de 
que  no  debe  usarse  a  chapucería  para  denotar  «mala 
acción». 

Después  de  haber  tomado  en  consideración  los 
ejemplos,  paso  a  espresar  el  juicio  que  he  formado 
acerca  de  la  doctrina  para  cuya  aclaración  se  han  in- 
vocado. 

Nadie  puede  negar  que  el  sentido  etimolójico  i  el 
recto  sean  amenudo  útilísimos  para  comprender  bien 
el  sentido  secundario  o  traslaticio;  pero  ello  no  tiene 
de  ninguna  manera  la  importancia  absoluta  i  decisiva 
que  el  ilustre  académico,  autor  del  discurso  a  que  me 
refiero,  le  atribuye. 

El  sentido  que  el  uso  mas  o  menos  constante  i  uni- 
forme del  pueblo  i  de  la  jente  instruida  da  a  las  pa- 
labras se  aparta  con  mucha  frecuencia  del  que  corres- 
ponde a  su  etimolojía. 

Aunque  puedo  comprobar  tal  aserción  con  centena- 
res de  ejemplos,  voi  a  mencionar  solo  algunos. 

Novia  proviene  de  la  espresión  latina  nova  nupta, 
ciiya  traducción  literal  es  «la  nueva  casada». 

Parece  entonces  que  debería  significar  «la  mujer 
recién  casada». 

Mientras  tanto,  esta  es  la  segunda  de  las  acepciones 
que  le  señala  el  Diccionario  de  la  Academia. 

La  primera  que  le  da  es  la  de  «la  que  está  tratada 
de  casarse,  o  inmediata  al  matrimonio»,  acepción  mu- 
cho mas  usada  que  la  anterior,  aunque  no  se  ajusta 
de  ningún  modo  ala  etimolojía. 


—  4T   — 

^Primavera ,  (dice  el  antiguo  director  de  la  Acade- 
mia Itlspañola  don  Ramón  Cabrera,  en  la  obra  postuma 
titulada  Diccionario  de  etimolojías  de  la  lengua 
castellana)  se  formó  de  las  dos  palabras  latinas  pri- 
mo veré. 

«Primo  verc. 

«Prima- vera. 

«Primo  veré  son  ablativos:  el  primero  del  adjetivo 
primus,  prima,  primum,  i  el  segundo  del  nombre 
neutro  ver  veris,  que  significa  primavera.  Así  que  las 
dos  palabras  primo  veré  quieren  decir  al  principio  de 
la  primavera;  i  en  este  sentido  las  usa  Paladio  en  va- 
rios lugares,  i  señaladamente  en  el  libro  3  capítulo  24, 
i  en  el  libro  5,  título  3.  Vése,  pues,  claro  que  las  pa- 
labras primo  veré  trasladadas  al  castellano  recibieron 
una  significación  mas  estensa  que  la  que  tenían  en  el 
latín». 

Llamamos  setiembre  al  noveno  mes  del  año,  octubre 
al  décimo,  noviembre  al  undécimo  i  diciembre  al  duo- 
décimo, siendo  que  esos  cuatro  nombres,  si  se  atien- 
den al  orijen  estampado  en  su  forma  misma,  deberían 
-significar  el  séptimo,  el  octavo,  el  noveno  i  el  décimo 
mes,  i  que  así  lo  significaron  en  el  antiguo  año  de 
Rómulo. 

Don  Pedro  Felipe  Monlau  leyó  el  27  de  setiembre 
de  1863  ante  la  Real  Academia  Española,  para  so- 
lemnizar el  aniversario  de  la  fundación  de  este  cuer- 
po literario,  un  bien  elaborado  discurso  sobre  el  arca- 
ísmo i  el  neolojismo,  que  corre  impreso  en  las  Memo- 
rias DE  LA  Academia,  ,tomo  i.o,  pajinas  422  i  si- 
guientes. 

El  autor  manifiesta  que  muchas  de  las  palabras  to- 
madas del  griego  o  del  latín  por  los  sabios  han  sido 
mal  formadas,  i  que,  entre  ellas,  hai  aun  algunas  que, 


—  42  — 

si  se  atienden  al  orijen,  denotan  precisamente  lo  con- 
trarío de  lo  que  se  trata  de  espresar. 

Voi  a  entresacar  algunas  de  las  que  menciona. 

«Todos  decimos  mui  satisfechos  bibliófilo  por  afi- 
cionado a  comprar,  a  poseer  libros;  pero  a  los  helenis- 
tas les  pasma  con  razón  tal  significado,  por  cuanto  la 
raíz  philo  o  filo,  para  tener  el  sentido  activo,  debe  an- 
teponerse, pues,  si  se  pospone,  recibe  el  sentido  pasi- 
vo. F Hateo  es  el  que  ama  a  Dios,  i  teófilo  es  el  amado 
de  Dios.  A  Ptolomeo  II,  le  dieron  el  sobrenombre  de 
filadelfo  para  significar  el  amor  que  profesaba  a  su 
hermano;  i  a  Ptolomeo  IV,  le  apellidaron  filopator  (i 
no  pati'ófiio)  por  su  piedad  filial.  Decimos  bien  filó- 
so/o,  fddntropo,  filarmónico,  etc.,  por  amante  de  la 
sabiduría,  de  los  hombres  o  de  la  música;  pero  sofófilo, 
antroyófi'O  i  annoniófilo  tendrían  una  acepción  inver- 
sa. Bibliófilo,  por  consiguiente,  en  buena  leí  de  com- 
posición ana.lójica,  significa  amado  de  los  libros,  que  es 
precisamente  lo  inverso  de  lo  que  se  propuso  dar  a 
entender  el  malaventurado  artífice  de  este  vocablo. 
En  París  se  fundó,  el  año  1820,  una  sociedad  de  los 
bibliófiJos  irsmceses;  i  en  1853,  fundóse,  bajo  la  presi- 
dencia del  príncepe  Alberto,  una  sociedad  de  los  filo- 
biblon  de  Londres.  Ambas  son  sociedades  de  amigos 
de  los  libros,  pero  solo  la  de  Londres  dice  con  propie- 
dad lo  que  es». 

«Decímetro,  centímetro,  milímetro,  etc.,  son  voces 
mestizas  o  híbridas,  es  decir,  compuestas  de  elemen- 
tos de  dos  diferentes  lenguas,  cuando  tan  natural  i 
llano  era  valerse  esclusivamente  de  elementos  latinos,  o 
de  elementos  griegos.  No  solo  esto,  sino  que  el  mas 
humilde  preceptor  de  humanidades  advierte  que,  en 
la  composición,  se  ha  trocado  el  sentido  lejítimo:  cen- 
timetrum  en  latín  no  significa  una   centésima  parte  de 


-  43  — 

metro,  sino  cien  metros,  o  medidas,  como  hi fronte,  tri- 
folio^ cuadrienio,  miliforme,  etc.,  significan  dos  fren- 
tes, tres  hojas,  cuatro  años,  mil  formas,  etc.,  i  no  una 
mitad  de  frente,  una  tercera  parte  de  hoja,  una  cuarta 
parte  del  año,  o  una  milésima  parte  de  forma.  Por 
manera  que  a  los  divisores  se  les  ha  impuesto,  en  ri- 
gor gramatical,  el  nombre  que  correspondía  a  los  múl- 
tiplos». 

«Por  ateo,  tenemos  hoi  al  que  niega  la  existencia  de 
Dios,  al  que  no  reconoce  a  Dios,  al  paso  que  los  grie- 
gos llamaban  ateos  a  los  abandonados  de  los  dioses,  a 
los  no  reconocidos  por  los  dioses,  a  los  dejados  de  la 
mano  de  Dios». 

Por  fundadas  i  poderosas  que  sean  las  precedentes 
observaciones  de  Monlau,  creo  que  nadie  ha  de  esti- 
mar posible  el  que  las  palabras  antietimolójicas  sobre 
que  discurre  sean  reemplazadas  por  otras  mejor  for- 
madas. 

Igual  cosa  puede  decirse  respecto  a  numerosas  pa- 
labras de  sentido  traslaticio  que  no  corresponde  abso- 
lutamente al  recto  o  primitivo. 

Voi  a  hacerlo  palpar  también  con  algunos  ejem- 
plos. 

Acordar,  entre  varías  acepciones,  tiene  la  de  «traer 
a  la  memoria  de  otro  alguna  cosa». 

Este  verbo  ha  sido  formado  manifiestamente  de  la 
preposición  a,  que  aquí  dice  una  tendencia  al  objeto 
de  la  acción  del  verbo,  i  de  corde,  ablativo  del  nombre 
neutro  latino  cor,  cordis  «corazón». 

Si  atendemos  solo  al  significado  que,  al  presente,  da- 
mos a  la  palabra  corazón,  no  se  percibe  la  conexión  que 
puede  haber  entre  la  idea  espresada  por  esta  palabra, 
i  la  espresada  por  memoria. 

Don  Pedro  Felipe  Monlau,  en  su  Diccionario  Eti- 


—  44  — 
MOLÓJICO  DE  LA  LENGUA   CASTELLANA,    espHca    COmO, 

en  otro  tiempo^  se  había  establecido  entre  corazón  i 
memoria  una  relación  que  ahora  no  se  admite. 

«El  corazón,  en  sentido  recto,  dice,  es  la  entraña  o 
el  órgano  principal  del  cuerpo;  i  de  ahí  el  que  ciertos 
filósofos  de  la  antigüedad  lo  considerasen  como  la  re- 
sidencia de  la  vida  i  del  alma,  i  algunos  como  el  alma 
misma.  Aun  hoi  día  la  fisiolojía  popular  considera  el 
corazón  como  el  asiento  i  foco  de  las  pasiones,  del  va- 
lor, de  la  sensibilidad,  etc.» 

Don  Ramón  Cabrera,  en  su  Diccionario  de  eti- 
MOLOJÍAS,  aclara  mas  esta  esplicación. 

«El  corazón  entre  los  latinos,  dice,  fué  tenido  por  la 
silla  de  la  memoria,  no  solo  entre  los  que  vinieron  des- 
pués de  la  decadencia  del  latín,  sino  también  entre 
los  que  florecieron  cuando  el  idioma  se  hallaba  en  su 
mayor  auje.  Por  esta  época,  era  mui  corriente  el  ver- 
bo recordor,  recordaris,  que  vale  «recordar,  hacer  me- 
moria o  traer  a  la  memoria»;  i,  a  nadie  por  cierto  podrá 
ocultársele  que  este  verbo  deponente  fué  formado  de 
la  preposición  inseparable  re,  del  nombre  neutro  cor, 
cordis,  que  significa  corazón. 

■  Nuestros  antiguos  también   daban  a  la  palabra  co- 
razón el  significado  de  memoria». 

Cabrera  cita  en  comprobación  de  este  aserto  dos  pa- 
sajes del  Alejandro. 

Se  ve  que,  en  remotas  edades,  hubo  entre  los  signi- 
ficados de  corazón  i  de  memoria,  una  relación  que,  en 
la  actualidad,  ha  desaparecido,  sin  que  ello  nos  impi- 
da seguir  dando  a  los  verbos  acordar  i  recordar,  i  al  mo- 
do adverbial  de  coro,  los  significados  que  se  saben  re- 
ferente a  la  memoria. 

Ceniza  es  mui  empleado  como  equivalente  de  «reli- 
quia o  residuos  de  un  cadáver». 


—  45   — 

Mientras  tanto,  tal  metáfora  proviene  de  la  prácti- 
.1  (le  (¡neniar  los  cadáveres  que,  desde  siglos  atrás,  no 
se  observa  sino  en  raras  ocasiones. 

Perillán,  perillana  denota,  según  el  Diccionario  de 
LA  AcADKMiA,  «persona  picara,  astuta». 

Léase  como  Monlau  esplica  la  etimolojía  de  este  ad- 
jetivo. 

«Perillán.  De  Pero  (Pedro)  Illán  (Julián),  militar 
distinguido  i  pundonoroso,  de  quien  se  cuenta  que  no 
podía  resistir  la  idea  de  que  le  pisasen  después  de 
muerto;  i,  en  su  consecuencia,  pidió  alrei  por  premio  de 
todos  sus  servicios,  que  su  enterramiento  estuviese  en 
alto:  así  se  ve  hoi  su  sepulcro  que  está  en  la  capilla 
de  santa  Eujenia  de  la  catedral  de  Toledo.  De  la 
ocurrencia  de  Pero  Illán  para  no  dejarse  pisar  ni  aun 
después  de  muerto,  vino  el  llamar  Per-Illán,  al  ma- 
ñoso, cauto  i  sagaz  en  su  conducta  i  en  el  manejo 
de  sus  negocios.  Últimamente  el  lenguaje  familiar  ha 
dado  a  perillán  la  acepción  de  picaro  o  de  astuto  en 
mala  parte». 

Resulta  que  el  nombre  de  un  militar  distinguido 
i  pundonoroso  ha  venido  a  servir  para  designar  los 
bribones. 

Sería  difícil  encontrar  un  argumento  práctico  mas 
concluyente  contra  la  doctrina  demasiado  absoluta 
de  Olózaga, 

No  faltan  aun  en  castellano  palabras  a  que  se  ha 
dado  un  sentido  enteramente  caprichoso  que  no  tiene 
la  mas  remota  relación  ni  con  el  etimolójico  ni  con  el 
recto. 

Don  Juan  Eujenio  de  Hartzenbusch,  en  su  contes- 
tación al  discurso  de  Olózaga  (Memorias  de  la  Real 
Academia  Española,  tomo  3,  pajinas  554  i  siguien- 
tes) cita  una  de  estas  palabras. 


-46- 

Léase  lo  que  dice: 

«Otro  cuenta  que  iban  N.  i  N.  caminando  a  Sego- 
via,  i  a  lo  mejor  se  les  rompió  una  rueda  del  coche.  I  la 
verdad  es  que  no  fué,  ni  se  trata  decir  que  fué,  a 
lo  mejor  o  peor  del  camino,  sino  de  improviso,  de  pron- 
to, cuando  menos   pensaron,  cuando    no  se  esperaba». 

Me  parece  que  lo  espuesto  basta  i  sobra  para  ma- 
nifestar que  la  doctrina  de  don  Salustiano  de  Olózaga 
sobre  que  he  discurrido  no  puede  ser  admitida  en  toda 
su  latitud,  i  que,  para  ser  aceptada,  ha  menester  de 
aclaraciones  i  de  restricciones. 

Charqui 

Don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i  Políti- 
ca DE  Chile,  Agricultura,  tomo  i.°,  pajina  427,  dice 
así: 

«El  hacendado  que  en  Europa  se  dedica  a  la  crian- 
za de  animales  de  cuerno,  no  se  propone,  por  lo  jene- 
ral,  otro  objeto,  que  el  de  hacerles  producir  mucha 
leche  para  todas  las  industrias  a  que  da  lugar  este  pro- 
ducto, o  bien  el  de  engordarlos  pronto  para  que  sirvan 
al  consumo  diario. 

En  Chile,  la  industria  lechera  es  relativamxente  po- 
co practicada,  porque  los  habitantes  hacen  rara  vez 
uso  de  la  mantequilla  para  sus  guisos.  Se  dedican, 
pues,  a  la  crianza  de  estos  animales  con  el  solo  fin  de 
engordarlos  i  venderlos,  o  mas  bien  matarlos  en  la 
hacienda,  lo  que  haría  perder  una  cantidad  conside- 
rable de  carne,  si  no  hubieran  hallado  un  medio  para 
conservarla. 

«Este  medio  no  consiste  en  salarla,  o  por  lo  menos 
mui  rara  vez  lo  hacen,  como  se  practica  en  los  Esta- 
dos Unidos,  i  en  las  repúblicas  de  Buenos  Aires  i  de 


—  47  — 

Montevideo  sino  en  secarla  al  aire,  método  que  la  na- 
turaleza del  clima  cálido  i  seco  favorece  singularmente. 
Esta  carne  es  la  (|ue  se  conoce  con  el  nombre  de  char- 
qui^ i  la  que  ha  creado  una  industria  considerable, 
pero  solam^ente  en  las  provincias  del  norte  i  del  centro, 
porque,  a  los  34°,  la  humedad  del  clima  le  es  ya  muí 
perjudicial». 

El  arbitrio  de  convertir  la  carne  fresca  en  charqui 
fué  invención,  no  de  los  españoles,  com.o  quizá  pudie- 
ra deducirse  del  pasaje  de  Gay  antes  copiado,  sino  de 
los  indíjenas. 

Léase  lo  que  Prescott,  en  la  Historia  de  la  con- 
quista DEL  Perú,  tomo  i.",  pajina  152,  traducción 
al  castellano  publicada  el  año  1847,  refiere  sobre  este 
asunto,  dando  a  conocer  el  grado  de  civilización  que 
el  imperio  de  los  incas  había  alcanzado. 

«Matábanse  los  venados  machos  i  algunas  de  las 
clases  mas  ordinarias  de  carneros  peruanos;  sus  pieles 
se  conservaban  para  los  varios  objetos  útiles  que  con 
ellas  se  hacían  jeneralmente,  i  su  carne,  cortada  en 
tajadas  mui  delgadas,  se  distribuía  al  pueblo,  que 
la  convertía  en  charqui^  la  carne  seca  del  país,  que 
constituía  el  único  alimento  animal,  como  después 
ha  constituido  el  principal  en  las  clases  bajas  en  el 
Perú». 

«Las  comidas  del  pueblo  eran  por  la  mañana  tem- 
prano, i  al  ponerse  el  sol  (dice  el  escritor  peninsular 
don  Sebastián  Lorente,  en  su  Historia  Antigua  del 
Perú  antes  de  la  llegada  de  los  españoles,  pajinas  332 
i  333);  ^^  alimento  habitual,  yerbas  cocidas,  papas, 
chuño,  maíz,  alguna  onza  de  charqui,  todo  bien  con- 
dimentado con  sal  i  ají;  la  principal  bebida,  la  chicha 
de  maíz,  de  quinua,  de  maguei.  de  semilla  de  moUe  o 
frutas». 


-  48  •- 

Así,  lo  que  los  españoles  hicieron  fué  aplicar  a  la 
carne  de  los  animales  vacunos  traídos  de  Europa  el 
procedimiento  que  los  indíjenas  habían  adaptado  a 
la  de  los  animales  de  su  tierra. 

Charqui  proviene  del  quichua  chharqui,  palabra  que, 
según  Mossi,  significa  «cesina,  o  tasajo»;  i  también 
«cuerpo  seco,  o  el  naquísimo». 

Charqui  se  había  introducido  en  la  lengua  de  los 
antiguos  chilenos  o  araucanos,  como  puede  verse  en  el 
Diccionario  Chileno-Hispano  del  padre  Febres,  i 
en  el  Chilidugu  del  padre  Havestadt. 

Esta  palabra  es  hasta  ahora  mui  usada  en  Chile,  i 
la  única  que  se  emplea  para  designar  estas  tajadas  de 
carne  secadas  al  aire. 

Léanse  los  decretos  que  siguen  espedidos  por  el  Pre- 
sidente de  la  República: 

«Santiago,  mayo  26  de  1877. 

«Vista  la  nota  que  precede, 

«Decreto: 

«Se  incluye  el  charqui  entre  los  artículos  que,  según 
la  ordenanza  de  aduanas,  son  de  despacho  forzoso. 
Tómese  razón,  comuniqúese  i  publíquese». 


«Santiago,  julio  28  de  1877. 

«Vista  la  solicitud  e  informe  que  preceden,  derógase 
el  decreto  de  26  de  mayo  último. 

«En  consecuencia,  el  charqui  se  depositará  en  lo  su- 
cesivo en  almacenes  de  aduana. 

«Tómese  razón  i  publíquese.» 


—  49  — 

iSantiago,  noviembre  20  de  1877. 
«Vista  la  nota  que  precede, 
«He  acordado  i  decreto: 

«Los  derechos  de  almacenaje  del  charqui  se  pagarán 
en  adelante  conforme  a  su  volumen. 

«Tómese  razón,  comuniqúese  i  publíquese.» 

La  palabra  charqui  es  también  la  usada  en  el  Ecua- 
dor, según  don  Pedro  Fermín  Cevallos. 

El  señor  Paz  Soldán,  en  el  Diccionario  de  perua- 
nismos de  Juan  de  Arona,  dice  que  en  el  Perú  se  usa 
charque. 

Sin  embargo,  se  ha  visto  que  don  Sebastián  Loren- 
te,  el  cual  ha  vivido  largos  años  en  este  país,  emplea 
charqui  i  no  charque, 

Don  Vicente  Salva,  en  el  Diccionario  de  1846, 
trae  las  dos  palabras  charqui  i  charque  como  equiva- 
lentes i  provincialismos  de  la  América  Meridional  para 
designar  un  «pedazo  delgado  de  carne  de  vaca  secado 
al  sol  o  al  aire,  sin  sal»;  pero  prefiere  charque  sobre 
charqui. 

La  precedente  definición  de  Salva,  que  es  mui  exac- 
ta^  manifiesta  que  charqui  no  puede  ser  reemplazado 
ni  por  cecina,  ni  por  tasajo,  denominaciones  de  comes- 
tibles en  cuya  preparación  entra  la  sal. 

Parece  entonces  que  hai  sobrado  fundamento  para 
que  charqui  tenga  cabida  en  las  futuras  ediciones  del 
Diccionario  de  la  Real  Academia. 

En  Chile,  es  mui  usado  charqtiicán  para  denotar 
una  vianda  o  guisado  cuyo  principal  ingrediente  es  el 
charqui. 


AMUNATEGUI.    T.  li 


—  50 


Chata 


El  artículo  i  .«^  de  los  estatutos  de  la  Compañía  Na- 
cional de  remolcadores,  estatutos  aprobados  por  de- 
creto del  Presidente  de  la  República  fecha  17  de  mayo 
de  1884,  dice  así: 

Artículo  1." 

«Se  forma  una  sociedad  anónima  con  el  título  de 
Compañía  Nacional  de  Remolcadores  con  el  objeto  de 
esplotar,  comprar  i  vender  vapores  remolcadores  u 
otros,  chatas,  lanchas,  norias,  establecimientos  o  de- 
rechos de  agua,  equipo  marítimo,  carbón  i  demás  en- 
seres convenientes  para  remolcar  buques  en  la  bahía 
o  fuera  de  ella,  surtirlos  de  agua,  fondearlos,  amarrar- 
los i  desarmarlos,  prestarles  ausilio,  levantar  anclas, 
apagar  incendios  a  bordo  i  en  tierra,  levantar  objetos 
del  fondo  del  mar,  i,  en  fin  practicar  todas  las  ope- 
raciones al  alcance  de  una  compañía  provista  de  los 
elementos  mencionados». 

«Chato,  chata  (dice  el  Diccionario  de  la  Academia) 
aplícase  a  algunas  cosas  que  de  propósito  se  hacen  sin 
punta  i  con  menos  elevación  que  la  que  regularmente 
suelen  tener  las  de  la  misma  especie.  Clavo  chato,  em- 
barcación chata''}. 

Se  sabe  que  es  lei  del  castellano  el  que,  cuando  un 
adjetivo  se  usa  mui  amenudo  junto  con  un  sustantivo, 
éste  se  omite,  conservándose  el  adjetivo  a  que  se  da  el 
carácter  de  sustantivo. 

Así  puede  usarse  chata,  en  vez  de  embarcación  chata. 


—  S>    " 


Chépica 


Don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i  Políti- 
ca DE  Chile,  Agricultura,  tomo  i.°,  pajinas  296,  297 
i  298,  describe  como  sigue  las  praderas  de  este  país: 

«Los  pastos  son  en  Chile  de  una  importancia  tanto 
mayor  cuanto  que  todos  los  terrenos  que  permanecen 
algún  tiempo  en  reposo  se  cubren  en  seguida  de  plan- 
tas que,  fecundizadas  por  sus  propios  despojos,  podri- 
dos poco  a  poco  en  el  mismo  sitio  donde  han  brotado 
desde  hace  muchos  siglos,  producen  una  vejetación 
asombrosa  suficiente  para  alimentar  cantidades  consi- 
derables de  animales,  i  que  alimentarían  cantidades 
cuatro  veces  mayores,  sobre  todo  en  el  Sur,  si  el  arte 
i  los  capitales  secundasen  sus  esfuerzos.  En  estas  últi- 
mas comarcas,  una  temperatura  suave  i  húmeda  fa- 
vorece con  estremo  el  desarrollo  de  las  plantas;  i  algu- 
nas estremadamejite  sustanciosas,  como  el  trébol,  la 
gualputa,  el  alfilerillo,  etc.,  i  mas  al  sur  las  gramíneas, 
siempre  tan  preferibles  para  el  cebo  de  los  animales, 
i  susceptibles  de  ser  segadas  por  su  abundancia  i  ele- 
vación, cubre  los  campos,  haciéndolos  aparecer  como 
un  verdadero  mar  de  verdura;  i  en  algunas  localida- 
des, forman  praderas  naturales,  si  no  del  j enero  de  las 
de  Europa,  que  necesitan  recibir  algunas  labores,  al 
menos  como  puntos  de  elección  i  de  reserva  especial  i 
únicamente  destinados,  en  calidad  de  potreros  de  en- 
gorda, al  cebo  de  los  animales  que  hasta  entonces  se 
han  alimentado  en  praderas  de  inferior  calidad.  En 
las  provincias  centrales,  solo  en  algunos  valles  de  las 
altas  cordilleras,  es  donde  se  encuentra  esta  vejetación 
permanente;  pero,  en  la  primavera,  todos  los  campos 
se  hallan  cubiertos   del  mismo  modo  con  una   gran 


—  52  — 

variedad  de  las  indicadas  plantas,  que  se  desarrollan 
con  fuerza  i  rapidez  i  logran  hasta  cierto  punto  pro- 
tejer  en  muchas  localidades  el  suelo  contra  todas 
las  causas  que  tienden  a  desecarle.  Esta  vejetación 
puramente  primaveral  aparece  con  mayor  esplendor 
todavía  en  las  estériles  provincias  del  norte.  Se  la  ve 
engalanar  con  sus  mas  bellos  colores  los  vastos  desier- 
tos de  arena;  pero  no  dura  mas  que  hasta  la  llegada 
de  los  calores  del  verano,  que  la  queman  i  la  destruyen. 
Entonces  todo  vuelve  a  tomar  el  primitivo  aspecto 
de  esterilidad  i  de  tristeza;  las  llanuras  i  las  montañas 
se  presentan  a  la  vista  en  toda  su  desnudez,  i  los  ani- 
males no  encuentran  alimento  mas  que  en  algunas 
plantas  de  raíces  bastante  largas  para  poder  dirijirse 
a  buscar  en  las  profundidades  de  la  tierra  la  hu- 
medad que  necesitan.  En  este  concepto,  la  chépica, 
especie  de  paspalus,  presta  algunos  servicios  a  los  ha- 
cendados, conservándose  para  estos  momentos  de  mi- 
seria. Las  de  los  terrenos  mas  secos  sirven  para  los 
burros  i  las  muías,  verdaderos  proletarios  de  la  eco- 
nomía animal;  i  se  reservan  para  los  bueyes  i  las  va- 
cas las  que  crecen  al  borde  de  los  arroyuelos  como 
mas  tiernas,  mas  frescas  i  mas  delicadas.  En  las  pro- 
vincias centrales,  el  cardo  presta  el  mismo  servicio  en 
invierno,  ofreciendo  sus  granos,  i  hasta  sus  tallos  a 
las  apremiantes  necesidades  de  los  bueyes  i  de  las 
vacas». 

El  mismo  autor,  en  la  misma  obra.  Botánica^  tomo 
6.0,  pajina  240,  dice  que  «las  raíces  de  la  chépica  son 
mui  usadas  en  tisana  para  las  enfermedades  urinarias 
i  como  refresco». 

Chépica,  que  era  el  nombre  de  esta  gramínea  en 
lengua  araucana,  no  viene  en  el  Diccionario  de  la 
Academia. 


53  - 


Cheqae 


Esta  palabra  es  jeneralmente  usada  en  Chile. 

En  comprobación ,  cito  el  siguiente  documento  oficial: 

«Santiago,  27  de  noviembre  de  1872. 

«Vista  la  solicitud  que  precede  del  Banco  de  Valpa- 
raíso, lo  informado  por  el  ministro  de  la  aduana  de 
ese  puerto  i  por  el  director  j  érente  del  Banco  Nacional 
de  Chile,  i  teniendo  presente  las  dificultades  que  ofre- 
ce en  la  práctica  la  concesión  otorgada  al  comercio  de 
Valparaíso  de  ser  aceptados  en  pago  de  ios  derechos 
de  aduana  los  cheques  j irados  contra  los  bancos  de  emi- 
sión de  esa  ciudad,  , 

«He  acordado  i  decreto: 

«Se  deroga  el  decreto  de  30  de  agosto  de  1870  que 
permite  pagar  los  derechos  de  aduana  con  cheques  ji- 
rados  contra  bancos  de  emisión  establecidos  en  la  ciu- 
dad de  Valparaíso. 

«Tómese  razón,  comuniqúese  1  publíquese». 

El  artículo  6P  de  la  lei  de  iP  de  setiembre  de  1874 
relativa  a  la  contribución  de  papel  sellado^  determina, 
entre  otras  cosas,  que  «las  libranzas  u  órdenes  de  pago 
distintas  de  lasque  se  llaman  cheques  de  banco  paguen 
en  una  proporción  fijada  cinco  centavos». 

El  artículo  17  del  reglamento  para  la  Dirección  del 
Tesoro  i  sus  dependencias,  i  para  la  Dirección  de  Con- 
tabilidad, espedido  por  el  Presidente  de  la  República 
el  2  de  julio  de  1883,  dice,  en  el  número  5,  que  corres- 
ponde al  cajero  firmar  conjuntamente  con  el  tesorero 
«los  cheques  a  cargo  del  banco». 


—  54  — 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española 
no  admite  la  palabra  cheque,  (i) 

El  papel  que  se  denomina  con  ella  en  Chile,  i  en 
varios  países,  inclusa  talvez  la  España  misma,  ha  de 
designarse,  según  la  Academia,  con  la  de  talón,  a  la 
cual  el  Diccionario  da,  entre  otras  acepciones,  la  de 
«libranza  a  la  vista,  que  consiste  en  una  hoja  cortada 
con  tijera  de  un  libro,  de  modo  que,  aplicándole  el  pe- 
dazo de  la  misma  que  queda  cosido  al  libro,  se  acredite 
su  lejitimidad  o  falsedad»,  i  la  de  «documento  o  res- 
guardo espedido  en  la  misma 'forma». 

Talonario,  talonaria,  es,  según  el  Diccionario,  un 
modificativo  que  «se  dice  de  la  libranza,  recibo  u  otro 
documento  que  se  corta  de  un  libro,  quedando  en  él 
una  parte  para  acreditar  con  ella  su  lejitimidad  o  fal- 
sedad». 

En  Chile  se  llama  talón,  no  el  cheque,  o  sea  la  li- 
branza o  documento  a  la  vista  que  el  Diccionario 
describe,  sino  el  pedazo  o  parte  de  dicha  libranza  o 
de  dicho  documento  que  queda  cosido  al  libro  talo- 
nario. 

El  Diccionario  de  la  Academia  da  también  a  ta- 
lón este  significado. 

Entre  las  acepciones  del  verbo  destalonar,  menciona 
las  dos  que  siguen: 

i.-'^  «Cortarlas  libranzas,  recibos,  cédulas,  billetes  i 
demás  documentos  contenidos  en  los  cuadernos  i  libros 
talonarios». 

2.a  «Quitar  el  talón  a  los  documentos  que  lo  tienen 
unido». 


(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  autoriza  este  vocablo  en 
el  sentido  de  «documento  en  forma  de  mandato  de  pago  por  medio  del  cual 
una  persona  puede  retirar  por  sí  o  por  un  tercero  todo  o  parte  de  los  fondos 
que  tiene  disponibles  en  poder  de  otra.^ 


-  55  ~ 

Evidentemente,  talón  tiene  en  la  segunda  de  estas 
definiciones  el  significado  que  se  le  da  en  Chile. 

Resulta  que,  según  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia, puede  emplearse  en  las  dos  acepciones  de  docu- 
mento cortado  de  un  libro  talonario,  i  de  pedazo  que 
se  deja  en  ese  libro  para  comprobante. 

Es  fácil  comprender  la  ventaja  de  que  haya  dos  pa- 
labras distintas  para  designar  estos  dos  objetos  dife- 
rentes. 

Ghicana 

Este  galicismo  es  jeneralmente  usado  en  el  foro  i  en 
la  prensa  de  Chile  para  denotar  un  embrollo,  o  una 
sutileza,  o  una  trampa  legal  en  algún  pleito,  un  argu- 
mento sofístico,  una  quisquilla  escolástica. 

Uno  de  los  principales  personajes  de  la  comedia  de 
Racine  titulada  Les  Plaideurs  lleva  el  espresivo 
nombre  de  Mr.  Chicaneau. 

Chicote 

Don  Zorobabel  Rodríguez,  en  el  Diccionario  de 
CHILENISMOS,  escribía  el  año  de  1873,  lo  que  sigue: 

«Suele  usarse  por  nuestros  paisanos  chicote  (que  es 
un  pedazo  de  cuerda)  por  látigo;  i  chicotazo,  en  lugar 
de  latigazo,  por  el  golpe  dado  con  el  látigo». 

Chicote  i  chicotazo,  en  las  acepciones  dichas,  se  han 
usado  de  antiguo,  i  se  usan  ahora,  no  solo  en  Chile, 
sino  también  en  el  Ecuador  i  en  el  Perú. 

El  hablista  ecuatoriano,  don  Pedro  Fermín  Cevallos, 
en  su  Breve  Catálogo  de  errores  en  orden  a  la 
LENGUA  I  AL  LENGUAJE  CASTELLANOS,  reprueba  que 
en  su  país  se  diga  «chicote  por  látigo  o  zurriago,  i  chico- 
tazo por  zurriagazo». 


—   5Ó  " 

Don  Pedro  Paz  Soldán  i  Unanue,  en  el  Diccionario 
DE  PERUANISMOS,  se  cspresa  como  sigue: 

«Chicote.  El  Diccionario  (edición  de  1869)  describe 
así  esta  voz  en  la  pai'te  que  puede  interesarnos: — Náu- 
tica. Cualquier  estremo,  remate  o  punta  de  cuerda,  o 
cualquier  pedazo  pequeño  separado: — I  la  voz  látigo: — 
El  azote  de  cuero  o  cuerda  con  que  se  castiga  i  aviva  a 
los  caballos  i  otras  bestias. — Las  equivalencias  latinas 
que  da  a  ambas  voces  son:  funi  nanticce  extr emitas 
(cabo  de  cuerda  náutica),  i  flagelum  (flajelo  o  azote). 
Es,  pues,  una  gran  majadería  usar  chicote  como  sinó- 
nimo de  azote  i  látigo,  usanza  inveterada  en  la  ciudad 
de  los  Reyes;  i  derivar  de  ese  provincialismo  el  aumen- 
tativo chicotazo,  i  el  verbo  chicotear,  i  hasta  un  nom.bre 
propio  especial,  porque,  al  decir  chicotillo,  no  signifi- 
camos sino  el  latiguillo  que,  para  montar  a  caballo, 
usan  las  señoras,  i  también  los  hombres  cuando  cabal- 
gan a  la  inglesa.  Es  verdad  que  chicotear  no  lo  emplea- 
mos precisamente  por  latiguear,  porque,  en  tales  casos, 
decimos  dar  de  chicotazos,  sino  figuradamente  por  50- 
har,  zurrar,  etc.» 

El  único  escritor  hispano-americano  aficionado  a 
estas  cuestiones  de  lenguaje  que  yo  sepa  haber  defen- 
dido el  uso  de  chicote  i  de  chicotazo,  es  don  Fidelis  P. 
del  Solar,  quien,  en  sus  Reparos  al  «Diccionario  de 
chilenismos»,  dice  lo  que  copio  a  continuación: 

«El  diccionario  de  la  lengua  trae  una  acepción  náu- 
tica de  chicote  que'es  mui  semejante  al  sentido  que  no- 
sotros le  damos: — Chicote,  cualquier  estremo,  cabo,  re- 
mate o  punta  de  cuerda,  o  cualquier  pedazo  pequeño 
separado. 

«Chicotazo  sería  el  golpe  dado  con  el  chicote.  Se  ha 
aplicado  en  Chile,  i  quizá  en  otras  repúblicas  con  al- 
gún fundamento  en  el  sentido  del  látigo  español  (pues 
el  chileno  es  solo  de  tiras  de  cuero). 


_..  57  - 

«Chicote  es  en  Chile  un  azote  de  cuero,  de  cordel,  de 
cerdas  o  de  lo  que  se  quiera;  látigo,  como  hemos  di- 
cho, solamente  se  diría  de  un  zurriago  de  cuero,  lo  que 
no  sucede  en  España. 

«Creemos  mui  aceptables  chicote  i  chicotazo». 

Dadas  a  conocer  las  opiniones  que  acabo  de  men- 
cionar, conviene  poner  a  la  vista  el  artículo  que  el  Dic- 
cionario DE  LA  ACADEMIA,  duodécima  edición,  dedica  a 
la  palabra  de  que  se  trata. 

Helo  aquí: 

«Chicote,  chicota.  (De  chico).  Masculino  i  femenino. 
Familiar.  Persona  de  poca  edad,  pero  robusta  i  bien 
hecha.  Usase  para  denotar  cariño. — Masculino.  Pro- 
vincialismo de  Méjico.  Látigo — Marina.  Estremo,  re- 
mate o  punta  de  cuerda,  o  pequeño  pedazo  separado. 
— Figurado  i  familiar.  Cigarro  puro». 

Chicotazo,  es,  según  el  Diccionario,  un  provincia- 
lismo de  Méjico  que  significa  «golpe  dado  con  el  chi- 
cote». 

Se  ve  que  la  Academia  ha  reconocido  que  chicote  es 
equivalente  a  látigo,  i  chicotazo  a  latigazo. 

I  para  proceder  así,  ha  tomado  en  cuenta  única- 
mente el  uso  de  Méjico. 

Es  claro  que  el  conocimiento  de  que  ese  uso  se  es- 
tendía por  lo  menos  al  Ecuador,  al  Perú  i  a  Chile, 
como  es  la  verdad,  habría  sido  un  nuevo  i  poderoso 
fundamento  en  favor  de  tal  resolución. 

Chicha 

Don  José  Amador  de  los  Ríos  corrió  con  la  magní- 
fica edición  de  la  Historia  Jeneral  i  Natural  de 
LAS  Indias  por  el  capitán  Gonzalo  Fernández  de  Ovie- 
do i  Valdés,  cuyos  cuatro  infolios  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia  hizo  imprimir  desde  1851  hasta  1855. 


-  58  - 

El  sabio  editor,  no  solo  puso  al  frente  de  esta  obra 
monumental  una  interesantísima  memoria  acerca  de  la 
Vida  i  Escritos  de  Oviedo,  sino  que  insertó  al  fin  del 
cuarto  tomo  un  curioso  Glosario  de  las  voces  ame- 
ricanas empleadas  por  este  autor,  glosario  que  merece 
ser  consultado  por  los  aficionados  al  estudio  de  las  eti- 
molojías. 

En  este  último  trabajo,  se  lee  lo  que  sigue: 

«Chicha:  manera  de  vino  usado  por  los  indios  en  al- 
gunas r ejiones  de  América,  i  principalmente  en  las 
islas,  compuesto  de  azúcar  i  agua  en  la  cual  se  echaba 
maíz  tostado  para  precipitar  la  fermentación.  {Lengua 
de  Cuba)». 

El  Diccionario  de  la  academia  define  esta  acep- 
ción de  chicha^  atendiendo  solo  a  lo  que  el  tal  licor  fué 
primitivamente  antes  del  descubrimiento  i  conquista 
de  América. 

Léase  lo  que  dice  sobre  este  punto: 

«Chicha.  Bebida  alcohólica  mui  usada  en  América, 
que  se  prepara  poniendo  a  fermentar  en  agua  cebada, 
maíz  tostado,  pina  i  panocha  (panoja),  i  añadiendo 
especias  i  azúcar.  Su  sabor  es  el  de  una  sidra  de  infe- 
rior calidad»,  (i) 

«Los  promaucaes  i  los  araucanos,  (dice  don  Claudio 
Gay,  Historia  Física  i  Política  de  Chile,  Agricul- 
tura; tomo  2.0,  pajinas  187  i  188)  preparaban  la  chicha 
mas  frecuentemente  con  los  frutos  de  ciertos  árboles  o 
arbustos  tales  como  el  huingun,  molle,  maqui,  quinua, 
diferentes  especies  de  mirto,  i  sobre  todo  con  el  mirto 
uñi  o  murtilla,  mui  común  desde  el  37°  hasta  el  43.". 
La  bebida  que  hacían  con  este  último  fruto  era  de  un 

(1)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  ha  restrinjido  mas  toda- 
vía el  significado  de  la  palabra  chicha  aplicada  a  «bebida  alcohólica  que 
resulta  de  la  fermentación  del  maíz  en  agua  azucarada  i  que  se  usa  en  Amé- 
rica .  * 


—  59  — 

excelente  sabor  i  gustaba  mucho  a  los  españoles,  que 
la  bebieron  durante  mucho  tiempo.  Después  del  vino 
de  viña,  Herrera  lo  consideraba  como  el  mejor  de  los 
brebajes  empleados  por  los  americanos». 

«Aunque  estos  diferentes  brebajes  (agrega  Gay  mas 
I  adelante,  pajinas  i88  i  189),  están  en  uso  todavía,  sobre 
todo  por  los  indios,  sin  embargo  a  causa  de  la  intro- 
ducción de  las  viñas  en  Chile,  el  vino  se  ha  jeneraliza- 
do,  i  hasta  los  mismos  indios,  que  no  cultivan  la  uva, 
han  reemplazado  sus  chichas  con  una  verdadera  sidra 
que  los  bosques  de  manzanos  les  proporcionan  en  gran 
abundancia. 

«El  vino,  al  estado  de  chicha,  mosto,  etc.,  es,  pues, 
el  principal  licor  que  beben  los  chilenos  desde  el  Norte 
hasta  el  rio  Bio-Bio,  límite  sur  del  cultivo  de  la  viña, 
i  mas  adelante  está  reemplazado  por  la  sidra». 
I  Así  lo  que  se  usa  jeneralmente  en  Chile  es  la  chicha^ 
no  de  los  frutos  mencionados  en  el  Glosario  de  Ríos 
i  en  el  Diccionario  de  la  Academia,  sino  de  uva. 

Don  Claudio  Gay  (pajina  195)  describe  como  sigue  el 
modo  de  fabricarla: 

«Esta  chicha  (la  de  uva),  dice,  es  una  bebida  mui 
apreciada  en  Chile;  i  las  familias  ricas,  como  las  pobres 
hacen  un  gran  consumo  de  ella,  mientras  conserva  su 
dulzura.  La  de  Aconcagua  tiene  mucha  fama,  sobre 
todo  la  que  preparaba  el  señor  Lastra;  pero  hoi  casi 
toda  la  jente  la  fabrica  igualmente  buena. 

«Se  prepara  con  \di  lagrimilla,  elijiendo  de  preferen- 
cia la  que  se  saca  de  las  uvas  mías  dulces.  A  esta  lagri- 
milla, se  le  da  un  cocido  lijero,  que  frecuentemente  no 
alcanza  a  hervir,  i  después  de  enfriarla,  se  echa  en  ba- 
rriles, cuya  boca  se  tapa  perfectamente.  Desde  luego 
se  opera  la  fermentación  con  gran  producción  de  ácido 
carbónico,  lo  que  pondría  en  riesgo  el  barril,  si  no  se 


—  6o  — 

tuviera  cuidado  de  abrirle  un  pequeño  agujero,  para 
dar  salida  a  este  gas.  Este  agujero  queda  tapado  por 
una  clavija  que  se  quita  cada  dos  horas,  mientras  dura 
la  fermentación.  La.  chicha  a.si  preparada  se  trasvasa 
en  barriles  para  el  consumo.  Al  cabo  de  seis  a  ocho 
dias,  se  puede  ya  hacer  uso  de  ella;  i  muchas  personas 
así  la  prefieren  por  ser  entonces  espumosa  i  fogosa, 
pero  desarrolla  muchos  flatos,  i  por  este  motivo  se 
suele  tomar  solo  uno  o  dos  meses  después.  Es  de  poca 
duración;  ya  en  octubre,  principia  a  picarse,  i  se  em- 
plea entonces  para  la  destilación.  Se  necesitan  ordina- 
riamente cinco  arrobas  de  este  licor  para  conseguir  una 
de  aguardiente.  Sin  embargo,  hai  chichas  que  duran 
hasta  enero,  cuando  están  bien  preparadas,  i  según  un 
buen  método.» 

Lo  es  puesto  revela  que  la  definición  mencionada  de 
chicha,  dada  por  la  Real  xA.cademia,  necesita  ser  corre- 
jida  si  se  quiere  que  comprenda  todos  los  objetos  a 
que  lejítimamente  se  ha  aplicado  por  estensión. 

I  ya  que  de  chicha  hablo,  terminaré  este  artículo  di- 
ciendo algo  sobre  una  locución  familiar  en  la  cual  fi- 
gura esta  palabra. 

En  un  saínete  de  don  Ramón  de  la  Cruz,  titulado  El 
Peluquero  Casado,  se  leen  estos  versos: 

Manuel 

Poco  a  poco; 

no  respondas  con  soberbia, 
porque  empezaremos  mal. 

A  nihrosia 

¡Oyes,  mocoso,  pues  cuenta 
conmigo!  ¿Qué  modo  es  ese 
de  tratar  a  tu  parienta? 
¿Sabes  con  quién  te  has  casado? 


—  6i   — 


Joaquina 


¿Cuándo  lo  pensara  ella 
la  muí  cochina? 

Ambrosia 

¿A  mi  ahijada? 

Joaquina 

A  su  ahijada,  i  a  cuarenta 
madrinas  de  chicha  i  nabo  . . 


Unperiódico  titulado  El  Averiguador:  corres- 
pondencia ENTRE  CURIOSOS  "-^T  I'  rS^trae 
Ríos  etc,  que  aparecía  en  Madrid  el  ano  de  1871,  trae, 
entr¡  otros  por  el  estilo,  el  siguiente  suelto; 

¿L  DicaoNARio  DE  LA  ACADEMIA  da  a  a  rase 
chicha  i  nabo,  aplicada  a  una  cosa  cualquiera  la  equi- 
valencia de  cosa  de  poca  imfortancta  odesprec^aUe, 
oe  o  este  no  pasa  de  ser  un  sentido  metafórico.  En  un 

C  lío  sobre  ARBITRIOS  AL    consumo  del  VELL6N, 

escrito  por  Barbón  1  Castañeda,  1  Pf  1"=^,^;^  P™'¿ 
pios  del  siglo  XVII,  se  dice  que,  en  la  c^Ue  May°r  J 
esta  corte  los  comerciantes  Juan  Juje,  Sisberto  1  Pie- 
s  vendían  orülos,  ^asasanoyo,  fustán,  bocasi,  1  chuka 
"nabo,  citando  estos  jéneros  como  de  poca  impo  tan^ 
cia  i  despreciables.  ¿Estará  aquí  ^^ ''"^''^""JlZlsí 
la  frase  que  sirve  de  ingreso  a  esta  P/«g""f ;°  l^  "^^a 
ría  ya  entonces  en  la  única  aceptación  que  espresa  la 
Academia?  En  todo  caso,  ¿cuál  es  su  o"J<=n^;> 

Me  parece  que  eseorijen  no  es  ni  oscuro  ni  dudoso^ 
Chicha  se  toma  en  la  frase   citada  por  el  ínfimo  de 
los  licores,  i  nabo  por  el  ínfimo  de  los  aUmentos. 


—   62 


I 


Tal  es  la  razón  por  que  chicha  i  nabo  corresponde  a 
cosa  de  poca  importancia  o  despreciable. 


ChUe 

¿Cuál  es  la  etimolojía  de  esta  palabra? 

Garcilaso  de  la  Vega,  en  sus  Comentarios  Reales, 
parte  i.^,  libro  5,  capítulo  25,  refiere  que  el  inca  Vi- 
racocha hizo  una  visita  a  las  provincias  de  su  im- 
perio. 

Estando  en  la  de  los  Charcas,  llegaron  a  su  presen- 
cia unos  mensajeros  del  Tucumán,  que  venían  a  ofre- 
cerle vasallaje. 

Garcilaso  cuenta  que  estos  mensajeros,  al  despedir- 
se del  soberano,  le  dirijeron  este  discurso. 

«Solo,  señor,  porque  no  quede  nadie  en  el  mundo 
que  no  goce  de  tu  reHjión,  leyes  i  gobierno,  te  hace- 
mos saber  que,  lejos  de  nuestra  tierra^  entre  el  sur  i 
el  poniente,  está  un  gran  reino  llamado  Chili,  pobla- 
do de  mucha  jente,  con  los  cuales  no  tenemos  comer- 
cio alguno  por  una  gran  cordillera  de  sierra  nevada 
que  hai  entre  ellos  i  nosotros;  mas  la  relación  tené- 
mosla  de  nuestros  padres  i  abuelos,  i  pareciónos  dár- 
tela para  que  hagas  por  bien  de  conquistar  aquella 
tierra,  i  reducirla  a  tu  imperio  para  que  sepan  tu  reli- 
jión,  i  adoren  el  sol  i  gocen  de  sus  beneficios». 

Garcilaso  agrega  lo  que  va  a  leerse. 

«El  inca  mandó  tomar  por  memoria  aquella  relación, 
i  dio  licencia  a  los  embajadores  para  que  se  volviesen 
a  sus  tierras». 

Tal  fué  la  primera  vez  que,  según  la  tradición  con- 
servada en  los  quipos  (Rosales,  Historia  Jeneral  de 
Chile,  tomo  iP  pajina  186,  columna  2),  se  pronunció 
en  el  imperio  peruano  la  palabra   de  que  se  ha  deriva- 


-  63  - 

do  el  nombre  con  que  nuestro   país  fué  designado  en 
la  época  colonial,  i  lo  es  al  presente. 

Hablando  yo  sobre  el  orijen  de  la  palabra  Chile 
con  uno  de  mis  amigos  aficionado  a  estas  investiga- 
ciones eruditas,  me  hizo  notar  que,  en  el  Vocabulario 
DE  LA  LENGUA  AiMARÁ  por  el  padre  Luis  Bertonio, 
cuya  primera  edición  es  de  1612,  viene  una  palabra 
que,  por  la  forma  i  el  significado,  parece  ser  el  primi- 
tivo de  Chile. 

Efectivamente,  el  padre  Bertonio  dice  que,  en  ai- 
mará,  Chilli  equivale  a  «lo  mas  hondo  del  suelo». 

Trae  además  dos  locuciones  del  mismo  idioma  que 
arrojan  mucha  luz  en  este  asunto. 

Chilli  Thakhsi  significa  «los  confines  del  mundo». 

Hacca  chillitha  acca  chilli  cama  haquaca  ancha  koya- 
tauhua  significa:  «Desde  un  término  del  mundo  al 
otro  todos  los  hombres  somos  miserables». 

Para  mayor  claridad,  advertiré  que,  según  el  padre 
Bertonio,  thakhsi  equivale  en  aimará  a  «el  horizonte 
i  término  de  la  tierra». 

Creo  que  esta  etimolojía  de  la  palabra  Chile  mere- 
ce ser  considerada. 

Como  he  estudiado  algo  por  mi  parte  la  cuestión, 
voi  a  esponer  las  razones  que  tengo  para  pensarlo  así. 

Resulta  que,  según  Garcilaso,  fueron  unos  mensa- 
jeros del  Tucumán  los  primeros  que  llevaron  al  Perú 
la  palabra  Chili. 

Se  comprende  sin  ninguna  dificultad  que  el  histo- 
riador de  los  incas,  o  quizá  sus  compatriotas,  hayan 
convertido  la  palabra  Chilli  en  Chili,  forma  que  Garci- 
lazo  emplea  constantemente  en  su  obra. 

Se  sabe  que  los  habitantes  de  la  comarca  que  los 
aboríjenes.  denominaron  Tucuma,  i  los  españoles  Tu- 
cumán, hablaban,  a  lo  menos  en  el  tiempo  de  la  con- 


—  64  — 

quista,  diversos  dialectos  que  no  pertenecían  al  idio- 
ma aimará;  pero  tal  consideración  no  autoriza  para 
negar  en  lo  absoluto,  a  tantos  siglos  de  distancia,  i 
con  entera  carencia  de  datos,  el  que  los  mensajeros 
recibidos  por  Viracocha  hubieran  podido  emplear  una 
palabra  que,  de  un  modo  o  de  otro,  pudo  haber  lle- 
gado a  su  conocimiento. 

Ello  es  que  el  significado  de  Chüli  en  aimará  co- 
rresponde perfectamente  a  la  situación  peculiar  del 
territorio  comprendido  entre  los  Andes  i  el  Pacífico, 
el  cual  puede  ser  llamado  con  propiedad  «lo  mas 
hondo  o  lejano  de  la  tierra;  el  término  o  el  confín 
del  mundo». 

Sé  que  las  noticias  de  Garcilaso,  por  lo  común,  pe- 
can de  vagas;  i  que,  dado  el  modo  como  hubo  de 
componer  su  obra,  así  habían  de  ser;  pero  conviene 
hacer  notar  que,  en  el  discurso  de  despedida  que,  se- 
gún refiere,  los  mensajeros  del  Tucumán  dirijieron  a 
Viracocha,  se  encuentra  la  idea  de  Chile  o  Chüi,  país 
lejano. 

I  esto  me  trae  a  la  memoria  otro  incidente  que  no 
deja  de  ser  instructivo  en  la  materia  sobre  "que  voi 
discurriendo. 

El  capitán  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  i  Valdés, 
en  su  Historia  Jeneral  i  Natural  de  las  Indias, 
tomo  4.0,  pajina  258,  columna  i.'*,  pajina  275,  colum- 
na i.^,  pajina  295,  columna  i.^  i  pajina  297,  epígrafe 
del  capítulo  10,  declara  que  el  principal  fundamento 
de  lo  que  narra  en  los  diez  primeros  capítulos  del  libro 
47,  en  los  cuales  precisamente  se  comprende  la  en- 
trada de  Diego  de  Almagro  a  Chile,  es  una  larga  carta 
o  relación  enviada  a  Carlos  V  por  dicho  conquistador 
o  adelantado. 

Así  debemos  considerar  lo  que  el  cronista  refiere  en 


-  65  - 

esa  parte  de  su  obra  como  si  el  mismo  Almagro  lo 
refiriese. 

Cuando  este  conquistador  estuvo  en  x\concagua, 
hizo  que  Gómez  de  Alvarado,  uno  de  sus  capitanes, 
fuese  con  un  pequeño  cuerpo  de  jinetes  i  de  infantes 
a  esplorar  el  país  hacia  el  sur. 

Fernández  de  Oviedo,  en  el  capítulo  5,  libro  47,  o 
sea  en  el  tomo  4.*^,  pajinas  274  i  275,  da  a  conocer 
en  la  forma  que  va  a  leerse  el  resultado  de  la  espedi- 
ción  aludida. 

«En  este  tiempo,  llegó  el  capitán  Gómez  de  Alva- 
rado,  e  dijo  quél  había  pasado  adelante  de  aquella 
provincia  de  Chile  e  picones  ciento  cincuenta  leguas; 
e  que  cuanto  mas  iba  la  tierra,  mas  pobre  e  fria  i  esté- 
ril e  despoblada  e  de  grandes  rios,  ciénegas  e  tremada- 
les, la  halló,  e  mas  falta  de  bastimento;  e  que  halló 
algunos  indios  caribes,  a  manera  de  los  juries,  vestidos 
de  pellejos,  que  no  comen  sino  raíces  del  campo;  e 
que,  informándose  de  la  tierra  de  adelante,  supo  e  le 
dijeron  que  estaba  cerca  de  la  fin  del  mundo;  e  le 
dieron  la  mesma  noticia  quel  adelantado  se  tenía  an- 
tes que  lo  enviase  en  Chile;  e  que,  queriendo  prose- 
guir el  viaje  hasta  el  estrecho  (de  Magallanes),  hacía 
tantas  aguas  e  tempestad  e  frió,  que,  en  una  jornada, 
se  le  murieron  cient  indios  de  servicio;  e  viendo  esto, 
e  que  había  veinte  i  cinco  dias  que  no  comían  mahíz 
ellos  ni  sus  caballos,  ni  tenían  carne  con  que  susten- 
tarse, los  compañeros  unánimes  le  requirieron  que  se 
tornase  a  donde  el  adelantado  estaba,  pues  hacer  otra 
cosa  sería  perderse  todos.  I  por  la  carta  de  navegar, 
quel  adelantado  hizo  ver  en  Chile  a  tres  pilotos,  no 
se  hallaba  haber  doscientas  e  cincuenta  leguas  hasta 
el  estrecho,  las  ciento  i  cincuenta  de  las  cuales  habían 
andado  Gómez   de  Alvarado  e  su  compañía;  e  dice  la 

AMUNATEGUI.   T.  II  5 


—  66    ~ 

relación,  por  donde  yo  el  cronista  me  sigo  {ques  otra 
tal  como  la  quel  adelantado  envió  al  emperdor  nuestro 
señor)  quel  estrecho  está  en  56°,  e  quellos  se  hallaron 
en  47°,  e  que  corrían  a  diez  i  seis  leguas  cada  uno.  E 
que  visto  por  el  dicho  capitán  los  grandes  rios  que 
había,  e  que  no  podían  vadearse,  e  como  en  cuatro 
leguas  pasaban  veinte  rios,  e  considerando  la  falta  de 
comida,  estaba  claro  que,  a  la  ida  o  a  la  vuelta,  (si  la 
pudieran  hacer)  se  habían  de  perder  todos  así,  por  las 
dificultades  ya  dichas  e  demasiado  frió,  e  que  las  sie- 
rras se  estrechaban  a  la  mar,  requerido  como  es  di- 
cho, se  volvió  a  donde  el  jeneral  estaba,  con  la  jente 
mui  fatigada  i  los  caballos  que  casi  no  se  podían  te- 
ner en  pié.  I  dice  esta  relación  que  los  trabajos  del 
puerto  (el  paso  de  los  Andes),  hambres  i  necesidades 
pasadas  no  se  igualaron  a  este  trabajoso  camino;  i  que 
si  todo  el  ejército  fuera,  como  fueron  cient  hombres 
con  el  Alvarado,  los  menos  volvieran. 

«Quiero  yo  agora  preguntar  a  Gómez  de  Alvarado 
por  qué,  pues  le  dijeron  donde  fué  que  aquellas  jen- 
tes  estaban  cerca  del  fin  del  mundo,  porque  no  les  pre- 
guntó cuál  era  el  límite  de  su  principio.  Así  que,  en 
este  caso,  bien  se  muestra  lo  que  de  la  jeografía  e 
asiento  del  universo  sentían  los  que  eso  le  dijeron». 

Es  digno  de  considerarse  para  el  objeto  de  esta  di- 
sertación el  que  los  indíjenas  dijeran  a  Gómez  de  Al- 
varado  estar  el  país  cerca  del  fin  del  mundo. 

¿No  guarda  esta  especie  conformidad,  o  mejor  di- 
cho, mucha  conformidad  con  la  noticia  que  mas  o 
menos  un  siglo  antes,  los  mensajeros  tucumanos  de 
que  habla  Garcilaso  trasmitieron  al  inca  Viracocha? 

Ello  es  que  esta  palabra  Chilli  se  conservó  en  el 
idioma  quichua  hasta  la  conquista  española. 

Es  cierto  que,  como   luego  lo  demostraré,  esa  pala- 


k\ 


-  67  - 

bra,  antes  de  ese  acontecimiento,  se  aplicaba  solo  mas 
o  menos  al  territorio  de  que  ahora  se  forma  la  provin- 
cia de  Aconcagua,  i  probablemente  al  de  Quillota  i 
¡uizá  a  otras  de  las  demarcaciones  próximas;  pero 
'  uando  fué  estendiéndose  a  toda  la  provincia,  o  todo 
'i  reino  cuya  capital  era  la  ciudad  de  Santiago  funda- 
da en  1541  por  Pedro  de  Valdivia  a  oriUas  del  Mapo- 
cho,  los  indíjenas  continuaron  pronunciando  Chilli. 

Antonio  de  Herrera,  en  la  tabla  jeneral  de  las 
cosas  notables  contenidas  en  su  Historia  de  las  In- 
dias, asevera  que  Chih  era  también  denominado 
Chilli . 

El  padre  jesuíta  Diego  de  Rosales  se  espresa  como 
sigue  en  su  Historia  Jeneral,  (tomo  4.^,  pajina 
186,  columna  i.'),  la  cual  debió  estar  definitivamen- 
te terminada  allá  por  el  año  de  1674. 

«Los  indios,  en  su  lengua,  siempre  nombran  este 
reino  con  esta  palabra  Chilli;  i  así  dicen  Chilli — dugu, 
que  significa  la  lengua  de  Chile;  i  chilli — mapu  que 
quiere  decir  la  tierra  de  Chile;  i  siguiendo  su  modo 
de  hablar,  a  la  provincia  de  Chiloé  llaman  Chilli — 
güe;  que  significa  Chile  Nuevo,  que  así  llaman  esa 
provincia  que  de  nuevo  se  descubrió  de  islas  hacia  el 
estrecho». 

El  individuo  de  la  misma  orden  relijiosa  Andrés 
Pebres,  en  el  Vocabulario  Chileno-Hispano  incluido 
en  el  Arte  de  la  lengua  jeneral  de  Chile,  cuya 
primera  edición  es  de  1765,  menciona  las  palabras 
■  Chile  o  Chilli,  «nombre  jeneral  de  esta  nación  o  rei- 
nos; chillidugu,  «lengua  o  idioma  chileno»;  chillidu- 
gun,  «hablar  este  lenguaje»;  chillihueqiie ,  «carneros 
de  esta  tierra,  que  son  los  llamas  del  Perú». 

El  jesuíta  Bernardo  Havestadt,  en   su  Chilidugu, 
publicado  por :  la  primera  vez   en   1777,  consígnalos 


—  68  — 

vocablos  Chili  o  Chüli,  chilliche,  «chileno»,  chülihue- 
que. 

Es  cierto  que  a  chilidugu,  i  a  chilidugun  los  escri- 
be con  /,  i  no  con  //  como  Rosales  i  Pebres,  pero  no 
debe  olvidarse  que,  en  los  pueblos  bárbaros,  como  en 
los  civilizados,  el  trascurso  del  tiempo  produce  varia- 
ciones en  la  pronunciación. 

Otra  prueba  bastante  convincente  que  puede  adu- 
cirse para  manifestar  que  la  forma  primitiva  de  la 
palabra  sobre  que  voi  discurriendo  era  Chilli,  i  no 
Chili,  es  que  muchos  de  los  conquistadores  la  convir- 
tieron en  Chille,  lo  que  no  era  natural  que  sucediese 
si  esa  forma  primitiva  hubiera  sido  Chili. 

Hen-era,  en  la  década  7,  libro  5,  capítulo  7,  pajina 
9,  columna  2,  dice  espresamente  que,  a  pesar  de  que 
el  nombre  del  reino  es  Chile,  lo  llaman  Chille. 

El  capitán  Alonso  de  Góngora  Marmolejo,  que,  co- 
mo él  mismo  lo  asegura,  sirvió  al  rei  para  ganarle  es- 
ta nueva  tierra,  desde  el  tiempo  de  Pedro  de  Valdi- 
via hasta  el  año  de  1575,  dejó  escrita  una  interesante 
historia  del  descubrimiento  i  conquista  de  esta  co- 
marca. 

En  ese  libro,  llama  a  nuestro  país  alguna  que  otra 
vez  Chile,  pero  con  mucha  mas  frecuencia  Chille. 

Los  mencionados  no  son  los  únicos  españoles  del 
siglo  XVI  que  emplean  la  palabra  Chille. 

Si  hai  motivos  tan  poderosos  para  presumir  que, 
antes  de  la  venida  de  los  europeos,  los  indíjenas  pro- 
nunciaban Chilli,  mas  bien  que  Chili,  es  claro  que 
han  recurrido  a  un  procedimiento  erróneo  los  erudi- 
tos que  han  buscado  la  significación  primitiva,  supo- 
niendo que  esa  palabra  tenía  la  segunda  de  esas  for- 
mas, en  vez  de  la  primera. 

Parece  que,  antes  de  que  el  padre  Rosales  compu- 


-  69  - 

si  era  su  obra,  hubo  otros  que,  de  palabra,  o  por  es- 
crito, discurrieron  acerca  de  este  punto;  pero  no  ha 
llegado  a  mi  noticia  lo  que  sostuvieron, 

El  autor  mas  antiguo  entre  los  que  han  tratado  la 
materia,  que  yo  conozca,  e^^  el  aludido  cronista,  quien 
dice  acerca  de  ella  en  el  tomo  i. o,  pajina  185,  loque 
copio  a  continuación. 

«El  nombre  de  este  reino  de  Chile  se  tiene  por 
mas  cierto,  dejando  opiniones  de  poco  fundamento 
que  le  tomó  de  un  cacique  de  mucho  nombre  que 
vivía  en  Aconcagua,  i  era  señor  de  aquel  valle  cuan- 
do entraron  los  capitanes  del  inga  a  intentar  la  con- 
quista deste  reino,  el  cual  cacique  se  llamaba  Tili]  i 
corrompiendo  el  vocablo  los  del  Perú,  que  son  fáciles 
en  corromper  algunos,  le  llamaban  Chilli  o  Chili^  to- 
mando toda  la  tierra  el  nombre  deste  cacique.  I  así 
añaden  que,  marchando  del  Cuzco  después  a  la  con- 
quista deste  reino  el  adelantado  don  Diego  de  Alma- 
gro, encontró  en  la  provincia  de  Tari  ja  con  los  capita- 
nes i  jente  del  inga,  que,  ignorando  su  desastrada 
muerte,  conducían  el  tesoro  anual  destas  provincias 
i  el  oro  que  le  tributaban;  i  que,  preguntándoles  de 
dónde  venían,  respondieron  que  de  Tili;  i  los  españo- 
les trabucaron  el  nombre  i  la  pronunciación,  que  es 
diferente  en  algunas  cosas  de  la  de  los  indios,  i  llama- 
ron a  esta  tierra  Chili. 

«Aunque  lo  mas  cierto  parece  que  los  indios  del 
Perú  mudaron  la  pronunciación  del  nombre  Tili  en  el 
de  Chili  por  cuanto  les  sonaba  mejor,  i  era  mas  con- 
forme a  su  lengua  jeneral  quichua.  Porque,  en  el  valle 
de  Casma,  hai  un  campo  i  pueblo  de  indios  del  Perú 
llamado  Chili,  I  el  capitán  de  Atahualpa,  rei  de  Qui- 
to, que,  por  su  orden,  prendió  al  lejítimo  inga  Guas- 
car,  se  llamaba  Chili- cu  china.  I  como,  en  su  lengua, 


„  70  — 

Chüi  significa  la  nata  i  flor  de  la  tierra,  como  ense- 
ñan los  curiosos  i  eruditos  en  la  lengua  quichua,  prin- 
cipalmente los  padres  misioneros  de  la  Compañía  de 
Jesús,  i  los  primeros  conquistadores  del  Perú  que  en- 
traron en  Chile,  ya  por  parecerse  al  nombre  del  caci- 
que Tili,  ya  porque  esta  tierra  les  pareciese  f  'rtil  i  la 
nata  de  otras,  la  llamaron  Chüi,  i  ese  nombre  cojieron 
los  españoles,  pronunciando  Chile  o  Chili». 

Como  se  ve,  el  padre  Rosales  vacila  entre  las  opi- 
niones sobre  la  e timólo jía  de  la  palabra  Chile. 

Ya  admite  que  proviene  del  nombre  de  un  cacique 
principal  que  hubo  en  el  valle  de  Aconcagua;  ya  se 
inclina  a  pensar  que  trae  orijen  de  un  vocablo  que, 
en  quichua,  significa  «la  nata  i  flor  de  la  tierra». 

Ningún  autor  antiguo  ha  mentado  jamas  al  tal  ca- 
cique Tili  o  Chili. 

Ninguno  de  los  que  han  escrito  sobre  el  quichua 
ha  enseñado  que  la  palabra  Chilli  o  Chili  signifique 
en  este  idioma  «flor  i  nata  de  una  tierra  o  de  una 
cosa». 

El  padre  Diego  González  Holguín,  en  su  Vocabu- 
lario DE  LA  LENGUA  QuicHUA,  Lima  i6o8,  dice  úni- 
camente que  Chilli  significa  «una  provincia». 

Aparece  que  los  fundamentos  aducidos  por  el  pa- 
dre Rosales  en  favor  de  las  dos  etimolojias  que  patro- 
cina, no  tienen  peso  alguno,  aun  prescindiendo  de  lo 
que  dejo  espuesto  sobre  el  significado  de  Chilli  en 
aimará  i  sobre  el  orijen  histórico  de  haberse  aplicado 
este  nombre  a  una  de  las  comarcas  situadas  entre  los 
Andes  i  el  Pacífico. 

El  padre  Miguel  de  Olivares.^  que  escribió  allá  por 
los  años  de  1736,  su  Historia  de  la  Compañía  de 
Jesús  en  Chile,  manifiesta  (Colección  de  historia- 
dores DE  Chile,  tomo  7,  pajina  4),  que  las  opiniones 


* 


—  71    — 

del  padre  Rosales  sobre  la  etimolojía  del  nombre  Chi- 
le no  eran  seguidas  en  aquel  tiempo;  i  que  había  pre- 
valecido una  distinta. 

Hé  aquí  el  pasaje  a  que  aludo: 

«La  etimolojía  de  Ch^íe,  dicen  todos,  que  se  la  cojen 
de  una  avecilla  que  solo  se  diferencia  del  tordo  en 
que  tiene  los  encuentros  de  las  alas  amarillos,  i  todo 
lo  demás  de  su  pluma  negra  como  el  tordo  i  casi  de 
su  tamaño,  llamada  tchili  (Trile).  Dicen  unos  que, 
preguntando  los  españoles  a  los  indios  cómo  se  llama- 
ba la  tierra,  estaba  este  pajarito  a  la  vista;  i  pensando 
que  preguntaban  por  el  ave,  respondieron  thili;  i  así 
la  empezaron  a  llamar  los  españoles  Chile,  i  hasta 
ahora  así  lo  llaman  i  llamarán.  Otros  dicen  que  el  rio 
de  Aconcagua,  que  nace  junto  al  camino  por  donde  se 
trasmonta  la  cordillera  para  pasar  a  la  provincia  de 
Cuyo,  se  llamaba  tchili  por  haber  muchos  pájaros  de 
éstos  en  sus  orillas;  i  que,  retirándose  los  indios  dei 
inga  con  el  oro  que  llevaban  a  su  señor,  se  encontra- 
ron con  los  españoles,  i  preguntándoles  de  donde 
traían  el  oro,  respondieron  que  de  tchili,  entendiéndo- 
lo por  este  rio;  i  que  de  aquí  se  cojió  el  nombre  de 
Chile,  pronunciándolo  a  su  modo.  El  rio  se  llama  de 
Aconcagua,  i  pasa  por  el  valle  de  Ouillota,  i  se  entra 
en  el  mar  en  Concón.  Antiguamente  no  sabemos  que 
este  reino  tuviese  nombre  jeneral,  aunque  no  hai  pa- 
raje, estancia,  cerro  o  quebrada  que  no  tenga  nombre 
propio». 

El  padre  Andrés  Febres,  que  dio  a  la  estampa  en 
Lima  el  año  de  1765  el  Arte  de  la  lengua  jeneral 
DEL  REINO  DE  Chile,  enseña  en  el  Vocabulario  Chile- 
no-Hispano, inserto  en  esa  obra,  que  <íchili  o  thili  es 
un  pajarito  negro,  como  tordo,  con  manchas  amari- 
llas en  las  alas». 


72 


<íDe  este  nombre,  agrega,  opinan  algunos  que  los  es- 
pañoles llamaron  Chile  a  este  reino». 

El  abate  o  ex-jesuita  chileno  don  Juan  Ignacio  Mo- 
lina publicó  en  italiano  el  año  de}  1787  en  Bolonia, 
una  obra  titulada  Compendio  de  la  historia  jeo- 

GRÁFICA,  NATURAL  I  CIVIL  DEL  REINO  DE    ChILE,  que, 

traducido  al  castellano  por  don  Domingo  José  de  Ar- 
quellada  Mendoza,  se  imprimió  en  Madrid  el  año  de 
1788. 

El  autor  de  este  libro  dice  (pajina  4,  edición  de  Ma- 
drid) acerca  de  la  cuestión  que  voi  ventilando  lo  que 
se  leerá  a  continuación. 

«Muchos  años  antes  que  los  españoles  conquistasen 
a  Chile  tenía  este  reino  el  nombre  con  que  se  le  cono- 
ce en  el  día;   pero   cuyas  etimolojías,  según  quieren 
que  sean  los  varios  autores  que  han  escrito  de  las  co- 
sas de  América,  o  son  absolutamente  falsas,  o  se  fun- 
dan en  frivolas  conjeturas.  Con  mucha  mas  verosimi- 
htud  pretenden  los  chileños  que  se  derive  su  nombre 
de  la  voz  chili  que  repiten  con  mucha  frecuencia  cier- 
tos paj  arillos  del  j  enero  de  los   tordos,  de  que  abunda 
el    país;  porque    pudo  suceder,    en  efecto,  que    las 
primeras  hordas  o  aduares  de  indios  que  pasaron  a 
establecerse   en  aquellas  tierras    tomasen    por    feliz 
agüero  el  oír  esta  voz  en  la  boca  de  un  paj  arillo,  i  por 
lo    mismo    la  escojiesen  para  denominar  el  país  que 
poblaban». 

La  etimolojía  atribuida  a  la  palabra  Chile  por  Oli- 
vares, Pebres  i  Molina,  es  tan  infundada,  i  por  lo  tanto 
tan  inadmisible  como  las  dos  entre  las  cuales  vacilaba 
Rosales. 

Nmguno  de  los  documentos  primitivos,  i  ninguno 
de  los  cronistas  del  siglo  XVI  que  yo  conozca,  hace 
la  mas  remota  o  indirecta  alusión  a  las  consejas  en 
que  Molma  se  apoya,  ni  a  nada  parecido. 


-   73  — 

Además,  los  que  las  propalaron  en  los  siglos  XVII 
i  XVIII  no  acertaban  a  decir  si  los  que,  por  el  nom- 
bre indijcna  i  el  canto  de  los  triles,  habían  llamado 
Chile  a  este  país,  habían  sido  los  subditos  del  mea  o 
los  conquistadores  españoles. 

Los  triles  son,  por  otra  parte,  pajarillos  msignih- 
cantes  que  existen  en  varias  re j  iones  de   la  América 

Meridional. 

Así  no  podría  espHcarse  el  que  hubieran  dado  nom- 
bre a  nuestro  país. 

Queda  aun  por  traer  a  la  memoria  una  cuarta  opi- 
nión relativa  ala  etimolojía  sobre  que  voi  tratando. 
■^  Don  Pedro  de  Córdoba  i  Figueroa,  que,  allá  por  el 
año  de  1751  estaba  aun  escribiendo  su  Historia  de 
Chile,  dice  lo  que  copio  a  continuación.  (Colección 
DE  HISTORIADORES  DE  Chile,  tomo  2.0,  pajina  15): 

«Hablase  con  variedad  del  orí  jen  del  nombre  de 
Chile  Dicen  unos  que,  en  el  idioma  peruano,  alude 
a  rejión  fría; ;  i  no  falta  quien  discu- 
rra que  derivó  de  un  pequeño  pájaro,  thili,  bien  cono- 
cido en  el  reino». 

Don  Vicente  Carvallo  i  Goyeneche,  el  último  de  los 
cronistas  chilenos  de  la  época  colonial,  asevera,  en  su 
Descripción  Histórico- Jeográfica  del  reino  de 
Chile  concluida  el  año  de  1796,  según  se  advierte 
en  la  portada  del  manuscrito  (Colección  de  histo- 
riadores DE  Chile,  tomo  10,  pajina  6),  que  las  dos 
principales  opiniones  acerca  del  oríjen  de  la  palabra 
Chile  eran,  en  su  tiempo,  las  que  acaban  de  leerse  en 
el  trozo  precedente  de  Córdoba  i  Figueroa;  1  junto 
con  decirlo,  agrega  que  son  «ridiculas». 

Es  preciso  confesar  que  Carvallo  i  Goyeneche  tema 
mucha  razón  para  calificarlas  de  tahís. 

Ya  he  espuesto  los  motivos  que  hai  para  rechazar  la 


—  74  — 


que  pretende  que  el  nombre  de  Chile  viene  de  thili, 
denominación  indíjena  del  paj  arillo,  ahora  vulgar- 
mente denominado  trile. 

En  cuanto  a  la  que  sostiene  que  ese  nombre  se  de- 
riva de  la  palabra  que,  en  quichua,  significa  frío,  bas- 
ta para  refutarla,  hacer  presente  que  esa  palabra  es 
c/im,  la  cual  tiene,  por  el  sonido,  una  semejanza  solo 
lejana  con  Chili,  i  sobre  todo  con  Chilli,  que  induda- 
blemente es  la  forma  del  vocablo  primitivo. 

Nótese  también  que  ninguno  de  los  documentos  de 
la  conquista  o  del  siglo  XVI  hace  la  menor  referencia 
a  un  orijen  que  se  ha  figurado  muchos  años  después 
sin  mas  antecedente  que  una  suposición  antojadiza  i 
arbitraria. 

Lo  cierto  es  que,  como  lo  he  dicho  ya,  i  torno  a  re- 
petirlo, la  palabra  primitiva,  sin  caber  en  ello  duda, 
es  Chilli,  i  que  esta  palabra  se  encuentra  en  el  voca- 
bulario del  aimará  con  un  significado  que  cuadra  per- 
fectamente a  las  condiciones  del  país  a  una  de  cuyas 
comarcas  se  aplicó. 

La  admisión  de  una  palabra  del  aimará  en  el  qui- 
chua no  tiene  nada  de  escepcional  o  de  estraordi- 
nario. 

Son  numerosas  las  que  aparecen  iguahnente  en  los 
vocabularios  de  la  una  i  de  la  otra  lengua. 

Por  vía  de  ejemplos,  voi  a  mencionar  algunas  de 
las  que  se  encuentran  en  la  letra  ch  del  vocabulario 
quichua  de  González  Holguín,  i  en  el  vocabulario  ai- 
mará  de  Bertonio. 

Vocabulario  Quichua-Hispano. 

Chazqui,  «correo  de  a  pié». 

Chhalla,  «hoja  de  maíz  seca». 

Chhampa,  «césped  de  tierra  con  raíces». 

Chhilca,  «una  mata  que  tiene  hojas  amargas  i  pega- 
josas». 


—  75 


Vocabulario  Aimará-Hispano. 

Chhasqui,  «casita   donde    aguardaban  las  postas  a 
cada  cuarto  de  legua». 

Chhalla,  «la  caña  del  maíz  después  de  desgranado, 
i  suelen  darla  a  las  bestias». 

Cchampa,  «terrón,  césped  con  su  yerba». 

Cchhika^  «una  mata  espinosa». 

Los  sostenedores  de  ks  cuatro  etimolojías  que  se  han 
atribuido  a  Chile  han  tomado  por  antecedente  ser  el 
primitivo  de  esta  palabra  chiU,  i  no  chlUi,  como  lo  es 

en  realidad. 

Ya  he  espuesto  diversas  razones,  en  mi  concepto 
irreplicables,  para  manifestar  que  la  forma  orijinal  de 

ella  fué  Chilli. 

Se  ha  visto  que  los  araucanos  la  conservaron  en  los 
vocablos  chiUiche,  chillidugu,  chilli mapu,  cUlligüe  (Chi- 
loé),  chillihueque,  inventados  después  de  la  conquista. 

Parece  que  los  peruanos  hicieron  otro  tanto,  pues, 
según  González  Holguín,  crearon  la  palabra  chülinma 
para  designar  en  quichua  a  los  habitantes  del  remo  que 
los  españoles  denominaron   Chüe,  nombre  que  para 

ellos  era  C/n///.  .^     u     a 

Así  la  significación  orijinaria  de  este  vocablo  ha  de 

buscarse,  estudiando  no  la  de  CMU,  sino  la  de  Chtlh.^ 

Esta  observación  basta  para  refutar  las  cuatro  arbi- 
trarias etimolojías  antes  enumeradas. 

Es  probable  que  los  peruanos  mismos  convirtiesen  la 
palabra  chüU  en  la  de  chÁli,  pues  que  esta  última  se 
apücaba  en  su  idioma  nacional  a  diferentes  otros  ob- 

ietos.  ,     , 

En  cuanto  a  los  españoles  del  siglo  XVI,  decían  in- 
diferentemente ChiU  o  Chile,  pero  mas  amenudo  de  este 
segundo  modo  que  del  primero. 

Los  que  decían  Chille  fueron  los  menos  numerosos . 


-  76  - 

Agustín  de  Zarate,  en  su  Historia  del  Perú,  libro 
3,  dice  Chili. 

Don  Francisco  López  de  Gomara,   en  su  Historia 
DE  LAS  Indias,  dice  unas  veces  Chili,  i  otras  Chile. 

Herrera,  en  su  Historia  Jeneral  de  las  Indias, 
dice  mui  pocas  veces  Chili,  i  muchas  Chile. 

Igual  cosa  sucede  con  las  cartas  de  Pedro  de  Valdi- 
via i  con  las  actas  del  cabildo  de  Santiago. 

El  capitán  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  i  Valdés, 
en  la  Historia  Jeneral  i  Natural  de  las  Indias,  i 
Pedro  Cieza  de  León,  en  La  Crónica  del  Perú,  dicen 
siempre  Chile. 

Pero  el  que,  entre  todos,  hubo  de  contribuir  a  que 
este  nombre  de  Chile  prevaleciera  sobre  el  de  Chili, 
debió  ser  el  ilustre  autor  de  La  Araucana: 

Chile,  fértil  provincia,  i  señalada 
en  la  rejión  antartica  famosa, 
de  remotas  naciones  respetada 
por  fuerte,  principal  i  poderosa; 
la  jente  que  produce  es  tan  granada, 
tan  soberbia,  gallarda  i  belicosa, 
que  no  ha  sido  por  reí  jamás  rejida, 
ni  a  estranjero  dominio  sometida. 

Aprovecho  la  ocasión  para  hacer  notar  la  particula- 
ridad de  haber  dado  Ercilla  j enero  ambiguo  a  Chile. 

Lo  hace  mascuHno  en  la  siguiente  octava  (La  Arau- 
cana, tomo  i.o,  pajina  ii,  edición  de  la  Real  Aca- 
demia): 

Es  Chile  norte  sur  de  gran  longura, 
costa  del  nuevo  mar  del  Sur  llamado; 
tendrá  del  este  a  oeste  de  angostura 
cien  millas  por  lo  mas  ancho  tomado; 
bajo  del  polo  antartico  en  altura 
de  veintisiete  grados,  prolongado 
hasta  do  el  mar  océano  i  chileno 
mezclan  sus  aguas  por  angosto  seno. 


77  — 


Lo  hace  femenino  en  la  siguiente  octava  (pajina  12): 

Pues  en  este  distrito  demarcado, 
por  donde  su  grandeza  es  manifiesta, 
está  a  treinta  i  seis  grados  el  estado 
que  tanta  jente  estraña  i  propia  cuesta. 
Este  es  el  fiero  pueblo  no  domado 
que  tuvo  a  Chile  en  tal  estrecho  puesta, 
i  aquel  que,  por  valor  i  pura  guerra, 
hace  en  torno  temblar  toda  la  tierra. 

Eljesuita  Rosales,  en  la  Historia  Jeneral  de 
Chile,  tomo  i.o,  pajina  186,  columna  i.^,  asegura  que 
el  emperador  Carlos  V  en  la  cédula  del  escudo  de 
armas  que  otorgó  a  la  ciudad  de  Concepción  denomina 
Chiles  a  nuestro  país. 

Terminado  lo  que  yo  quería  esponer  acerca  de  la 
etimolojía  de  Chile,  me  resta  ahora  determinar  cuál 
fué  la  comarca  a  que  en  un  principio  se  dio  este  nom- 
bre. 

Es  esta  una  cuestión  mucho  mas  fácil  que  la  pre- 
cedente. 

No  conozco  mas  que  un   autor  que  haya  preten- 
dido haberse  aplicado  el  nombre  de  Chile,  antes  de 
que  los  españoles  entrasen  en  el  país,  a  todo  el  terri 
torio  que  se  estiende   entre  los  Andes  i   el   Pacífico 
desde  el  desierto   de  Atacama  hasta  el  estrecho   de 
Magallanes,  o  mejor  dicho  hasta  el  cabo  de  Hornos. 
Ese  escritor  es  el  abate  donjuán  Ignacio  Molina. 
«Muchos  años  antes   que   los  españoles  conquista- 
sen a  Chile,  tenía  este  reino  el  nombre  con  que  se  le 
conoce  en  el  día»,  escribe  en  el  libro  i."  de  su  Com- 
pendio de  la  historia  jeográfica  i   natural  de 

Chile. 

Trata  de  justificar  esta  aserción  en  la  siguiente  no- 
ta puesta  al  pié  de  la  pajina. 


-  78  - 

«Las  colonias  que  pasaron  de  la  parte  austral  del  ^ 
remo  de  Chile  a  poblar  el  archipiélago  de  Chiloé  (cu- 
ya inmigración  antecedió  algunos  siglos  a  la  época 
del  arribo  de  los    españoles)  llamaron  Chü-hue  a  to- 
das las  islas,    esto  es,  distrito  o  provincia  de  Chile    a 
lo  que  les  movió  seguramente  el  deseo  de  conservar 
la  memoria  de  su  madre  común.  Todos  los  chilenos 
tanto  los  libres,  como  los  conquistadores,  llaman  a  su    1 
patria  chih-mapu,  esto  es,  tierra  de  Chile;  i  a  su  lengua 
chih-dugu,  esto  es,  lengua  de   Chile;  a  mas  que  es  in- 
verosímil que  una  nación  que  da  todavía  a  las  ciuda- 
des españolas  el  nombre  de  los  lugares  donde  fueron 
ediñcadas.  se  conviniese  a  adoptar  universalmente  un 
nombre  jeneral  que  no  procedía  de  sus  antepasados 
para  dominar    su    propio    país.  í    así    tenemos    por 
infundada  la    opinión  de  los  que  pretenden  que  lo'. 
españoles  estendieron  i  comunicaron  a  todo  aquel  rei- 
no el  nombre  del  primer  distrito  i  del  primer  rio  que 
descubrieron  en  él.  Lo  cierto  es  que  todos  los  natu- 
rales del  país  pronuncian  constantemente  el  nombre 
de  Chih,  que  los  españoles  pronuncian  del  propio  mo- 
do que  ellos,  mudando  la  última  i  en  e». 

Apelando  a  argumentos  como  el  primero  de  los  dos 
que  Molma  aduce  en  apoyo  de  su  tesis,  podría  demos- 
trarse fácilmente  que  los  indíjenas  de  este  país  cono- 
cieron antes  de  la  llegada  de  los  conquistadores  los 
gallos,  las  gallinas,  los   burros,  las  vacas,  los  gatos   el 
mgo,  puesto  que,  según  el  Vocabulario  Hispano-Chi 
LEÑO  de  Pebres,  existen  en  el  araucano  las  palabras 
alcaachau  (gallo),  achalmall  (gaüina),  vurricu  (burro) 
huaca  (vaca),    machi  ñaigue  (gato),    cachilla  (trigo)- 
podi-ía  sostenerse  del  mismo  modo  que  los  indíjenas 
llevaban  sombreros,  i  habitaban  en  ciudades,    puesto 
que,  en  el  mismo  Vocabulario,  aparece  la  palabra 


—  79  — 
Inmpiru  (sombrero),  i  la  palabra  cara  (ciudad),  podría 
pretenderse    que    administraban    el    bautismo  de  los 
católicos,  puesto  que  viene  la  palabra  uichun  piñeh 
(ahijado  del  bautismo). 

Pero  debe  advertirse  que  las  voces  invocadas  por 
Molina,  i  las  que  acabo  de  enumerar,  i  otras  del  arau- 
cano moderno,  han  sido  introducidas  en  este  idioma 
después  de  la  conquista,  i  por  lo  tanto,  no  prueban 
que  existieran  antes   de  la  conquista  los  objetos  que 

designan. 

El  segundo  de  los  argumentos   de  Molina  nóvale 

mas  que  el  primero. 

Si,  como  este  historiador  lo  afirma,  los  araucanos  de- 
nominaban las  ciudades  españolas,  no  con  los  nombres 
que  los  europeos  les  habían  dado,  sino  con  los  nombras 
primitivos  de  los  lugares  en  que  ellas  habían  sido  fun- 
dadas, una  práctica  semejante,  por  mui  jeneral  que  se 
la  suponga,  no  basta  para  contradecir  el  hecho  asegu- 
rado mui  clara  i  categóricamente  por  todos  los  docu- 
mentos antiguos  de  haberse  en  el  principio  aplicado  el 
nombre  Chile  en  sus  diversas  formas  solo  a  los  valles 
regados  por  el  río  Aconcagua. 

Garcilaso  de  la  Vega,  en  los  Comentarios  Reales, 
libro  7,  capítulo  19,  dice  espresamente  que  se  calcula- 
ban ochenta  leguas  desde  Atacama  hasta  Copoyapu; 
otras  ochenta  desde  Copoyapu  hasta  Coqmmpu;  cin- 
cuenta i  cinco  desde  Coquimpu  hasta  Chili;  i  casi  cm- 
cuenta  desde  Chili  hasta  el  Mauli. 

Aparece  entonces  que,  según  el  inca  Garcilaso,  el 
nombre  de  Chili  se  daba  orijinariamente,  no  a  todo  el 
país,  como  quiere  Mohna,  sino  solo  al  vaUe  que  antes 

he  dicho. 

Diego  de  Almagro,  en  la  relación  al  emperador  Car- 
los V,  con  la  cual  Fernández  de  Oviedo  ha  compuesto 


—  8o  — 

los  diez  primeros  capítulos  del  libro  47  de  la  Historia 
Jeneral  i  Natural  de  las  Indias,  dice,  no  una,  sino 
varias  veces,  como  Garcilaso  de  la  Vega,  que  el  nombre 
de  Chile  se  aplicaba  única  i  esclusivamente  al  valle 
que  se  sabe. 

Yo  podría  copiar  aquí  diversos  pasajes  para  com- 
probarlo; pero  quiero  limitarme  a  uno  mui  espresivo, 
que  tomo  del  capítulo  4.° 

«Desde  aquel  pueblo  de  Coquembo,  envió  el  adelantado 
(Almagro)  mensajeros  indios  a  un  español  que  estaba 
en  la  dicha  provincia  {la  de  Chile)  un  año  había,  el  cual 
se  había  ido  desesperado  desde  la  ciudad  de  Jauja  a 
los  indios  de  guerra  por  cierto  castigo  que  en  él  ejerci- 
tó la  real  j  usticia  e  anduvo  solo  mas  de  seiscientas  leguas 
hasta  llegar  a  la  provincia  de  Chile,  i  entre  los  indios 
della  vivía;  sin  rescebir  daño  alguno,  el  tiempo  que 
está  dicho,  que  pareció  cosa  de  misterio,  e  encaminada 
por  Dios  su  fuga  para  ei  aviso  e  seguridad  de  los  indios 
de  aquella  tierra.  El  cual,  como  supo  la  venida  del 
adelantado,  previno  e  consejó  a  los  señores  de  Chile 
que  recibiesen  al  adelantado  e  los  cripstianos  de  paz, 
e  que  se  estuviesen  en  sus  casas  e  asientos,  e  no  hicie- 
sen mudanza;  e  como  este  hombre  tenía  crédito  ya  con 
los  indios,  enviaron  sus  mensajeros  o  embajadores  a 
Copayapo  al  adelantado,  ofreciéndole  su  amistad.» 

Se  ve  que  Almagro  distingue  claramente  de  la  pro- 
vincia de  Chile  las  de  Copayapo  i  de  Coquembo,  ni  mas 
ni  menos  que  como  lo  ejecutó  Garcilaso. 

Pedro  de  Valdivia,  en  la  larga  carta  o  relación  que 
escribió  al  emperador  desde  Concepción  en  15  de  octu- 
bre de  1550,  se  espresa  como  sigue: 

«Tomado  mi  despacho  del  marqués  (Francisco  Piza- 
rro),  partí  del  Cuzco  por  el  mes  de  enero  de  540;  caminé 
hasta  el  valle  de  Copiapó,  que  es  el  principio  desta  tie- 


rra,  pasado  el  gran  despoblado  de  Atacama,  i  cien  le- 
guas mas  adelante  hasta  el  valle  que  se  dice  de  Chili, 
donde  llegó  Almagro,  i  dio  la  vuelta  por  la  cual  quedó 
tan  mal  infamada  esta  tierra;  i  a  esta  causa,  e  por  que 
se  olvidase  este  apellido,  nombré  a  la  que  él  había  des- 
cubierto, e  a  laque  yo  podía  descubrir  hasta  el  estre- 
cho de  Magallanes,  la  Nueva  Estremadura». 

En  una  carta  que  el  mismo  Valdivia  había  diriji- 
do  al  emperador  anteriormente  desde  la  Serena  el  4 
de  setiembre  de  1545,  se  encuentra  este  pasaje: 

«En  este  tiempo,  entre  l:s  fieros  que  nos  hacían  al- 
gunos indios  que  no  querían  venirnos  a  servir,  nos 
decían  que  nos  habían  de  matar  a  todos,  como  el  hijo 
de  Almagro,  que  ellos  llamaban  Armero,  había  muerto 
en  Pachacama  a  Lapon.echo,  que  así  nombraban  al 
gobernador  Pizarro;  i  que,  por  esto,  todos  los  cristia- 
nos del  Perú  se  habían  ido.  I  tomados  algunos  destos 
indios,  i  atormentados,  dijeron  que  su  cacique,  que  era 
el  principal  señor  del  valle  de  Canconcagua,  que  los  del 
adelantado  llamaron  Chile,  tenía  nueva  del  lo  de  los  ca- 
ciques de  Copoyapo,  i  ellos  de  los  de  Atacama». 

En  otra  carta  que  Pedro  de  Valdivia  escribió  con  la 
misma  fecha  i  desde  el  mismo  lugar  a  Hernando  Piza- 
rro, se  lee  el  siguiente  pasaje: 

«Llegué  con  la  ayuda  de  Dios  a  este  valle  del  Mapo- 
cho,  que  es  doce  leguas  mas  adelante  de  Canconcagua, 
que  el  adelantado  llamó  el  valle  de  Chile». 

Estos  dos  pasajes  confirman  el  de  la  carta  de  1550, 
en  el  cual  se  asevera  que  Chile  era  el  nombre  de  un . 
distrito  diferente    de  los  de  Atacama,  Copiapó,  Co- 
quimbo, que  se  estendían  hacia  el  norte,  i  de  otros  que 
estendían  hacia  el  sur. 

Sin  embargo,  contiene  una  aserción  que  necesita  ser 
rectificada. 


AMUNATEGUI. — T.  II 


—    82 


Valdivia  afirma  en  las  citadas  cartas  de  1545  haber 
sido  Diego  de  Almagro,  o  sus  compañeros,  los  que  die- 
ron al  valle  de  Aconcagua  el  nombre  de  Chile. 

Esta  es  una  aseveración  que  se  halla  contradicha, 
no  solo  por  Garcilaso  de  la  Vega  en  los  Comentarios 
Reales,  i  por  otros  escritores  antiguos,  sino  también 
por  el  mismo  Almagro  en  la  relación  de  que  Fernández 
de  Oviedo  formó  los  diez  primeros  capítulos  del  libro 
47  de  la  Historia  Jeneral  i  Natural  de  las  In- 
dias, i  mui  especialmente  en  el  capítulo  21,  libro  46, 
pajina  243,  columna  i .%  donde  aparece  que  el  nombre 
de  Chile  existía  antes  de  que  el  adelantado  emprendie- 
ra su  espedición. 

El  becerro  de  Santiago  presenta  nuevos  e  incontes- 
tables testimonios  para  manifestar  que  al  principio 
Chile  designaba  únicamente  el  valle  de  Aconcagua. 

En  el  acta  del  cabildo  de  Santiago,  fecha  n  de  agos- 
to de  1541,  vienen  insertas  cuatro  provisiones  por  las 
cuales  el  gobernador  electo  Pedro  de  Valdivia  nombra 
tesorero  a  Jerónimo  de  Alderete;  contador  a  Francisco 
de^Arteaga;  veedor  a  Juan  Fernández  Alderete;  i  factor 
a  Francisco  de  Aguirre. 

Esas  cuatro  provisiones  llevan  este  encabezamiento- 
«Pedro  de  Valdivia,  electo  gobernador  i  capitán  je- 
neral en  nombre  de  su  majestad  por  el  cabildo,  justi- 
cia e  rejimiento,  i  por  todo  el  pueblo  de  esta  ciudad 
de  Santiago  del  Nuevo  Estremo  de  estos  reinos  de  la 
Nueva  Estremadura,  que  comienzan  del  valle  de  la 
Posesión,  que,  en  lengua  de  indios  se  llama  Copiapó, 
con  el  valle  de  Coquimbo,  Chile  i  Mapocho,  i  provin- 
cia de  poromoacaes.  Rauco  i  Quiriquino,  con  las  islas 
de  guiriqmno  que  señorea  el  cacique  Leochengo,  con 
todas  las  demás  provincias  sus  comarcas,  hasta  en 
tanto  que  su  majestad  provea  lo  que  fuere  su  servi- 
cio, etc.» 


-   83  - 

Resulta,  pues,  que,  en  1541,  el  nombre  de  Chüees- 
taba  mui  lejos  de  aplicarse  a  todo  el  país,  como  Molma 
pretende  que  sucedía. 

El  primer  documento  oficial  en  que  se  llama  a  nues- 
tro país  provincia  de  Chile  es,  si  la  memoria  no  me 
engaña,  una  real  cédula  espedida  en  Valladolid  a  26  de 
octubre  de  1544  por  el  príncipe  que  mas  tarde  fue  l^e- 
lipe  II,  el  cual  rejía  a  la  sazón  en  nombre  de  su  padre 
el  emperador  de  las  Españas  i  las  Indias. 

Esa  real  cédula  autorizaba  al  virrei  Blasco  Nunez 
Vela  para  nombrar  tesorero  o  contador  en  Chile  a  Je- 
rónimo de  Alderete.  ,      . -,  i 

Tocó  el  cumplimiento  de  la  mencionada  real  cédula 
al  presidente  del  Perú  don  Pedro  de  la  Gasea,  qmen, 
en  virtud  de  ella,  nombró  en  25  de  abril  de  I54«  a  Je- 
rónimo Alderete  tesorero  de  la  gobernación  i  provincias 

de  Chile.  ^ 

En  otra  parte  de  la  misma  provisión,  La  Chasca  aice 

provincia  de  Chile. 

Algunos  meses  antes,  el  obispo  del  Cuzco  don  Juan 
Solano  había  conferido  en  4  de  mayo  de  1546  al  ba- 
chiller Rodrigo  González  el  título  de  «cura  vicario  fo- 
ráneo en  la  santa  iglesia  de  la  ciudad  de  Chile  1  en  toda 
su  gobernación». 

El  obispo  del  Cuzco  repite  hasta  tres  veces  en  el 
resto  de  este  documento   las   palabras:  gobernación  de 

Chile 

El  emperador  Carlos  V  espidió  en  Madrid  el  31  de 
de  mayo  de  1552  una  real  cédula  que  empieza  asi: 

«Por  cuanto  el  ücenciado  Pedro  de  la  Gasea,  nues- 
tro presidente  que  fué  de  la  audiencia  real  délas  pro- 
vincias del  Perú,  i  obispo  que  al  presente  es  de  Falen- 
cia estando  en  las  dichas  provincias  del  Perú,  por 
virtud  del  poder  especial  que  de  nos  tenía  para  proveer 


-  84  - 

nuevos  gobernadores  i  conquistas,  proveyó  a  vos  Pedro 
de  Valdivia  de  ia  gobernación  i  capitanía  jeneral  del 
Nuevo  Estremo,  i  provincias  de  Chile,  etc.» 

La  locución  provincia  o  provincias  de  Chile  se  en- 
cuentra dos  veces  mas  en  el  mismo  documento. 

Me  parece  escusado  añadir  otras  citas  de  esta  espe- 
cie, las  cuales  sería  mui  fácil  multiplicar. 

Don  x\lonso  de  Ercilla  esplicó  perfectamente,  el 
año  de  1569,  al  frente  de  la  primera  parte  de  La 
Araucana,  como  el  nombre  de  Chile,  que,  a  la  llega- 
da de  los  españoles,  designaba  solo  una  comarca  de 
este  país,  se  estendió  a  todo  él. 

«Chile  (dice)  es  una  provincia  grande,  que  contiene 
en  sí  otras  muchas  provincias;  nómbrase  Chile  por  un 
valle  principal  llamado  así;  fué  sujeto  al  inca  rei  del 
Perú,  de  donde  le  traían  cada  año  suma  de  oro,  por 
lo  cual  los  españoles  tuvieron  noticia  de  este  valle;  i 
cuando  entraron  en  la  tierra,  como  iban  en  demanda 
del  valle  de  Chile,  llamaron  Chile  a  toda  la  provincia 
hasta  el  estrecho  de  Magallanes  >. 

El  mariscal  Martín  Ruiz  de  Gamboa  estendió  en 
Chillan  el  tP  de  marzo  de  1580  un  poder  para  que 
Santiago  de  Azocar  i  Juan  Hurtado  pidiesen  en  su 
nombre  a  los  cabildos  de  Santiago,  de  la  Serena,  de 
Mendoza  i  de  San  Juan  de  la  Frontera  el  que,  por  fa- 
llecimiento de  don  Rodrigo  de  Quiroga  «gobernador 
que  fué  de  este  reino  de  Chile  le  reconociesen  como  su 
sucesor  interino. 

Don  Pedro  de  Vizcara,  en  una  provisión  espedida 
en  la  ciudad  de  Concepción  a  8  de  febrero  de  1599,  se 
titula  «lugarteniente  de  gobernador  i  capitán  jeneral 
de  este  reino». 

Felipe  III  firmó  en  Valencia  el  9  de  enero  de  1604 
una  cédula  que  empieza  así: 


-  85  - 

«Por  cuanto,  habiéndose  entendido  el  trabajoso  es- 
tado en  que  está  el  reino  de  Chile  con  la  apretada 
guerra  que  los  indios  han  hecho  después  de  la  muerte 
del  gobernador  Martín  García  de  Loyola;  i  deseando 
que  aquella  guerra  se  acabe  de  una  vez,  i  el  reino  se 
ponga  de  paz,  he  proveído  lo  que  para  ello  ha  pareci- 
do convenir,  i  que  vos  don  Alonso  de  Sotomayor,  mi 
gobernadora  capitán  jeneral  de  la  provincia  de  Tie- 
rra Firme;  i  presidente  de  mi  real  audiencia  della,  me 
volváis  a  servir  en   el    gobierno  del    dicho  reino  de 

Chile,  etc.» 

El  padre  Rosales,  en  su  Historia  Jeneral  del 
REINO  DE  Chile,  libro  4-^  capítulo  9,  tomo  2,  pájma 
41,  columna  2,  esplica  como  va  a  leerse  el  que  se  die- 
ra a  nuestro  país  la  denominación  de  reino. 

«En  aquellas  cortes  i  asistencias  que  el  emperador 
hiío  en  Flandes,  trató  de  casar  a  su  hijo  Felipe  II, 
príncipe  de  las  Españas,  con  la  serenísima  doña  Ma- 
ría única  i  singular  heredera  de  los  reinos  de  Inglate- 
rra- i  como  los  grandes  de  aquel  reino,  reconociendo 
qu¿  doña  María  era  Ujítima  reina,  respondiesen  que 
había  de  ser  rei  también  quien  se  casase  con  ella,  se 
trató  de  que  el  príncipe  se  coronase  por  rei  de  Chile;  1 
como  ya  estas  provincias,  que  antes   no   tenían  otro 
título  estuviesen  por  del  emperador  i  perteneciesen  a 
la  corona   de  CastiUa,    dijo:— Pues  hagamos  reino  a 
Chile,  i  desde  entonces  quedó  con  ese  nombre,  aunque 
otros'dicen  que  le  hicieron  rei  de  Sicilia,  i  que,  por  eso, 
se  efectuaron  los  casamientos  entre  doña  María  1  el 

príncipe». 

Puede  ser  quizá  exacto  lo  que  Rosales  refiere  acer- 
ca de  la  espresión  reino  de  Chile;  pero  sin  embargo, 
ha  podido  observarse  que,  en  el  encabezamiento  antes 
reproducido  de  las  cuatro   provisiones   insertas  en  el 


—  86  — 

acta  de  ii  de  agosto  de  1541,  el  gobernador  Valdi- 
via daba  ya  a  nuestro  país  el  pomposo  título  de  reinos 
de  la  Nueva  Estremadura. 

Me  parece  oportuno  dar  remate  a  este  artículo  con 
la  inserción  del  siguiente  decreto  relativo  a  la  palabra 
Chile. 

«Santiago,  junio  30  de  1824. 

«Conociendo  el  gobierno  la  importancia  de  naciona- 
lizar cuanto  mas  se  pueda  los  sentimientos  de  los  chi- 
lenos; i  advirtiendo  que  la  voz  patria^  de  que  hasta 
aquí  se  ha  usado  en  todos  los  actos  civiles  i  militares, 
es  demasiadamente  vaga  i  abstracta,  no  individuali- 
za la  nación,  ni  puede  producir  un  efecto  tan  popu- 
lar como  el  nombre  del  país  a  que  pertenecemos;  de- 
seando además  conformarnos  en  esto  con  el  uso  de 
todas  las  naciones, 

«He  acordado,  i  decreto  lo  siguiente: 

«I. o  En  todos  los  actos  civiles  en  que  hasta  aquí  se 
ha  usado  de  la  voz  patria,  se  usará  en  adelante  de  la  de 
Chile. 

«2.0  En  todos  los  actos  mih tares,  i  al  quien  vive  de 
los  centinelas,  se  contestará  i  usará  de  la  voz  Chile. 

«3.0  El  ministro  de  gobierno  es  encargado  de  la  eje- 
cución de  este  decreto,  que  se  circulará  a  quien  corres- 
ponda, e  insertará  en  el  Boletín. 

«Freiré. — Francisco  Antonio  Pinto» 

Chilenismo 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española, 
edición  de  1884,  trae  por^primera  vez  la  palabra  ame- 
ricanismo, en  la  acepción  de  «vocablo  o  jiro  propio  i 
privativo  de  los  americanos  que  hablan  la  lengua  espa- 
ñola». 


-  87  - 

La  docta  corporación  no  ha  dado  aun  cabida  en  las 
columnas  de  su  Diccionario,  a  las  palabras  de  igual 
formación  i  de  significado  análogo,  chilenismo  i  perua- 
nismo, que  se  usan  ya  bastante  en  Chile  i  en  el  Perú  i 
que  aparecen  en  los  títulos  de  las  dos  notables  obras: 
Diccionario  de  chilenismos  por  don  Zorobabel  Ro- 
dríguez, i  Diccionario  de  perua^nismos  de  Juan  de 
Arona,  por  don  Pedro  Paz  Soldán  i  Unanue. 

También  he  oído  emplear  en  el  mismo  sentido,  pero 
no  tanto  como  las  dos  anteriores,  la  palabra  holivia- 

nismo. 

El  justamente  afamado  escritor  peninsular  don  An- 
tonio Alcalá  Galiano  leyó  el  29  de  setiembre  de  1861 
ante  la  Real  Academia  Española  un  discurso  sobre 
Que  el  estudio  profundo  i  detenido  de  las  lenguas  estran- 
jeras,  lejos  de  contribuir  al  deterioro  de  la  propia,  sirve 
para  conocerla  i  manejarla  con  mas  acierto  (Memorias 
de  la  Academia  Española,  tomo  i .0,  pajinas  144  i  si- 
guientes). 

Léase  el  párrafo  que  se  copia  a  continuación  (paji- 
na 159): 

«El  conocimiento  del  idioma  portugués  sirve  en  gran 
manera  para  el  de  nuestro  castellano,  pues  conserva 
un  caudal  de  voces  i  frases  hoi  de  nosotros  olvidadas, 
i  que  eran  parte  del  antiguo  tesoro  de  nuestra  lengua; 
de  suerte  que,  cometiendo  portuguesismos  (si  es  permi- 
tida tal  espresión),  mas  restauraríamos  en  cierto  grado 
la  pureza  que  viciaríamos  la  contestura  del  habla  cas- 
tellana castiza  del  siglo  XVI.  dando  aun  a  ésta  un  sabor 

anticuado». 

No  considero  fundado  el  escrúpulo  de  decir  portu- 
guesismo, chilenismo,  peruanismo,  bolivianismo ,  para 
denotar  un  vocablo  o  jiro  propio  de  una  cierta  comar- 
ca, desde  que  son  frecuentes  otras  palabras  parecidas 
que  se  emplean  con  el  mismo  objeto. 


-    88  — 

Lo  mas  curioso  es  que  Alcalá  Galiano,  manifestán- 
dose tímido  para  usar  portuguesismo,  no  tuvo  dificultad 
para  emplear  en  el  mismo  discurso  novelismo  i  france- 
sismo. 

Las  que  van  a  leerse  son  frases  suyas: 

« \unque  hai  novelistas  i  periodistas  que  escriben 
bien,  i  como  quien  mejor,  todavía  la  corriente  ordina- 
ria del  novelismo  i  periodismo  es  turbia,  cenagosa,  i 
nada  sana,  siendo  casi  imposible  al  beber,  separar  el 
agua  pura  de  la  corrompida»,  (pajina  149). 

«Reinando  los  dos  primeros  Jorjes,  el  francesismo  se 
dejó  sentir  mucho  en  el  estilo,  i  aun  en  la  dicción  de 
los  libros  ingleses»,  (pajina  163) 

«Mientras  tanto,  francesismo,  puesto  que  existe  gali- 
cismo, no  se  necesita  como  portuguesismo,  chilenismo, 
peruanismo,  holivianismo ,  que  no  tienen  equivalentes. 

Don  Leopoldo  Augusto  de  Cueto,  en  un  erudito  dis- 
curso que  lleva  por  título  Fraternidad  de  los  idio- 
mas I  de  las  letras  de  Portugal  i  de  Castilla,  i  que 
leyó  ante  la  Real  Academia  Española  el  15  de  febre- 
ro de  1872,  hallándose  presente  don  Pedro  II,  empe- 
rador del  Brasil  (Memorias  de  la  Academia,  tomo  4.°, 
pajinas  44  i  siguientes),  usa  el  vocablo  francesismo 
pero  escribiéndolo  con  letra  bastardilla. 

«No  ju/go  necesario  (dice),  citar  mas  versos  de  esta 
singular  composición  para  hacer  patente  que  la  lengua 
portuguesa  corriente  i  natural,  sin  afectación  i  sin  gali- 
cismos, es  casi  igual  al  habla  castellana,  limpia  i  pura 
también  de  los  francesismos  que  hoi  la  desnaturalizan 
i  la  afean»,  (pájma  116). 

Sin  embargo  es  menester  convenir  que  los  maestros 
del  idioma  que  han  lanzado  a  la  circulación,  aunque 
con  cierta  timidez,  i  solicitando  indulj encía  la  palabra 
francesismo  a  pesar  de  existir  galicismo,   podrían  jus- 


-  89  - 

tificar  su  procedimiento,  trayendo  a  la  memoria  que  el 
Diccionario  de  la  Academia  autoriza  juntamente 
las  palabras  anglicismo  e  inglesismo  para  denotar  un 
vocablo  o  jiro  de  la  lengua  inglesa  empleado  en  otra. 

En  vez  del  menor  inconveniente,  hai,  pues,  ventaja 
manifiesta  on  confirmar  la  introducción  de  palabras 
como  chilenismo^  que,  sin  rodeos,  designan  alguna  de 
las  peculiaridades  provinciales  con  que  el  castellano  es 
usado  en  cada  una  de  las  comarcas  habitadas  por  pue- 
blos de  raza  española. 

Precisamente,  las  diferencias  i  discrepancias  a  que 
aludo  exijen  un  estudio  escrupuloso  i  razonado,  por- 
que, si,  por  una  parte,  pueden  servir  para  el  enrique- 
cimiento del  idioma  común,  por  otra  pueden  contribuir 
a  corromperlo  i  a  despedazarlo  en  distintos  dialectos. 

El  castellano  es  en  la  actualidad  hablado  aproxima- 
damente por  unos  cincuenta  millones  de  personas  que 
se  hallan  esparcidas  por  toda  la  superficie  del  mundo, 
i  divididas  en  naciones  numerosas,  no  todas  igualmen- 
te instruidas,  separadas  amenudo  entre  sí  por  grandes 
distancias  i  aun  por  el  estenso  mar,  entre  las  cuales, 
por  desgracia,  no  hai  comunicaciones  frecuentes  i  es- 
trechas que  debiera  haber,  i  sería  de  desear. 

El  caudal  firme,  i  por  decirlo  así,  saneado  de  este 
abundante  idioma  se  halla  constituido  por  millares  de 
palabras  que  son  entendidas,  i  pueden  ser  aprovecha- 
das para  la  espresión  del  pensamiento,  sin  el  mas  lijero 
tropiezo,  en  todos  los  países  que  poblamos. 

El  mayor  incremento  posible  de  tan  rico  fondo  ha 
de  ser  naturalmente  el  blanco  de  todas  nuestras  aspi- 
raciones en  esta  materia. 

Pero,  de  la  misma  manera  que  existen  palabras  usa- 
das en  todo  el  mundo  español,  o  en  mucha  parte  de  él, 
cuya  conservación  con  su  sentido  propio  conviene  para 


oo 


asegurar  el  inmenso  beneficio  de  la  unidad  en  el  idio- 
ma, hai  también  otras  de  igual  clase  que  se  emplean 
mal,  i  que,  en  consecuencia,  es  preciso  desechar, 
aunque,  en  ocasiones,  pudiera  citarse  para  defenderlas 
la  práctica  de  autores  mas  o  menos  distinguidos. 

En  Chile  se  dice  batiburrillo  en  vez  de  batiborrillo,  o 
mejor  de  baturrillo,  para  denotar  una  mezcla  de  cosas 
que  no  se  corresponden  bien,  o  una  mezcla  de  ideas  o 
especies  inconexas. 

Sin  embargo  la  incorrección  mencionada  no  es  tam- 
poco un  chilenismo,  puesto  que  se  encuentra  en  obras 
de  escritores  peninsulares. 

Don  José  Joaquín  de  Mora,  en  un  artículo  titulado 
Un  poco  de  filosofía,  trae  Ja  siguiente  frase: 

«De  esta  manía  de  meterse  en  corral  ajeno  resultó 
ese  batiburrillo  de  sistemas  primitivos,  esas  algarabías 
sobre  el  alma  del  mundo,  i  los  átomos  i  el  agua,  i  la 
rejión  del  fuego,  i  los  cielos  de'  cristal,  de  que  tanto 
nos  reímos  en  el  dia»: 

Don  Pablo  de  Jérica  en  un  artículo  titulado  Ensayo 
Jeneral  de  una  ópera  en  París,  que  forma  parte  de 
la  Miscelánea  Instructiva  i  Entretenida,  tomo  i  o, 
se  espresa  como  sigue  (pajina  143): 

«¡Por  cierto  que  es  un  ejemplo  insigne  de  igualdad 
este  batiburrillo  del  ensayo  jeneral  de  la  ópera!» 

Conviene  hacer  presente  en  descargo  de  los  que  usan 
batiburrillo  en  vez  de  batiborrillo,  aceptado  por  el  Dic- 
cionario DE  la  Academia,  ser  numerosas  las  pala- 
bras que  se  pronuncian  indiferentemente  sea  con  o 
sea  con  u,  como,  verbigracia,  caloroso  i  caluroso,  mor- 
mullo i  murmullo,  rigoroso  i  riguroso,  sofocar  i  sufocar, 
sostituir  i  sustituir. 

Canjear  se  emplea  en  Chile,  como  se  ha  dicho  antes 
no  solo  en  estilo  diplomático,  hablándose  de  poderes, 


—  91   — 

tratados,  prisioneros,  sino  en  estilo  jeneral  i  corriente, 
significando  cambiar  una  cosa  cualquiera  por  otra. 

Este  tampoco  es  un  resabio  esclusivo  de  los  chi- 
lenos. 

Don  Eujenio  de  Ochoa,  en  su  traducción  de  Nues- 
tra Señora  de  París,  libro  9,  párrafo  4.0,  o  sea  tomo 
4.0,  pajina  43,  edición  de  Madrid,  1836,  se  espresa  así: 

«Entre  los  grotescos  personajes  esculpidos  en  la 
pared,  había  uno  a  quien  Cuasimodo  profesaba  un  afec- 
to especial,  i  con  el  cual  muchas  veces  parecía  canjear 
miradas  fraternales». 

No  faltan  en  Chile  personas  de  alguna  instrucción 
que,  principalmente  conversando,  digan  cualesquiera 
por  cualquiera,  sin  advertir  que  la  primera  de  estas  pa- 
labras es  plural  de  la  segunda 

Este  vicio  inescusable  del  lenguaje  no  es  un  chile- 
nismo. 

Los  habitantes  de  otras  repúblicas  hispano-ameri- 
canas,  i  muchos  españoles  peninsulares,  i  entre  ellos, 
ciertos  autores  sobresalientes,  incurren  en  él. 

Para  comprobarlo,  puedo  citar,  entre  otros,  al  popu- 
lar i  aplaudido  don  Ramón  de  la  Cruz. 

En  el  saínete  titulado  El  Mercader  Vendido,  tomo 
I. o,  pajina  5,  columna  2,^,  edición  de  Madrid,  1843,  es- 
cribió estos  versos: 

La  primera  dilij  encía 
de  cualesquier  hombre  honrado 
ha  de  ser  pagar  sus  deudas. 

En  el  que  lleva  por  título  El  Hablador,  tomo,  1.°, 
pajina  363,  columna  i.^,  vienen  los  que  van  a  leerse: 

Por  tener  ese  buen  rato 
con  cualesquiera  pretesto 
las  hemos  de  hacer  venir. 


—  92  — 

En  el  saínete  titulado  La  discreta  i  la  boba,  tomo 
i.o,  pajina  452,  columna  2.^,  vienen  los  que  siguen: 

¿Cómo  puede 

lucir  una  mentecata 
divertida  en  su  laboi-, 
i  en  un  hábito  envainada, 
al  lado  de  una  señora 
tan  instruida,  tan  e[uapa, 
tan  linda  i  tan  satisfecha 
de  que  contesta  i  encanta 
a  cualesquiera  estranjero. 
porque  en  su  lengua  le  habla? 

Don  Rufino  José  Cuervo,  en  las  Apuntaciones 
Críticas  sobre  el  lenguaje  bogotano,  estraña  que 
un  escritor  tan  esmerado  como  don  Nicolás  Fernández 
de  Moiatín  haya  cometido  falta  tan  garrafal  en  la  es- 
cena última,  acto  2p,  de  La  Petimetra. 

Pues  ya  sabido  se  está, 
sin  que  el  decirlo  me  asombre, 
que  otro  cualesquiera  hombre 
mas  digno  que  yo  será. 

Por  estos,  i  otros  ejemplos  que  podrían  citarse,  don 
Vicente  Salva  pudo  decir  en  su  Gramática  de  la  len- 
gua CASTELLANA  TAL  COMO   AHORA  SE  HABLA   «que  CS 

un  error  grave  usar  cualesquiera  para  el  número  singu- 
lar, o  cualquiera  para  el  plural,  como  lo  hacen  muchos». 

Así  como  hai  palabras  que  son  entendidas  i  em- 
pleadas jeneral  o  casi  jeneralmente  en  todas  o  en  casi 
todas  las  naciones  de  habla  española,  así  también  hai 
otras  que  solo  lo  son  en  algunas  o  alguna  de  esas  na- 
ciones. 

Me  parece  fuera  de  duda  que  las  palabras  de  esta 


—  93  — 

segunda  especie,  cuando  son  usadas  por  millones  de 
individuos,  deben  ser  admitidas  en  el  idioma,  e  incor- 
poradas, por  tanto,  en  el  Diccionario  para  que  lle- 
guen a  noticias  de  quienes  las  ignoren,  i  para  contribuir 
de  este  modo  a  su  jeneralización. 

Esta  determinación  ha  de  tomarse  especialmente 
cuando  esas  palabras  tienen  una  forma  ajustada  a  las 
leyes  del  idioma,  i  cuando  hacen  falta. 

Tal  es  e!  caso  en  que  se  encuentran  algunos  voca- 
blos como  acápite  i  otros  sobre  que  he  discutido  ante- 
riormente, según  lohe  hecho  notar  en  el  lugar  oportuno. 

A  mi  juicio,  no  debería  hacerse  igual  cosa  con  otras 
palabras  usadas  en  varios  de  los  estados  hispano-ame- 
ricanos,  como,  por  ejemplo,  curtiembre. 

Sé  que  ha  bastado  una  circunstancia  análoga  para 
que  el  Diccionario  dé  cabida  en  sus  columnas  a 
palabras  de  esta  misma  condición;  pero  desde  que  exis- 
te curtiduría  i  tenería,  no  se  descubre  la  razón  que  ha- 
bría para  preferir  un  vocablo  de  formación  irregular. 

Hai  espresiones  provinciales  que  solo  se  usan  i  en- 
tienden en  una  de  las  secciones  del  mundo  español. 

En  rigor  de  verdad,  a  estas  solas  debería  aplicarse 
el  dictado  de  chilenismo,  peruanismo,  holivianismo ,  u 
otros  de  igual  clase,  o  sea  el  calificativo  de  provincial 
de  Aragón,  de  Asturias,  de  Méjico  o  de  Colombia,  o  de 
alguna  otra  demarcación. 

Chilenismos  jenuinos  son,  verbigracia,  guaso  (cam- 
pesino), siútico  (:ursi),  laucha  (ratón). 

Semejantes  palabras  no  deben  ser  empleadas,  en  los 
escritos  destinados  a  que  sean  leídos  en  todos  los  paí- 
ses de  lengua  castellana,  escepto  cuando  son  irreem- 
plazables, o  presentan  alguna  ventaja. 

Es  preciso  ademas  esforzarse  para  que  en  el  estilo 
famiüar,  i  con  mayor  razón  en  el  esmerado,  se  sustitu- 


-  94  — 

yan  a  ellas  sus  equivalentes  en  el  idioma  jen  eral  de 
la  raza. 

Este  es  el  único  arbitrio  de  conservar  i  consolidar  la 
inmensa  ventaja  de  una  lengua  que  sea  común  a  mi- 
llones de  individuos. 

Ya  he  hablado,  verbigracia,  del  sustantivo  amueblado 
o  amoblado  que  se  usa  constantemente  en  Chile,  a  pesar 
de  que  no  figura  en  el  DiccionarioAcadémico. 

Aun  cuando  los  individuos  de  habla  castellana  no 
hayan  oído  antes  amoblado  o  amueblado^  se  concibe 
que,  no  obstante  la  natural  estrañeza  que  el  empleo 
de  tales  voces  les  produzca,  comprendan  su  sentido, 
porque  conocen  el  verbo  amoblar  o  amueblar. 

Mucho  peor  es  cuando  el  provincialismo  no  se  deri- 
va de  una  raíz  conocida. 

En  Chile,  se  emplea  la  espresión  tuntún. 

¿Qué  significa? 

Dificulto  que  los  que  no  sepan  su  sentido  puedan 
adivinarlo. 

Don  José  Joaquín  de  Mora,  a  quien  se  pegaron  al- 
gunos de  estos  provinciaHsmos,  empieza  así  la  octava 
55  de  Don  Opas  en  las  Leyendas  Españolas,  pajina 
442: 

Vuelven  loco  a  Rodrigo  con  clamores, 
con  el  ir  i  venir,  saliendo,  entrando; 
él  contesta  al  tuntún: — Pero,  señores. .  . 
pero  sí. .  .pero  como. .  .pero  cuando. . . 

Estos  versos  hacen  saber  que  tuntún  significa  «al 
acaso»,  con  el  «tino  perdido»,  «sin  encontrar  que  decir». 

No  necesito  afanarme  mucho  para  manifestar  que, 
cuando,  en  un  discurso,  o  en  un  escrito,  se  emplean 
muchos  provincialismos,  si  llega  a  evitarse  la  oscuri- 
dad, cosa  no  fácil,  habrá  de  producirse  por  lo  menos  en 


■■-  95   — 

el  ánimo  del  lector  esperto  en  la  lengua  castellana  una 
impresión  desagradable. 

Tengo  a  la  mano  un  volumen  de  un  autor  español 
contemporáneo  de  indisputable  mérito,  don  José  Ma- 
ría de  Pereda. 

Ese  volumen  lleva  por  título  El  Sabor  de  la  tie- 

RRUCA. 

¿Qué  significa  tierruca'i 

Ningún  diccionario  que  yo  conozca  trae  la  respuesta. 

La  novela  citada  contiene  gran  número  de  palabras 
de  las  cuales  puede  decirse  otro  tanto. 

El  capítulo  I. o,  que  solo  ocupa  unas  seis  pajinas 
(edición  de  Barcelona,  1882),  suministra  los  siguientes 
ejemplos:  algorto,  escajo,  camberón^  casona,  tarrañuela, 
testerazo. 

Sin  salir  del  capítulo  i.o,  tropezamos  con  muchas 
palabras,  que,  si  bien  se  encuentran  en  el  Dicciona- 
rio DE  LA  Academia,  son  para  la  inmensa  mayoría  de 
los  que  hablan  el  castellano  tan  estrañas  como  si  per- 
tenecieran a  un  idioma  estranjero:  cajiga,  lastra,  ca- 
charro, regato,  altozano,  soportal,  trasmerano,  papalina, 
zaragüelles ,  cajigal,  llosa,  barriada,  braña,  cabana,  (nú- 
mero considerable  de  ovejas  de  cria),  pedáneo  (alcalde 
de  escasa  cuantía). 

Por  mucho  que  sea  el  placer  que  esperimentemos  al 
seguir  de  pajina  en  pajina,  con  profundo  interés  i  con- 
movidos, la  pintoresca  narración  de  sucesos  naturales, 
que,  si  no  los  supiéramos,  nos  revelaría  haber  venido 
de  allá  nuestros  mayores,  nos  vemos  obligados  a  con- 
fesar que  el  autor,  buscando  el  colorido  local,  abusa  de 
los  provincialismos. 

Semejante  sistema  de  espresión  hace  preciso  que,  al 
leerse,  haya  de  apelarse  al  diccionario  con  demasiada 
frecuencia. 


-  96  - 

Este  empleo  excesivo  de  las  palabras  locales,  en  vez 
de  las  palabras  mas  o  menos  jenerales,  tiende  a  crear 
nuevos  dialectos,  o  a  aumentar  las  diferencias  de  los 
ya  existentes. 

He  recordado  en  este  artículo  un  discurso  que  don 
Leopoldo  Augusto  de  Cueto  leyó  ante  la  Real  Acade- 
mia el  15  de  febrero  de  1872. 

En  esa  composición,  que  abunda  en  datos  curiosos, 
el  señor  Cueto  manifiesta  que,  durante  los  siglos  XVI 
i  XVII,  los  idiomas  castellano  i  portugués  tenían  entre 
sí  muchas  mas  semejanzas;  que  había  poetas  i  prosis- 
tas lusitanos  diestros  en  el  manejo  del  uno  i  del  otro 
idioma;  que  algunos  de  ellos  redactaron  tal  parte  en 
portugués  i  tal  parte  de  una  misma  obra  én  castellano. 
Me  parece  escusado,  por  ser  harto  obvios,  detenerme 
a  demostrar  los  gravísimos  males  que  han  resultado  de 
no  haberse  llevado  adelante  esa  unificación  del  caste- 
llano i  del  portugués. 

Si  se  hubiera  seguido  por  ese  camino,  habría  llegado 
ya  talvez,  o  estaría  al  llegar,  el  dia  en  que  los  habi- 
tantes de  España  i  los  del  Portugal,  los  deJ  Brasil  i  los 
délas  repúblicas  hispano -americanas  usasen  una  mis- 
ma lengua. 

Puesto  que  no  hemos  logrado  ese  bien  inmenso, 
aprovechemos  siquiera  la  esperiencia  para  que  no  per- 
damos el  mui  grande  que  poseemos  de  un  idioma 
común  a  varias  naciones,  el  cual  constituye  un  fuerte 
vínculo  de  unión  de  esas  repúblicas,  entre  sí,  i  con  la 
antigua  madre  patria. 

Uno  de  los  primeros  literatos  peninsulares  que  fija- 
ron la  atención  en  el  inminente  i  grave  riesgo  de  que, 
con  la  independencia  política  se  menoscabara  o  se  per- 
diera la  unidad  de  lengua  entre  la  metrópoH  i  sus 
recién  separadas  provincias  ultramarinas,  fué  el  tan 
erudito,  como  iracundo,  don  Antonio  Puigblanch. 


—  97  — 


El  año  de  1828,  tuvo  la  idea  de  componer  con  los 
numerosos  materiales  que  había  acopiado  en  largos 
años  de  investigaciones  ñlolójicas,  una  obra  titulada 
Observaciones  sobre  el  orijen  i  jenio  de  la  len- 
gua CASTELLANA,  de  la  cual,  por  desgracia,  solo  im- 
primió el  prospecto. 

«i\unque  por  ahora  no  se  abre  suscripción  a  ella,  es- 
cribía Puigblanch  en  ese  prospecto,  el  autor  ha  creído 
oportuno  dar  al  público  una  específica  idea  de  su  con- 
tenido, a  ñn  de  excitar  desde  luego  a  los  españoles  que 
toman  interés  por  su  lengua  nacional  i  que  se  precian 
de  gramáticos,  a  que  aprendan  obras  de  esta  especie, 
en  un  tiempo  en  que  tanta  corrupción  se  ha  introduci- 
do en  ella,  especialmente  en  América,  como  lo  mani- 
fiestan los  mas  de  los  impresos  que  de  allí  vienen». 

El  mismo  don  Antonio  Puigblanch  imprimió  en 
Londres  el  año  de  1832  en  dos  volúmenes  otra  obra 
denominada  Opúsculos  Gramático-Satíricos  con- 

■.  TRA  EL  doctor  DON  JOAQUÍN  ViLLANUEVA  ESCRITOS 
EN  DEFENSA  PROPIA,  EN  LOS  QUE  TAMBIÉN  SE  TRATAN 
MATERIAS  DE  INTERÉS  COMÚN. 

Aunque,  como  algo  lo  deja  traslucir  el  título,  esta 
obra  es  un  conjunto  de  cuestiones  bastante  inconexas 
relativas  a  polémica  personal,  a  política,  a  Uteratura, 
a  historia,  a  etimolojía,  a  gramátíca;  dilucida  muchas 
de  ellas  con  orijinahdad  i  acierto,  i  puede  ser  consulta- 
da con  fruto. 

«Esta  obra,  (dice  Puigblanch,  tomo  i.^',  pajma 
CXXXV)  es  mi  deseo  se  considere,  no  menos  que  como 
una  vindicación  de  mi  honor  i  derecho,  como  un  esco- 
te con  que  contribuyo  al  estudio  de  la  lengua  castella- 
na el  cual  se  hace  mas  necesario  ahora  que  nunca  por 
•  la  falta  de  comunicación  de  nuestras  colomas  con  la 
metrópoh;  porque  en  fin  colonias  son  nuestras  1  matnz 

AMUNÁTEGUI. T.  II. 


—  q8   — 


suya  la  antigua  España,  aunque  no  hayan  de  ser  mas 
nuestras  provincias,  como  espero  no  sean  para  su  bien 
i  para  el  nuestro,  pues  los  reyes  de  España,  con  los 
hombres  de  Europa,  han  tenido  sojuzgada  la  América, 
i  con  el  oro  i  plata  de  América,  la  Europa.  A  pesar  de 
esta  separación  que  la  naturaleza  misma  reclamaba 
violentada  con  una  dependencia  tan  contraria  a  sus 
fines,  es  fácil  conocer  que  subsiste  un  interés  común  entre 
las  dos  Españas  Europea  i  Americana  respecto  del  idio- 
ma, i  de  los  mutuos  beneficios  que  de  su  uniformidad 
deben  asegurársenos  en  lo  futuro;  porque,  en  cuanto  a 
lo  pasado,  la  dilatación  del  nombre  i  lengua  de  Castilla 
es  la  única  recompensa  que  ésta  lleva  por  la  continua 
emigración  de  sus  naturales  a  aquellos  países,  i  por  su 
actual  decadencia,  hasta  cierto  punto  efecto  de  aquella 
emigración». 

No  creo  que  haya  necesidad  de  reforzar  lo  que  Puig- 
blanch  indica  acerca  de  las  ventaj  as  de  conservar  la 
unidad  de  idioma  entre  la  España  Europea  i  la  Espa- 
ña Americana. 

Lo  que  conviene  buscar  i  reahzar  son  los  medios 
de  conseguir  este  importante  objeto. 

Uno  de  los  principales  es  el  estudio  bien  hecho  de  la 
gramática. 

Habiéndose  practicado  así  en  Chile,  desde  medio 
siglo  atrás,  particularmente  merced  a  los  esfuerzos  de 
don  Andrés  Bello,  los  habitantes  de  este  país,  han 
alcanzado  progresos  mui  notables  en  cuanto  a  la  co- 
rrección del  lenguaje. 

Pero,  para  hablar  i  escribir  bien  un  idioma,  el  estu- 
dio de  la  gramática  no  es  suficiente. 

Hai  que  hacer,  ademas,  otro  harto  prolijo  i  fastidio- 
so de  los  vocablos  uno  por  uno. 

Como  no  sería  posible  ni  conveniente  que  cada  cual 


—  99  — 

emprendiese  por  sí  mismo  esta  pesada  labor,  han  de 
tomarla  indispensablemente  a  su  cargo  los  que  tengan 
voluntad  de  prestar  este  servicio^  a  fin  de  que  los  ora- 
dores i  los  escritores  acierten  en  la  elección  de  las  pa- 
labras, sin  perder  en  el  examen  de  ellas  un  tiempo  que 
pueden  utilizar  en  distintas  investigaciones  i  obras. 

Tal  es  lo  que  ha  ejecutado  en  Francia  Emiho 
Littré. 

Tal  es  lo  que  han  llevado  a  cabo  en  España  Taboa- 
da,  Salva,  Monlau,  Barcia,  Baralt,  Capmani  i  otros. 

Tal  es  lo  que  han  ejecutado  en  América  don  Andrés 
Bello,  don  Rufino  José  Cuervo,  don  Zorobabel  Rodrí- 
guez, don  Pedro  Paz  Soldán  i  Unanue,  don  Pedro  Fer- 
mín Cevallos  i  otros. 

Sin  embargo,  una  tarea  penosa  como  esta,  cuyo 
desempeño  exije  tiempo  i  mucha  perseverancia,  es 
mas  propia  de  corporaciones  organizadas  al  efecto,  que 
de  individuos  aislados. 

Por  esto  el  canónigo  don  Mariano  Sicilia,  autor  de  las 
Lecciones  Elementales  de  ortolojía  i  frosodia, 
i,  según  se  asegura,  de  las  Memorias  del  príncipe 
DE  la  Paz,  propuso  en  1828,  deseoso  de  procurar  que 
se  conservase  la  unidad  de  idioma  entre  la  antigua 
m^etrópoli  i  las  nuevas  repúblicas,  la  creación  de  una 
Academia  de  la  lengua  en  América . 

Don  Antonio  Puigblanch,  en  sus  Opúsculos  Gra- 
mático-Satíricos, tomo  2.°,  pajina  XXXVI,  combatió 
esta  idea  como  sigue: 

«Establecer  en  América  una  Academia  de  la  lengua, 
como  el  canónigo  Sicilia  propone,  no  lo  apruebo, 
pues,  sería  erijir  un  altar  contra  otro  altar;  los 
españoles  americanos,  si  dan  todo  el  valor  que  dar  se 
debe  a  la  uniformidad  de  nuestro  lenguaje  en  ambos 
hemisferios,  han  de  hacer   el   sacrificio  de   atenerse, 


—   100 


como  a  centro  de  unidad,  al  de  Castilla  que  le  dio  el 
ser  i  el  nombre;  lo  contrario  sería  fabricar  castillos  en 
el  aire.» 

Puigblanchj  que  se  manifestó  enemigo  del  absolutismo 

en  política,  no  advirtió  que  este  es  menos  admisible  i 

menos  tolerable  en  lo  que,  aun  cuando  la  monarquía 

era  la  forma  predominante  de  gobierno  en  el  mundo 

civilizado,  se  llamaba  la  república  de  las  letras. 

El  poder  lejislativo,  o  el  ejecutivo,  en  cuanto  al  len- 
guaje legal,  puede,  por  una  lei,  o  por  un  decreto,  in- 
troducir una  palabra  nueva,  o  asignar  un  significado 
nuevo  a  una  palabra  que  tiene  uno  diferente;  pero 
ninguna  autoridad  oficial,  en  cuanto  al  lenguaje  popu- 
lar o  literario,  puede  por  algo  que  se  asemeje  a  resolu- 
ción imperativa,  hacer  una  cosa  parecida. 

Müller,  en  la  La  Science  du  Langage,  refiere  una 
anécdota  cuyo  recuerdo  es  oportuno. 

El  emperador  Tiberio  empleó  mal  cierta  palabra. 

El  gramático  Marcelo,  que  la  oyó,  se  atrevió  a  co- 
rrejírsela. 

Uno  de  sus  colegas  de  profesión,  nombrado  Capito, 
que  se  encontraba  también  presente,  sostuvo  que  la 
palabra  era  latina,  i  que,  si  no  lo  era,  no  tardaría 
en  serlo,  desde  que  el  divino  emperador  la  había 
usado. 

Marcelo,  mas  gramático,  que  cortesano,  repUcó  con 
entereza: 

— Capito  no  dice  la  verdad;  porque  tú,  o  César,  pue- 
des conceder  el  derecho  de  ciudadanía  a  los  hombres, 
pero  no  a  las  palabras. 

Sin  duda  alguna,  Puigblanch  no  proponía  ni  podía 
proponer  el  que  la  Real  Academia  ejerciera,  como  los 
directores  del  estado,  atribuciones  coercitivas;  pero 
por  lo  menos  quería  que  tuviese  en  materia  de  lengua- 
je una  especie  de_ supremacía  inapelable. 


101 


Tal  sistema  sería  imposible  de  practicar,  no  digo 
tratándose  de  varias  naciones  independientes  como  es 
el  caso,  sino  de  una  sola,  i  mui  unida,  como  no  es  el 
caso. 

La  docta  corporación  ha  sido  la  primera  en  dar  se- 
ñalada muestra  de  discreción,  no  pretendiendo  para 
sí  semejante  prerrogativa,  i  declarando  que,  tanto  los 
españoles  europeos,  como  los  españoles  americanos, 
tienen  igual  derecho  para  que  el  uso  de  los  unos  i  de 
los  otros  respecto  a  las  palabras,  sea  tomado  en  con- 
sideración. 

El  respeto  con  que  se  reciben  sus  decisiones  es  solo 
el  que  corresponde  al  preclaro  injenio,  a  los  profundos 
i  variados  conocimientos,  a  las  luminosas  o  amenas 
producciones  de  los  maestros  que  la  componen. 

Comprendiendo  perfectamente  la  Real  x\cademia  la 
presente  situación  de  los  diversos  pueblos  de  la  raza 
española  en  ambos  mundos,  se  ha  afanado  por  pro- 
mover en  cada  uno  de  los  de  América  la  creación  de 
cuerpos  que  se  tomen  a  su  cargo  el  estudio  i  el  cultivo 
de  la  lengua  común. 

Don  Fermín  de  la  Puente  i  Apezechea,  en  las 
Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  4.°,  pa- 
jina 274  i  siguientes,  ha  espuesto  las  ideas  de  sus  cole- 
gas acerca  de  este  asunto,  i  el  arbitrio  que  estimaron 
mas  propio  para  ponerlas  en  práctica. 

No  siendo  bastante  conocidas  en  nuestra  América 
las  razonables  i  nobles  aspiraciones  a  que  aludo,  voi  a 
reproducir  algunos  trozos  de  la  memoria  del  señor 
Puente  i  Apezechea,  con  el  sentimiento  de  no  copiarla 
íntegra  por  falta  de  espacio. 

Helos  aquí: 

«La  lengua  de  Cervantes,  en  el  Perú  i  en  el  anti- 
guo imperio  de  Motezuma,  es,  i  no  puede  menos  de  ser 


—    I02    — 

objeto  forzoso  de  la  enseñanza  desde  las  escuelas  de 
primeras  letras  hasta  las  aulas  universitarias. 

Los  lazos  políticos  se  han  roto  para  siempre;  de  la 
tradición  histórica  misma,  puede  en  rigor  prescindir- 
se;  ha  cabido,  por  desdicha,  la  hostilidad  hasta  el  odio 
entre  España  i  la  América;  pero  una  misma  lengua  ha- 
blamos, de  la  cual  si,  en  tiempos  aciagos  que  ya  pasa- 
ron, usamos  hasta  para  maldecirnos,  hoi  hemos  de  em- 
plearla para  nuestra  común  intelijencia,  aprovecha- 
miento i  recreo. 

« 

«De  los  cuarenta  millones  de  habitantes  que,  aproxi- 
madamente, se  calculan  al  nuevo  mundo,  veinte,  poco 
mas  o  menos,  son  de  raza  indíjena,  anglo-sajona, 
jermánica,  francesa,  rusa  o  portuguesa;  los  otros  vein- 
te descienden  de  españoles,  i  español  hablan. 

«Dos  millones,  contando  siempre  en  números  redon- 
dos, son  en  las  Antillas  subditos  de  España;  los  res- 
tantes, es  decir,  dieziocho  millones  de  hombres  que 
hablan  como  propia  la  lengua  castellana,  pueblan, 
desde  la  Patagonia  al  Misisipí,  las  repúblicas  del  Río 
de  la  Plata,  del  Uruguai,  del  Paraguai,  Chile,  Bohvia, 
Perú,  Ecuador,  Venezuela,  Nueva  Granada,  de  la 
América  Central  i  Méjico.  Son,  pues,  unos  dos  millones 
mas  los  que  hablan  el  castellano  fuera  de  España,  que 
los  que  le  hablan  dentro  por  ser  naturales  de  ella. 

«I  esa  importantísima  parte  de  nuestra  raza  está 
repartida  hoi  en  dieziseis  repúblicas,  unas  federales, 
otras  centrales,  i  compuestas  de  mayor  número  de 
estados  mas  o  menos  independientes  unos  de  otros. 

«Todos  estos  estados  se  administran  por  sí  mismos, 
i  aparte  de  los  lazos  de  su  federación  respectiva,  to- 
dos tienen  su  peculiar  sistema  de  instrucción  pública; 
todos  su  prensa  periódica,   su  literatura  i  su  poesía 


—  I03  — 

popular  i  un  mismo  idioma,   puesto  que  son  nuestros 
descendientes. 

«Según  los  datos  que  sobre  este  punto  se  han  sumi- 
nistrado a  la  Academia,  esta  literatura,  aunque  poco 
conocida  en  España,  cuenta  muchos  poetas  e  historia- 
dores, gran-  número  de  periodistas,  algunos  autores 
dramáticos  i  novelistas,  i  varios  filólogos,  habiéndolos, 
en  todas  clases,  de  sobresaliente  mérito. 

«Apuntados  esos  datos,  i  añadiendo  solo  que,  en 
virtud  de  circunstancias,  sobrado  notorias  i  dolorosas 
para  que  sea  necesario  precisarlas  aquí,  en  las  mas  de 
las  repúblicas  arriba  enumeradas,  es  mas  frecuente  el 
comercio  i  trato  con  estranjeros  que  con  españoles, 
no  vacilamos  en  afirmar  que  si  pronto,  mui  pronto, 
no  se  acude  al  reparo  i  defensa  del  idioma  castellano 
en  aquellas  apartadas  rej iones,  llegará  la  lengua  en 
ellas,  tan  patria  como  en  la  nuestra,  a  bastardearse 
de  manera  que  no  se  dé  para  tan  grave  daño  remedio 
alguno. 

«¿Bastarían  a  impedirlo  los  esfuerzos  de  nuestra 
Academia,  hasta  hoi  felizmente  mui  estimada  i  res- 
petada entre  las  j  entes  de  letras  hispano-americanas, 
si  no  contase  con  otros  medios  que  sus  publicaciones 
dogmáticas,  i  la  colaboración  individual  i  aislada  de 
sus  mui  dignos  correspondientes? 

«No  lo  ha  creído  así  la  propia  Academia;  i  hé  aquí 
los  fundamentos  de  esta  opinión. 

«En  nuestra  época,  el  principio  de  autoridad,  si  no 
ha  desaparecido,  está  por  lo  menos  grandemente  de- 
bilitado. 

«Todo  se  discute;  i  a  nada  se  asiente  sin  previo 
examen. 

«Por  desdicha,  basta  con  frecuencia  que  la  autori- 
dad afirme  para  que  la  muchedumbre  niegue. 


—  I04  — 

«Cierto  que,  en  materia  literaria,  el  triunfo  es  casi 
siempre  de  la  Academia,  porque  rara  vez  pronuncia 
fallo  que  mui  fundado  no  sea;  pero  cierto  también 
que  no  son  pocas  las  ocasiones  en  que  ha  tenido  que 
rendirse  al  uso,  i  que  consagra  con  su  sanción  mas  de 
un  vocablo  i  de  un  modismo  a  que,  con  razón  de  so- 
bra, comenzó  por  oponerse. 

«I  si  tal  sucede  aun  dentro  de  casa,  es  evidente 
que  mas  es  de  temer  a  larga  distancia  de  su  esfera  de 
acción,  i  donde  no  tiene  mas  derecho  a  que  se  la  es- 
cuche que  aquel  que  la  razón  lleva  a  todas  partes 
consigo. 

« 

«Hoi,  pues,  que  la  Academia  nada  monopoliza,  i 
acaso  nada  mas  que  su  literaria  tradición  representa, 
con  estos  únicos  pero  valederos  títulos,  llamando  a 
todos  i  oyendo  a  todos,  debe  i  puede  pugnar  porque, 
en  el  suelo  americano,  el  idioma  español  recobre  i 
conserve,  hasta  donde  cabe,  su  nativa  fuerza  i  gran- 
dilocuente acento». 

El  plan  que  la  Real  Academia  escojitó  para  reali- 
zar su  elevado  pensamiento  fué  el  de  promover  en 
América  la  fundación  de  ocho  academias  correspon- 
dientes suyas. 

Como  es  justo  conservar  el  recuerdo  de  los  que 
contribuyeron  principalmente  a  la  ejecución  de  esta 
idea,  ha  de  tenerse  presente  que  fué  una  comisión 
presidida  por  el  marqués  de  Molins,  director  de  la 
Real  Academia,  i  compuesta  de  los  académicos  don 
Patricio  de  la  Escosura,  don  Juan  Eujenio  Hartzen- 
busch,  don  Fermín  de  la  Puente  i  Apezechea,  don 
Eujenio  de  Ochoa  i  don  Antonio  Ferrer  del  Río,  la 
que  redactó  los  estatutos  de  las  nuevas  corporaciones, 
estatutos  que  fueron  aprobados  el  24  de  noviembre 
de  1870. 


—    lOq    — 


El  señor  de  la  Puente  i  Apezechea,  en  un  discurso 
que  leyó  el  12  de  febrero  de  1871,  i  que  corre  inserto  en 
las  Memorias  de  la  Real  Academia,  tomo  3  o,  paji- 
nas 127  i  siguientes,  tornó  a  esponer  elocuentemente 
los  fundamentos  que  hubo  para  proceder  en  este  asun- 
to como  se  hizo. 

«El  gran  principio  de  la  Real  Academia,  dijo,  es 
no  tener  por  estranjero  a  nadie  que,  como  propio,  ha- 
ble nuestro  idioma.  A  través  de  los  mares,  i' por  enci- 
ma de  las  discordias  i  rencores  que  toda^úa  separan, 
mas  que  los  mares,  los  pueblos  de  América  que  ha- 
blan la  lengua  de  Cervantes,  son  para  España  sus  hi- 
jos, son  nuestros  hermanos.  Aun  en  tiempos  en  que 
ardía  la  guerra  con  mayor  encarnizamiento,  en  el  seno 
de  esta  Academia,  se  han  sentado  siempre  como  co- 
rrespondientes ciudadanos  de  las  repúblicas  america- 
nas, que,  si  en  Madrid  residieran,  fueran  de  número, 
como  lo  han  sido  o  son  don  Ventura  de  la  Vega,  don 
Rafael  María  Baralt,  el  conde  de  Cheste,  i  el  que  en 
este  momento  dirije  su  voz  a  la  Academia  (natural  de 
Méjico),  todos  cuatro  americanos,  nacidos  en  aquel 
continente;  i  don  José  Joaquín  de  Mora,  que  aunque 
nacido  en  Europa,  era  en  cierta  manera  americano 
mas  que  español.  Consúltense  los  anales  de  la  Acade- 
mia, véanse  sus  catálogos. 

«Hoi  que,  entre  otras  desdichas,  a  lo  menos  por 
aquel  lado,  parece  sonreimos  la  paz,  el  deseo  de  algu- 
nos ilustres  üteratos  de  aquellos  países  se  ha  encon- 
trado con  el  nuestro,  abrazándose  en  el  camino  con 
ósculo  de  verdadera  fraternidad.  Ese  ósculo  ha  sido 
fecundo;  i  España  i  América  i  el  orbe  civilizado  de- 
ben saber  que  en  adelante  la  Academia  Española,  es 
decir,  la  lengua  i  la  literatura  españolas,  común  patri- 
monio de  cuantos  hablan  aquélla,  se  reflejarán,  o  más 


—  io6  — 

bien  se  hallarán  reproducidas  en  aquellos  apartados 
países  por  medio  de  academias  correspondientes  de  la 
nuestra,  cuyo  núcleo  serán  los  que  en  ellos  fueren  ya 
académicos  nuestros,  i  los  que  ellos  propongan. 

«Nada  de  dependencia,  nada  de  intervención  de 
los  gobiernos,  ninguna  mira  política.  Son  los  intere- 
ses de  la  lengua  i  de  la  literatura,  que  por  sí  solos  son 
ya  una  patria  i  verdadera  fraternidad,  los  que  en  co- 
mún cultivamos,  los  que  tratamos  de  protejer  i  de 
fomentar.  Nó:  ni  Madrid,  ni  España,  son  por  sí  solos 
bastantes  para  rejir  e  imponer  el  idioma  que,  fuera  de 
nuestra  península,  hablan  mas  de  veinte  millones  de 
habitantes,  es  decir,  mayor  número  de  los  que  lo 
usan  en  España.  Se  necesitan  el  cultivo  i  la  adhe- 
sión de  parte  tan  principal  de  la  comunión  española, 
que,  ademas  de  ser  de  nuestra  raza,  adoran  al  mismo 
Dios,  i,  en  su  inmensa  mayoría,  con  la  propia  relijión. 
Nó:  para  la  lengua  no  habrá  ya  entre  España  i  las 
Américas  que  españolas  fueron,  ni  aduanas  ni  fronte- 
ras. Volvemos  a  repetirlo:  para  la  Academia  Españo- 
la, no  esestranjero  nadie  que  como  propia  hable  la  len- 
gua española  o  castellana,  la  lengua  de  Cervantes,  esa 
lengua  de  que  (como  enérjicamente,  i  con  su  bizarro 
natural  desenfado,  decía  en  el  memorable  informe 
que  ha  producido  este  inmortal  acuerdo,  el  señor  don 
Patricio  de  la  Escosura)  usábamos  hasta  para  malde- 
cirnos, i  que  de  hoi  mas  solo  emplearemos  para  amar- 
nos, para  protejer  nuestras  relaciones  e  intereses  filo- 
lójicos  i  literarios,  i  finalmente  para  acrecentar  su 
tesoro,  de  que  unos  i  otros,  no  con  mengua  de  nin- 
guno, sino  con  mutuo  crecimiento,  todos  participa- 
mos». 

La  Real  Academia  en  la  Advertencia  que  precede 
a  la  duodécima  edición  del  Diccionario,  manifiesta 


—  107  — 

una  satisfacción  que  empeña  nuestra  gratitud  por 
haber  los  españoles  americanos  suministrado  algunos 
materiales  para  la  composición  de  tan  importante 
obra. 

«Pertenecen  otros  de  los  aciertos  que  avaloran  el 
nuevo  léxico  de  la  lengua  patria  (dice  esa  Adverten- 
cia) a  las  Academias  Colombiana,  Mejicana  i  Vene- 
zolana, correspondientes  de  la  Real  Academia,  i  a 
insignes  americanos,  que  ostentan  igual  título.  Ahora, 
por  vez  primera,  se  han  dado  las  manos  España  i  la 
América  Española  para  trabajar  unidas  en  pro  del 
idioma  que  es  bien  común  de  entrambas;  suceso  que 
a  una  i  otra  llena  de  inefable  alegría,  i  que  merece 
eterna  conmemoración  en  la  historia  literaria  de  aque- 
llos pueblos  i  del  que  siempre  se  ufanó  llamándolos 
hijos». 

Esta  espontánea  demostración  de  afecto  ha  sido 
celebrada  como  era  debido  por  todos  los  hispano- 
americanos ilustrados,  quienes,  indudablemente,  pro- 
curarán pagarla,  esforzándose  por  conservar  incólume 
la  uniformidad  del  armonioso  i  galano  idioma  que  es 
el  mas  fuerte  vínculo  de  fraternal  unión  entre  las  va- 
rias naciones  de  nuestra  raza. 

Se  ve  que  la  Real  Academia  ha  estado  muí  distan- 
te de  aceptar  la  doctrina  de  supremacía  absorbente 
que  don  Antonio  Puigblanch  patrocinaba  en  1832. 

Ella  piensa  con  sobrado  fundamento  que  la  unidad 
de  lengua  entre  diversos  pueblos,  particularmente  si 
se  hallan  separados  por  largas  distancias,  i  colocados 
en  condiciones  sociales  muí  diversas,  solo  puede 
conseguirse  con  la  cooperación  activa  de  todos  ellos. 

Me  parece  que  esto  es  incontrovertible. 

Pues  bien,  uno  de  los  medios  mas  eficaces  de  lograr- 


—  io8  — 

lo  es  hacer  el  catálogo  de  los  provincialismos  que  les 
son  peculiares,  o  de  los  que  parecen  tales. 

Solo  así  pueden  hacerse  conocer  esos  provincialismos 
en  todas  las  naciones  de  nuestra  raza. 

Solo  así  puede  ser  posible  el  estudio  comparativo  de 
ellos  para  que  el  buen  criterio  de  las  personas  ilustra- 
das determine  cuáles  han  de  incorporarse  en  el  fondo 
jeneral  del  idioma,  i  cuáles  deben  desecharse. 

Por  esto,  creo  que  chilenismo,  como  peruanismo, 
bolivianismo  i  otros  vocablos  análogos   son  necesarios. 

Chileño,  Chileña 

El  Diccionario  de  la  Real  academia  Española 
enseña  que  el  vocablo  con  que  se  designa  el  natural 
de  Chile,  o  lo  perteneciente  a  este  país,  es  chileño  o 
chileno. 

Chileño,  según  el  Diccionario,  es  preferible  a  chi- 
leno. 

La  Academia  admitió  por  primera  vez  el  adjetivo 
chileño  en  la  segunda  edición  de  su  Diccionario,  la 
cual  salió  a  luz  el  año  de  1780. 

No  autorizó  simultáneamente  el  adjetivo  chileno 
hasta  la  décima  edición,  la  cual  se  publicó  el  año  de 
1852. 

Antes  de  esta  última  fecha,  dos  gramáticos  mui 
reputados,  don  Pedro  Martínez  López,  en  la  traducción 
del  prólogo  de  la  Historia  Física  i  Política  de 
Chile,  por  don  Claudio  Gay  (1843),  i  don  Vicente 
Salva,  en  su  Diccionario  de  la  lengua  castellana 
(1846),  habían  reconocido  que  chileno  es  mas  usado 
que  chileño. 

Esta  misma  declaración  no  es  aun  suficientemente 
exacta. 


—  I09   — 

No  recuerdo  mas  que  dos  escritores  de  la  época  co- 
lonial que  usen  chileño  en  vez  de  chileno. 

Don  Alonso  de  Ercilla  emplea  la  segunda  de  estas 
formas  en  la  estrofa  7.^  canto  1°  de  La  Araucana, 
donde  dice  que  Chile  se  estiende 

hasta  do  el  mar  océano  i  chileno 
mezclan  sus  aguas  por  angosto  seno. 

El  padre  Alonso  de  Ovalle,  uno  de  los  hablistas 
c  uya  autoridad  invoca  la  Real  Academia  en  la  pri- 
mera edición  del  Diccionario,  usa  siempre  chileno,  i 
no  chileño,  en  su  Histórica  Relación  del  reino  de 
Chile. 

Frai  Gregorio  García,  el  conquistador  Nájera,  el 
jesuíta  Rosales,  i  todos  los  demás  cronistas  i  escrito- 
res de  la  época  colonial,  hacen  lo  mismo,  menos  el 
padre  Diego  González  Holguín,  que,  en  su  Vocabu- 
lario DE  la  lengua  quichua  traducc  chilliruna  por 
chileño,  i  don  Domingo  José  de  Arquellada  Mendoza, 
quien  al  publicar  en  1788  la  traducción  del  Compen- 
dio DE  la  Historia  del  Reino  de  Chile,  por  don 
Juan  Ignacio  Molina,  primera  parte,  usa  chileño  i  no 
chiletio. 

Sin  embargo,  este  procedimiento  del  traductor 
mencionado,  era  tan  contrario  a  la  práctica  uniforme, 
que,  habiendo  el  año  de  1795  don  Nicolás  de  la  Cruz  i 
Bahamonde  pubhcado  la  traducción  de  la  segunda 
parte  de  la  obra  de  Molina,  se  separó  de  su  antecesor 
en  este  punto,  i  escribió,  no  chileño  como  Arquellada 
Mendoza,  sino  chileno,  como  invariablemente  desde  la 
la  conquista  hasta  ahora  han  pronunciado  los  habi- 
tantes de  Chile  i  los  demás  españoles  americanos. 

Probablemente  lo  que  influyó  para  que  la  Real 
Academia  adoptase  el  vocablo  chileño  i  le  diese  la  pre- 


—  lio  — 

ferencia  sobre  chileno,  fué  la  manifiesta  tendencia  de 
la  lengua  castellana  a  que  los  adj  etivos  que  denotan 
el  natural  de  un  lugar  o  comarca,  o  lo  perteneciente 
a  ese  lugar,  o  esa  comarca,  terminen  en  eño  i  no  en  eno. 

El  Diccionario  de  la  Academia  contiene,  entre 
otros  de  la  desinencia  eño,  los  que  siguen:  estremeño, 
caraqueño,  limeño,  sanliiqueño,  madrileño,  malagueño, 
carribeño,  abajeño,  isleño,  costeño,  porteño,  ribereño,  lu- 
gareño, etc.,  etc. 

El  Diccionario,  a  mi  juicio,  debería  además  haber 
concedido  entrada  en  sus  columnas  a  atacameño,  el  ha- 
bitante de  la  provincia  de  Atacama  en  Chile;  a  antio- 
qiieño,  el  habitante  del  estado  de  Antioquía  en  Co- 
lombia; a  cuzqueño,  el  habitante  de  la  histórica  ciu- 
dad del  Cuzco  en  el  Perú;  a  paceño,  el  habitante  de 
la  ciudad  de  la  Paz  en  Bolivia;  a  quiteño,  el  habitante 
de  la  ciudad  de  Quito  en  el  Ecuador. 

Se  advierte  una  omisián  aun  mas  reparable. 

El  Diccionario  enumera  entre  las  Academias  Ame- 
ricanas la  Salvadoreña. 

Mientras  tanto,  no  ha  dedicado  un  artículo  a  este 
adjetivo  d). 

Así,  convengo  en  que  son  muchos  los  vocablos 
de  esta  clase  terminados  en  eño. 

Sin  embargo,  tal  antecedente  no  basta  para  dar  la 
preferencia  a  chileño  sobre  chileno;  i  aun  para  dejar 
subsistente  la  primera  de  estas  formas  que,  en  el  dia, 
no  se  usa  absolutamente  ni  en  el  lenguaje  hablado,  ni 
en  el  escrito. 

El  mismo  Diccionario  de  la  Academia  reconoce  la 
lejitimidad  de  varios  nombres  nacionales  i  jentilicios 
en  eno,  i  no  en  eño,  como  agareno,  antioqueno,  (natural 
de  Antioquía  en  la  Siria),  nacianceno,  nazareno,  sarra- 
ceno. 

(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  rejistra  las  voces  ^'mz- 
teño  i  salvadoreño. 


III  — 


I  estos  no  son  los  únicos  de  su  especie. 

Echando  una  mirada  mui  rápida  al  Diccionario 
Jeográfico  de  la  Biblia,  que  se  encuentra  éntrelos 
anexos  de  la  traducción  de  la  Vulgata  Latina  por  el 
insigne  don  Felipe  Scio  de  San  Miguel,  he  encontrado 
jeraseno,  el  habitante  de  la  ciudad  i  territorio  de  Jera- 
sa  en  la  Decápolis. 

Pero  aun  cuando  no  hubiera  nada  de  esto,  sería  su- 
ficiente el  uso  constante  e  invariable  por  mas  de  tres 
siglos  en  el  país  a  que  se  refiere  este  adjetivo  para 
que  chileno  haya  de  prevalecer  sobre  chileño^  que  solo 
ha  sido  empleado  por  rarísimos  escritores. 

Lo  cierto  es  que  la  forma  de  los  adjetivos  conque  se 
designa  el  natural  de  una  ciudad  o  país,  o  lo  pertene- 
ciente a  esa  ciudad  o  país  es  mui  varia  i  caprichosa  en 
nuestra  lengua. 

El  Diccionario  de  la  Academia,  ajustándose  a  la 
norma  de  la  desinencia  en  eño,  por  cuyo  respeto  sus 
autores  han  preferido  chileño  a  chileno',  enseña,  verbi- 
gracia, que  ha  de  decirse  brasileño  por  el  habitante  del 
Brasil,  o  lo  que  atañe  a  este  imperio. 

Sin  embargo,  en  América,  todos,  salvo  poquísimas 
escepciones,  dicen  brasilero. 

Esta  formación  es  defectuosa  (advierte  don  Pedro 
Fermín  Cevallos),  porque  «si  tal  se  saca  del  Brasil^ 
¿por  qué  no  se  saca  también  guayaquilero  de  Guaya- 
qiiilt». 

Ha  de  decirse  brasileño,  como  se  dice  guayaquileño. 

Todo  esto  sería  mui  exacto,  si,  en  materia  de  nombres 
jentilicios,  se  respetara  la  anal  ojia;  pero  jeneralmente 
no  sucede  así. 

El  natural  de  Francia  se  llama  francés;  el  de  Esco- 
cia, escocés;  el  de  Dinamarca,  danés;  el  de  Holanda,  ho- 
landés; el  de  Viena,  vienes;  el  de  Irlanda,  irlandés;  el 
de  Inglaterra,  inglés. 


—    112    — 


No  por  esto  podría  sostenerse  que  las  denominacio- 
nes para  denotar  los  habitantes  de  las  comarcas  i  de 
las  ciudades  que  acaban  en  a  han  de  tener  por  desi- 
nencia la  sílaba  és. 

Efectivamente,  el  natural  de  Italia  se  llama  italia- 
no; el  de  Prusia,  prusiano;  el  de  África,  africano;  el 
de  América,  americano;  e\  de  Colombia,  colombiano;  el 
de  Venezuela,  venezolano;  el  de  Cuba,  cubano;  el  de 
Roma,  romano. 

Tampoco  podría  sostenerse  que  la  desinencia  habría 
de  ser  siempre  ano. 

El  natural  de  Asia  se  llama  asiático;  el  de  Austria, 
austriaco;  el  de  Polonia,  polaco;  el  de  Valaquia,  valaco; 
el  de  Moldavia,  moldaco. 

Las  tres  desinencias  mencionadas  no  son  las  únicas. 

El  natural  de  Grecia  se  llama  griego;  el  de  Turquía, 
turco;  el  de  Suecia,  sueco;  el  de  Noruega,  noruego;  el  de 
Béljica,  belga;  el  de  Alemania,  alemán. 

Como  se  ve,  no  pueden  determinarse  desinencias 
fijas  por  lo  que  toca  a  los  nombres  jentilicios. 

El  uso  es  en  éste  un  arbitro  mas  absoluto  que  en 
otros  puntos  de  lenguaje. 

Don  Antonio  Puigblanch,  en  su  Catorce  Grupos 

DE  CUESTIONES  SOBRE  VARIOS  ORÍJENES  DE  LA  LENGUA 

CASTELLANA,  hacc  una  observación  mui  curiosa  sobre 
el  del  nombre  español,  la  cual  corrabora  lo  que  acabo 
de  esponer. 

Léase  lo  que  escribe  Puigblanch  (pajina  26). 

«¿En  qué  consiste  que  a  los  españoles  se  nos  designe 
con  un  nombre  diminutivo,  cual  es  nuestro  nombre 
nacional,  pues  se  deriva,  no  de  hispanus  directamente 
sino  del  diminutivo  hispaniolas;  según  ya  lo  observó 
don  Juan  de  Iriarte  en  uno  de  sus  epigramas  latinos;  i 
en  el  mediodía  de  la  Francia,  i  en  lengua  provenzal  se 


113  -- 


nos  da  el  nombre  de  espagnolets,  es  decir,  españolüos- 
1  así  mismo  en  Italia  el  de  spagnuoletti,  que  debe  ser  la 
razón  por  que  al  pintor  valenciano  Ribera,  que  residió 
allí,  se  le  dio  i  le  ha  quedado  el  nombre  de  spagmtoletto 
entre  los  pintores  i  los  aficionados  a  pinturas?» 

«La  esplicación,  no  mui  fácil  de  este  orijen,  agrega 
Puigblanch,  i  la  del  nombre  Hispania,  acerca  de  la 
que,  aunque  facilísima,  han  errado  notablemente,  así 
gramáticos,  como  jeógrafos,  suministra  una  prueba 
sobre  las  demás  que  hai  de  la  grande  antigüedad  del 
idioma  castellano,  i  demás  idiomas  con  él  relacionados, 
enmendándose  también  por  ella  un  pasaje  adulterado 
déla  obra jeográfica  del  escritor  griego  Estéfano  Bi- 
zantino, que  los  editores  de  la  misma  i  los  comentado- 
res, por  falta  de  esta  noticia,  han  corrompido  mas 
i  mas». 

Por  desgracia,  Puigblanch  murió  sin  revelar  su  des- 
cubrimiento filolójico;  pero  su  observación,  que  es 
exacta,  demuestra  cuan  caprichosa  es  la  formación  de 
los  vocablos  jentilicios. 

En  los  tiempos  que  siguieron  a  la  conquista,  el  cali- 
ficativo de  chileno  se  aplicaba  no  a  los  descendientes 
de  europeos,  sino  a  los  indios. 

Aunque  al  fin  de  la  época  colonial,  i  sobre  todo  en  la 
de  la  revolución,  empezó  ya  a  denominarse  chilenos  a 
todos  los  habitantes  del  país,  cualquiera  que  fuese  su 
raza,  sin  embargo,  esta  práctica  no  se  jenerahzó  hasta 
después  de  la  proclamación  de  la  independencia,  como 
lo  prueba  el  siguiente  documento. 

«Santiago,  3  de  julio  de  1818. — Después  de  la  glorio- 
sa proclamación  de  nuestra  independencia,  sostenida 
con  la  sangre  de  sus  defensores,  sería  vergonzoso  per- 
mitir el  uso  de  fórmulas  inventadas  por  el  sistema  co- 
lonial .  Una  de  ellas  es  denominar  españoles  a  los  que 


AMUNATEGUI.   T.  II 


por  su  calidad  no  están  mezclados  con  otras  razas, 
que  antiguamente  se  llamaban  malas.  Supuesto  que  ya 
no  dependemos  de  España,  no  debemos  llamarnos  es- 
pañoles, sino  chilenos.  En  consecuencia,  mando  que,  en 
toda  clase  de  informaciones  judiciales,  sea  por  vía  de 
pruebas  en  causas  criminales,  de  limpieza  de  sangre, 
en  proclamas  de  casamientos,  en  las  partidas  de  bau- 
tismo, confirmaciones,  matrimonios  i  entierros,  en  lugar 
de  la  cláusula;  Español  natural  de  tal  parte,  que  hasta 
hoi  se  ha  usado,  se  sostituya  la  de:  Chileno  natural  de 
tal  parte,  observándose  en  lo  demás  la  fórmula  que  dis- 
tingue las  clases;  entendiéndose  que  respecto  de  los 
indios,  no  debe  hacerse  diferencia  alguna  sino  denomi- 
narlos chilenos,  según  lo  prevenido  arriba.  Trascríbase 
este  decreto  al  señor  gobernador  del  obispado  para  que 
lo  circule  a  los  curas  de  esta  diócesis,  encargándoles  su 
observancia;  i  circúlese  a  las  referidas  corporaciones  i 
jueces  del  estado,  teniendo  todos  entendido  que  su  in- 
fracción dará  una  idea  de  poca  adhesión  al  sistema  de 
la  América,  i  será  un  suficiente  mérito  para  formar  un 
juicio  indagatorio  sobre  la  conducta  política  del  deso- 
bediente, para  aplicarle  las  penas  a  que  se  hiciere 
digno. — Imprímase. — O'Higgins. — Irisarri». 

Escusado  parece  advertir  que,  en  la  actualidad, 
nuestra  constitución,  nuestros  códigos,  nuestras  leyes, 
todos  nuestros  documentos  oficiales  dicen  siempre 
chileno,  i  jamás  chileño. 

Chilihueque 

Tal  es  el  nombre  que  los  indíjenas  de  Chile  daban  a 
los  guanacos  domesticados. 

«El  chilihueqne,  camellus  araucanus,  (dice  el  abate 
don  Juan  Ignacio  Molina  en  su  Compendio  de  la  his- 


—  115  — 
TORIA    JEOGRÁFICA    NATURAL    I    CIVIL    DEL    REINO    DE 

(HILE,  tomo  I. o,  pajina  359,  edición  española  de  1788) 
se  llama  propiamente  Jiucque;  pero  los  araucanos,  que 
lo  tienen  doméstico,  empezaron  a  denominarlo  desde 
el  arribo  de  los  españoles  chilihueque  o  rehueque,  que 
quiere  decir  ¡meque  chileño,  o  hueque  puramente,  para 
distinguirlo  del  carnero  europeo,  al  cual  dan  el  propio 
nombre  por  la  semejanza  que  tiene  uno  con  otro.  En 
efecto,  si  el  chilihueque  no  tuviera  el  cuello  tan  largo, 
ni  tan  altas  las  patas,  sería  idénticamente  un  carnero; 
pues  su  cabeza  tiene  la  misma  conñguración;  las  ore- 
jas son  ovales  i  flosciüosas;  los  ojos  grandes  i  negros; 
el  hocico,  largo  i  jibo;  los  labios,  pendientes  i  gruesos;  la 
cola,  mas  corta;  i  vestido  todo  el  cuerpo  de  una  lana 
tan  larga,  pero  mas  fina  que  la  del  carnero.  Medido  des- 
de los  labios  hasta  el  orijen  de  la  cola,  tiene  cerca  de 
seis  pies  de  largo,  bien  que  la  tercera  parte  de  esta  di- 
mensión es  el  largo  del  cuello;  su  alto  medido  desde 
las  uñas  de  los  pies  de  detrás  hasta  el  nacimiento  de  la 
cola,  pasa  de  cuatro  pies;  su  color  es  tan  vario,  que  los 
hai  negros,  pardos  i  cenicientos. 

«Ya  hemos  dicho  que  los  antiguos  chilenos  se  ser- 
vían de  estos  animales  como  de  bestias  de  carga;  i  ahora 
añadimos  que,  para  mandarlos  en  los  caminos,  les  pa- 
saban una  cuerda  por  un  agujero  que  les  abrían  en  las 
ternillas  de  las  orejas;  i  que  algunos  jeógrafos  que  oye- 
ron estas  cosas  confusamente,  tomaron  de  aquí  moti- 
vo para  decir  que  los  carneros  han  adquirido  tal  cor- 
pulencia en  las  tierras  de  Chile,  que,  cargados  como  las 
muías,  sirven  para  el  acarreo  i  transporte  de  las  mer- 
cancías, no  faltando  quien  asegure  que  los  indios  se 
valían  de  estos  cuadrúpedos  antes  que  los  consquista- 
sen  los  españoles  para  la  labor  de  sus  campos,  uncién- 
doles a  su  arado,  que  llaman  quethahue.  Con  efecto,  el 


—  ii6  — 

almirante  Spilberg  encontró  que  los  habitadores  de  la 
isla  de  Mocha  los  empleaban  en  semejante  destino.  Los 
araucanos  aprecian  mucho  sus  quilihueques;  i  aunque 
les  agrada  su  carne,  no  acostumbran  matarlos,  como 
no  sea  para  cubrir  la  mesa  qué  sirven  a  algunos  foraste- 
ros recomendables,  o  por  algún  sacrificio  solemne. 
Vestíanse  de  sus  lanas  antes  que  los  europeos  descu- 
briesen la  América;  mas  ahora  que  poseen  con  tanta 
abundancia  los  carneros  de  Europa,  no  usan  de  las  la- 
nas del  chilihueque,  sino  para  tejer  algunos  j eneros  su- 
perfinos, que  son  tan  bellos  i  tan  lustrosos,  que  casi  pa- 
recen de  seda». 

Don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i  Política 
DE  Chile,  Zoolojía,  tomo  iP,  pajina  154,  agrega  las  si- 
guientes noticias  sobre  el  chilihueque: 

«El  carácter  suave  i  tímido  de  los  guanacos,  i  mas 
aun  su  instinto  sumamente  social,  los  ha  hecho  mui 
familiares  i  susceptibles  de  una  perfecta  domesticidad. 
Desde  época  mui  remota,  los  chilenos  i  los  araucanos 
se  servían  de  ellos,  i  les  daban,  como  hoi,  el  nombre  de 
luán  en  el  estado  salv?.je,  i  el  de  chilihueque  en  el  de 
domesticidad,  utilizábanlos  como  bestias  de  carga,  i 
también  para  arar  sus  tierras,  según  afirman  algunos 
antiguos  \áajeros.  Los  españoles  se  servían  igualmente 
de  ellos  con  frecuencia  en  los  primeros  años  de  la  con- 
quista; i  en  1620,  se  veían  aun  en  el  campo,  i  en  San- 
tiago, al  servicio  de  los  aguadores;  pero  después  las  mu- 
las  i  asnos  se  hicieron  tan  comunes,  i  de  un  uso  tan 
ventajoso,  que  los  chilihueques  desaparecieron  com- 
pletamente del  territorio  ocupado  por  los  españoles,  i 
poco  después  del  de  los  araucanos,  a  pesar  de  la  espe- 
cie de  veneración  que  tenían  a  estos  animales,  llegan- 
do a  ser  el  objeto  de  muchas  ceremonias,  particular- 
mente en  sus  parlamentos  o  asambleas  políticas». 


-  117  — 

Como  se  ve,  la  palabra  chilihueque  tiene  necesaria- 
mente que  usarse  en  la  historia  antigua  de  Chile. 

Chimenea 

En  el  capítulo  6,  libro  i  o,  de  la  Vida  del  buscón 
Don  Pablos,  por  don  Francisco  de  Ouevedo,  se  lee 
esta  frase: 

«I  por  no  ser  largo,  dejo  de  contar  como  hacía  mon- 
te la  plaza  del  pueblo,  pues  de  cajones  de  tundidores 
i  plateros,  i  mesas  de  fruteras  (que  nunca  se  me  olvi- 
dará la  afrenta  de  cuando  fui  rei  de  gallos),  sustenta- 
ba la  chiminea  de  casa  todo  el  año». 

El  académico  don  Aurelio  Fernández  Guerra  i  Orbe 
ha  publicado  en  la  Biblioteca  de  autores  españo- 
les de  Rivadeneira  una  edición  de  las  Obras  de  don 
Francisco  de  Quevedo  Villegas,  la  cuál  es  un  mo- 
numento de  erudición  i  de  esmerada  e  intelijente  pro- 
hjidad. 

Para  la  de  la  Vida  del  buscón  don  Pablos,  a  que 
pertenece  la  frase  antes  citada,  verbigracia,  el  señor 
Fernández  Guerra  ha  consultado  i  concordado  cinco 
de  las  primeras  ediciones,  a  saber,  la  de  Zaragoza  1626, 
la  de  Ruán  1629,  la  de  Pamplona  1631,  la  de  Madrid 
1648  i  la  de  Bruselas  1660. 

Entre  las  cinco  ediciones  mencionadas,  solo  la  de 
Ruán  dice  cheminea,  i  no  chiminea. 

Lo  espuesto  manifiesta  que,  en  el  siglo  XVII,  esta 
palabra  tenía  dos  formas,  de  las  cuales  una  llevaba  i 
en  la  primera  sílaba;  i  otra  e. 

Según  el  Diccionario  de  la  í\cademia,  esa  pala- 
bra chiminea  o  cheminea  se  ha  convertido  en  chimenea. 

Los  señores  Cuervo  i  Ceballos  testifican  que,  en  el 
lenguaje  vulgar  de  Colombia  i  del  Ecuador,  se  conser- 
va la  forma  chiminea. 


—  ni 


Puedo  asegurar  que  en  Chile  sucede  otro  tanto. 

Suele  ser  frecuente  entre  las  personas  del  vulgo,  esto 
de  cambiar  una  i  en  e,  o  una  ^  en  i. 

Así  no  faltan  quienes  digan  heniineo  por  himineo,  i 
hestérico  por  histérico,  o  bien  dispilfarro  por  despilfarro 
o  diseqiiilihrio  por  desequilibrio. 

Sin  embargo  no  hai  razón  para  que  todos  no  pro- 
nunciemos i  escribamos  chimenea^  única  forma  autori- 
zada por  la  Real  Academia. 

Chincol 

Tal  es  el  nombre  vulgar  que  se  da  en  Chile  a  la  frin- 
gilla  matutina  de  los  naturalistas. 

«Esta  ave  (dice  don  Claudio  Gay,  Historia  Física  i 
Política  de  Chile,  Zoolojía,  tomo  i.^,  pajina  360),  es 
mui  común  en  Chile;  i  existe  en  toda  la  América  Me- 
ridional, desde  el  Brasil;  de  donde  la  trajo  Delalande, 
hasta  el  norte-este  de  la  Patagonia,  observada  allí  por 
los  naturalistas  de  la  Beagle». 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  trae  esta  pa- 
labra. 

Chinche 

El  jesuita  chileno  Alonso  de  Ovalle  dio  a  la  estampa 
en  Roma  el  año  de  1646  una  obra  titulado  Histórica 
Relación  del  Reino  de  Chile. 

En  el  libro  2,  capítulo  6,  planas  74,  75  i  76,  inserta 
una  carta  del  padre  de  la  misma  orden  Juan  del  Pozo, 
«persona  de  gran  relijión  i  digna  de  todo  crédito,  el 
cual  se  halla  al  presente  (dice  Ovalle)  en  el  colejio  de 
Mendoza'). 

El  padre  Ovalle  advierte  que  recibió  esa  carta  en 
Roma  el  año  mencionado. 


--II9    - 

Después  de  hablar  sobre  las  ventajas  de  la  provincia 
de  Cuyo,  el  padre  Pozo  agrega  lo  que  sigue  (plana  75, 
columna  2."): 

«Pues,  siendo  esto  así,  como  lo  es,  i  aun  mas  de  lo 
que  puedo  encarecer  con  palabras,  ¿qué  le  falta  a  esta 
tierra?  ¿qué  tachas  le  ponen?  ¿las  chinches,  los  truenos, 
piedra  i  rayos?  ¿qué  tierra  se  escapa  de  estos  padras- 
tros? Porque  Chile  no  los  tiene  (a  quien  hizo  Dios  este 
singular  privilejio),  ¿diremos  que  la  tierra  de  Cuyo  es 
mala?  Nó,  porque  podíamos  decir  lo  mesmo  de  otras 
muchas  donde  son  tan  comunes  estas  penalidades  i 
sobrehuesos». 

Resulta  que  en  1646  no  había  aun  chinches  en  nues- 
tro país. 

Don  Rodolfo  A.  Philippi,  en  su  memoria  Sobre  los 

ANIMALES  INTRODUCIDOS  EN  ChILE  DESDE  SU  CONQUIS- 
TA POR  LOS  ESPAÑOLES,  la  cual  se  encuentra  en  los 
Anales  de  la  Universidad,  año  de  1885,  i.»  sección, 
pajinas  319  i  siguientes,  escribe  lo  que  va  a  leerse. 

«Los  piojos  de  las  dos  clases,  i  las  ladillas  son  tan  co- 
munes en  Chile,  como  en  otros  países,  i  aun  probable- 
mente llegados  juntos  con  los  primeros  hombres  que 
vinieron  a  poblar  las  tierras  de  Chile;  pero  creo  que 
las  chinches  han  sido  introducidas  por  los  europeos. 
Hasta  el  dia  de  hoi,  no  se  encuentran  en  la  provincia 
de  Valdivia»,  (pajina  330). 

Estando  al  testimonio  antes  citado  del  Padre  Pozo, 
puede  asegurarse  que  las  chinches  vinieron  a  este  país, 
no  solo  con  los  europeos,  sino  trascurrida  la  primera 
mitad  del  siglo  XVII. 

Pero,  al  fin  i  al  cabo,  ello  es  que,  despreciando  los 
encumbrados  Andes,  i  el  estenso  océano,  invadieron  la 
tierra  chilena  estos  odiosos  insectos,  «tan  conocidos 
(como  dice  Gay  en  la  Historia  Física  i  Política  de 


—    120   — 


Chile,  Zoolojía,  tomo  7,  pajina  160)  por  el  mal  olor 
que  despiden,  i  por  las  molestias  que  nos  ocasionan». 

«Enteramente  nocturnos  (añade  el  mencionado  na- 
turalista), se  esconden  de  dia  en  las  junturas  de  las  ca- 
mas, etc.,  en  donde  también  ponen  sus  huevos;  i  de 
noche  salen  para  venir  a  chupar  la  sangre  humana  de 
que  se  alimentan.  Se  han  empleado  varios  medios 
para  destruirlos,  verbigracia,  el  aguarrás,  el  vapor  del 
azufre,  etc.;  pero  en  jeneral  lo  mejor  es  una  limpieza 
continua  de  las  camas  i  de  las  paredes  que  las  rodean». 

Introducido  en  Chile  este  cruel  insecto,  que  impide 
a  los  míseros  mortales  gozar  la  paz  del  sueño,  se  le 
denominó  con  el  mismo  nombre  que  sirve  para  desig- 
narlo en  España. 

Sin  embargo,  muchas  personas  i  principalmente  las 
del  vulgo,  lo  hicieron  no  femenino,  como  debían,  sino 
masculino,  diciendo  el  chinche,  o  un  chinche,  en  vez  de 
la  chinche  o  una  chinche. 

Don  Andrés  Bello,  en  su  Gramática  de  la  lengua 

CASTELLANA  (ObRAS  COMPLETAS,    tomO  4.°,    pajina  63, 

nota)  hace  presente  que,  «en  Chile  se  usan  impro- 
piamente como  masculinos  chinche,  hambre,  pirámide» 

Lo  mismo  sucede  con  chinche  en  Colombia,  según. 
Cuervo,  i  en  el  Ecuador,  según  Cevallos. 

A  pesar  de  esto  parece  que  ha  de  darse  a  chinche  el 
j  enero  femenino  que  se  le  atribuye  jeneralmente  en 
las  diversas  naciones  españolas,  i  no  el  masculino  que 
ciertas  personas  por  escepción  le  asignan  en  algunas 
repúblicas  hispano-americanas. 

Don  Manuel  Eduardo  de  Gorostiza,  en  su  comedia 
titulada  Don  Dieguito,  acto  ^P,  escena  9.^,  pone  en 
boca  de  don  Anselmo  los  siguientes  versos: 


—    121    — 


....  Frustrarse  así 
mis  esperanzas,  conatos, 
i  deseos;  tener  ahora, 
a  pesar  de  mí  cansancio, 
que  emprender  otro  viaje,  • 
i  vuelta  a  los  malos  pasos, 
i  a  las  mesoneras  puercas, 
i  al  arroz  i  al  bacalao, 
i  a  las  chinches . . .  .vaya  es  cosa 
de  darse  un  pistoletazo. 

Como  se  ve,  Gorostiza  da  a  chinches  el  j enero  que  le 
corresponde. 

Chinche  se  usa  además  metafóricamente  para  de- 
notar «una  persona  molesta  i  pesada». 

En  este  caso,  puede  ser  sustantivo  o  adjetivo. 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros  presenta  en  la 
comedia  titulada  Don  Frutos  en  Belchite,  acto  i." 
escena  5,",  un  ejemplo  de  chinche  empleado  como  ad- 
jetivo. 

Simona  dice: 

Entró  aquí  de  sopetón; 
i  por  mas  que  yo  le  dije: 
— Vete,  no  te  hablo,  no  te  oigo  .... 
¡Ni  por  esas!  Es  miii  chinche. 

Sin  embargo,  chinche  como  adjetivo  es  reemplazado 
comúnmente  por  chinchoso,  que  significa  lo  mismo, 

Don  Manuel  Eduardo  de  Gorostiza,  en  la  comedia 
titulada  Induljencia  para  todos,  acto  i.o,  escena  3.», 
pone  en  boca  de  don  Fermín  los  versos  que  van  a 
leerse. 

¿Pues  tú  no  juistes, 
hijo  o  demonio,  la  causa 
de  saber  yo  que  existía 
tal  hombre?  ¿No  le  alababas 


—    122    — 

a  troche  i  moche?   ¿Te  acuerdas 
cuando  fui  por  tí  a  Vergara, 
qué  pesado  i  qué  chinchoso 
cstuvistes  con  las  raras 
prendas,  i  torna  las  prendas, 
i  el  talento  i  la  matraca 
de  tu  amigo,  hasta  obligarme 
a  que  le  viese  i  tratara? 

Gorostiza  usó  malen  estos  versos  fuiste s  por  fuiste, 
i  estuvistes  por  estuviste,  pues  don  Andrés  Bello,  el  año 
de  1834,  en  El  Araucano,  demostró  superabundan- 
teniente  que  tal  cosa  no  podía  hacerse,  ni  convenía  que 
se  hiciera,  aunque  autores  estimables  modernos  hayan 
incurrido  en  este  desliz  gramatical.  (Obras  Comple- 
tas, tomo  5.0,  pajina  483  i  siguientes);  pero  eso  no  im- 
pide que  haya  usado  mui  bien  el  adjetivo  chinchoso, 
ajustándose  a  lo  que  el  Diccionario  de  la  Academia 
enseña. 

Resta  ahora  por  averiguar  cuál  es  el  j enero  de  chin- 
che como  sustantivo  en  significado  figurado. 

El  Diccionario  guarda  silencio  sobre  este  punto. 

Don  Ventura  de  la  Vega,  en  sus  Obras  Poéticas, 
pajinas  570  i  571,  edición  de  París,  1866,  trae,  entre 
otros,  los  siguientes  tercetos  dirijidos  a  don  José  Ama- 
dor de  los  Ríos. 

No  pienses,  caro  amigo,  que  me  quejo 
del  importuno  enjambre  pretendiente 
que  en  pos  me  sigue,  impávido  cortejo. 

No  me  quejo  de  ver  que  se  presente 
uno  a  quien  nunca  vi,  ni  me  hace  falta, 
i  me  diga: — Aquí  estoÜ  . .  soi  tu  pariente. 

No  me  quejo  del  sandio  que  me  asalta 
porque  le  gusta  la  casaca  roja, 
i  quiere  que  le  dé  la  cruz  de  Malta. 


12^ 


Ni  del  chinche  a  quien  verme  se  le  antoja, 
cuando  voi  a  afeitarme  o  a  vestirme; 
i  si  no  le  recibo,  se  me  enoja. 

Como  se  ve,  don  Ventura  de  la  Vega  usa  con  j ene- 
ro masculino  a  chinche  aplicado  en  sentido  metafórico 
a  un  hombre  para  indicar  que  este  es  molesto  i  pesado. 

El  procedimiento  mencionado  no  tiene  nada  de  es- 
traño. 

Este  caso  de  chinche  es  enteramente  análogo  al  de 
gallina. 

Se  sabe  que  la  segunda  de  estas  palabras  significa, 
no  solo  «hembra  del  galio >>,  sino  también  en  sentido 
metafórico  «persona  cobarde,  pusilánime  i  tímida». 

Don  José  de  Espronceda,  en  Sancho  Saldaña,  to- 
mo 2P,  pajina  31,  edición  de  Ma.drid,  1834,  escribe  lo 
que  sigue: 

« — No  creo,  replicó  el  Velludo,  mordiéndose  los  la- 
bios de  rabia,  que  haya  yo  merecido  nunca  el  título 
de  cobarde;  pero  ahora  tenéis  razón:  no  soi  mas  que 
tm  gallina». 

El  mismo  Diccionario  de  la  Academia  advierte 
que  gallina  en  la  acepción  figurada,  es  común  de  dos, 
i  trae  el  siguiente  ejemplo:  «Esteban  es  un  gallina». 

Igual  cosa  sucede  con  bestia. 

Esta  palabra,  como  chinche;  i  como  gallina,  tiene 
dos  significados. 

En  el  propio  denota  «un  animal  cuadrúpedo,  espe  • 
cialmente  doméstico,  como  caballo,  muía,  etc.» 

En  el  figurado  «persona  ruda  e  ignorante». 

El  Diccinoario,  en  el  artículo  destinado  a  bestia, 
como  en  el  destinado  a  chinche,  no  advierte  que  estas 
palabras  sean  comunes  de  dos,  cuando  se  usan  en  sen- 
tido metafórico,  como  lo  advierte  en  el  destinado  a 
gallina. 


—    124    — 

Sin  embargo,  abundan  frases  en  que  buenos  autores 
dan  j  enero  masculino  a  bestia  cuando  lo  emplean  para 
designar  un  hombre  ignorante  i  rudo. 

Don  Ramón  de  Ja  Cruz,  en  el  sainete  titulado  Los 
Maridos  Engañados  i  Desengañados,  tomo  i.^,  pa- 
jina 347,  edición  de  Madrid,  1843,  pone  estos  versos 
en  boca  de  Juanita: 

....  Bien  dice 
mi  madre  que  es  usté  un  bestia 

Espronceda,  en  Sancho  Saldaña,  tomo  i.°,  pajina 
47,  escribe  lo  que  sigue: 

« — Preguntad,  respondió  Usdrobal,  si  hai  alguno 
mas  que  quiera  reemplazar  a  ese  pobre  bestia». 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  en  El  Amigo 
Mártir,  acto  iP,  escena  i.^,  pone  en  boca  de  don 
Anjel  esta  frase: 

....  Me  voi 
a  enamorar  como  un  bestia. 

Mientras  tanto,  hai  palabras  enteramente  parecidas 
a  chinche^  gallina  i  bestia,  que,  empleadas  en  sentido 
metafórico,  no  pierden  nunca  el  j  enero  que  correspon- 
de a  su  sentido  propio. 

Una  de  ellas,  verbigracia,  es  fiera. 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  en  su  traduc- 
ción de  la  comedia  de  Marivaux  Engañar  con  la  ver- 
dad, acto  I. o,  escena  15,  hace  que  Valentín  diga  esta 
frase: 

<<Don  Félix  volvió  hecho  una  fiera;  me  quiso  pegar,  no 
obstante  su  buen  corazón.» 

Don  Andrés  Bello,  en  su  Gramática  de  la  lengua 
castellana,  capítulo  10,  (Obras  Completas,   tomo 


—  125  — 

4-^  pajinas  6i  i  62)  principia  por  establecer  la  regla 
de  que,  atendiendo  a  la  terminación,  son  comúnmen- 
te femeninos  los  en  a  no  aguda. 

En  seguida  agrega  lo  que  va  a  leerse: 

«No  son  escepciones  los  sustantivos  que  su  significa- 
do de  varón  hace  masculinos,  como  atalaya  i  vijía  (por 
las  personas  que  atalayan),  atleta,  argonauta,  barba 
(por  el  actor  que  hace  papeles  de  viejo),  consueta  (por 
apuntador  de  teatro),  cura  (por  el  párroco),  vista  (por 
el  de  la  aduana);  pero  sí  debemos  mirar  como  irregu- 
lares en  esta  parte  a  los  ambiguos  que  siguen,  ya  el 
j enero  del  significado,  ya  el  de  la  terminación,  como 
espía  (el  que  acecha),  guía  (el  que  muestra  el  camino), 
lengua  (el  que  interpreta  de  viva  voz),  maula  (el  hom- 
bre artificioso  o  petardista),  bien  que  indudablemente 
prevalece  aun  en  éstos  el  jénero  que  corresponde  al 
sexo.  La  sota  de  los  naipes  es  siempre  femenino,  aun- 
que tiene  figura  de  hombre». 

Me  parece  que  la  cita  precedente  completa  lo  prin- 
cipal que  puede  decirse  acerca  del  jénero  que,  cuando 
se  aplican  al  hombre,  corresponde  a  ciertos  sustanti- 
vos en  otros  casos,  o  de  ordinario  femeninos. 

Volviendo  ahora  al  sustantivo  chinche,  puedo  añadir 
todavía  que  entre  nosotros  se  da  también  este  nombre 
en  jénero  masculino,  tal  vez  por  vía  de  semejanza  con  el 
insecto,  a  una  especie  de  tachuela  de  cabeza  grande, 
achatada  i  redonda  que  se  emplea  para  mantener  esti- 
rado i  fijo  el  papel  sobre  un  tablero,  (i) 

Chingue 
Este  nombre  que  no  se  encuentra  en  el  Diccionario 


(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  ha  acojido  esta  última 
acepción  pero  sin  el  jénero  femenino  atribuido  al  insecto. 


•  —    126    — 

DE  LA  Real  Academia,  es  el  de  un  mamífero  carnívo- 
ro orijinario  de  América. 

El  abate  don  Juan  Ignacio  Molina,  en  el  Compen- 
dio DE  la  historia  jeografica  i  natural  del  reino 
de  Chile,  libro  4  o,  o  sea  pajinas  325  i  siguientes,  edi- 
ción de  Madrid,  1788,  dice  sobre  este  cuadrúpedo  lo 
que  se  copia  a  continuación. 

«El  chingue^  el  cual  es  uno  de  aquellos  anímale  jos 
que  Buffon  llama  fétidos  a  causa  del  intolerable  hedor 
que  despiden,  tiene  en  Chile  la  misma  estatura  que  un 
gato  común,  i  su  color  es  un  negro  azulado,  menos 
sobre  la  espalda,  en  la  cual  tiene  una  lista  de  manchas 
redondas  i  blancas,  que  se  le  estiende  desde  la  frente 
hasta  la  cola.  Su  cabeza  es  prolongada,  las  orejas  an- 
chas i  peludas  con  la  cuenca  doblada  hacia  adentro  i 
los  lobos  pendientes  como  los  del  hombre;  los  ojos 
largos  con  la  pupila negia;  el  hocico  agudo;  el  labio  su- 
perior mas  largo  que  el  inferior;  i  la  boca  hendida  hasta 
tocar  en  los  pequeños  ángulos  de  los  ojos;  puéblanle 
las  quijadas  doce  dientes  incisivos,  cuatro  colmillos 
agudos  i  diez  i  seis  muelas,  repartidos  en  ambas  man- 
díbulas por  porciones  iguales,  notándose  que  los  late- 
rales de  adelante  son  mas  grandes  que  los  de  en  medio; 
tiene  mas  altas  las  patas  anteriores  que  las  posterio- 
res, i  en  cada  uno  de  los  cuatro  pies,  cinco  dedos 
armados  de  uñas  largas  a  propósito  para  abrir  en  la 
tierra  cuevas  profundas,  donde  se  encierra  con  su  fa- 
milia; lleva  siempre  la  cabeza  baja,  la  espalda  encor- 
vada al  modo  que  el  cerdo;  i  la  cola  doblada  hacia 
arriba,  como  la  de  la  ardilla,  es  tan  larga  como  su 
cuerpo,  i  no  menos  peluda  que  la  de  la  zorra. 

«Su  orina  viene  a  tener  el  mismo  olor  que  la  de  un 
perro  cualquiera,  i  no  despídela  fetidez  que  jeneral- 
mente  se  piensa,  porque  el  licor  hediondo  que  arroja 


—    127    — 

este  animal  contra  quien  le  molesta,  es  una  especie  de 
aceite  verdoso  que  lleva  encerrado  en   una  vejiguilla 
colocada  cerca  del  ano  como  la  del   hediondo.  Cuando 
-  ste  animalejo  se  ve  perseguido,  alza  prontamente  los 
pies  posteriores,  i  lanza  con  violencia  contra  su  agre- 
sor aquel  humor  pestilente,  cuyos  efluvios  mefíticos  se 
esparcen  con   tal   prontitud,  que  infestan  en  un  mo- 
mento todos  los  parajes  circunvecinos,  difundiéndose 
a  veces  a  distancia  de  casi  una  lengua.  La  ropa  que 
fué  salpicada  de  ese  ungüento  maligno,  o  es  necesario 
abandonarla  del  todo,  o  lavarla  repetidas   veces  con 
lejía  fuerte  para  haber  de  usarla  de  nuevo;  las  mismas 
casas  que  recibieron  tan  pestífera  exhalación  quedan 
inhabitables  por  algún  tiempo,  porque  hasta  ahora  no 
se  ha  encontrado  ningún  j enero  de  perfume  que  sea 
capaz  de  disipar  el  hedor,  i  aun  hasta  los  perros  a  quie- 
nes alcanza  el  enojo   del  chingue,   se   zabullen  en  el 
agua,  se  revuelcan  en  el  iodo  i  el  fango,  corren  aullando 
como  rabiosos  por  todas  partes,  i,  mientras  les  dura  la 
impresión   del  hedor,   apenas  comen   lo  mui  preciso 
para  no  morirse  de  hambre. 

«Conociendo  mui  bien  el  chingue  la  poderosa  eficacia 
de  unas  armas  tan  singulares  que  le  dio  la  naturaleza, 
no  se  sirve  jamás  de  los  dientes,  ni  de  las  uñas  contra 
los  enemigos  de  toda  su  especie,  bien  que  es  de  suyo 
apacible  i  aficionado  a  los  hombres,  a  los  cuales  se 
acerca  sin  ningún  jénero  de  recelo;  entra  libremente 
en  las  casas  de  campo  para  comerse  los  huevos,  que 
busca  recorriendo  los  gallineros;  pasa  intrépidamente 
por  en  medio  de  los  perros,  i  usa  con  entera  libertad 
de  los  privilejios  que  le  concede  el  salvoconducto  que 
lleva  consigo,  i  que  jamás  le  disputa  ningún  viviente, 
porque  los  perros,  por  su  parte,  en  vez  de  embestirle, 
huyen  de  él  cuanto   pueden,  i  los  labradores,  por  la 


—    128    — 

suya,  no  se  atreven  a  matarle  ni  aun  con  la  escopeta, 
temiendo  quedar  infectados  de  su  licor,  si  yerran  el 
tiro.  Sin  embargo,  no  faltan  algunas  personas  osadas 
que,  acercándoseles  silenciosamente,  i  cojiéndolos  de 
improviso  por  la  cola,  los  levantan  en  alto  para  que, 
estirándose  los  músculos  de  la  veguijilla,  se  cierre  el 
orificio,  i  en  este  estado,  les  matan,  bien  que  no  pocas 
veces  queda  castiga  su  temeridad  con  una  rociada 
abundante. 

«Este  anímale  jo  no  se  prevale  de  su  licor  pestilen- 
cial, sino  es  cuando  le  maltrata  un  enemigo  que  no  es 
de  su  especie,  sin  duda  porque,  conociendo  perfecta- 
mente todo  el  daño  que  causa,  se  abstiene  de  emplear 
su  veneno  contra  los  de  su  mism.a  especie;  i  así,  en  las 
frecuentes  riñas  (¡ue  tienen  unos  con  otros  cuando 
están  en  celo,  se  contentan  con  valerse  de  los  dientes  i 
de  las  uñas.  El  respeto  que  les  profesa  todo  viviente 
me  retuvo  a  mí  para  acercarme  a  su  nido  i  no  me  per- 
mitió informarme  del  número  de  su  familia.  Los 
huevos  son  su  alimento  ordinario,  i  aun  muchos  pája- 
ros que  sabe  cazar  con  una  astucia  increíble,  siendo 
cosa  particular  que  su  pellejo  no  participe  del  pestilen- 
te olor  que  lleva  en  la  vejiguilla.  Cuando  los  indios 
pueden  juntar  un  número  suficiente  de  pieles  de  chin- 
gue, hacen  con  ellas  mantas  para  las  camas,  mui  esti- 
madas en  aquellos  pueblos  por  la  suavidad  de  su  pelo  i 
por  la  belleza  del  coloridor. 

Don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i  Política 
DE  Chile,  Zoolojía,  tomo,  i,  pajinas  49  i  50,  completa 
como  sigue  las  noticias  de  Molina  sobre  el  chingue, 

«El  chingue  o  chine,  aunque  no  es  mui  común  en 
Chile,  se  encuentra  esparcido  en  casi  toda  la  república 
desde  las  provincias  del  Norte  hasta  la  de  Valdivia. 
Pasa  el  día  en  los  huecos  de  los  árboles,  o  en  los  hoyos 


—   129   — 

que  hace  en  la  tierra  con  las  patas  de  delante,  cuyos 
dedos  están  provistos  de  uñas  largas  i  robustas;  i  du- 
rante la  noche,  sale  a  buscar  que  comer.  Los  dos  in- 
dividuos que,  con  trabajo,  hemos  podido  procurarnos, 
tenían  el  estómago  lleno  de  orugas;  mas  también  se 
alimentan  de  huevos,  insectos,  reptiles,  pájaros,  cua- 
drúpedos pequeños,  i  entran  a  veces  en  los  corraJes  a 
cometer  destrozos,  tanto  mas  fácilmente,  cuanto  que 
los  hombres,  así  como  los  perros,  no  se  atreven  a  ata- 
carlos, ni  aun  aproximarse  a  ellos.  Debe  esta  gran 
ventaja  a  un  líquido  de  olor  sumamente  penetrante  i 
desagradable  que  mezclan  con  la  orina  después  de 
haber  sido  secretada  por  las  glándulas  que  tienen  junto 
al  orí  jen  de  la  cola,  i  lo  despiden  a  la  distancia  de  cua- 
tro o  cinco  pies,  después  de  haber  tomado  una  posi- 
ción conveniente,  i  enderezado  la  cola.  Esta  es  su  sola 
defensa;  pero  tan  sumamente  poderosa,  que  inspira  un 
horror  estremo,  principalmente  a  los  que  se  han  halla- 
do en  el  caso  de  esperimentar  su  efecto.  A  este  propó- 
sito se  cuentan  en  el  país  anécdotas  bastante  curiosas, 
i  sin  duda  mui  exaj eradas.  Muchos  ranchos  han  sido 
abandonados  por  cierto  tiempo;  los  vestidos  han  llega- 
do a  ser  inservibles,  a  pesar  de  las  muchas  lavaduras, 
i  los  perros  han  sido  atacados  de  fuertes  convulsiones, 
seguidas  de  grandes  aullidos,  llegando  hasta  quedar 
enteramente  atolondrados.  Sin  embargo,  parece  que  su 
carácter  es  bastante  suave,  casi  inofensivo,  i  suscepti- 
ble de  domesticidad,  pues  se  nos  ha  asegurado  en  el 
Perú  que  uno  joven  había  sido  tan  bien  amansado,  que 
seguía  a  su  dueño  en  el  campo,  i  jamás  dio  motivo  de 
queja;  pero  es  verdad  que  siempre  estuvo  bien  tratado 
i  mantenido,  lo  que  prueba  que  solo  cuando  reciben 
daño,  o  se  les  irrita,  usan  de  su  singular  proyectil.  Su 
pelaje,   también  mui  agradable  a  la  vista,  es  de   un 

AMUNÁTBGUI. — T.  II.  9 


—  130  — 


bruno  lustroso  mas  o  menos  oscuro,  i  adornado  de  dos 
«andes  bandas  de  un  bello  blanco,  que  parten  del  on- 
feTde  la  cabeza,  i  terminan  en  la  cola  Como  la  piel 
curtida  no  exhala  ningún  olor,  la  jente  del  campo  hace 
de  ella  bolsas  i  cubiertas,  uniendo  vanas  de  ellas.  Se- 
gún Molina,  para  impedir  que  despida  el  licor  en  e 
Lmento  de  matarle,  no  hai  mas  que  suspenderle  por 
S  cola-  pero  este  es  un  medio  que  el  mismo  autor  no 
concede  siempre.  En  cuanto  alo  demás  el  cMnpMe 

ambién  sus  enemigos,  i  uno  de  los  mas  formidables  es 
el  león  del  país,  que,  despreciando  las  primeras  impre- 
siones del  olor  casi  insoportable,  no  teme  perseguirle 
para  satisfacer  su  apetito,  pues  muchas  veces  se  han 

encontrado  en   su  estómago  despojos  de  este  smgular 

cuadrúpedo».  ,  -. 

Parece  necesario  que  un  animal  como  el  que  queda 
descrito  tenga  un  nombre  en  castellano,  a  no  ser  que 
se  prefiera  designarle  con  el  técnico  de  mephttes. 


Choco 


Esta  palabra,  según  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia significa  únicamente  «jibia  pequeña». 

Don  Zorobabel  Rodríguez,  en  el  Diccionario  de 
CHILENISMOS,  i  dou  Pedro  Paz  Soldán  Unanue,  en  el 
Diccionario  de  peruanismos,  dicen  que  choco  deno- 
ta en  Chile  i  en  el  Perú,  una  especie  de  perros,  i  asi  es 

la  verdad.  ^ 

El  señor  Rodríguez  agrega  que  choco,  ensentido  figu- 
rado denota  la  persona  de  cabello  ensortijado  sobre 
todo'si  por  ser  roma  i  arremangada  de  nances  i  de  fac- 
ciones recojidas,  se  asemeja  algún  tanto  al  perro  que 
llamamos  c/íoco.  osea  al  que  los  españoles  europeos 
llaman  perro  de  aguas. 

A  mí  me  resta,  para  completar  las  acepciones  pro- 


—  131  — 

vinciales  de  esta  palabra,  hacer  notar  la  que  tiene  en 
el  art.  iP  de  un  decreto  espedido  por  el  presidente  de 
Chile  en  i6  de  abril  de  1847,  esto  es,  la  de  un  aparato 
de  madera,  que  se  ajusta  a  las  ruedas. 

Ese  artículo  dice  así: 

Artículo  primero. — «Toda  carreta  que  transite  por 
los  caminos  públicos  llevará  chocos  de  madera  para 
contener  las  ruedas  en  los  casos  necesarios». 

Cholo,  Chola 

He  aquí  el  artículo  que  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia, duodécima  edición  de  1884,  destina  por  pri- 
mera vez  a  esta  palabra. 

«Cholo  i  chola.  Adjetivo.  Perú.  Dícese  del  indio  poco 
ilustrado.  Usase  también  como  sustantivo». 

Creo  que  esta  definición  del  significado  de  cholo  es 
inexacta. 

En  realidad,  las  acepciones  de  esta  palabra  son  las 
que  don  Vicente  Salva  señaló  por  primera  vez  en  su 
Nuevo  Diccionario  de  la  lengua  castellana,  edi- 
ción de  1846. 

Léase  el  artículo  a  que  me  refiero  de  ese  Dicciona- 
rio. 

«Cholo  i  chola.  Masculino  i  femenino.  Provincial  de 
América.  Mestizo  de  padres  europeo  e  indio. — Mascu- 
lino. Muchacho  indio  que  ha  tenido  educación,  i  habla 
castellano. — Familiar.  Provincial  de  América. — Espre- 
sión  de  cariño  que  usan  las  mujeres  equivalente  a  wowo 
m?o,  sangre  mia». 

Algunos  emplean  esta  palabra  para  designar  un  in- 
dividuo cualquiera  de  la  plebe  peruana,  sin  distinción 
de  raza;  pero  el  señor  Paz  Soldán  i  Unanue,  en  el  Dic- 
cionario de  peruanismos,  lo  rechaza. 


—    132 


«Es  un  gravísimo  error,  escribe,  creer  que  con  decir 
cholo  está  designado  el  pueblo  peruano,  como  lo  están 
en  Méjico  i  Chile  cuando  se  dice  el  lépero  i  el  roto»,  (i) 

Choro 

Este  es  el  nombre  con  que  se  designan  en  Chile  cier- 
tas especies  del  j  enero  que,  entre  los  moluscos,  los  na- 
turalistas llaman  mytiliis,  i  los  españoles  almeja. 

«El  choro,  dice  MoUna,  en  el  Compendio  de  la  his- 
toria   JEOGRÁFICA   I   NATURAL  DEL   REINO  DE  ChILE, 

libro  4.0,  o  sea  pajina  221,  edición  de  Madrid,  1788, 
tiene  cerca  de  siete  pulgadas  de  largo  i  tres  i  media  de 
ancho;  su  epidermis  es  de  un  color  turquí,  pero  la  con- 
cha es  de  un  blanco  brillante,  variado  de  listas  celes- 
tes, i  la  sustancia  interna,  que  es  totalmente  blanca, 
tiene  un  sabor  esquisito». 

El  mytilus  chorus,  «especie  conocida  con  el  nombre 
de  choro  de  Concepción,  dice  Gay,  Historia  Física  i 
Política  de  Chile,  Zoolojía,  tomo  8.0,  pajina  309,  es 
la  mas  voluminosa  de  las  que  se  conocen  hasta  ahora 
en  el  j enero  almeja.  Es  sobre  todo  notable  por  el  co- 
lor negruzco  esteriormen te,  i  violado  por  dentro;  su 
forma  varía  un  poco,  i  se  ven  con  frecuencia  indivi- 
duos notables  ya  por  su  grande  lonjitud,  ya,  al  contra- 
rio, por  su  estrechiu-a.  Se  halla  principalmente  en  la 
bahía  de  Concepción,  de  donde  se  lleva  a  todas  partes 
como  uno  de  los  mejores  mariscos  comestibles». 

Hai  otra  especie  de  almeja^  el  mytilus  chilensisy3.q\ie 
vulgarmente  se  da  también  el  nombre  de  choro,  la  cual 
se  encuentra  en  varias  de  las  costas  de  nuestro  país,  i 
particularmente  en  la  de  Valparaíso. 

(i)  La  13.a  edición  del  Diccionario  Académico  ha  modificado  como  si- 
gue la  definición  de  cholo-la:  «adj.  Amer.  Dicese  del  indio  civilizado.  Usase 
también  como  sustantivo.  Amer.  Mestizo  de  europeo  e  india.  Usase  tam- 
bién como  sustantivo*. 


—  133  — 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  contiene  la 
palabra  choro,  que  se  aplica  a  dos  especies  del  jénero 
almeja. 

Choroi 

«Los  papagayos  de  paso,  dice  Molina  en  el  Compen- 
dio DE  LA  historia  JEOGRÁFICA  I  NATURAL  DEL  REI- 
NO DE  Chile,  libro  4  o,  o  sea  pajina  287,  son  el  choroi, 
i  la  jaquilma,  a  los  cuales  llaman  de  paso,  no  porque 
salgan  jamás  de  las  tierras  de  Chile,  sino  porque,  pa- 
sando los  estíos  en  la  cordillera,  bajan  por  el  invierno  a 
los  campos.  Ambos  a  dos  son  de  la  magnitud  de  una 
tórtola,  i  de  la  raza  o  familia  de  los  papagayos.  El  pri- 
mero, que  denominaré  psittacus  choraeus,  tiene  la  parte 
de  arriba  del  cuerpo  verde,  el  vientre  ceniciento,  la  cola 
proporcionada,  i  habla  mejor  que  todos  los  otros». 

Gay,  Historia  Física  i  Política  de  Chile,  Zoolo- 
jia,  tomo  1,0,  pajina  370,  clasifica  esta  ave  en  el  jénero 
eniconato,  i  advierte  que  ese  jénero  solo  tiene  hasta 
ahora  esta  especie,  la  cual  es  enteramente  peculiar  a 
Chile. 

El  nombre  vulgar  de  esta  ave  no  aparece  en  el  Dic- 
cionario DE  LA  Academia. 

Chunche 

Esta  ave,  en  el  orden  de  las  de  rapiña,  es  una  espe- 
cie del  jénero  de  los  mochuelos  i  lechuzas. 

Gay,  Historia  Física  i  Política  de  Chile,  Zoolo- 
jía,  tomo  i.Oj  pajina  244,  dice,  sin  duda  alguna  por 
equivocación  de  copia  o  de  imprenta,  que  el  nombre 
vulgar  de  esta  ave  es  chucho. 

Léase  lo^que  refiere  a  cerca  de  ella: 


.—  134  — 

«Los  araucanos  llaman  chucho  (chuncho)  a  esta  ave, 
que  se  encuentra  en  Chile  i  en  la  mayor  parte  de  la 
América  del  Sur,  en  Bolivia,  el  Paraguai,  el  Brasil,  etc.; 
se  parece  algo  al  pequen;  i  como  él  se  ve  a  veces  en  me- 
dio del  dia  perchado  en  los  altos  quiscos.  Sus  costum- 
bres son  bastante  salvajes;  vive  siempre  solo,  menos 
en  el  tiempo  de  sus  amores;  i  frecuenta  especialmente 
los  bosques,  donde  se  oculta  durante  el  dia.  Su  vuelo 
es  bajo,  pausado,  aunque  suficientemente  rápido  para 
pillar  los  paj  arillos,  pequeños  cuadrúpedos  i  aun  insec- 
tos, i  en  particular  los  pollos  i  pichones,  cuyos  sesos 
devora  ansiosamente.  Las  hembras  hacen  su  nido  en  el 
hueco  áe  los  árboles;  sin  embargo,  nos  han  asegurado 
que,  en  Chile,  los  construyen  entre  los  árboles  frondo- 
sos; pero  creemos  que  esta  es  una  equivocación,  vista 
la  torpeza  que  las  caracteriza.  Ponen  los  huevos  blan- 
cos i  casi  esféricos.  Los  hijuelos  son  en  cierta  época  pe- 
tulantes, vivos,  i  mueven  sin  cesar  verticalmente  su 
pescuezo.  El  señor  Azara  dice  que  ha  criado  varios,  i 
que  no  hai  aves  mas  vigorosas  respectivamente  a  su  ta- 
maño, ni  mas  feroces  e  indómitas;  ajenas  al  mas  míni- 
mo agradecimiento,  olvidaron  cuantos  beneficios  les 
acordó;  i  luego  que  pudieron  comer  solas,  tomaron  un 
aire  altivo  cuando  se  acercaba  a  ellas». 

El  pueblo  tiene  el  chuncho  por  un  ave  de  mal  agüe- 
ro, i  cree  que,  cuando  por  la  noche  grazna  desde  los 
techos,  o  desde  los  árboles  de  alguna  casa,  está  próxima 
a  sobrevenir  una  desgracia. 

Los  naturalistas  dan  a  esta  ave  el  nombre  técnico  de 
noctua  pumila. 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  autoriza  la  de 
chuncho. 


Daño,  perjuicio 


Varios  de  los  hablistas  que  han  ensayado  fijarlas 
diferencias  de  significación  i  de  uso  entre  algunos  de 
los  sinónimos  castellanos,  como  don  José  López  de  la 
Huerta,  don  Pedro  María  de  Olive,  don  José  Joaquín 
de  Mora,  don  Roque  Barcia,  han  procurado  establecer 
la  que  existe  entre  los  dos  que  encabezan  este  artículo 

Pero,  sobre  no  hallarse  de  acuerdo  en  lo  que  indi- 
can, sus  distinciones,  vagas  o  sutiles,  son  de  aquellas 
que  la  inmensa  mayoría  de  los  que  hablan  un  idioma 
no  pueden  ni  quieren  tomar  en  consideración. 

La  lectura  comparada  de  esos  diversos  tratados,  en 
lo  que  toca  a  daño  i  perjuicio  produce  el  convenci- 
miento de  que  hasta  ahora  no  se  ha  conseguido  seña- 
lar satisfactoriamente  una  distinción  bien  deslindada 
(si  la  hai)  entre  los  significados  de  estas  dos  palabras. 

Es  claro  que  si  tal  cosa  no  se  ha  alcanzado  en  la  teo- 
ría, mucho  menos  se  ha  logrado  en  la  práctica. 


—  136  — 

Así  daño  i  perjuicio  se  usan  jeneralmente  sin  dis- 
tinción alguna  en  el  lenguaje  ordinario. 

Así  se  encuentra  confirmado  por  la  Real  Academia. 

Daño,  dice  este  cuerpo,  es  el  «efecto  de  dañar  o  da- 
ñar se>>. 

Perjuicio,  el  «efecto  de  perjudicar  o  perjudicar se>>. 

Léanse  ahora  los  artículos  que  el  Diccionario  de 
1884  destina  a  dañar  i  a  perjudicar. 

«Dañar.  Verbo  activo.  Causar  detrimento,  perjuicio, 
menoscabo,  dolor  o  molestia.  Úsase  también  como  re- 
cíproco.— Maltratar  o  echar  a  perder  una  cosa.  Úsase 
también  como  recíproco». 

«Perjudicar.  Verbo  activo.  Ocasionar  daño  o  menos- 
cabo, material  o  moral.  Usase  también  como  recí- 
proco». 

Don  Joaquín  Escriche,  en  el  Diccionario  Razona- 
do DE  LEJISLACIÓN  I  jurisprudencia,  coufunde  en 
el  artículo  que  destina  a  daño,  como  el  uso  común,  i 
como  la  Real  Academia,  los  significados  de  esta  pala- 
bra i  de  perjuicio. 

«Daño  (dice)  es  el  detrimento,  perjuicio  o  menoscabo 
que  se  recibe  por  culpa  de  otro,  en  la  hacienda  o  la 
persona». 

Resulta  que  Escriche,  como  la  Real  Academia,  de- 
clara equivalentes  a  daño  i  perjuicio. 

Sin  embargo,  Escriche,  en  un  artículo  posterior, 
propone  la  siguiente  cuestión: 

«¿Qué  es  lo  que  quieren  decir  las  leyes  cuando  im- 
ponen en  ciertos  casos  la  responsabilidad  de  daños  i 
per  juiciosa  ¿toman  la  palabra  perjuicio  en  el  mismo 
sentido  que  la  palabra  daño,  como  hace  la  Academia 
Española,  juntándolas  ambas  en  una  frase  por  mera 
redundancia;  o  entienden  imponer  dos  responsabilida- 
des, una  de  los  daños  i  otra  de  los  perjuicios,  dando  a 


—  137  — 

cada  una  de  estas  voces  una  significación  diferente? 
Esta  es  una  cuestión  de  inmensa  trascendencia;  i  con- 
vendria  resolverla  con  exactitud  para  evitar  toda  equi- 
vocación en  la  aplicación  de  las  disposiciones  legales 
sobre  resarcimientos». 

Escriche,  después  de  sentar  la  cuestión,  espone  como 
sigue  lo  que  juzga  acerca  de  ella: 

«Las  leyes  de  las  Partidas,  en  vez  de  decir  daños  i 
perjuicios,  se  sirven  de  la  frase  daños  i  menoscabos, 
para  espresar  lo  mismo  que  con  aquélla,  de  suerte  que 
si  tuviese Qios  la  significación  legal  de  menoscabos,  ten- 
dríamos por  el  mismo  hecho  la  de  perjuicios;  mas  no 
la  busquemos  en  el  Diccionario  de  la  Academia, 
donde  solo  tropezaremos  con  deterioración  equivalente 
de  daño.  Por  fortuna  las  mismas  leyes  se  han  tomado 
el  trabajo  de  esplicarnos  la  es  tensión  de  la  palabra 
menoscabos,  que  de  otro  modo  nos  haría  caer  en  error  a 
cada  paso. — Estos  menoscabos  átales,  dice  la  lei  5.^,  tí- 
tulo 6  °,  partida  5.^*,  llaman  en  latín  intereses-, — i  Gre- 
gorio López  nos  llama  la  atención  sobre  este  significa- 
do para  que  se  tenga  presente  en  las  muchas  leyes  de 
las  Partidas  donde  se  usa  de  dicha  palabra.  Menos- 
cabo, pues,  o  perjuicio  son  lo  mismo  que  privación  de 
intereses,  de  utilidad,  de  provecho,  de  ganancia  o  de 
lucro.  Así  que  daños  i  perjuicios  deberían  ser  la  pérdi- 
da que  se  sufre  i  la  ganancia  que  se  deja  de  hacer  por 
culpa  de  otro:  damnum  emergens,  et  lucrum  cessans;  o 
como  dice  el  jurisconsulto  Paulo:  quantum  mihi  abest, 
quantumque  lucrari  potui;  lei  13  D.  Ratam  rem  haberi. 

« — Diferencia  hai,  dice  Hugo  Celso  en  su  Reperto- 
rio, entre  daños  i  menoscabos;  i  el  uno  no  es  el  otro;  i 
quien  debe  pechar  los  daños  no  es  siempre  tenudo  a 
pagar  los  menoscabos. — Así  se  ve  con  efecto  en  la  lei  8, 
título  3,  partida  5. a,  la  cual  dispone  que  quien  no  de- 


-  138  ~ 

volviere  la  cosa  depositada  cuando  le  luere  pedida, 
debe  ser  condenado,  además  de  la  restitución  de  la 
cosa  o  de  su  estimación,  en  el  pago  de  los  daños  que  se 
ocasionaren  al  demandante,  i  no  en  el  de  las  ganancias 
que  en  ella  hubiere  podido  hacer,  entendiendo  aquí  por 
daños  las  pérdidas,  costos,  comprometimientos,  i  pe- 
nas en  que  incurriere  el  depositante  por  no  poder  dis- 
poner del  depósito. 

«Por  regla  jeneral  el  que  hace  un  mal,  no  solo  debe 
resarcir  el  daño  que  directamente  ha  causado,  sino 
también  el  menoscabo  o  perjuicio  que  fuere  una  conse- 
cuencia inmediata  de  su  acción.  Así  que,  si  matas  a 
un  esclavo  ajeno  que,  habiendo  sido  nombrado  here- 
dero por  un  tercero,  no  ha  entrado  todavía  en  la  he- 
rencia, no  solo  debes  pagar  al  dueño  el  valor  del  escla- 
vo, sino  también  el  importe  de  la  herencia  que,  por 
su  muerte,  dejó  de  adquirir,  i  si  teniendo  alguno  dos 
siervos  que  juntos  cantaban  bien,  matares  al  uno  de 
ellos,  has  de  satisfacer  el  valor  del  muerto,  i  además  lo 
que  el  otro  valiere  menos  por  quedarse  solo  (  lei  19, 
título  15,  partida  7.").  La  lei  que  pone  estos  dos  ejem- 
plos añade  que  esta  disposición  debe  tener  lugar  en 
todos  los  casos  semejantes.  Quien  privare,  pues,  aun 
porteador  de  dos  caballerías  con  que  hacía  el  trajín, 
no  solo  tiene  que  pagarles  el  valor  de  ellas,  sino  tam- 
bién las  ganancias  que,  por  falta  de  las  mismas,  dejare 
de  hacer;  i  si  solo  le  privare  de  la  una,  quedará  obliga- 
do a  indemnizarle  tanto  de  su  valor  i  de  la  ganancia 
que  dejare  de  hacer,  como  de  lo  que  ganare  de  menos 
con  la  otra». 

Como  puede  observarse  fácilmente,  Escriche  deno- 
mina daño^  lo  que  corresponde  a  daño  emerjente,  i  per- 
juicio, lo  que  corresponde  a  lucro  cesante. 

Pero  estas  dos  locuciones  forenses  han  de  tomarse  en 


—  139  — 

un  sentido  mas  lato  del  que  les  dan  algunos  juriscon- 
sultos, como  don  Eujenio  de  Tapia  en  el  Diccionario 
Judicial  anexo  al  Febrero  Novísimo,  i  don  Joaquín 
Escriche  en  los  artículos  especiales  que  los  destina  en 
el  Diccionario  Razonado,  i  la  misma  Academia  Es- 
pañola en  su  Diccionario. 

Se  llama  daño  emerjente,  dice  la  Academia,  «en  los 
contratos,  el  que  se  sigue  de  la  detención   del  dinero». 

Se  llama  lucro  cesante,  dice  la  misma  corporación, 
«la  ganancia  o  utilidad  que  se  regula  podría  producir 
el  dinero  en  el  tiempo  que  ha  estado  dado  en  emprés- 
tito o  mutuo». 

Me  parece  que,  de  todas  suertes,  la  segunda  de 
estas  definiciones  habría  debido  decir  «hubiera  estado 
dado»  en  vez  de  «ha  estado  dado». 

Pero,  prescindiendo  de  esta  incorrección  de  detalle, 
el  daño  emerjente  i  el  lucro  cesante  no  se  aplican  única 
i  esclusivamente  al  dinero,  como  lo  espresan  las  dos 
definiciones  citadas. 

En  otros  términos,  el  daño  emerjente  i  el  lucro  ce- 
sante no  ocurren  solamente  cuando  hai  detención  de 
dinero  ajeno,  o  cuando  se  impide  la  ganancia  del  in- 
terés que  ese  dinero  dado  en  empréstito  o  mutuo  ha- 
bría producido. 

Pueden  tener  lugar  en  muchos  otros  casos,  como 
verbigracia,  en  los  figurados  por  Escriche  en  el  trozo 
antes  copiado. 

Es  cierto  que  el  daño  emerjente.  i  el  lucro  cesante  se 
pueden  avaluar  siempre  en  dinero;  pero  esto  no  signi- 
fica que  hayan  de  consistir  precisamente  en  detención 
de  dinero,  i  privación  de  los  intereses  que  ese  dinero 
dado  en  préstamo  o  en  mutuo  habría  podido  producir. 

Tal  ha  sido  el  motivo  por  que  la  lei  13  Ratam  rem 
haberi  del  Dijesto  ha  formulado  una  definición  mucho 


—  14©  — 

mas  jeneral  i  comprensiva:  Quantum  mea  interfuerit 
est,  quantum  mihi  ahest,  quantumque  lucrari  fottii. 

No  puede  negarse  que  habría  ventaja  en  señalar  a 
daño  i  perjuicio  significados  diferentes. 

Sin  embargo,  los  jurisconsultos  modernos,  ajustán- 
dose al  uso,  no  distinguen  entre  daño  i  perjuicio. 

Para  probarlo,  podrían  citarse  varios  artículos  del 
CÓDIGO  Civil  Chileno,  redactado,  como  se  sabe,  por 
don  Andrés  Bello. 

Por  no  pecar  de  prolijo,  voi  a  recordar  solo  algunos, 
pero  decisivos  en  la  materia: 

Artículo  1556.  «La  indemnización  de  perjuicios  com- 
prende el  daño  emerjente  i  lucro  cesante,  ya  provengan 
de  no  haberse  cumplido  la  obligación,  o  de  haberse 
cumplido  inperfectamente,  o  de  haberse  retardado  el 
cumplimiento. 

«Esceptúanse  los  casos  en  que  la  lei  la  limita  espre- 
samente  al  daño  emerjente». 

Como  puede  observarse.  Bello,  en  el  artículo  prece- 
dente, denomina  perjuicio,  tanto  el  daño  emerjente, 
como  el  lucro  cesante,  puesto  que  el  pago  del  uno  i  del 
otro  es  designado  por  la  espresión  jenérica  de  indemni- 
zación de  perjuicios. 

En  el  segundo  inciso,  declara  aunque  puede  haber 
casos  en  que  la  indemnización  de  perjuicios  se  aplique 
únicamente  al  daño  emerjente. 

Don  Dalmacio  Vélez  Sarsñeld,  autor  del  Código  Ci- 
vil DE  la  República  Arj  entina,  hace,  por  el  con- 
trario, estensivo  el  nombre  de  daño  al  daño  emerjente  i 
al  lucro  cesante. 

Léase  el  artículo  4,  título  8,  sección  2,  libro  2,  el 
cual  dice  así: 

«El  daño  comprende,  no  solo  el  perjuicio  efectiva- 
mente sufrido,  sino   también   la  ganancia  de  que  fué 


—  141  — 

privado  el  damnificado  por  el  acto  ilícito,  i  que,  en  este 
código,  se  designa  por  las  palabras  pérdida  e  interesesy>. 

Lo  que  dejo  espuesto  se  confirma  por  el  testo,  entre 
otros,  del  artículo  932  del  Código  Civil  Chileno. 

A  rtículo  932  «El  que  tema  que  la  ruina  de  un  edificio 
vecino  le  pare  perjuicio  tiene  derecho  de  querellarse  al 
juez  para  que  se  mande  al  dueño  de  tal  edificio  derri- 
barlo, si  estuviere  tan  deteriorado  que  no  admita  repa- 
ración; o  para  que,  si  la  admite,  se  le  ordene  hacerla 
inmediatamente;  i  si  el  querellado  no  procediere  a 
cumphr  el  fallo  judicial,  se  derribará  el  edificio,  o  se 
hará  la  reparación  a  su  costa. 

«Si  el  daño  que  se  teme  del  edificio  no  fuere  grave, 
bastará  que  el  querellado  rinda  caución  de  resarcir 
todo  perjuicio  que,  por  el  mal  estado  del  edificio,  so- 
brevenga». 

Aparece  claraiüente  que,  en  el  artículo  antes  copia- 
do, las  palabras  daño  i  perjuicio  están  empleadas  en 
una  misma  acepción. 

Para  mayor  demostración,  léase  el  artículo  2,323 
del  CÓDIGO  Civil  Chileno,  artículo  que  dice  así: 

Artículo  2,323  «El  dueño  de  un  edificio  es  respon- 
sable a  terceros  (que  no  se  hallen  en  el  caso  del  ar- 
tículo 934)  de  los  daños  que  ocasione  su  ruina  acaeci- 
da por  haber  omitido  las  necesarias  reparaciones,  o 
por  haber  faltado  de  otra  manera  al  cuidado  de  un 
buen  padre  de  familia. 

«Si  el  edificio  perteneciere  a  dos  o  mas  personas  pro- 
indiviso,  se  dividirá  entre  ellas  la  indemnización  a  pro- 
rrata de  sus  cuotas  de  dominio». 

Resulta  que  este  artículo  2,323  denomina  dañólo 
mismo  que  el  artículo  932  denomina  dos  veces  perjui- 
cio^ i  una  daño. 


— •   142  — 

Podría  citar  varios  otros  artículos  del  Código  Civil 
Chileno;  pero  creo  que  los  recordados  bastan. 

Dativo,   dativa 

El  CÓDIGO  Civil  Chileno,  en  los  artículos  353  i 
370,  emplea  la  espresión  tutela  o  curaduría  dativa. 

El  mismo  Código,  en  el  artículo  372,  emplea  la  es- 
presión  tutor  o  curador  dativo. 

Don  Florencio  García  Goyena,  en  las  Concordan- 
cias, Motivos  i  Comentarios  del  «Código  Civil  Es- 
pañol», tomo  i.o,  pajina  igo,  se  espresa  de  esta  manera: 

«Todos  los  códigos,  así  como  el  derecho  romano  i 
patrio,  han  reconocido  las  tutelas  testamentaria  i  da- 
tiva». 

Don  Pedro  Gómez  de  la  Serena,  en  el  Curso  Histó- 
rico EXEJÉTICO  DEL  DERECHO  ROMANO  COMPARA- 
DO CON  EL  ESPAÑOL,  tomo  i.o,  pájínas  147  i  148,  dice 
como  sigue: 

«Cuando  ni  el  ascendiente  ha  provisto  de  tutor  a  sus 
descendientes,  ni  la  lei  por  medio  de  sus  llamamien- 
tos suple  la  falta,  el  majistrado,  que  viene  a  personi- 
ficar a  la  sociedad  en  este  deber  humanitario  i  benéfi- 
co, hace  la  elección.  Así,  después  de  haber  hablado  el 
emperador  de  la  tutela  testamentaria  i  lejítima,  pasa 
a  tratar  en  este  título  de  la  judicial  o  dativa.  Los  que 
la  desempeñaban  tenían  el  nombre  de  tutores  atiüa- 
nos,  por  ser  esta  tutela  institución  de  la  lei  atiha; 
después  los  intérpretes  le  han  dado  también  el  de  da- 
tivos, que  es  el  jeneralmente  recibido,  si  bien  no  fué 
usado  por  los  jurisconsultos  romanos,  quienes,  por  el 
contrario,  antiguamente  aplicaron  el  epíteto  de  dativos 
a  los  tutores  testamentarios,  como  lo  hacen  Ulpiano  i 
Cayo.  Teófilo,  en  su  Paráfrasis,  dice  que  los  tutores 


~  143  — 

nombrados  en  virtud  de  las  leyes  jiilia  i  ticia  se  lla- 
maban julioticianos». 

Mientras  tanto,  el  Diccionario  de  la  Real  Aca- 
demia Española  dice  que  dativo  es  únicamente  el 
nombre  de  uno  de  los  casos  de  la  declinación. 

Me  parece  que  la  omisión  del  significado  forense 
propio  de  dativo,  dativa  es  simplemente  un  olvido  que 
será  reparado  en  la  próxima  edición  del  Dicciona- 
rio. (I) 

Debilitamiento 

Esta  palabra  es  usada  en  Chile  por  debilidad;  pero, 
aunque  su  formación  se  ajusta  a  las  leyes  del  idioma 
castellano,  el  Diccionario  de  la  Academia  no  la  au- 
toriza. 

Decenviro 

Esta  palabra  debe  llevar  el  acento  en  la  sílaba  vi,  i 
no  en  la  sílaba  cen. 

Es  grave,  i  no  esdrújula,  como  algunos  la  pronun- 
cian. 

Sucede  lo  mismo  con  triunviro  i  centunviro. 

Decidir,  disidir 

Estos  dos  verbos  se  asemej  an  bastante  por   el  soni 
do,  pero  se  diferencian  mucho  por  el  significado. 
Decidir  equivale  a  «cortar  la  dificultad,  formar  jui- 


(i)  El  Diccionario  de  1899  ha  reparado  el  olvido  a  que  el  autor  de  estas 
Apuntaciones  se  refiere  en  este  artículo,  pues  en  el  Suplemento  figura  el  vo- 
cablo dativo,  va,  i  para  su  definición  se  remite  a  las  voces  tutela  i  tutor,  en  las 
cuales  se  emplea  la  palabra  dativo. 

Debo  advertir  que  el  DicciONARro  de  1884  usaba  también  este  adjetivo  en 
el  cirtículo  referente  a  tutela. 


—  144  — 

cío  definitivo  sobre  algo  dudoso  o  contestable;  resol- 
ver». 

Disidir  equivale  a  «separarse  de  la  antigua  doctrina 
o  creencia,  opinar  contra  la  mayoría». 

Conviene  advertirlo,  pues  no  faltan  quienes  los  con- 
fundan. 

Declaratoria 

Con  fecha  2  de  octubre  de  1863,  la  corte  suprema  de 
Chile  espidió  el  siguiente  auto: 

«En  la  ciudad  de  Santiago,  a  2  de  octubre  de  1863, 
reunida  la  excelentísima  corte  suprema  en  acuerdo  es- 
traordinario,  con  asistencia  del  señor  ñscal,  tomó  en 
consideración  el  procedimiento  que  actualmente  se  ob- 
serva para  espedir  las  declaratorias  de  pobreza^  i  los 
dictámenes  dados  sobre  esta  materia  por  las  ilustrísi- 
mas  cortes  de  apelaciones  de  Santiago,  Concepción  i  la 
Serena.  Estas  declaratorias  se  hacen  por  las  cortes  de 
apelaciones  en  el  departamento  en  que  residen,  i  por 
los  jueces  de  primera  instancia,  siempre  que  se  recla- 
man fuera  de  dichos  departamentos,  en  conformidad 
al  auto  acordado  de  la  real  audiencia  de  i.^  de  octubre 
de  1798;  pero  este  procedimiento,  a  mas  de  ser  contra- 
rio a  lo  dispuesto  en  los  artículos  24  i  33  del  reglamen- 
to de  administración  de  justicia,  establece  una  sola 
instancia  en  un  caso,  i  deja  subsistente  el  recurso  de 
apelación  en  los  otros,  desigualdad  que  no  justifica 
ninguna  disposición  legal,  o  razón  de  conveniencia.  En 
consecuencia,  acordó: 

«I. o  I.as  declaratorias  de  pobreza  se  tramitarán  i  re- 
solverán por  el  juez  de  primera  instancia  que  conozca, 
o  debiere  conocer  en  la  causa  para  cuya  prosecución 
se  pidieren:  i  las  apelaciones  se  otorgarán  para  ante  el 


—  145  — 

tribunal  a  quien  correspondiere  el  conocimiento  de  la 
causa  en  segunda  instancia. 

«2.**  Las  informaciones  constarán  de  tres  testigos, 
que  declararán  ante  el  juez,  en  conformidad  a  lo  dis- 
puesto en  el  número  83  de  la  lei  11,  título  24,  libro  10 
déla  Novísima  Recopilación. 

«3."  Comuniqúese  a  su  excelencia  el  presidente  de 
la  República,  i  circúlese  a  quienes  toque  su  cumpli- 
miento». 

El  auto  acordado  de  la  real  audiencia  de  Santiago 
fecha  I. o  de  octubre  de  1798,  a  que  alude  el  preceden- 
te, dice  declaración^  i  no  declaratoria  de  pobreza. 

La  Gaceta  de  los  tribunales,  número  26,  fecha 
4  de  junio  de  1842,  al  publicar  el  auto  acordado  de 
1798,  lo  encabeza  con  este  epígrafe  Sobre  declaración 
de  pobreza;  pero  el  Boletín  de  las  leyes  reducido 
por  don  Ignacio  Zenteno,  edición  de  1861,  reproduce 
ese  mismo  auto  con  este  epígrafe:  declaratoria  de  po- 
breza. 

Don  José  Bernardo  Lira,  en  el  Prontuario  de  los 
juicios,  Parte  Teórica^  libro  i.o,  título  19,  capítulo  6, 
número  284,  dice  declaración^  i  no  declaratoria  de  po- 
breza; pero  en  La  lejislación  chilena  no  codificada, 
tomo  3.^,  pajina  162  i  163,  dice  declaratoria,  i  no  de- 
claración de  pobreza. 

En  Chile,  se  usa  en  este  caso  declaratoria  mas  jene- 
ralmente  que  declaración. 

Declaratoria  se  denomina  también  en  este  país  la 
sentencia  en  que  se  manifiesta  o  esplica  algún  punto 
oscuro  o  dudoso  de  otro  anterior. 

Léase  la  siguiente  providencia  contenida  en  un  auto 
acordado  de  la  corte  de  apelaciones  de  Santiago  fecha 
23  de  junio  de  1863- 

«La  esperiencia  ha  manifestado  que  la  práctica  ac- 

AMUXÁTEGUI. T.  II  10 


—  146  — 

tual  de  conferir  traslado  por  la  suma  de  los  escritos 
en  que  se  piden  declaratorias ,  se  presta  a  muchos  abu- 
sos i  dilaciones  en  perjuicio  de  los  litigantes  que  han 
obtenido  sentencia  favorable.  En  los  tribunales  cole- 
jiados,  el  mal  es  de  mayor  consideración,  atendido  que 
cuando  el  artículo  está  sustanciado,  todos  los  jueces 
que  concurrieron  a  dar  la  sentencia  de  que  se  pide  de- 
claratoria, no  pueden  juntarse  por  enfermedades,  au- 
sencia o  por  otros  motivos.  Para  evitar  los  males  que 
de  tal  práctica  resultan,  la  corte  acuerda  para  lo  suce- 
sivo proceder  como  sigue: 

«Pedida  una  declaratoria,  se  mandará  dar  cuenta  con 
los  antecedentes  para  informarse  si  hai  en  la  sentencia 
algún  punto  dudoso  u  oscuro,  o  si  al  menos  se  mani- 
fiesta probabilidad  de  que  la  sentencia  pueda  ofrecer 
dificultades  en  su  sentido  literal.  Solo  en  estos  casos, 
se  sustanciará  el  artículo  de  declaratoria;  en  los  demás 
será  desechado  sin  mas  trámite». 

Don  José  Bernardo  Lira,  en  su  obra  titulada  La  le- 

JISLACIÓN    CHILENA    NO    CODIFICADA,    tomo  3.0,  pajina 

169,  pone  por  epígrafe  al  mencionado  auto  el  que  si- 
gue: Declaratorias  de  sentencias. 

Sin  embargo,  en  el  Prontuario  de  los  juicios, 
emplea  siempre  declaración  i  no  declaratoria  de  senten- 
cia. 

Así,  verbigracia,  en  la  Parte  Teórica,  libro  2,  título 
4.0,  capítulo  I. o,  número  462,  se  espresa  así: 

«En  cuanto  a  la  declaración  que  pueda  tener  lugar 
respecto  de  sentencias  oscuras  de  segunda  instancia, 
solo  debemos  notar  que,  en  las  cortes  de  apelaciones 
de  Concepción  i  la  Serena,  de  la  solicitud  en  que  al- 
guna de  las  partes  la  pide,  se  da  traslado  por  tres  dias 
a  la  otra,  i  con  su  respuesta,  se  hace  relación  ante  los 
mismos  jueces  que  pronunciaron  la  sentencia  de  que 
se  trata. 


—  ;47  — 

-En  la  corte  de  apelaciones  de  Santiago,  cuando  se 
pide  declaración  de  alguna  resolución  espedida  por  el 
tribunal,  se  manda  dar  cuenta  con  los  antecedentes 
para  informarse  si  hai  en  la  sentencia  algún  punto  du- 
doso u  oscuro;  i  si  a  lo  menos  se  manifiesta  probabili- 
dad de  que  la  sentencia  pueda  ofrecer  dificultad  en  su 
sentido  literal». 

El  use  mas  jeneral  en  Chile  es  decir  declaratoria,  i 
no  declaración  de  una  sentencia. 

Mientras  tanto,  el  Diccionario  de  la  Academia 
enseña  que  ha  de  decirse  declaración  de  pobreza  i  de- 
claración de  una  sentencia. 

Declaratorio,  declaratoria,  según  el  Diccionario,  es 
simplemente  un  adjetivo  que  «se  dice  de  lo  que  decla- 
ra o  esplica  lo  que  no  se  sabía  o  estaba  dudoso:  auto 
declaratorio». 

En  consecuencia,  declaratoria  no  puede  emplearse 
como  sustantivo. 

No  puede  decirse  una  declaratoria  por  sentencia  de- 
claratoria, como  no  podría  decirse  una  indagatoria  por 
providencia  indagatoria;  una  interlocutoria  por  senten- 
cia interlocutoria. 

Sin  embargo,  es  preciso  no  olvidar  que,  cuando  un 
adjetivo  acompaña  ordinariamente  a  un  mismo  sus- 
tantivo, el  uso  tiende  a  subentender  el  sustantivo,  i  a 
emplear  sustantivadamente  el  adjetivo. 

Por  eso,  así  como  en  Chile,  se  dice  una  declaratoria 
por  sentencia  declaratoria,  se  dice  también  mui  co- 
múnmente una  revocatoria  por  sentencia  revocatoria,  i 
una  confirmatoria  por  sentencia  confirmatoria. 

Además,  el  Diccionario  trae  palabras  de  formación 
enteramente  análoga  para  denotar  ciertos  documen- 
tos judiciales,  como  declinatoria,  «petición  en  que  se 
declina  el  fuero,  o  no  se  reconoce  a  uno  por  lejítimo 


—  148  — 

juez»,  i  ejecutoria,  «despacho  que  se  libra  por  los  tri- 
bunales de  las  sentencias  que  pasan  en  autoridad  de 
cosa  juzgada». 

Declinar 

Don  José  Bernardo  Lira,  en  el  Prontuario  de  los 
JUICIOS,  Parte  Práctica,  título  2.°,  capítulo  6.0^  número 
53,  trae  una  fórmula  de  escrito  «para  declinar  de  juris- 
dicción», cuya  suma  es  «Declina  de  jurisdicción». 

Como  se  ve,  declinar  está  tomado  en  el  sentido  de 
sostener  que  un  negocio  corresponde,  no  al  juez  o  tri- 
bunal que  está  entendiendo  en  él,  sino  a  otro. 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  no  autoriza 
esta  acepción  de  declinar;  pero  admite  el  sustantivo 
declinatoria,  que  define  así: 

«Declinatoria,  petición  en  que  se  declina  el  fuero,  o 
no  se  reconoce  a  uno  por  lejítimo  juez». 

En  la  presente  definición,  se  da  a  declina  un  signi- 
ficado que  no  se  le  señala  en  el  artículo  respectivo. 

Decomisar,  decomiso 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  admite  que 
estas  dos  palabras  pueden  emplearse  en  vez  de  comi- 
sar, i  de  comiso,  pero  da  la  preferencia  a  las  últimas. 

Deferir 

Léase  el  artículo  que  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia destina  a  este  verbo. 

«Deferir.  Verbo  neutro.  Adherirse  al  dictamen  de  uno 
por  respeto,  moderación  o  modestia. — Verbo  activo. 
Comunicar,  dar  parte  de  la  jurisdicción  o  poder». 

Léase  ahora  el  siguiente  artículo  del  Código  Civil 
Chileno. 


—   149  — 

Artículo  956.  «La  delación  de  una  asignación  es  el 
actual  llamamiento  de  la  lei  a  aceptarla  o  repudiarla. 

<Líí  herencia  o  legado  se  defiere  al  heredero  o  lega- 
tario en  el  momento  de  fallecer  la  persona  de  cuya 
sucesión  se  trata,  si  el  heredero  o  legatario  no  es  lla- 
mado condicionalmente;  o  en  el  momento  de  cumplir- 
se la  condición,  si  el  llamamiento  es  condicional. 

«Salvo  si  la  condición  es  de  no  hacer  algo  que  de- 
penda de  la  sola  voluntad  del  signatario,  pues,  en 
este  caso,  la  asignación  se  defiere  en  el  momento  de  la 
muerte  del  testador,  dándose  por  el  asignatario  cau- 
ción suficiente  de  restituir  la  cosa  asignada  con  sus 
accesiones  i  frutos,  en  caso  de  contravenirse  a  la  con- 
dición. 

«Lo  cual,  sin  embargo,  no  tendrá  lugar,  cuando  el 
testador  hubiere  dispuesto  que,  mientras  penda  la 
condición  de  no  hacer  algo,  pertenezca  a  otro  asigna- 
tario la  cosa  asignada». 

Manifiestamente,  deferir,  en  el  artículo  que  acaba 
de  leerse,  se  halla  tomado  en  una  acepción  diferente 
de  las  que  el  Diccionario  admite. 

Otro  tanto  puede  decirse  de  delación,  palabra  que, 
según  el  Diccionario,  significa  únicamente  acusación, 
denunciación. 

Deficiencia 

El  artículo  12  del  reglamento  del  tesoro  i  de  la  con- 
tabilidad espedido  por  el  Presidente  de  la  República 
en  2  de  julio  de  1883,  dice  así: 

Artículo  12.  «Corresponde  a  los  tesoreros: 


«14  Representar   a  la  dirección   del  tesoro,  con  la 
debida  oportunidad,  los  excesos  o  deficiencias  de  fon- 


IKO 


dos  para  el  servado  público,  i  el  próximo  agotamien- 
to de  las  especies  que  se  le  remitan  para  su  espendio». 
Es  cierto  que  el  adjetivo  deficiente  significa,  según 
el  Diccionario,  «falto  o  incompleto»;  pero  deficiencia 
significa,  no  «falta»,  sino  únicamente  «defecto  o  imper- 
fección». 

Delij  encía 

Dejándose  arrastrar  por  la  propensión  de  cambiar 
la  e,  en  ¿,  o  la  i  en  ¿,  propia  de  los  que  hablan  caste- 
llano, la  jente  curial  de  Chile  dice  a  menudo  mala- 
menté  delij  encía  por  dilij  encía. 

Demisión,  Dimisión 

Estas  dos  palabras  tienen  significados  mui  dife- 
rentes. 

Demisión^  equivale  a  «sumisión,  abatimiento». 

Dimisión^  equivale  a  «renuncia,  desapropio  de  una 
cosa  que  se  posee.  Dícese  de  los  empleos  i  comisiones». 

Bretón  de  los  Herreros,  en  La  Ponchada,  acto 
único,  escena  2.*,  pone  en  boca  de  Vijil  esta  frase: 

«Reniego  de  mi  picaro  empleo,  i  ahora  mismo  voi  a 
hacer  dimisión». 

No  he  oído  nunca  en  Chile  emplear  la  palabra  de- 
misión en  su  sentido  verdadero;  pero  sí  a  veces  inco- 
rrectamente en  el  de  dimisión. 

Demontre 

Don  Zorobabel  Rodríguez,  en  el  Diccionario  de 
CHILENISMOS,  menciona  esta  palabra  entre  las  peculia- 
res de  Chile. 

Efectivamente  el  Diccionario  de  la  Real  Aga- 


—  i5i  — 

DEMIA,  undécima  edición  de  1869,  no  le  dio  cabida  en 
sus  columnas. 

Sin  embargo,  el  señor  Rodríguez  dijo  que  presumía 
ser  provincialismo  vascongado;  i  citó  para  apoyar  esta 
conjetura  una  frase  en  que  el  novelista  peninsular  don 
Antonio  de  Trueba  emplea  demontre. 

Lo  cierto  es  que,  tanto  esta  palabra,  como  dicmtrc, 
son  de  uso,  no  local,  sino  jeneral. 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  en  la  comedia 
titulada  Cuentas  Atrasadas,  acto  3.",  escena  4 .»,  po- 
ne estos  versos  en  boca  de  Casimira: 

...  I  vendrá 
por  la  verja;  no  le  noten 
los  criados  i  murmuren... 
o  mi  mamá  se  incomode.. . 
Entornada  está.  No  tiene 
mas  que  empujar,  {...¡Demontre! 
¡Que  aturdida  soi!  Me  vengo 
sin  el  ramito  de  flores 
que  le  quiero  regalar. 

Efectivamente,  la  Real  Academia  ha  dado  cabida 
di  demontre  en  el  Diccionario  de  1884,  no  como  pro- 
vincialismo, sino  como  palabra  perteciente  al  idioma 
jeneral. 

Denosta 

Según  las  gramáticas  de  Salva,  de  Bello  i  de  la  Aca- 
demia Española,  el  verbo  denostar  pertenece  a  la  clase 
de  los  irregulares  que  cambian  la  o  en  ue  en  el  singular 
de  los  presentes  de  indicativo  i  de  subjuntivo,  en  las 
terceras  personas  de  plural  de  los  mismos  tiempos,  i  en 
el  singular  del  imperativo . 

I  esto  no  tiene  nada  de  estraordinario,  puesto  que 
el  sustantivo  afín  es  denuesto. 

Sin  embargo,  don   Antonio  Ferrer   del  Rio,  en  la 


1^2 


Galería  DE  la  literatura  española,  pajina  8i,  con- 
juga mal  este  verbo  en  la  siguiente  frase: 

«Estudiando  a  los  buenos  modelos  de  la  antigüe- 
dad, figura  Toreno  las  mas  veces  como  analista;  discu- 
te poco;  narra  briosamente  con  abundancia  de  he- 
chos i  parquedad  de  doctrinas;  dibuja  i  colora  los 
retratos  de  todos  sus  personajes  con  exactas  i  bellas 
tintas,  si  la  pasión  no  le  arrebata;  rara  vez  elojia  al 
que  debe  censurar  severamente,  cuando  mucho  le  dis- 
culpa; con  mas  frecuencia,  prodiga  acusaciones  i  de- 
nosta inclemente  a  los  que,  por  su  inmenso  infortu- 
nio, i  por  lo  que  exijen  la  imparcialidad  i  la  justicia, 
son  dignos  de  otras  consideraciones». 

Denunciar,  denunciante,  denunciable,  denuncio 

Léanse  los  dos  artículos  que  siguen  del  Código  de 
Minería  de  1874. 

Artículo  23.  «La  mina  o  parte  de  la  mina  o  acciones 
en  sociedad  minera,  adquiridas  en  contravención  a  lo 
dispuesto  en  el  artículo  anterior,  se  mirarán  como  va- 
cantes, i  serán  adjudicadas  al  que  las  solicite  o  denun- 
cie>y. 

«Artículo  24.  Fuera  de  los  casos  i  personas  espresa- 
mente  esceptuados  en  la  leí,  nadie  podrá  adquirir  a 
título  de  descubrimiento  o  denuncio  mas  de  una  perte- 
nencia sobre  una  misma  veta  o  corrida;  pero  cual- 
quiera persona  hábil  puede  adquirir  por  otros  títulos 
las  que  quisiere  sin  limitación  alguna». 

Léase  la  parte  dispositiva  de  la  lei  de  25  de  octubre 
de  1854. 

Artículo  único.  «Se  declara  que  las  minas  i  depósitos 
de  azufre,  cal  i  sustancias  análogas,  no  se  hallan  com- 
prendidas entre  las    sustancias  denunciahles  de   que 


-  153  — 
trata  el  artículo  22,  título  6."^,  de  la  Ordenanza  de 

MINAS». 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  da  al  verbo 
denunciar  la  acepción  de  pedir  la  merced  de  una  mina 
desierta  i  despoblada,  o  no  adquirida  i  trabajada  con- 
forme a  la  lei. 

He  aquí  el  artículo  que  la  duodécima  edición  del 
Diccionario  destina  a  este  verbo. 

<< Denunciar.  Verbo  activo.  Noticiar,  avisar. — Pronos- 
ticar — Promulgar,  publicar  solemnemente. — Forense. 
Dar  de  oficio  a  la  autoridad  parte  o  noticia  de  un  daño 
hecho  con  designación  del  culpable  o  sin  ella»,  (i) 

I  la  dicha  omisión  es  tanto  mas  estraña,  cuanto  que 
el  Diccionario  trae  el  siguiente  articulo: 

«Denuncio.  Sustantivo  masculino.  Minería.  Denun- 
cia». 

Luego,  según  la  Academia,  demmciar  i  sus  afines  tie- 
nen en  las  ordenanzas  de  minería  un  significado  técni- 
co que  habría  debido  definirse. 

Efectivamente,  ese  significado  especial  aparece  com- 
probado, no  solo  por  las  disposiciones  legales  chilenas, 
de  las  cuales  he  citado  ejemplos,  sino  tamibién  por  las 
de  nuestra  antigua  madre  patria. 

El  título  6  de  las  Ordenanzas  de  Minería  de 
Nueva  España  espedidas  en  22  de  mayo  de  1783,  lle- 
va este  epígrafe:  ^<De  los  modos  de  adquirir  las  minas, 
de  los  nueves  descubrimientos,  rejistros  de  vetas  i  de- 
nuncios de  minas  abandonadas  o  perdidas». 

El  artículo  8  de  ese  título  dice  así: 

Articulo  8.  «El  que  denunciare  una  mina  por  desierta 


(1)  La  I3>  edición  del  Diccionario  Académico  ha  modificado  este 
artículo  cambiando  en  la  primera  acepción  la  palabra  noticiar  por  notificar  i 
agregando  el  significado  de  «participar  o  declarar  oficialmente  el  estado  ile- 
gal, irregular  ó  inconveniente  de  una  cosai>. 


—  154  — 


i  despoblada  en  los  términos  que  adelante  se  dirán,  se  le 
admitirá  el  denuncio  con  tal  que  en  él  esprese  las  cir- 
cunstancias prevenidas  en  el  artículo  4.0  de  este  título, 
la  ubicación  individual  de  la  mina,  su  último  poseedor, 
si  hubiere  noticia  de  él,  i  los  de  las  minas  vecinas,  si  es- 
tuvieren ocupadas,  los  cuales  serán  lejítimamente  ci- 
tados: i  si  dentro  de  diez  dias  no  comparecieren,  se  pre- 
gonará el  denuncio  en  los  tres  domingos  siguientes;  i 
no  habiendo  contradicción,  se  le  notificará  al  denun- 
ciante que,  dentro  de  sesenta  dias,  tenga  limpia  i  habi- 
litada alguna  labor  de  considerable  profundidad,  o  a  lo 
menos  de  diez  varas  a  plomo  i  dentro  de  ios  respaldos 
de  la  veta,  donde  pueda  el  perito  facultativo  de  minas 
reconocer    e  inspeccionar  el  rumbo,  echado  i  demás 
circunstancias  de  ella,  como  se  dijo  en  el  dicho  artícu- 
lo ¿\p,  debiendo  ademas  reconocer  el  mismo  perito  fa- 
cultativo, siendo  posible,  los  pozos  i  diferentes  labores 
de  la  mina;  si  algunas  de  ellas  se  hallan  ruinosas,  ate- 
rradas o  inundadas;  si  tiene  tiro  o  socavón,  o  puede 
dársele;  si  tiene  galera,  malacate  u  otras  máquinas, 
piezas  de  habitación  i  caballerizas;  i  de  todas  estas  cir- 
cunstancias, se  tomará  razón  i  asiento  en  el  correspon- 
diente libro  de  denuncios  que  con  separación  debe  lie-' 
varse.  I  hecho  el  referido  reconocimiento,  i  la  medida 
de  las  pertenencias,  i  señalamiento  de  estacas,  como 
después  se  dirá,  se  dará  posesión  al  denunciante  sin 
embargo  de  contradicción,  que  no  será  oída  como  no 
la  haya  habido  dentro  de  todos  los  términos  anterior- 
mente prescritos;  pero  si  durante  ellos,. se  hubiere  in- 
troducido, se  oirán  las  partes  en  justicia  brevemente,  i 
según  se  prefine  en  su  lugar». 

Los  artículos  9,  10,  ii,  12,  13,  14,  15,  16,  17,  20  i 
22  del  mismo  título  6  emplean  diversas  formas  de  de- 
nunciar, i  también  demmcio  i  denunciante. 


-  155  - 

Por  esto,  don  Eujenio  de  Tapia,  en  el  Diccionario 
Judicial,  anexo  al  Febrero  Novísimo,  dice  que  de- 
nuncia y,  junto  con  otra  acepción  que  no  es  oportuno 
repetir,  tiene  la  de  «manifestar,  descubrir  ante  los  ma- 
jistrados  la  infracción  de  las  leyes,  o  lo  que  no  está  con- 
forme a  ellas». 

Con  la  presente  definición,  queda  autorizada  la  acep- 
ción especial  que  se  da  en  el  ramo  de  minería  a  denun- 
ciar, denunciante,  denuncio,  denunciable. 

Aunque  en  Chile  se  dice,  ahora  jeneralmente  denuv  ■ 
do  de  minas,  como  permiten  hacerlo  las  leyes  naciona- 
les i  los  españoles,  también  se  emplea  en  este  sentido 
denuncia. 

Un  decreto  espedido  por  el  presidente  de  la  Repú- 
blica en  7  de  noviembre  de  1825,  empieza  así: 

«Consultado  el  gobierno  por  el  gobernador  intenden- 
te de  la  provincia  de  Concepción  sobre  el  modo  i  forma 
con  que  ha  de  proceder  en  la  concesión  de  mercedes 
de  minerales  de  carbón,  que  frecuentemente  se  sohci- 
tan  por  los  que  quieren  emprender  este  j enero  de  in- 
dustria; i  deseando  dará  este  trabajo  toda  la  libertad 
posible,  quitándole  las  trabas  que  pudieran  entorpe- 
cerle, si  se  siguiesen  las  reglas  prevenidas  en  la  Orde- 
nanza DE  Minería  para  las  denuncias  de  minas  de  me- 
tal abandonadas,  i  las  que  nuevamente  se  descubran, 
etc.,  etc.». 

El  trozo  antes  citado  manifiesta  que  denuncia  o  de- 
nuncio ha  llegado  a  aplicarse,  no  solo  a  la  petición  de 
las  minas  abandonadas,  o  poseídas  contra  la  lei  como 
sucedió  en  el  orijen,  sino  de  las  nuevamente  descubier- 
tas. 

I  tal  es  la  verdad  de  los  hechos. 

Sin  embargo,  denuncia  o  denuncio  solo  se  aplica  pro- 
piamente a  la  petición  de  mina  abandonada,  despo- 


-  156  - 

blada  o  perdida  por  otra  causa,  como  lo  hace  en  el 
Prontuario  de  los  juicios  don  José  Bernardo  Lira, 
quien,  conforme  a  lo  que  enseña  la  citada  edición  del 
Diccionario,  emplea  indistintamemte  las  dos  pala- 
bras. 

El  autor  chileno  citado  usa  igualmente  las  locucio- 
nes «denuncia  de  ministerio  público  como  medio  de  dar 
principio  a  una  causa  criminal»;  «denuncia  de  emplea- 
do de  policía»;  «denuncia  de  los  particulares»;  «denuncia 
de  receptor  de  turno»;  «denuncia  de  obra  nueva»;  «de- 
nuncia de  obra  vieja  o  ruinosa». 

En  estos  casos,  suelen  también  decirse  entre  nosotros 
denuncio  por  denuncia. 

El  Diccionario  de '1884  solo  autoriza  el  uso  indife- 
rente de  estas  dos  voces  cuando  se  trata  de  minas. 

El  de  1869  decía  que  denuncio  por  denuncia  o  denun- 
ciación era  anticuado,  sin  entrar  en  distinciones  de  sig- 
nificado. 

Depurar 

Don  Antonio  Ferrer  del  Rio,  en  la  galería  de  la 
literatura  española,  pajina  49,  escribe  esta  frase: 

4iAsí,  al  abrirse  las  cortes  en  el  mes  de  julio,  no  ha- 
bía periódico  que  no  atacara  sin  tregua  a  La  Miscelá- 
nea, de  que  era  único  redactor  Burgos:  depuradas  sus 
fuerzas  con  el  excesivo  trabajo,  le  puso  a  las  puertas 
de  la  muerte  una  enfermedad  peligrosa»: 

¿Se  habrá  impreso  por  errata  depuradas  en  vez  de 
apuradast 

Si  así  no  fuera,  el  autor  habría  dado  a  depurar  un 
significado  que  no  tiene,  ni  puede  tener. 

Desahucio 

El  Diccionario  de  la  Academia  define  esta  pala- 


—    157  — 

bra:  «la  acción  i  efecto  de  despedir  al  inquilmo  o 
arrendatario,  porque  ha  cumplido  su  arrendamiento, 
•o  por  otra  razón. >> 

Esta  definición  deja  algo  que  desear,  si  atendemos 
a  lo  dispuesto  en  el  Código  Civil  Chileno. 

Entre  nosotros,  desahucio  es  la  noticia  anticipada 
que  una  de  las  partes  da  a  la  otra  de  tener  el  propósi- 
to de  terminar  el  arrendamiento. 

Léase  la  disposición  relativa  a  este  punto. 

Artículo  1 95 1  -«Si  no  se  ha  fijado  tiempo  para  la  du- 
ración del  arriendo,  o  si  el  tiempo  no  es  determinado 
por  el  servicio  especial  a  que  se  destina  la  cosa  arren- 
dada, o  por  la  costumbre,  ninguna  de  las  dos  partes 
podrá  hacerlo  cesar  sino  desahuciando  a  la  otra,  esto 
es,  notificándoselo  anticipadamente. 

«La  anticipación  se  ajustará  al  período  o  m.edida 
del  tiempo  que  regula  los  pagos.  Si  se  arrienda  a  tanto 
por  dia,  semana,  mes,  el  desahucio  será  respectivamen- 
te de  un  dia,  de  una  semana,  de  un  mes. 

«El  desahucio  empezará  a  correr  al  mismo  tiempo 
que  el  próximo  período. 

Desando 

Don  Salustiano  de  Olózaga,  en  el  discurso  que  leyó 
el  23  de  abril  de  1871,  al  tomar  posesión  de  un  asiento 
en  la  Real  Academia  (Memorias  de  la  Academia  Es- 
pañola, tomo  3.0,  pajinas  5301  siguientes),  dijo,  entre 
otras  cosas,  lo  que  va  a  leerse. 

«Solo  los  que  han  pasado  muchos  años  ausentes 
de  su  pais,  mal  de  su  grado,  saben  el  cariño  que  se 
tiene  al  idioma  patrio.  La  lengua  es  la  historia  de  la 
patria,  el  testimonio  vivo  de  las  naciones  que  la  han 
poblado,  la  preponderancia  de  ciertas  razas,  las  modi- 


Ií8   — 


fie  aciones  hechas  por  otras,  el  depósito  de  las  tradi- 
ciones de  todas  ellas,  el  tesoro  de  las  ideas  acumula- 
das por  sus  mas  insignes  injenios;  la  lengua  es  la  patria 
misma  para  los  que  viven  lejos  de  ella.  jCómo  suspira 
el  proscrito  por  volver  a  oir  su  dulce  acento!  I  cuando 
el  acaso  le  depara  esta  fortuna,  ¡con  qué  ternura  fra- 
ternal contempla  a  los  compatriotas  que  nunca  ha  vis- 
to antes,  i  que  probablemente  no  ha  de  volver  a  ver 
mas  en  la  vida!  Mientras  dure  la  mia,  no  olvidaré  la 
profunda  impresión  que  sentí  al  verme  un  dia  en  la 
sinagoga  de  los  judíos  en  Londres.  Hace  cerca  de  cua- 
tro siglos  que  la  inquisición  los  lanzó  del  suelo  patrio, 
i  conservan  nuestra  lengua,  aunque  con  algunas  voces 
que  nosotros  hemos  desechado  por  anticuadas;  i  entre 
sí  no  hablan  otra;  i  en  castellano,  está  como  dice  la 
portada,  al  final  del  libro,  reimprimido  en  Amsterdan,  el 
orden  de  las  oraciones  cotidianas  que  no  seles  cae  nunca 
de  las  manos.  ¿Hai  algún  idioma  en  el  mundo  al  que, 
en  competencia  con  una  lengua  como  la  inglesa,  se 
haya  adherido  jamás  ninguna  raza  con  tanto  amor  i 
tanta  perseverancia? 

«No  se  ha  conservado  con  tanta  pureza  en  América, 
donde  los  españoles  aclimataron  desde  luego  algunos 
provincialismos  que  no  han  sido  admitidos  jeneral- 
mente  en  la  Península;  i  el  nuevo  orden  de  cosas  ha 
introducido  algunos  neolojismos,  que  ofenden  a  nues- 
tros oídos.  Pero  se  nota  de  algún  tiempo  a  esta  parte 
una  reacción  saludable;  i  al  frente  de  ella,  se  han  pues- 
to los  hombres  mas  eminentes  de  aquellas  repúblicas. 
Si  pudiera  yo  mostrar  una  carta  escrita  por  el  ilustre 
Presidente  de  Méjico,  estoi  seguro  que  encantaría  a  los 
señores  académicos,  por  su  gusto  clásico  i  por  la  seve- 
ridad de  su  castizo  lenguaje. 

«I  la  riqueza  i  la  vida  de  la  América,   i  su  nueva 


—    15Q    — 

civilización^  que  ha  de  vencer  necesariamente  las  fa- 
tales consecuencias  de  los  disturbios  pasados  i  presen- 
tés,  aseguran  en  el  mundo  un  gran  porvenir  a  la  lengua 
de  Cervantes. 

«Pero,  aunque  no  contáramos  con  tan  poderosos  au- 
siliares,  bastarían  los  injenios  españoles  para  que  la 
lengua  castellana,  purgada  de  las  faltas  que  lijeramen- 
te  hemos  apuntado,  recobre  la  importancia  que  ad- 
quirió en  los  mejores  tiempos  de  nuestra  monarquía. 
No  ha  perdido,  por  fortuna,  nada  de  su  antiguo  vigor, 
ni  de  su  majestuoso  decir,  ni  de  la  enerjía  de  su  frase, 
ni  de  la  flexibilidad  de  su  réjimen,  ni  de  la  gracia  que 
le  prestan  sus  aumentativos  i  diminutivos,  ni  de  la 
pompa  de  sus  cadencia,  ni  del  número  de  sus  largos  i 
magníficos  períodos. 

«Pero  no  he  de  ser  yo  quien  cante  las  alabanzas  de 
nuestra  lengua,  porque  temería  que  me  aplicasen  las 
palabras  de  un  crítico  francés  contra  un  mal  humanis- 
ta que  había  publicado  un  elojio  de  la  lengua  latina. — 
Ese  elojio,  decía,  es  tanto  mas  de  agradecer,  cuanto 
que  el  que  los  ha  escrito  no  tiene  el  honor  de  conocer  a 
la    señora  a   quien  prodiga  las  alabanzas—»  (pajinas 

550,5511552). 

Olózaga  tiene  sobrada  razón  cuando  añrma  que  en 
América, después  de  haberse  hablado  i  escrito  mal  el  cas- 
tellano, ha  empezado  a  usarse  bien  desde  algunos  años 
atrás,  gracias  a  la  profundidad  i  al  esmero  con  que  se 
ha  estudiado  la  gramática  de  la  lengua  nacional,  ramo 
que  se  aprende  desde  la  escuela,  i  a  que  se  destina 
bastante  tiempo  en  nuestros  colejios,  donde  es  el  só- 
lido fundamento  del  curso  de  humanidades. 

El  que  haya  numerosas  porciones  de  individuos  que 
lo  estropeen  mas  o  menos  miserablemente,  no  prueba 
lo  contrario. 


—   Ibo  — 


Igual  cosa  sucede  en  España. 

No  hai  nación  alguna  en  que  la  mayoría  hable  la 
lengua  con  mediana  perfección. 

El  discurso  mismo  de  Olózaga  en  que  llama  la  aten- 
ción sobre  varias  incorrecciones  frecuentes  entre  los 
escritores  españoles,  i  otros  de  los  leídos  por  los  indi- 
viduos de  la  Real  Academia  al  incorporarse,  en  los 
cuales  suelen  esponer  reparos  análogos,  son  una  demos- 
tración práctica  e  incontestable  délo  que  asevero. 

El  académico  encargado  de  contestar  a  Olózaga  fué 
don  Juan  Eujenio  Hartzenbusch. 

Después  de  haber  discurrido  sobre  lo  embarazoso 
que  es  emplear  bien  el  posesivo  su,  sus,  agrega  lo  que 
sigue. 

«Esta  es,  repetimos,  dificultad  verdadera  i  grande; 
otras  son  puramente  faltas  del  necesario  estudio.  De- 
cir, por  ejemplo,  traspieses  por  traspiés,  desando  por 
desanduvo,  dintel  por  umbral,  ínsulas  por  ínfulas,  la- 
tente (oculto)  por  latiente  (lo  que  late),  epílogo  por 
prólogo,  atravesar  un  puente,  cuando  al  pasar  por  él 
en  toda  su  lonjitud  lo  que  se  atraviesa  es  el  rio;  ases- 
tar un  coscorrón,  un  palo,  una  puñalada,  como  si  se 
hiciese  puntería,  a  la  manera  que  cuando  se  dispara 
un  fusil,  otro  nombre  merece  que  el  de  dificultades», 
(pajina  568). 

Ni  Olózaga  ni  Hartzenbusch,  ajustándose  a  las  con- 
diciones de  los  discursos  académicos,  han  espresado  si 
las  impropiedades  e  incorrecciones  modernas  de  len- 
guaje que  mencionan  son  cometidas  por  jente  ilustra- 
da, o  solo  por  el  vulgo;  pero  demasiado  se  comprende 
que  no  habrían  tratado  de  ello  en  tan  solemne  ocasión, 
acaso  de  que  las  voces  i  frases  reprobadas  se  usaran 
únicamente  por  personas  rústicas  e  intonsas . 

En  cuanto  a  mí,  que  no  estoi  obligado  a  tal  circuns- 


—  i6i  — 

pección,  puedo  citar  escritores  peninsulares  estimables 
que  han  incurrido  en  esos  defectos  i  resabios,  o  en 
otros  semejantes. 

Don  Ramón  de  la  Cruz  no  es  por  cierto  un  hablista 
de  primer  orden;  pero  ha  sido  encomiado  por  maestros 
de  nuestro  idioma  que  se  llaman  Duran,  Bretón  de 
los  Herreros,  Hartzenbusch  i  otros. 

Pues  bien,  el  autor  de  los  famosos  saínetes  no  em- 
pleó, a  lo  menos  que  yo  recuerde,  el  plurar  fraspieses, 
pero  sí  guardapieses,  que  tanto  vale. 

El  saínete  La  música  a  oscuras,  tomo  ip  pajina 
417,  edición  de  Madrid,  1843,  empieza  con  la  siguiente 
acotación: 

«Salen  Jerónimo  i  Paula,  i  las  demás  que  pudieren, 
de  guardapieses  de  droguetes  o  sarga,  i  mantillas  ter- 
ciadas como  de  mozas  de  lugar,  i  una  de  ellas  con  un 
farolillo». 

Un  escritor  tan  atildado  como  don  Leandro  Fer- 
nández de  Moratín  ha  usado  ese  mismo  plural  de 
traspieses  sobre  que  recae  la  justa  censura  de  Hart- 
zenbusch. 

En  su  traducción  del  Hamlet,  acto  i.^,  escena  i.^, 
pone  esta  frase  en  la  boca  del  protagonista  de  Shakes- 
peare. 

«Esta  noche  se  huelga  el  rei,  pasándola  desvelado 
en  un  banquete  con  gran  vocería  i  traspieses  de  em- 
briaguez; i  a  cada  copa  del  Rin  que  bebe,  los  timbales 
i  trompetas  anuncian  con  estrépito  sus  victoriosos 
brindis». 

Don  Antonio  de  Trueba,  en  la  novela  titulada   La 
Paloma  i  los  Halcones,  capítulo  21,   pajina  226, 
edición  de  Madrid,  1865,  ha  cometido  el  mismo  defecto 
gramatical,  escribiendo  la  siguiente  frase: 
«Levantóse  el  ballestero  dando  traspieses». 

AMUNÁTEGUI.   T.  II  11 


—    102   — 

Nunca  he  oído  o  leído  en  Chile  el  desatino  gramati- 
cal de  decir  desando  en  vez  de  desanduvo. 

La  Gramática  de  la  lengua  castellana  por  la 
Real  Academia  Española,  edición  de  1880,  esplica  per- 
fectamente las  irregularidades  de  andar,  i  por  lo  tan- 
to, de  su  compuesto  desandar. 

Léase  lo  que  enseña  acerca  de  este  punto. 

«Parece  indudable  que  las  personas  irregulares  de 
este  verbo  se  componen  de  andar  i  haber.  Si  de  andar 
hube,  andar  hubiera,  andar  hubiese,  i  andar  hubiere,  se 
quita  la  terminación  ar,  se  suprime  la  h  (que  antigua- 
mente no  se  ponía),  i  se  emplea  la  v  en  lugar  de  la  b 
(según  uso  antiguo),  quedan  formadas  las  voces  andu- 
ve, anduviera, anduviese,  anduviere. 

«Lo  mismo  se  conjuga  su  compuesto  desandar». 

Desapercibido,  Desapercibida 

En  Chile,  se  dice  de  palabra  i  por  escrito,  desaperci- 
bido por  no  visto,  por  inadvertido;  pero  los  hispano- 
americanos i  los  peninsulares  incurren  amenudo  en  el 
mismo  pecado  gramatical. 

Don  Rafael  María  Baralt,  en  el  Diccionario  de  ga- 
licismos, se  espresa  como  sigue: 

«Desapercibido,  desapercibida.  Pasar  desapercibido 
(una  verdad,  una  persona,  un  suceso,  etc.,)  es  hoi  un 
barbarismo  tan  jeneralizado,  que  escuso  poner  ejem- 
plos de  él,  pues  donde  quiera  se  encuentran  a  mon- 
tones. 

«Con  ser  mui  desatinados  los  galicismos  que  hoi  se 
someten,  hallo  que  ninguno  lo  es  tanto  como  este  dis- 
paratadísimo pasar  desapercibido,  locución  que,  en 
todo  rigor,  significa  en  castellano  pasar  alguno  despre- 
venido, desprovisto  de  lo  necesario  para  alguna  cosa; 


-  163  - 

i  no,  como  quieren  los  galiparlistas,  pasar  no  visto,  no 
advertido,  inadvertido,  ignorado,  según  los  casos. 

«Téngase  i  considérese,  pues,  como  delito  grave  con- 
tra la  lengua;  i  arguya  supina  ignorancia  en  quien  le 
use». 

Don  Fermín  de  la  Puente  i  Apezechea,  en  un  dis- 
curso que  leyó  ante  la  Academia  Española  el  12  de 
febrero  de  187 1,  dijo  lo  que  va  a  leerse: 

«Desapercibido  decíase  antes  en  España  al  que  esta- 
ba desprovisto  o  desprevenido;  hoi  se  empeñan,  i  a 
poco  mas  lo  logran,  en  que  llegue  a  significar  ni  visto 
ni  oído».  {Memorias  déla  Academia  Española,  tomo  3, 
pajina  194). 

Efectivamente  varios  escritores  peninsulares  de  nota 
dan  a  desapercibido  esa  acepción  tan  reprobada. 

La  Galjéría  de  españoles  célebres  contEíMporá- 
NEOS,  publicada  por  don  Nicomedes  Pastor  Diaz,  i  por 
Francisco  de  Cárdenas,  en  la  Biografía  de  don  Juan 
Jsticasio  Gallego,  usa  estas  dos  frases; 

«Para  que  los  acentos  del  poeta  despierten  un  eco 
en  las  almas  de  sus  lectores,  es  preciso  que  sean  fieles 
intérpretes  de  sentimientos  que  todos  puedan  apreciar, 
de  otra  suerte  pasarán  desapercibidos . ...».    (pajina  2). 

«Mientras  la  poesía  española  agradó,  mientras  inte- 
resó en  la  escena  pintando  al  vivo  los  caracteres  i  los 
sentimientos  nacionales,  influyó  de  algún  modo  sobre 

la  sociedad 

cuando  adoptó  formas  estrañas,  pintó  caracteres  estra- 
ños,  sentimientos  estraños  i  hasta  empleó  casi  un  len- 
guaje estraño,  solo  algunos  la  comprendieron,  i  pasó, 
por  consiguiente,  poco  menos  que  desapercibida»,  (pa- 
jina 3). 

Don  Antonio  Ferrer  del  Rio,  en  la  Galería  de  la 
LITERATURA  ESPAÑOLA,  pajinas  79  i  80,  cscribc  lo  que 
va  a  leerse: 


—  i64  — 

«Atendida  esta  cualidad  característica  de  un  hom- 
bre que  ha  atravesado  crisis  azarosas,  i  ha  sido  actor 
principal  en  poHticas  escenas,  luchando  con  la  irrita- 
ción de  los  ánimos,  i  la  acritud  de  las  pasiones,  merece 
no  pasar  desapercibida  la  circunstancia  de  no  haberse 
visto  nunca  en  el  caso  de  quebrantar  una  famosa 
pragmática  de  Carlos  III». 

Es  lójico  que  los  que  dan  al  verbo  apercibir  el  sigm- 
ficado  de  ver,  atribuyan  a  desapercibido  el  de  no  visto. 
I  a  decir  verdad  son  numerosos  los  escritores  espa- 
ñoles que  usan  el  verbo   apercibir  en  ese  significado, 
según  ya  he  tenido  oportunidad  de  hacerio  notar. 

Pero,  aunque  autores  tan  estimables  como  los  cita- 
dos, i  otros  mas,  hayan  usado  el  verbo  apercibir  en  el 
significado  de  ver,  me  parece  que  la  Real  Academia  ha 
tenido  razón  para  no  autorizar  semejante  práctica. 

Apercibir  ha  de  emplearse  en  el  sentido  de  «preve- 
nir, advertir,  preparar»,  como  Cervantes  lo  hizo  en  la 
siguiente  frase  de  su  novela  La  Señora  Cornelia: 

«Adelantóse  don  Antonio  para  apercibir  a  Corneha, 
por  no  sobresaltarla  con  la  improvisa  llegada  del  du- 
que i  de  su  hermano».  (Biblioteca  de  autores  espa- 
ñoles de  Rivadeneira,  tomo  iP,  pajina  219,  colum- 
na 2.^) 

Apercibir  tiene  ademas  los  significados  de  amonestar 

i  de  requerir. 

Así  no  habría  de  ningún  modo  ventaja  en  agregarle 

el  de  ver  o  advertir. 

Si  no  conviene  dar  esta  última  acepción  a  apercibir, 
no  puede  darse  a  desapercibido  la  de  no  visto  o  inad- 
vertido. 


-  i65  - 


Desarmo 


Un  decreto  espedido  por  el  presidente  de  la  Repú- 
blica en  30  de  marzo  de  1841,  dice,  entre  otras  cosas, 
lo  que  va  a  leerse: 

«El  comandante  jeneral  de  marina  librará  las  co- 
rrespondientes órdenes  para  que  se  proceda  inmedia- 
tamente al  desarmo  de  la  fragata  de  guerra  Chile  en  los 
términos  que  previenen  los  artículos  siguientes: 

«I. o  Deberán  estar  presentes  al  desarmo  e\  coman- 
dante actual,  i  el  que  haya  de  recibirse  del  buque  de- 
sarmado, el  comisario  de  marina  o  un  empleado  de  su 
oficina  que  haga  sus  veces,  el  oficial  de  detall  i  el  con- 
tador del  mismo  buque,  a  fin  de  ir  anotando  en  el  in- 
ventario los  j  eneros  i  pertrechos  que  se  vayan  deposi- 
tando para  saber  los  consumos  que  se  hubiesen  hecho. 

« 

« 

«9.0  Luego,  que  esté  concluido  el  desarmo,  se  cerra- 
rán todas  las  escotillas  i  pañoles  con  sus  respectivas 
barras  i  candados,  i  las  llaves  estarán  a  cargo  del  co- 
misario de  marina  cuyo  jefe  las  entregará  de  mes  en 
mes,  o  cuando  lo  disponga  el  comandante  jeneral,  para 
que  se  ventilen  aquellos  lugares,  i  se  conserven  mejor 
los  diferentes  objetos  i  útiles  depositados  en  ellos. 

« 

II.  Por  consecuencia  del  desarmo,  se  considerarán 
desembarcados  todos  los  oficiales  de  guerra  i  mayores 
de  la  dotación  de  la  fragata. » 

Desarmo  es  un  neolojismo  completamente  injustifi- 
cado, en  cuyo  lugar  debió  emplearse  desarme  o  desar- 
madura. 


—  i66  — 


Desarrajar 

El  uso  de  este  verbo  por  descerrajar  es  una  corrup- 
tela de  lenguaje  que  se  comete  en  Chile,  en  el  Ecuador 
según  Cevallos,  en  Colombia  según  Cuervo,  i  probable- 
mente en  otras  naciones  hispano-americanas. 

Así  se  dice  desarrajar,  en  vez  de  descerrajar  la  cerra- 
dura de  una  puerta,  cofre,  escritorio,  por  arrancarla  o 
violentarla. 

Así  se  dice  desarrajar,  en  vez  de  descerrajar  una  pis- 
tola o  una  escopeta,  por  dispararla. 

Así  se  dice  desarrajar  en  vez  de  descerrajar  un  caba- 
llo, por  escapar  un  caballo,  o  hacerle  correr  con  estraor- 
dinaria  violencia. 

Así  se  dice  se  desarrajó,  en  vez  de  se  descerrajó  en  in- 
jurias, por  desatarse  en  injurias,  o  excederse  en  profe- 
rir injurias. 

Los  dos  primeros  usos  de  descerrajar  se  hallan  espre- 
samente  autorizados  por  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia. 

Los  dos  últimos  no  lo  están;  pero,  como  son  figuras 
que  ocurren  mui  a  menudo,  i  han  obtenido,  por  lo  tanto, 
una  especie  de  sanción  popular,  no  veo  motivo  para 
rechazarlos. 

Lo  que  sí  no  puede  tolerarse  es  el  empleo  de  desarra- 
jar por  descerrajar. 

Don  Ramón  de  la  Cruz  en  el  saínete  titulado  El 
Mercader  Vendido,  pajina  8,  columna  2,  edición 
de  Madrid,  1843,  ofrece  un  ejemplo  de  descerrajar  em- 
pleado en  su  acepción  primitiva. 


—  167  — 
Hé  aquí  lo  que  pone  en  boca  de  Toribio. 

Sí;  luego  que  usted  salió, 
vinieron  allí  mis  amos, 
i  las  llaves  i  papeles 
cojieron,  descerrajando 
la  papelera 

En  Chile,  i  en  otros  países  de  América,  muchos 
habrían  dicho  malamente  desarr ajando. 

Don  Joaquín  i  don  Hipólito  son  dos  personajes  de 
la  comedia  de  Bretón  de  los  Herreros,  titulada 
Me  voi  de  Madrid,  los  cuales,  en  el  acto  3,  escena  15, 
traban  un  chistoso  diálogo  de  que  forman  parte  los 
siguientes  versos: 

Don  Joaquín. 


\ 


Pero  si  fui  desahuciado 
¿a  qué  hora  esos  escrúpulos ? 
Antes  debiera  usted  darme 
las  gracias 

Don  Hipólito 

¡Yo! 

Don  Joaquín 

Por  el  triunfo 
que  yo  le  proporcioné 
tan  a  costa  de  mi  orgullo. 

Don  Hipólito 

¿I  la  dañada  intención? 
¿I  la  perfidia,  el  abuso 
de  confianza,  las  injurias 
que  ese  labio  atroz,  perjuro, 
descerrajó  contra  mí?. .  . . 

Aquí  se  tiene  un  ejemplo  del  verbo  descerrajar  em- 


—  i68  — 

pleado  en  la  cuarta  de  las  acepciones  antes  enumera- 
das, esto  es,  en  su  acepción  figurada  mas  atrevida, 
mas  apartada  de  la  primitiva. 

En  Chile,  i  en  otros  países  de  América,  muchos  ha- 
brían dicho  malamente  desarrajó,  en  vez  de  descerrajó. 

Desarrollar,  Desarrollo 

Don  Rafael  María  Baralt  trae,  en  el  Diccionario 
DE  Galicismos,  el  artículo  que,  para  mayor  claridad 
de  lo  que  voi  a  esponer,  copio  a  continuación: 

«En  ciertos  usos  de  este  vocablo  {desarrollo),  no  hai 
galicismo,  sino  impropiedad, 

«No  hai  galicismo,  porque  desarrollo,  aunque  vo- 
cablo moderno  (el  Diccionario  de  la  Academia,  pri- 
mera edición,  no  lo  menciona)  es  lejítimo  derivado  de 
desarrollar  o  desenrollar;  i  los  franceses  no  tienen  nin- 
gún vocablo  de  estructura  idéntica,  ni  análoga,  para 
espresar  el  concepto  que  envuelve. 

«I  hai  impropiedad,  porque  le  hacemos  en  ocasiones 
sinónimo  de  desenvolvimiento,  que  es  el  developpement 
francés  en  buena  i  castiza  traducción. 

<<Desarrollo  es  la  acción  i  efecto  de  desarrollar  i  de- 
sarrollarse, esto  es,"de  deseo jer  lo  que  está  arrollado, 
deshacer  un  rollo:  i  también  de  adquirir  gradualmen- 
te los  animales  i  las  plantas  incremento  i  vigor.  I  así 
decimos: 

«Desarrollo  de  una  tela,  de  una  cuerda,  de  un  cable,  etc. 

«El  desarrollo  de  este  buei,  de  esta  encina,  es  admi- 
rable. 

«Desenvolvimiento  es: 

«I. o  El  acto  de  desenvolver  o  desenvolverse,  esto  es, 
de  descojer  lo  que  está  envuelto,  de  quitar  la  envol- 
tura a  alguna  cosa.  I  nótese  de  paso,  porque  importa, 


—  i6o  — 

que  no  es  lo  mismo  una  envoltura  que  un  rollo,  ni 
estar  arrollado,  que  estar  envuelto. 

«2p  Incremento,  perfeccionamiento  gradual  de  las 
facultades  intelectuales  i  morales.  Verbigracia: 

«Desenvolvimiento  de  la  intelijencia,  del  ánimo,  del 
carácter. 

«El  desenvolvimiento  interno  de  nuestras  facultades, 
i  el  desarrollo  de  nuestros  órganos,  es  la  educación 
natural. 

«3.0  Esposición  individuada  (por  oposición  a  la  su- 
cinta) de  una  proposición,  tesis,  idea,  etc.  Verbi- 
gracia: 

«Desenvolvimiento  de  un  sistema;  asunto  que  requiere 
serios  i  maduros  desenvolvimientos . 

«4.0  Movimiento  progresivo  del  espíritu  humano  i 
de  las  obras  de  injenio.  Verbigracia: 

«Desenvolvimiento  de  los  estudios;  desenvolvimiento 
de  un  poema;  de  una  novela;  desenvolvimiento  del  plan, 
de  la  intriga,  de  los  caracteres  en  una  composición  dra- 
mática. 

«5.0  Amplitud  i  desembarazo  en  la  postura,  ropajes, 
i  demás  en  las  figuras,  en  lenguaje  técnico  de  nobles 
artes.  Verbigracia: 

«Esta  estatua  tiene  desenvolvimientos  admirables. 

«6.0  Aclaración  de  alguna  cosa  que  está  oscura  o 
enredada.  Verbigracia: 

«Desenvolvimiento  de  una  cuenta,  de  un  negocio,  etc., 
desenvolvimiento  de  las  historias  eclesiásticas. 

«En  fin,  desarrollo  se  aplica  a  las  cosas  materiales; 
desenvolvimiento  a  las  intelectuales  i  morales.  Con- 
fundir estos  dos  vocablos  es  empobrecer  la  lengua 
reduciéndola  a  la  condición  de  la  francesa,  la  cual  no 
tiene  mas  que  développement  para  espresar  los  refe- 
ridos conceptos;  i  así  dice: 


—  x-jo  — 

«Dévoloppement  du  pouls,  d'une  tumeur  (incremento, 
aumento,  desarrollo  del  pulso,  de  un  tumor); 

Développement  d'une  fleur,  d'un  fruit,  d'un  arhre  (de- 
sarrollo de  una  flor,  de  una  fruta,  de  un  árbol); 

Développement  d'une  tapisserie  (desarrollo  de  una  ta- 
picería); i  finalmente, 

Développement  de  V intelligence  (desenvolvimiento  de 
la  intelijencia). 

«Si  hemos  de  usar,  viciosamente  en  mi  sentir,  de  una 
manera  promiscua  los  dos  vocablos,  forzosamente  he- 
mos de  hacer  sinónimas  también  entre  sí  las  radicales 
de  que  proceden;  i  en  tal  caso,  tendremos  que  desenvol- 
ver es  lo  mismo  que  desarrollar^  i  lo  mismo  envoltura 
que  rollo  y  i  lo  mismo  desarrollado  que  desenvuelto. 

«Véase  sin  embargo,  lo  que  va  de  adjetivo  a  adjetivo 
en  estas  frases: 

« — Es  un  niño  mui  desarrollado . — Es  un  niño  mui 
desenvuelto — 

«La  diferencia  entre  los  dos  vocablos  es  patente». 

Empezaré  por  hacer  notar  que  son  numerosos  los 
maestros  del  idioma  que,  contra  la  doctrina  asentada 
por  Baralt  en  el  artículo  que  acaba  de  leerse,  han  apli- 
cado el  verbo  desarrollar  i  el  sustantivo  desarrollo  a  las 
cosas  intelectuales  i  morales. 

Tengo  a  la  vista  una  obra  titulada  Juicio  Crítico 
DE  DON  Leandro  Fernández  de  Moratín  por  don 
José  de  la  Re  villa. 

Esta  obra  fué  premiada  por  la  Real  Academia  Se- 
villana de  buenas  letras  en  6  de  enero  de  1833,  i  publi- 
cada en  Sevilla  en  octubre  del  mismo  año. 

Se  encuentran  en  ella  los  siguientes  pasajes. 

«Estas  fábulas,  filosóficamente  meditadas  por  un 
autor  empapado  en  la  literatura  clásica,  comienzan 
desde  el  momento  crítico,  en  que  principia  a  crecer  el 


—  171  — 

interés  de  la  acción,  evitando  los  dos  escollos  en  que 
se  tropieza  fácilmente,  i  consisten:  o  bien  en  amonto- 
nar i  sofocar  unos  con  otros  los  incidentes  para  desa- 
rrollar aquella,  o  bien  en  tener  que  valerse  de  una  do- 
ble acción  para  llenar  el  espacio  que  la  principal  deja 
vacío  en  el  caso  contrario»,  (pajina  43). 

«Las  comedias  de  Moratín,  aunque  sujetas  al  rigo- 
rismo de  las  unidades  llamadas  clásicas,  no  se  resienten 
de  la  violencia  del  yugo  que  éstas  imponen,  ni  el  plan 
esperimenta  obstáculo  alguno  en  su  desarrollo  progre- 
sivo», (pajina  III). 

«Examínense  con  detenimiento  los  planes  que  supo 
formar  Moratín,  i  tan  solo  se  verá  en  ellos  lo  absolu- 
tamente necesario  al  desarrollo  de  la  fábula,  i  al  com- 
plemento del  objeto  cómico  i  moral  que  se  propuso 
este  autor»,  (pajina  129). 

«No  debe  nunca  olvidarse  que,  entre  los  personajes 
de  Moliere  i  los  de  Moratín,  media  una  notable  dife- 
rencia, pues  los  del  poeta  español  no  se  valen  de  ju- 
guetes de  escenas  para  tomar  mas  ensanches,  ni  se 
echa  de  ver  en  ellos,  como  en  los  del  francés,  el 
empeño  de  violentar  las  situaciones  para  que  se  desa- 
rrollen mas  desembarazadamente,  ni  se  advierte  que 
rayen  en  estravagancias  pueriles  i  en  arlequinadas  con 
el  solo  objeto  de  excitar  la  risa»,  (pajina  142). 

Don  Juan  Eujenio  Hartzenbusch  leyó  el  año  1847, 
en  el  acto  de  su  recepción  como  individuo  de  número 
de  la  Real  Academia  Española,  un  discurso  Sobre  los 

CARACTERES  DISTINTIVOS    DE   LAS  OBRAS    DRAMÁTICAS 

DE  DON  Juan  Ruiz  de  Alarcón. 

Ese  discurso,  que  corre  impreso  en  sus  Obras  Esco- 
jiDAS,  tomo  49  de  la  Colección  de  los  mejores  au- 
tores españoles,  edición  de  Paris,  1876,  contiene  los 
dos  pasajes  que  van  a  leerse: 


—    172   — 

«Justo  es  confesar  desde  luego  que  el  título  de  algu- 
na comedia  de  Alarcón  promete  mas  de  lo  que  la  obra 
cumple,  como  sucede  en  La  culpa  busca  la  pena,  i 
en  No  HAi  MAL  QUE  POR  BIEN  NO  VENGA,  en  otras  el 
pensamiento  se  desarrolla  en  una  fábula  sobrado  nove- 
lesca i  recargada  de  incidentes,  en  medio  de  los  cuales 
desaparece  aquel  pensamiento,  como  sucede  en  la  de 
Ganar  amigos,  que,  sin  embargo,  es  bellísima.»  (paji- 
na 390,  columna  2.^) 

«Feliz  Alarcón  en  la  pintura  de  los  caracteres  cómi- 
cos para  castigar  en  ellos  el  vicio,  como  en  la  inven- 
ción i  desarrollo  de  los  coractéres  heroicos  para  hacer 
la  virtud  adorable;  rápido  en  la  acción,  sobrio  en  los 
ornatos  poéticos,  inferior  a  Lope  en  ternura  respecto  a 
los  papeles  de  muj  er,  a  Morete  en  viveza  cómica,  a 
Tirso  en  travesura,  a  Calderón  en  grandeza  i  en  habili- 
dad para  los  efectos  teatrales,  aventaja  sin  escepción  a 
todos  en  la  variedad  i  perfección  de  las  figuras,  en  el 
tino  para  manejarlas,  en  la  igualdad  del  estilo,  en  el 
esmero  de  la  versificación,  en  la  corrección  del  lengua- 
je», (pajina  391,  columna  2.^) 

Ha  de  saberse  que  Hartzenbusch  es  el  autor  del  pró- 
logo que  encabeza  el  Diccionario  de  galicismos  por 
don  Rafael  María  Baralt. 

Don  Manuel  Cañete  leyó  el  28  de  setiembre  de  1862 
para  solemnizar  el  aniversario  de  la  Academia  Espa- 
ñola, un  mui  bien  elaborado  discurso  sobre  El  drama 
relijioso  español  antes  i  después  de  Lope  de  Vega, 
el  cual  está  inserto  en  las  Memorias  de  la  Real  Aca- 
demia Española,  tomo  i.o,  pajinas  368  i  siguientes. 

Léanse  estos  pasajes. 

«Lo  mismo  en  la  antigüedad,  que  en  la  edad  media, 
cuna  del  drama  moderno,  el  teatro  ha  nacido  i  se  ha 
desarrollado  en  el  seno  de  la  relijión».  (pajina  379). 


—  171    ~ 

«La  escasez  de  documentos  para  apreciar  debida- 
mente la  marcha  i  gradual  desarrollo  del  teatro  sacro 
en  los  siglos  XIII  i  XIV,  me  induce  a  fijar  los  ojos 
en  tiempos  mas  cercanos  i  conocidos»,   (pajinas  375  i 

376). 

«La  parábola  del  Padre  de  familia  que  manda 
OBREROS  A  su  VIÑA  se  representó  en  Toledo  por  la 
santa  iglesia  en  la  fiesta  del  santísimo  sacramento  el 
año  de  1548;  i  a  fe  de  que  no  se  hallará  fácilmente  mo- 
do mas  natural  i  sencillo  de  desarrollar  la  acción  sin 
apartarse  de  la  sagrada  escritura»,  (pajinas  380  i 
381). 

«En  breves  rasgos,  porque  su  obra  no  consentía,  ni 
necesitaba  mayor  desarrollo  pinta  el  dramático  reli- 
jioso,  estrictamente  ceñido  a  las  palabras  del  evanje- 
lio,  el  inefable  contento  del  ciego  al  ver  la  luz»,  (pa- 
jina 383). 

«Volved,  señores  académicos,  volved  los  ojos  a  lo 
pasado,  i  veréis  de  qué  suerte,  a  medida  que  la  come- 
dia profana  se  desarrolla  i  perfecciona  en  Lope  de  Ve- 
ga, en  Tirso,  en  Alar  con,  en  Calderón,  en  Moreto,  el 
drama  relijioso  se  desarrolla  i  perfecciona  también,  i 
llega  a  producir  obras  maestras  del  mas  esm.erado  arti- 
ficio», (pajina  397). 

Don  Antonio  Ferrer  del  Rio,  en  una  Necrolojía 
DE  DON  Antonio  Jil  de  Zarate,  que  se  imprimió  en 
las  Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  i.o, 
pajinas  413  i  siguientes,  dice  entre  otras  cosas,  lo  que 
vá  a  leerse: 

«Desde  1843,  i  como  jefe  de  sección,  Jil  de  Zarate 
tuvo  en  la  formación  de  las  leyes  orgánicas  mui  hon- 
rosa parte,  i  la  mas  principal  en  el  desarrollo  de  la  ins- 
trucción pública,  entrada  desde  1845,  en  una  nueva 
era  por  virtud  de  im  plan  mas  o  menos   combatido,  i 


—  174  — 

mas  o  menos  alterado  desde  entonces,  aunque  no  en 
la  parte  esencial  i  consistente  en  la  creación  del  profe- 
sorado», (pajina  419). 

Don  Francisco  de  Paula  Canalejas  leyó  el  28  de  no- 
viembre de  1869,  al  ocupar  su  asiento  de  académico, 
un  discurso  que  puede  consultarse  en  las  Memorias 
DE  LA  Academia  Española,  tomo  2P,  pajinas  16  i 
siguientes,  i  en  el  cual  se  encuentran  los  pasajes  que 
reproduzco  en  seguida  por  hacer  a  mi  propósito. 

«Una  sola  gramática^  i  un  solo  léxico,  existe,  i'  ha 
existido,  crece  i  se  desarrolla  en  la  historia  de  las  razas 
indo-europeas  o  jaf éticas  hasta  la  edad  m.oderna;  i  la 
sucesión  de  las  diversas  lenguas  habladas  i  escritas  por 
los  pueblos  pertenecientes  a  esta  raza^  atestigua  el  pro- 
gresivo desarrollo  de  las  facultades  del  hombre  i  su 
creciente  aptitud  para  decir  la  verdad  i  para  espresar 
la  belleza»,  (pajina  19). 

«Constituyen  los  idiomas  la  espresión  jeneral  del 
espíritu  humano  i  de  las  leyes  divinas  que  radican  en 
el  fondo  de  este  espíritu  del  hombre»,  (pajina  20). 

«Al  notar  este  no  interrumpido  desarrollo  de  un 
mismo  tipo  gramatical,  con  lo  que  todo  se  acaudala  i 
acredita,  surje  la  duda  de  si,  en  sus  caracteres  jenera- 
les,  o  en  sus  condiciones  específicas,  han  dej  enerado 
las  lenguas»,  (pajina  45). 

«Creo,  con  Max-Müller  que  la  renovación  dialec- 
tal es  uno  de  los  medios  mas  eficaces  para  la  conser- 
vación i  desarrollo  de  los  idiomas»,  (pajina  51). 

El  académico  que  contestó  a  Canalejas  fué  don  Juan 
Valera,  en  cuyo  discurso  se  lee  la  siguiente  frase: 

Los  racionalistas  se  han  esforzado  «en  prolongar  la 
historia  a  fin  de  esplicar  por  un  progreso  lento  i 
constante  el  desarrollo  de  la  civilización»,  (pajina  103). 

El  conde  de  Cheste,  don  Juan  de  la  Pezuela  i  Ce- 


—  17?  — 

ballos,  en  un  Elojio  Fúnebre  de  don  Ventura  de  la 
Vega,  leído  el  23  de  febrero  de  1866,  e  inserto  en  las 
Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  2.0,  pa- 
jinas 434  i  siguientes,  escribe  lo  que  se  reproduce  a 
continuación: 

«De  1824  datan,  aquella  asidua  asistencia  al  café 
de  Venecia  primero,  i  al  de  Príncipe  después,  que  de 
nosotros  tomó  el  nombre  gráfico  de  El  Parnasillo,  i 
aquellas  reuniones  en  casa  del  entusiasta  arquitecto 
don  Francisco  Mariátegui,  i  del  bondadoso  caballerizo 
del  rei  don  Quirico  de  Aristizábal,  en  donde  empeza- 
ron a  desarrollarse  nuestros  afectos  de  hombres  i  nues- 
tras inclinaciones  respectivas»,  (pajina  441). 

Don  Leopoldo  Augusto  de  Cueto  leyó  el  4  de  marzo 
de  1866  un  Discurso  Necrolójico  Literario  en 
ELOJIO  del  duque  DE  RiVAS,  quc  corre  impreso  en 
las  Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  2.0, 
pajinas  498  i  siguientes,  i  en  el  cual  se  encuentran  las 
frases  copiadas  a  continuación: 

«Juzgar  el  verdadero  valor  lit^erario;  las  tendencias 
i  vicisitudes  del  gusto;  el  orijen,  la  intensidad,  el  arran- 
que i  la  espontaneidad  del  estro  de  un  poeta  contem- 
poráneo, ¿puede  haber  nada,  al  parecer,  mas  sencillo 
i  mas  hacedero?  Con  él  hemos  vivido  i  pensado;  con 
él  hemos  estudiado  i  discutido;  hemos  asistido,  por 
decirlo  así,  a  la  formación;  desarrollo  i  manifestación 
artística  de  sus  ideas »  (pajinas  500 

i  501). 

«Dios  permitió  que  se  abriera  camino  en  un  mun- 
do remoto  e  ignorado  esta  misma  civilización,  única 
grande  i  verdadera,  porque  es  la  única  que  desarrolla 
i  glorifica  los  dos  impulsos  mas  nobles  i  fecundos  que 
encierra  el  alma  humana:  la  caridad  i  la  libertad», 
(pajina  539). 


—  176  — 

Don  Manuel  Silvela  leyó  el  25  de  marzo  de  1871  un 
discurso  de  recepción  que  trata  De  la  influencia 

EJERCIDA  EN  EL  IDIOMA  I  EN  EL  TEATRO  ESPAÑOL  POR 
LA  ESCUELA  CLÁSICA   QUE  FLORECIÓ  DESDE  MEDIADOS 

DEL  POSTRERO  SIGLO,  díscurso  que  puedc  ser  consul- 
tado en  las  Memorias  de  la  Academia  Española, 
tomo  3.0,  pajinas  259  i  siguientes,  i  en  el  cual  se  en- 
cuentran estos  pasajes: 

«Emprendida  la  carrera  del  derecho,  mas  que  por 
voluntad,  por  consejo  de  mi  amadísimo  padre  don 
Francisco  Agustín  Silvela,  hallé  ocasión  natural  de 
aprender  en  sus  Estudios  Prácticos  de  administra- 
ción, esa  ciencia  de  los  tiempos  modernos,  que,  en 
verdad,  no  podía  desarrollarse  en  épocas  antiguas,  en 
que  los  ciudadanos  delegaban  todos  sus  derechos,  i,  lo 
que  es  peor,  no  poco  de  sus  deberes,  en  un  monarca 
absoluto»,  (pajinas  260  i  261). 

<A.plicado  el  drama  griego  a  asuntos  de  la  antigüe- 
dad, solo  perciben  sus  bellezas  los  eruditos;  i  el 
público,  en  jeneral  presencia  con  asombro  i  disgusto 
el  desarrollo  i  el  choque  de  pasiones  que  desconoce  o 
condena»,  (pajina  279). 

Me  parece  que  los  maestros  del  idioma  que  acabo 
de  nombrar,  i  otros  que  podrían  citarse,  tienen  sufi- 
ciente autoridad  para  fijar  el  significado  de  una  pa- 
labra. 

Así,  en  mi  concepto,  pueden  aplicarse,  contra  lo 
que  Baralt  pretende,  el  verbo  desarrollarse  i  el  sus- 
tantivo desarrollo  a  las  operaciones  intelectuales  i  mo- 
rales, como  lo  han  practicado  Revilla,  Hartzembusch, 
Cañete,  Ferrer  del  Rio,  Canalejas,  Valera,  Cueto  i 
Silvela. 

I  adviértase  que  el  caso  de  desarrollar  no  es  el  de 
apercibir. 


—  177  — 
Ciertamente  hai  escritores  de  nota  (i  yo  mismo  he 
mencionado  algunos)  que   han  dado   al   segundo   de 
estos  verbos  la  acepción  de  ver,  advertir,  percibir-  pero 
son  muchos  mas  los  que  no  se  la  han  dado 

Por  esto,  el  Diccionario  de  la  Academia  no  ha 
autorizado  esa  acepción  viciosa,  mientras  que  aprueba 
el  que  se  diga  desarrollar,  tratándose  de  operaciones 
intelectuales  i  morales,  i  el  que  se  tenga  por  equiva- 
lente  de  desenvolver . 

Léase  el  artículo  que  el  Diccionario  de  1884  des- 
tina a  desarrollar . 

«Desarrollar.  Verbo  activo.  Descojer  lo  que  está  arro- 
llado, deshacer  un  rollo.  Usase  también  como  reci- 
proco.—Figurado.  Esplicar  una  teoría  i  llevarla  hasta 
sus  últimas  con^QcncncidiS.—Matemáticas.  Deducir 
del  cálculo,  por  medio  de  las  necesarias  operaciones, 
la  fórmula  que  se  husc^.— Verbo  recíproco.  Adquirir 
gradualmente  los  animales  i  vejetales  incremento  i 
vigor». 

Las  acepciones  2.»  i  3.a^  que  no  venían  en  la  undé- 
cima edición  de  1869,  denotan  .operaciones  intelec- 
tuales. 

No  puede  entonces  haber  el  menor  inconveniente 
para  aplicar  por  estensión  el  verbo  desarrollar  a  otras 
operaciones  intelectuales  o  morales  enteramente  aná- 
logas, como  lo  han  ejecutado  los  ilustres  escritores 
antes  mencionados. 

Léase  el  artículo  que  el  Diccionario  de  1884  des- 
tina a  desenvolver . 

«Desenvolver.  Verbo  activo.  Desarrollar,  descojer  lo 
envuelto  o  arrollado. —Figurado.  Descifrar,  descubrir, 
o  aclarar  una  cosa  que  estaba  oscura  o  enredada:— i^- 
senvolver  iina  cuenta,  un  negocio. — Anticuado  Ajilitar. 

AlIUNÁTEGUI. — T.  II  12 


-  i7«  - 

— Verbo    recíproco.     Figurado.     Desenredar,    última 
acepción». 

Baralt  admite  que  desenvolver  puede  usarse  en  los 
casos  que  marca  con  los  números  2,  3,  4,  5  i  6. 

Nótese  de  paso  que  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia no  acepta  (sin  razón,  a  mi  'juicio,  porque  desen- 
volver puede  recibir  significados  metafóricos  o  figura- 
dos) varias  de  esas  acepciones  que  el  riguroso  Baralt 
asigna  a  ese  verbo  sin  dificultad. 

Hecha  la  precedente  observación,  continúo  mi  razo- 
namiento. 

Si,  según  la  Academia,  desarrollar  i  desenvolver  son 
verbos  equivalentes,  es  claro  que,  hablando  en  jeneral, 
i  esceptuadas  las  acepciones  especiales  en  que  se 
toman,  pueden  ser  empleados  indistintamente. 

Nó,  dice  Baralt,  porque,  si  así  fuera,  tendríamos 
que  envolUtra  es  lo  mismo  que  rollo  i  desenvuelto  lo 
mismo  que  desarrollado. 

Tal  objeción  no  tiene  ninguna  fuerza. 

Sin  duda  alguna,  envoltura  i  rollo,  en  lo  material, 
son  cosas  mui  diferentes;  pero  los  sustantivos  desen- 
volvimiento i  desarrollo,  i  los  verbos  afines,  cuando  se 
asan  figuradamente,  no  se  ajustan  con  estrictez  al 
significado  propio  i  concreto  de  sus  primitivos. 

Este  fenómeno  gramatical  es  bastante  común. 

En  una  de  las  apuntaciones  precedentes,  he  llama- 
do la  atención  sobre  en  ejemplo  notable  de  esto,  tra- 
tando del  verbo  descerrajar,  el  cual,  después  de  sig- 
nificar orijinariamente  romper  con  violencia  una  ce- 
rradura, ha  llegado  a  espresar  el  exceso  en  las  injurias. 

Esta  modificación  de  significado  en  el  verbo  desce- 
rrajar, al  pasar  del  sentido  propio  al  figurado  es  mu- 
cho mayor  i  mas  atrevida,  que  la  del  significado  de 


i 


—  179  — 

desarrollar  o  de  desenvolver  cuando  se  emplean  metafó- 
ricamente. 

Locuciones  tales  como  el  desarrollo  o  el  desenvolvi- 
miento de  una  institución,  de  una  sociedad^  de  un  argu- 
mento novelesco  o  dramático,  de  un  idioma,  de  una  tesis, 
etc.,  etc.,  despiertan  en  la  mente  la  idea,  no  de  la  forma 
peculiar  a  un  rollo  o  a  una  envoltura,  sino  de  algo  que, 
habiendo  empezado  por  ser  una  concepción,  por  estar 
concentrado,  por  estar  inmóvil,  por  ser  un  simple 
jermen,  va  esplanándose,  creciendo,  trasformándose, 
manifestando  ciertas  consecuencias,  produciendo  cier- 
tos resultados,  entrando  en  movimiento,  dándose  a 
conocer  en  todos  sus  pormenores. 

El  apoyo  que  Baralt  ha  creido  encontrar  en  la  dife- 
rencia de  significación,  de  los  adjetivos  desarrollado  i 
desenvuelto,  es  sumamente  frájil. 

Desarrollar  i  desenvolver  tienen  cada  uno  distintas 
acepciones,  entre  los  cuales  algunas  les  son  comunes, 
i  otras  no. 

Precisamente  los  dos  adjetivos  citados  se  refieren  a 
acepciones  de  la  segunda  clase,  i  no  de  la  primera. 

Desarrollado  corresponde  a  la  acepción  peculiar  de 
desarrollar  en  la  cual  este  verbo  equivale  a  «adquirir 
gradualmente  los  animales  ivejetales,  incremento  i 
vigor». 

Desenvuelto  corresponde  a  la  acepción  privativa  de 
desenvolver  en  la  cual  este  verbo  equivale  a  «desem- 
pachar, o  sea  a  perder  el  empacho  o  encojimiento». 

Así  el  que  desarrollado  i  desenvuelto  tengan  signifi- 
cados diferentes  no  impide  que  desarrollar  i  desenvolver 
tengan  otras  acepciones  en  que  puedan  usarse  indis- 
tintamente el  uno  por  el  otro  (i). 

(i)  La  Academia  en  la  13.a  edición  del  Diccionario  ha  confirmado  la 
opiniÓQ  del  autor  de  estas  Apuntaciones,  dando  a,  desarrollar,  entreoirás 
acepciones,  la  de  «acrecentar,  dar  incremento  a  una  cosa  del  ord'en  físico,  in- 
telectual o  moral». 


--  i8o  — 


Desastre 


Todos  los  individuos  de  habla  castellana  usamos 
actualmente  este  sustantivo  en  la  acepción  de  «des- 
gracia grande,  suceso  infeliz  i  lamentable»  sin  tener 
para  nada  presente  su  orijen. 

Mientras  tanto,  desastre,  que  etimolójicamente  sig- 
nifica algo  como  astro  adverso,  es  una  huella  que  ha 
dejado  estampada  en  la  lengua  la  añeja,  i  ya  casi  por 
completo  estinguida  superstición  de  la  influencia  pro- 
picia o  funesta  de  las  estrellas  en  la  suerte  humana. 

La  palabra  mencionada,  es  una  de  las  muchas  prue- 
bas que  pueden  aducirse  para  manifestar  cuan  pronto 
se  olvidan  los  significados  orijinarios. 

A  pesar  de  lo  espuesto,  desastre  puede  seguirse  i  se 
seguirá  empleando  sin  el  menor  inconveniente. 

Muí  pocas  de  las  personas  que  lo  usan,  i  mui  pocas 
de  las  que  lo  oyen,  traen  a  la  memoria  su  orijen. 

Lo  malo  es  cuando  se  emplean  palabras  cuyo  sig- 
nificado mui  claro  i  mui  perceptible  se  encuentra  en 
la  mas  completa  contradicción  con  aquello  a  que  se 
aplica. 

Una  de  ellas,  verbigracia,  es  ceniza  para  denotar  los 
residuos  o  los  restos  de  un  cadáver. 

Tal  palabra  era  propia  en  los  pueblos  de  la  antigüe- 
dad, que  quemaban  los  muertos  para  conservar  sus 
restos  en  urnas;  pero  no  en  los  de  la  edad  moderna, 
que  los  entregan  a  la  tierra. 

Llamar  a  esto  ceniza  es  hacer  que  la  palabra  sea 
patentemente  contraria  al  hecho   designado  por  ella. 

Otro  de  los  vocablos  a  que  aludo  es,  verbigracia, 
agostar. 

Léase  la  siguiente  composición  puesta  en  un  álbum 
por  el  insigne  Don  Manuel  José  Quintana. 


—   i8i   _ 

Obedezco,  i  mi  nombre  en  este  pliego 
pongo  con  mano  incierta  i  temerosa, 
porque  versos  escritos  a  una  hermosa, 
otra  edad  necesitan  i  otro  fuego. 

Viniera  a  mí  tan  poderoso  ruego 
al  tiempo  de  mis  años  juveniles, 
cuando,  al  brillante  sol  de  Andducía, 
en  mí  algún  rayo  de  entusiasmo  ardía. 

Mas,. ya  agobiado  con  setenta  abriles, 
¡pudiera  yo  cantar,  i  en  versos  bellos 
dar  mi  feudo  poético  a  Dolores 
tal  que  la  luz  se  reflejase  en  ellos! 

Es  imposible:  en  vano  de  las  Musas 
implorara  el  favor:  ellas  lo  niegan; 
i  a  cláusulas  discordes  i  confusas,  ' 
mi  ya  exánime  acento  al  fin  entregan. 

Vi rj  enes  son;  cual  vírjenes  lozanas 
a  la  vejez  se  muestran  desdeñosas, 
.  de  la  vista  de  Saturno  huyen 
que  agosta  i  quema  sin  piedad  las  rosas. 

Se  ve  que  agostar  está  empleado  en  la  acepción  de 
secar  i  abrasar  el  excesivo  calor  las  plantas. 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  en  La  Fami- 
lia DEL  BOTICARIO,  acto  único,  escena  lo,  esplica  en 
las  siguientes  estrofas,  que  pone  en  boca  de  una  niña 
candorosa,  el  orí  jen  de  este  verbo  agostar. 

Era  la  noche.  Luciana 
yacía  en  sueño  inocente, 
cuando  un  hombre  de  repente 
se  aparece  en  su  ventana. 

Salta  con  fatal  denuedo; 
tiembla  la  joven  sencilla; 
va  a  gritar  la  pobreciila 
i  embarga  su  voz el  miedo. 

Desde  aquella  noche  fiera, 
quedó  mustia  i  sin  color, 
como  en  agosto  la  flor, 
que  pintó  la  primavera. 


—     l82    — 

— ¡Ai!  A  mi  amargura  cedo: 

ya  mi  dicha  se  acabó; 

dijo  Luciana;  i  murió 

¿De  qué  dirías ?  De  miedo. 

Resulta  que  agostar  como  la  forma  misma  de  la  pa- 
labra lo  está  indicando-,  proviene  de  agosto,  porque, 
durante  este  mes,  el  calor  excesivo  en  España,  quema 
i  abrasa  las  flores  i  las  plantas. 

I\íientras  tanto,  ese  mismo  mes  es  uno  de  los  de 
rigoroso  invierno  en  Chile. 

¿Cómo  los  poetas  chilenos  pueden  entonces  decir 
que  «el  calor  agosta  las  plantas»;  o  bien  que  «las  ñores 
seagostaw'y'í 

I  si  así  lo  dicen,  un  hecho  incontestable  esperimen- 
tado  por  todos  ios  desmiente. 

La  palabra  pugna  con  una  realidad  que  nadie  osaría 
negar. 

Desatornillador 

Tal  es  el  nombre  que  se  da  en  Chile  al  instrumento 
que  el  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española 
llama  destornillador,  esto  es,  al  «instrumento  de  hierro 
u  otra  materia  que  sirve  para  destornillar». 

El  Diccionario  dice  que  destornillar  significa  «des- 
hacer las  vueltas  de  un  tornillo  para  sacarlo  o  aflojar- 
lo»; i  que,  en  su  lugar,  puede  usarse  desentornillar. 

Agrega  en  el  Suplemento  que  también  puede  em- 
plearse desatornillar. 

Sin  embargo,  no  autoriza  los  sustantivos  afines  de- 
sentornillador  i  desatornillador,  los  cuales  serían  ente- 
ramente análogos  por  la  formación  a  destornillador. 


i 


-  183  - 


Desaterrar 


El  CÓDIGO  Chileno  de  Minería  de  1874  contiene 
una  disposición  que  dice  así: 

Artículo  120.  «El  dueño  de  una  mina  cuyas  labores 
mas  profundas  se  hubieren  rt^erraí/o,  tiene  obligación  de 
desaterrarla  hasta  facilitar  la  esplotación  de  dichas  la- 
bores bajo  la  pena,  por  primera  vez,  de  pagar  una 
multa  de  ciento  a  quinientos  pesos;  i  por  la  segunda,  de 
perder  la  mina  si  no  principiare  o  concluyere  los  tra- 
bajos dentro  del  plazo  que  le  señalare  el  gobernador 
previo  reconocimiento  e  informe  del  injeniero. 

«Si  por  no  mantener  debidamente  habilitados  los 
trabajos  de  desagüe,  alguna  mina  inferior  sufriere 
perjuicios  estará  obligado  a  indemnizarlos  a  tasación 
de  peritos>\ 

Haré  notar  de  paso  que  este  artículo  usa  la  palabra 
perjuicios  en  el  sentido  que  algunos  desearían  que  se 
atribuyese  esclusivamente  a  daños,  como  lo  he  mani- 
festado en  la  apuntación  que  he  destinado  anterior- 
mente a  estos  dos  vocablos. 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española 
no  trae  el  verbo  desaterrar. 

En  cuanto  a  aberrar,  no  le  da  precisamente  el  sig- 
nificado que  tiene  en  el  artículo  copiado  del  Código 
Chileno  de  Minería. 

Véase  lo  que  el  Diccionario  enseña  acerca  de  este 
verbo: 

«Aterrar.  Verbo  activo.  Echar  por  tierra — Minería. 
Echar  los  escombros  i  escorias  en  los  terreros. — Recí- 
proco. Marina.  x\rrimarse  los  bajeles  a  tierra». 

Como  he  dicho,  la  segunda  de  estas  acepciones  no 
equivale  exactamente  a  estar  una  labor  minera  llena 


-'  184  — 

de  tierra  u  otras  materias;  pero,  según  se  practica  en 
tantos  otros  casos  análogos^  no  hai  inconveniente  para 
darle  ia  estensión  mencionada. 

Si  puede  justificarse  el  uso  de  aterrar  en  el  sentido 
que  el  artículo  120  le  asigna,  ha  de  aceptarse  el  com- 
puesto desaterrar,  que  es  necesario. 

Es  preciso  advertir  que  hai  dos  verbos  aterrar:  el 
uno  derivado  de  tierra,  que  es  aquel  de  que  he  hablado 
i  el  otro  derivado  de  terror. 

El  primero,  i  por  lo  tanto,  desaterrar,  toman  una 
i  antes  de  la  e  en  las  tres  personas  del  singular  i  en 
la  tercera  de  plural  de  los  presentes  de  indicativo  i  de 
subjuntivo,  i  en  el  singular  del  imperativo. 

El  segundo  es  completamente  regular. 

Así,  tratándose  de  minas,  habrá  de  decirse  atierro, 
i  no  aterro,  desatierro,  i  no  desaterró. 

Los  chilenos  emplean  desatierre  como  sustantivo 
afín  de  desaterrar  en  la  acepción  minera. 

Esta  significación  dada  a  desatierre  se  conforma  per- 
fectamente con  la  que,  según  el  Diccionario  de  la 
Academia,  tiene  atierre,  a  saber,  «zafras  o  escombros 
que  impiden  trabajar  en  los  sitios  de  labor  de  las 
minas». 

El  artículo  8,  título  9  de  las  Ordenanzas  de  Mine- 
ría espedidas  en  Aranjuez  el  22  de  mayo  de  1783  por 
el  rei  de  España  i  su  ministro  don  José  de  Gálvez, 
dice  así: 

Artículo  8.  «Ordeno  i  mando  que  las  minas  se  con- 
serven limpias  i  desahogadas;  i  que  sus  labores  útiles  o 
necesarias  para  la  comunicación  de  los  aires,  camino  i 
estracción  del  metal  u  otras  cosas,  aunque  ya  no  ten- 
gan mas  mineral  que  el  de  los  pilares  o  intermedios,  no 
se  ocupen  con  los  atierres  i  tepetates,  pues  éstos  se  han 
de  sacar  fuera,  i  echarse  en  el  terrero  de  su  propia  per- 


-  185  - 

tenencia;  pero  de  ninguna  manera  en  la  ajena  sin  per- 
miso i  consentimiento  de  su  dueño». 

Se  ve  que  este  artículo  emplea  atievfc  en  el  mismo 
sentido  que  el  Diccionario  le  señala. 

Dados  estos  antecedentes,  no  se  descubre  el  moti- 
vo que  habría  para  reprobar  el  sentido  correspondien- 
te que,  en  Chile,  se  acostumbra  asignar  al  compuesto 
desatierre. 

Mientras  tanto,  el  Diccionario  de  la  Academia 
llama  desatierre,  no  la  acción  i  efecto  de  estraer  de  las 
labores  de  minas  la  tierra  i  otras  materias,  sino  el 
«vaciadero  o  depósito  de  escombros  producidos  por 
las  escavaciones  de  las  minas». 

El  Diccionario  de  1887  que  trae  esta  palabra  por 
la  primera  vez,  advierte  que  es  americanismo. 

Acaba  de  verse  que  el  artículo  8,  título  9,  de  las 
Ordenanzas  de  minería  de  1783  dan  a  este  depósito 
de  escombros  mineros  el  nombre  de  terrero. 

Don  José  Bernardo  Lira  hace  otro  tanto  en  la  obra 
titulada  Esposición  de  las  leyes  de  minería  de 
Chile  pajina  121. 

Efectivamente  el  Diccionario  de  la  Academia 
coloca,  entre  las  acepciones  de  terrero,  la  de  «depósito 
de  pedruscos  inútiles  sacados  de  una  mina». 

No  faltan  quienes,  en  Chile,  digan,  en  vez  de  terrero, 
desechadero . 

Sin  embargo,  don  José  Bernardo  Lira,  en  la  obra 
citada,  pajina  120,  dice  que  «desmontes  o  desechaderos 
son  las  piedras  estériles,  o  sin  suficiente  lei  que  se  bo- 
tan, porque  no  se  puede,  o  no  conviene  beneficiarlas». 

Ha  de  saberse  que  el  Diccionario  de  la  Academia 
no  ha  admitido  hasta  ahora  el  vocablo  desechadero, 
el  cual,  en  todo  caso,  si  atendemos  a  su  desinencia, 
debería  denotar,  no  desmontes,  como  dice  Lira,  sino  el 


—  i86  — 

lugar  donde  se  acopian  los  desmontes  o  las  piedras  es- 
tériles i  sin  suficiente  lei. 

Desaveniencia 

El  artículo  13  de  un  reglamento  para  la  provisión 
de  artículos  navales  i  de  víveres  frescos  i  secos  desti- 
nados al  consumo  de  la  armada  nacional,  que  el  pre- 
sidente de  Chile  espidió  en  18  de  enero  de  1884,  dice 
así: 

Articulo  13.  «Las  dificultades  o  desaveniencias  que 
surjan  de  la  ejecución  del  contrato  serán  resueltas  por 
el  comandante  jeneral  de  marina  sin  ulterior  recurso,  i 
el  proveedor  deberá  renunciar  desde  luego  a  toda  ape- 
lación de  sus  decisiones». 

La  palabra  es  desavenencia,  i  no  desaveniencia. 

Son  mui  pocas  las  personas  medianamente  instrui- 
das de  nuestro  país  que  cometen  esta  falta  de  lengua- 
je, i  otras  análogas. 

Hace  algunos  años  se  decía  amenudo,  verbigracia, 
supliente  en  vez  de  suplente . 

El  artículo  iP  de  la  lei  de  30  de  diciembre  de  1823 
se  espresa  así: 

Artículo  I."  «El  actual  congreso  constituyente  nom- 
brará provisoriamente,  i  para  solo  el  año  de  1824,  los 
individuos  que  componen  el  senado,  i  cuatro  su- 
plientes». 

El  artículo  9  de  la  misma  lei  se  espresa  así: 

Artículo  9.  «Luego  que  se  despachen  los  boletines, 
se  convocarán  asambleas  electorales  en  cada  delega- 
ción para  que  éstas  elijan  su  representante  i  supliente 
al  consejo  departamental». 

Algunos  mas,  pero  de  todas  maneras  mui  pocos,  son 
ios  que  en  el  día  dicen  diferiencia  por  diferencia. 

Este  último  es  un  resabio  en  que  incurren,  no  solo 


~  187  - 

algunos  chilenos,  i  algunos  otros  españoles  americanos, 
sino  también  algunos  peninsulares. 

Se  hizo  culpable  de  él  nada  menos  que  don  Juan 
José  López  Sedaño,  el  colector  del  Parnaso  Español, 
en  la  crítica  del  Arte  Poética  de  Horacio  traducida 
por  don  Tomás  de  Iriarte  que  Sedaño  publicó  al  fin 
del  tomo  9. 

Léase  lo  que  el  dicho  Iriarte  escribió  sobre  este  pun- 
to en  su  diálogo  Donde  las  dan  las  toman.  (Obras, 
tomo  6,  pajinas  121  i  122,  edición  de  Madrid,  1787). 

Don  Cándido 

«Oigan  ustedes  lo  que  sale  aquí  en  este  parrafito  que 
se  sigue: — Lo  mismo  con  poca,  diferiencia  se  puede 
decir  en  cuanto  a  los  defectos  que  nota  a  los  referidos 
traductores  sobre  la  exactitud,  propiedad  de  frases  i 
pureza  de  lenguaje,  todo  procedido  de  la  ya  repetida 
sumisión  a  su  soberana  consonancia,  la  que  le  hace  dar 
en  tantos  precipicios,  como  son,  por  ejemplo — 

«i\guarde  usted,  que  antes  de  pasar  adelante,  quie- 
ro hacer  (entre  paréntesis)  una  lijera  glosa  sobre  esta 
palabra  diferiencia^  que  usa  ahí  el  señor  parnasista. 
Cuando  había  en  Madrid  bailes  públicos  de  máscara, 
la  señal  mas  segura  para  distinguir,  aun  con  la  careta 
puesta,  la  jente  de  modo  de  la  que  llaman  del  bronce, 
era  observar,  al  bailar  las  contradanzas  francesas,  i 
hacer  aquella  figura  que  se  conoce  con  el  nombre  de  la 
diferencia,  quien  decía:  hagamos  la  diferencia,  i  quien 
hagamos  la  diferiencia.  De  este  último  modo,  se  espli- 
caba,  por  regla  jeneral,  toda  máscara  de  los  barrios  del 
Avapiés,  el  Barquillo,  las  Maravillas,  i  sus  adyacen- 
cias; al  contrario  de  la  jente  decente  i  de  buena  edu- 
cación, que   siempre  decía  diferencia.  En  un  caballero 


—  i88   — 

distinguido,  i  en  un  escritor  público,  como  lo  es  el  se- 
ñor Sedaño,  se  me  ha  hecho  mas  estraña  esta  palabri- 
ta. En  otro  no  la  repararía». 

Don  Mariano  José  de  Larra  ha  introducido  en  la 
comedia  Partir  A  tiempo,  acto  único,  escena  i.^^,  un 
diálogo  entre  un  tio  i  una  sobrina,  diálogo  de  que  copio, 
por  ser  oportuno,  el  siguiente  trozo. 

Don  Cosme  González 

«...  .Los  amigos  me  dijeron: — González,  cásate.  Los 
amigos  siempre  aconsejan  esas  cosas.  Doi  en  pensarlo; 
i  al  cabo  un  dia,  veo  a  una  muchacha.  ¡Voto  va! — Esta, 
dije  para  mí,  ésta. — Por  desgracia  érala  hija  de  una 
condesa;. ..  familia  interminable,  la  mas  encopetada 
que  se  paseaba  por  el  Prado. 

Isabel 

«Era  cosa  de  desesperarse. 

Don  Cosme 

«Yo  lo  creo;  pero  de  allí  a  poco  averiguo  que  era  una 
casa  arruinada;  el  padre  emigrado,  perseguido;  ya  se 
ve:  liberal ....  el  año  veinte  i  cinco;  confiscado  por 
Calomarde. — Animo!  dije  yo.  Esta  es  la  mia.  Hable  el 
dinero. — I  habló:  toma!  si  habló,  mejor  que  un  procu- 
rador. Se  discutió  mi  petición,  i  resultó  algo  de  la  dis- 
cusión porque  de  allí  a  poco  nos  casamos.  Entonces  co- 
nocí lo  que  valía  el  dinero.  Abrí  mi  caja;  i  contemplan- 
do por  un  lado  mi  mujer;  por  otro  mis  doblones. — 
jViva  el  presupuesto!  esclamé.  Otros  se  andan  rom- 
piendo los  cascos  para  encontrar  la  felicidad;  yo  eché 
por  el  atajo;  la  compré.  Sí,  señor:  la  muchacha  mas 
bonita  i  mas  amable  de  Madrid. 


«Sí  por  cierto. 


—  189  — 

Isabel 

Don  Cosme 


«¿No  es  verdad?  ¡Qué  talento,  hombre!  I  luego  ha 
tenido  la  bondad  de  amarme  i  hacerme  feUz.  Solo  una 
cosa  me  incomodaba  al  principio.  Yo  no  había  de  votar, 
no  había  de  jurar,  no  había  de  decir  diferiencia,  sino 
diferencia.  ¡Vea  usted  ahora!  ¿No  soi  yo  el  que  hablo? 
¿No  tengo  dinero?  I  si  alguna  vez  se  me  escapaba  al- 
guna de  esas  tonterías^  ya  tenía  encima  a  mi  mujer,  i 
a  todos  esos  señorones  que  la  visitan;  ¡qué  risas!   ¡qué 

algazara!  ¡Por  vida  de !»  (Obras  Completas  de 

Fígaro,  tomo  4,  pajina  391,  edición  de  París,  1883). 

Desbarrancar,  desbarranque 

Un  decreto  espedido  por  el  presidente  de  Chile  en  16 
de  abril  de  1847,  trae,  entre  otras  disposiciones,  la 
que  sigue: 

Artículo  2.  «En  los  lugares  altos,  en  las  cuestas,  en 
los  puentes,  en  todo  punto  estrecho  i  pendiente  donde 
pueda  haber  riesgo  de  desbarranque,  o  causarse  algún 
mal  a  los  transeúntes  de  a  pié,  o  en  carruajes,  los  con- 
ductores de  los  carros  se  pondrán  delante  de  los  bue- 
yes, i  los  conducirán  así  hasta  que  hayan  cesado  los 
riesgos  que  se  tratan  de  evitar». 

Desbarranque,  en  el  artículo  precedente,  se  halla  em- 
pleado para  significar  la  acción  i  efecto  de  hacer  caer 
una  cosa  en  un  barranco,  o  en  una  quiebra,  o  sea  de 
arroj  ar  algo  desde  una  eminencia  o  lugar  mas  alto  a 
un  lugar  mas  bajo  o  profundo. 


No  sé  que  esta  palabra  se  use  en  otro  país  que 
Chile. 

Lo  que  puedo  asegurar  es  que  no  viene  en  el  Dic- 
cionario DE  LA  Academia,  el  cual  la  reemplaza  por 
despeñadura,  despeñamiento  i  despeño. 

En  nuestro  país,  se  ha  formado  de  desbarranque  el 
verbo  desbarrancar  o  desbarrancarse  que  se  usa  en  el 
significado  de  precipitar  o  arroj  ar  una  cosa  desde  un 
lugar  alto  o  peñascoso,  desde  una  eminencia,  aunque 
no  tenga  peñascos, 

Don  Andrés  Bello  en  el  Orlando  Enamorado,  can- 
to 7,  estrofa  8o,  o  sea  Obras  Completas,  tomo  3,  pa- 
jina 399,  ha  empleado  este  verbo  desbarrancar. 

Si  está  Carlos  mohíno  i  cabizbajo 
oyendo  tal,  considerar  se  deja; 
es  tanta  la  soltura  i  desparpajo 
de  Astolfo,  que  decir  verdad  semeja. 
Mirándole  Turpin  de  arriba  abajo, 
— «¡Será  posible,  esclama,  que  esta  oveja 
se  desbarranque}» — «Sí,  gran  marrullero, 
dice  el  inglés  desbarrancarme  quiero». 

Los  españoles  europeos  han  dicho  i  dicen  en  este 
sentido  despeñar,  despeñarse. 

Muí  conocidos  son  los  siguientes  versos  que  don  Pe- 
dro Calderón  de  la  Barca,  en  la  Vida  es  sueño,  hace 
que  una  dama  dirija  a  su  caballo. 

Hipogrifo  violento, 
que  corriste  parejas  con  el  viento, 
¿dónde,  rayo  sin  llama, 
pájaro  sin  matiz,  pez  sin  escama, 
i  bruto  sin  instinto 
natural,  al  confuso  laberinto 
de  estas  desnudas  peñas, 
te  desbocas,  te  arrastras  i  despeñas? 


—  191  — 

Ercilla  en  La  Araucana,  canto  5,  octava  9,  o  sea 
tomo  i.o,  pajina  103,  edición  de  la  Academia  Espa- 
ñola, se  espresa  así; 

Con  el  concierto  i  orden  que  en  Castilla, 
juegan  las  cañas  en  solemne  fiesta, 
que  parte  i  desembraza  una  cuadrilla 
revolviendo  la  daga  al  pecho  puesta; 
así  los  nuestros,  firmes  en  la  silla, 
llegan  hasta  el  remate  de  la  cuesta, 
i  vuelven  casi  en  cerco  a  retirarse, 
por  no  poder  romper  sin  despeñarse. 

Don  José  de  Espronceda,  en  Sancho  Saldaña,  trae 
las  dos  frases  que  van  a  leerse: 

«Era  preciso  torcer  a  un  lado,  o  de  lo  contrario  des- 
peñarse en  aquella  sima,  que  no  habría  podido  saltar  el 
trotón  de  mas  lijereza».  (Capítulo  3,  osea  tomo  i.^, 
pajina  103,  edición  de  Madrid,  1834). 

«Es  cierto,  repuso  su  hermano;  podrás  tú  ausiliarme 
a  mí  como  esta  mañana,  que,  si  no  es  por  ti,  me  despe- 
ña el  brioso  en  aquella  sima».  (Capítulo  3,  o  sea  tomo 
I. o,  pajina  78). 

En  Chile,  además  suele  darse  al  sustantivo  desba- 
rranque el  sentido  de  derramadura,  der vaciamiento  o 
derrame,  o  sea  el  de  desbordamiento;  i  ai  verbo  desba- 
rrancar,  desbarrancarse  el  de  derramar  o  desbordar. 

Un  bando  de  policía  dado  por  el  presidente  de  Chile 
en  26  de  mayo  de  1823  contiene  la  disposición  si- 
guiente: 

«Es  prohibido  desbarrancar  las  acequias  públicas 
para  cualquier  riego  o  servicio  bajo  la  multa  de  diez 
pesos,  o,  en  su  defecto,  ocho  días  de  prisión,  que  se 
apHcará  irremisiblemente  al  poseedor  del  fundo  a  que 
echaren  las  aguas,  o  a  cuyas  acequias  se  incorporaren». 


—  192  — 

Desencarcelam  iento 

Don  José  Bernardo  Lira,  en  el  Prontuario  de  los 
JUICIOS,  Parte  Teórica,  libro  4,  título  2,  capítulo  3, 
número  610,  se  espresa  como  sigue: 

«Después  de  la  confesión  del  reo,  conviene  tratar  de 
su  desencarcelamiento  o  libertad  bajo  de  fianza,  porque, 
aun  cuando  éste  puede  pedirse  antes  de  aquel  trámite, 
i  desde  que  se  notifica  al  procesado  el  auto  en  que  se  le 
encarga  reo,  lo  común  es  que  se  solicite  después  de  co- 
nocerse por  los  cargos  de  la  confesión  el  delito  que  se 
persigue. 

<<.Respecto  del  desencarcelamiento,  la  regla  jeneral  es 
concederlo  bajo  de  fianza  a  los  reos  de  delitos  que  la 
lei  no  castiga  con  pena  aflictiva.  Sin  embargo,  esposi- 
tores  hai  que,  consultando  el  espíritu  de  nuestra  lejis- 
lación,  dejan  en  esta  materia  mayor  latitud  a  la  pru- 
dente discreción  de  los  jueces.  Con  efecto,  ocurren 
casos  en  que  las  condiciones  honorables  del  reo,  su  po- 
sición social,  o  algunos  otros  antecedentes,  hacen  pre- 
sumir fundadamente  que  es  imposible  que  pretenda 
fugarse,  1  dejar  burlada  a  la  acción  de  la  justicia.  En 
tales  casos,  el  deseiicarcelamiento  pa.rece  aconsejado  por 
obvias  consideraciones  de  equidad.  I,  como  la  deten- 
ción o  prisión  pueden  ser  de  muchas  maneras,  pues, 
no  solo  las  cárceles,  sino  los  cuarteles,  los  hospitales, 
las  casas  particulares,  i  hasta  una  ciudad  entera,  pue- 
den servir  para  mantener  presos  o  detenidos  a  aquellos 
a  quienes  se  procesa  criminalmente,  si,  en  rigor,  debe 
decirse  que  no  cabe  en  estos  casos  el  desencarcelamiento , 
no  puede  desconocerse  cierta  facultad  discrecional  en 
los  jueces  para  mantener  fuera  de  las  cárceles  a  estos 
reos. 


—  193  — 

«El  desencarcelamienio  debe  concederse,  como  lo  he- 
mos indicado,  bajo  de  fianza.  Esta  fianza  puede  ser:  o 
de  seguridad  de  la  persona,  o  de  responder  a  las  resul- 
tas del  juicio.— La  primera,  que  también  se  llama  fian- 
za carcelera,  contiene  la  obligación  de  presentar  al 
sujeto  fiado  siempre  quesea  llamado  por  aquella  causa, 
en  cuyo  caso  ha  de  buscar  el  fiador  a  su  costa  a  la  per- 
sona fiada  en  el  término  que  se  le  señale,  i  satisfacer 
los  gastos  de  las  dilijencias  que  se  practiquen  de  oficio 
para  su  prisión.  La  segunda  comprende  la  obligación 
de  satisfacer  todas  las  condenaciones  pecuniarias  que, 
por  sentencia  ejecutoriada,  se  impongan  a  la  persona 
en  cuyo  favor  se  otorgó Regularmente  no  se  conce- 
de la  libertad  sino  bajo  ambas  fianzas;  mas  si  se  hubie- 
se hecho  embargo  de  bienes  que  sean  suficientes  para 
cubrir  toda  responsabihdad,  o  el  procesado  espusiese 
que,  por  su  pobreza,  no  puede  encontrar  quien  quiera 
responder  a  las  resultas  del  juicio,  podrá  accederse  a  su 
soltura  bajo  sola  la  fianza  de  seguridad  de  la  persona 
— (Escriche);  i  aun  en  ciertos  casos,  bajo  una  simple 
caución  juratoria. 

«El  desencarcelamiento  puede  pedirse  verbalmente 
o  por  escrito;  i  en  este  último  caso,  en  pedimento  se- 
parado, o  por  medio  de  un  otrosí  de  la  respuesta  a  la 
acusación,  o  de  cualquiera  solicitud.  Frecuentemente 
lo  otorgan  o  deniegan  los  jueces  con  audiencia  o  ci- 
tación del  acusador,  o  del  ministerio  público,  si  aquél 
o  éste  se  han  hecho  parte,  o  deben  ser  oídos  en  el 
juicio». 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  autoriza  el 
sustantivo  desencarcelamiento . ^ 

Trae  el  verbo  desencarcelar;  pero  no  ninguno  de 
los  sustantivos  afines  desencarceladura,  desencarcela- 
ción, desencarcelamiento ,  que  habrían  podido  derivar- 

AMUNÁTEGUI. — T      11.  13 


—  194  — 

se  de  ese  verbo,  a  ejemplo  de  los  sustantivos  análogos 
que  suelen  provenir  de  otros  verbos. 

El  Diccionario  autoriza,  verbigracia,  encarcelar  i 
encarcelación,  pero  no  encarceladura,  ni  encarcela- 
miento. 

En  vez  de  desencarcelamiento,  el  Diccionario  en- 
seña que  ha  de  decirse  escarceración  o  escarcelación. 

Ajustándose  a  ello,  la  lei  de  8  de  febrero  de  1837, 
que  determina  el  m.odo  de  proceder  en  el  juicio  ejecu- 
tivo, se  espresa  como  sigue  en  el  artículo  58. 

— «El  deudor  preso  será  puesto  en  libertad: 

«i.o. 

« 

«4.0  En  cualquier  tiempo  en  que  el  acreedor  pidiere 
su  escarcelación,  o  se  conformare  con  ella». 

En  vez  de  escarcelación,  puede  también  decirse  cas- 
tizamente libertad  o  soltura;  i  en  vez  de  desencarcelar 
o  escarcelar,  puede  también  decirse  libertar  o  soltar. 

Descote 

Don  Pedro  Paz  Soldán  i  Unanue,  en  el  Diccionario 

DE  peruanismos  de  Juan  de  Arona,  trae  el  artículo 
que  va  a  leerse. 

«Descote.  El  del  traje  de  las  señoras.  Descolarse, 
traje  descolado,  ir  descolada.  Está  demás  la  d  primera; 
el  verbo  es  escotarse». 

Es  estraño  que  el  señor  Paz  Soldán  haya  añrmado 
lo  que  precede. 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española, 
edición  de  1869,  trae  el  sustantivo  descote  como  equi- 
valente de  escote,  «el  corte  hecho  en  el  jubón,  cotilla 
u  otra  ropa,  por  la  parte  superior,  para  acomodarla  al 


—   195   - 

cuerpo»;  i  el  verbo  descolar,  como  equivalente  de  es- 
cotar, «cortar  i  cercenar  alguna  cosa  para  acomodar- 
la de  manera  que  llegue  a  la  medida  que  se  necesita, 
como  escotar  el  jubón,  la  cotilla^  etc.» 

El  Diccionario  de  la  Academia,  edición  de  1884, 
dice  igualmente  que  descote  equivale  a  escote,  i  esta  pa- 
labra a  escotadura,  «i  con  especialidad  la  hecha  en  los 
vestidos  de  mujer  que  deja  descubierta  parte  del  pecho 
i  de  la  espalda». 

Dice  además  que  descolarse  es  lo  mismo  que  esco- 
tarse. 

Así,  contra  la  opinión  del  señor  Paz  Soldán,  puede 
emplearse  descote  o  escote,  descolarse  o  escotarse. 

Por  mi  parte,  creo  que  es  preferible  descote  a  escote, 
i  descolarse  a  escotarse. 

I  voi  a  esponer  la  razón  que  tengo  para  pensarlo. 

Escote  tiene  dos  significados  mui  diversos:  aquel  de 
que  se  ha  tratado,  i  el  de  «parte  o  cuota  que  cabe  a 
cada  uno  por  razón  del  gasto  hecho  de  común  acuerdo 
entre  varias  personas». 

Escotar  tiene  también  dos  significados  principales: 
aquel  que  ya  se  ha  mencionado,  i  el  de  «pagar  la  parte 
ó  cuota  que  toca  a  cada  uno  de  todo  el  costo  hecho  de 
común  acuerdo  entre  varias  personas». 

Hai  ventaja  manifiesta  en  asignar  a  cada  una  de  es- 
tas palabras  un  solo  significado. 

Desembarco,    desembarque 

Embarco,  según  el  Diccionario  de  la  Academia,  es 
la  «acción  de  embarcar  o  embarcarse  personas». 

Embarque,  según  el  mismo  Diccionario,  es  la  «ac- 
ción de  embarcar  jéneros,  provisiones,  etc.» 

Parece  que  debería  haber  la  misma  distinción  en- 


trc  los  compuestos  desembarco  i  desembarque;  pero  no 
es  así. 

Desembarco  es  la  «acción  de  salir  de  la  embarcación 
las  personas^  i  saltar  en  tierra  o  a  tierra». 

Se  ve  que  este  significado  de  desembarco  guarda  co- 
rrespondencia con  el  de  embarco. 

Desembarque  es  la  «acción  i  efecto  de  sacar  de  la 
nave,  i  poner  en  tierra  lo  embarcado». 

Así,  según  el  Diccionario,  puede  decirse  el  desem- 
barque de  las  personas  i  de  las  cosas. 

Bretón  de  los  Herreros,  en  Un  novio  para  la  niña, 
o  La  casa  de  huéspedes,  acto  3.0,  escena  11,  emplea 
desembarque  y  aplicándolo  a  persona. 

Don  Marcelino  Menéndez  Pelayo,  en  la  obra  titula- 
da Historia  de  los  heterodojos  españoles,  libro 
7,  capítulo  3,  párrafo  2.°,  o  sea  tomo  3.°,  pajina  503, 
edición  de  Madrid,  1881,  emplea  embarque,  aplicándo- 
lo a  personas. 

«El  asesinato  del  cura  de  Tamajón.  .  . .;  el  embarque 
en  masa  de  los  frailes  de  San  Francisco  de  Barcelona.... 
anunciaron  una  época  de  terror  semejante  a  la  de  los 
revolucionarios  franceses». 

Ya  anteriormente,  don  Patricio  de  la  Escosura,  en 
la  novela  titulada  El  Patriarca  del  valle,  libro  2, 
capítulo  7,  osea  tomo  i.^,  pajina  88,  edición  de  Ma- 
drid, 1846,  había  dado  a  la  palabra  embarque  este  mis- 
mo sentido  en  la  siguiente  frase: 

«La  misma  noche,  i  por  el  mismo  correo  dieron  or- 
den los  ministros  de  marina  i  de  gobernación  de  la 
Península  a  los  capitanes  de  los  puertos  i  jefes  políti- 
cos de  las  provincias,  así  fronterizas,  como  litorales, 
de  oponerse  al  embarque  o  emigración  por  tierra  de 
Valleignoto,  i  de  vijilar  en  todo  evento  su  conducta 
sospechosa». 


—  197  — 

En  el  mismo  sentido  ííe  emplea  la  voz  embarque 
en  el  tomo  III,  pajina  249,  de  las  obras  de  don  Nico- 
medes  Pastor  Díaz,  edición  de  Madrid,  1867,  como 
puede  leerse  a  continuación: 

«Acudió  en  tal  conflicto  don  Anjel  al  cónsul  inglés, 
el  cual,  apoyado  en  otro  pasaporte,  que  llevaba  tam- 
bién nuestro  viajero,  dado  por  lord  Chatham  en  Ji- 
braltar,  como  a  comerciante  de  aquella  plaza,  le  sacó 
de  las  garras  de  los  esbirros,  le  llevó  a  su  casa  de 
campo,  i  dispuso  su  embarque  en  un  bergantín  mal- 
tés 

Desempedrar 

Este  verbo  significa  «desencajar  i  arrancar  las  pie- 
dras de  un  empedrado»;  pero  no  qi-itar  las  que  emba- 
razan un  camino  o  un  terreno. 

El  artículo  i.°  de  un  decreto  espedido  por  el  presi- 
dente de  Chile  en  25  de  junio  de  1825,  dice  así: 

Artículo  ip  «Los  intendentes  a  quienes  la  lei  en- 
carga este  interesante  ramo  de  policía  circularán  in- 
mediatamente orden  a  los  delegados  de  su  departa- 
mento para  que,  en  unión  de  ios  cabildos,  i  algunos 
vecinos  ilustrados,  acuerden  los  medios  que  pueden 
emplearse  para  regularizar  la  dirección  de  los  cami- 
nos, allanarlos,  desempedrarlos,  i  evitar  los  derrames 
de  acueductos  que  ordinariamente  forman  zanjas  i 
cienos,  que  los  hacen  mui  difíciles  e  insalubres». 

En  la  Gaceta  de  los  Tribunales,  número  2,167, 
fecha  12  de  diciembre  de  1885,  se  rejistra  una  sen- 
tencia dada  en  un  j  uicio  referente  a  la  terminación  de 
un  arriendo. 

Apa.rece  de  ella  que  el  arrendatario  se  había  obli- 
do  por  el  contrato  «a  desempedrar  un  potrero  de  cin- 


—  198    — 

cuenta  a  sesenta  cuadras  de  estensión  para  ponerlo  en 
estado  de  cultivo»;  i  que  los  testigos  interrogados  du- 
rante el  juicio  afirmaron  que  ese  arrendatario  «había 
desempedrado  ese  potrero»,  cumpliendo  con  la  espre- 
sada obligación. 

En  casos  como  éstos,  debe  decirse  despedregar. 

Desentir 

Debe  decirse  disentir. 

No  es  tolerable  el   que  se  diga:  «El  ministro  N.  de- 
sintió  de  sus  colegas». 
Es  preciso  decir  disintió. 

Desengrasar,  desengraso 

Hasta  pocos  años  era  mui  común  en  Chile  decir  de- 
sengrasar por  comer  los  postres. 

La  mencionada  acepción  de  este  verbo  va  cayendo 
en  desuso. 

Sin  embargo,  el  Diccionario  de  la  Real  Acade- 
mia dice  que  desengrasar  tiene,  entre  sus  varias  acep- 
ciones, la  de  desensebar,  o  sea  la  de  «quitar  el  sabor 
de  la  grosura  que  se  acaba  de  comer,  tomando  aceitu- 
nas, frutas  u  otras  cosas  semejantes». 

En  Chile,  se  incluían  especialmente  los  dulces  en- 
tre las  cosas  para  desengrasar. 

Este  verbo,  que  hace  falta,  no  ha  sido  reemplazado 
por  otro  que  yo  sepa. 

Había  también  el  sustantivo  desengraso  que  ha 
empezado  a  ser  tan  poco  usado  como  desengrasar^  pe- 
ro en  cuyo  lugar  se  emplea  postre. 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  ha  dado  nun- 
ca cabida  en  sus  columnas  a  desengraso. 


—    109  — 


Desgaste 


El  artículo  i.o  de  un  decreto  espedido  por  el  presi- 
dente de  Chile  a  12  de  enero  de  1879  dice,  entre  otras 
cosas,  lo  que  sigue: 

Artículo  ip  «En  lo  sucesivo  no  se  concederán  per- 
misos para  que  los  particulares  puedan  hacer  uso  de 
la  pluma  i  aparejos  del  pontón  Thalaha,  sino  bajo  las 
siguientes  condiciones: 

«I.* 

«2.^  Que,  por  el  uso  i  desgaste  natural  de  los  mismos 
utensilios,  el  peticionario  entere  en  arcas  fiscales  la 
cantidad  de  dos  pesos  por  cada  quintal  métrico  de 
peso  del  objeto  que  se  levante,  haciendo  uso  de  la 
pluma  i  aparejos  del  pontón,  según  la  certificación 
que  espedirá  al  efecto  el  comandante  de  arsenales». 

El  Diccionario  de  la  Academia  de  1884  no  trae 
esta  palabra  desgaste,  que  bien  podría  aceptarse  para 
significar  la  acción  i  efecto  de  desgastar,  aunque  exis- 
tan otras  voces  como  deteriori ación,  deterioro  i  menos- 
cabo que  servirían  para  suplir  aquel  vocablo.  (1) 

Desguace 

El  presidente  de  Chile  espidió  con  fecha  4  de  junio 
de  1855  un  decreto  cuyo  preámbulo  dice  como  sigue: 

«Por  cuanto  ya  es  notable  el  número  de  buques  ve- 
tustos i  condenados  como  innavegables  e  inservibles, 
que  todos  los  años  se  van  a  pique  en  los  puertos  de 
la  República,  principalmente  en  Valparaíso,  con  gran 
perjuicio  del  fondeadero,  sin  que  hayan  podido  hacer- 


(i)  El  Diccionario  Académico,    edición  de  1889,  ha  aceptado  la    voz 
desgaste  en  la  acepción  señalada  por  el  autor  de  estas  Apuntaciones. 


—    200   — 

se  efectivas  respecto  de  tales  buques  las  disposiciones 
de  la  Ordenanza  Jeneral  de  la  Armada  para  la  es- 
tracción^  remoción  o  desguace  por  los  interesados,  o  a 
su  costa,  de  sus  escombros;  en  el  deber,  por  lo  tanto, 
de  prevenir  tales  ocurrencias,  he  acordado  i  decreto: 
etc.» 

Antes  de  todo,  no  puedo  dejar  de  sentir  que,  en  un 
documento  oficial  de  mi  país,  se  haya  podido  cometer 
la  enormidad  gramatical  de  aplicar  a  buques  el  califi- 
cativo de  innavegables. 

Innavegable,  según  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia, i  según  lo  mui  sabido,  significa  no  navegable;  i  na- 
vegable se  dice,  no  de  los  buques,  sino  de  los  rios,  la- 
gos, canales,  etc.,  donde  se  puede  navegar;  i  por  lo 
tanto,  innavegable  se  dice,  no  de  los  buques,  sino  de  los 
rios,  mares,  canales,  etc.,  donde  no  se  puede  navegar. 

Pero  esto  no  ha  menester  de  ser  advertido. 

Lo  que  trato  en  esta  apuntación  es  de  determinar  el 
significado  de  desguace. 

Esta  palabra  no  se  encuentra  en  el  Diccionario  de 
LA  Academia;  pero  sí  en  el  el  Diccionario  Marítimo 
Español  de  Lorenzo  Murga  i  Ferreiro,  edición  de  Ma- 
drid, 1865. 

Deslmace,  desguazo  o  desguazadura,  es,  en  lenguaje 
de  arquitectura  naval  i  de  navegación,  según  esta  últi- 
ma obra,  «el  acto  i  efecto  de  desguazar»;  i  este  verbo, 
según  la  misma  obra,  significa  «deshacer  a  pedazos  con 
el  hacha  i  otros  instrumentos  el  todo  o  una  parte  del 
buque,  sea  tablón,  tablones  o  ligazones,  etc.» 

Desistir,  desistirse 

El  Código  Civil  Chileno  contiene  las  dos  disposi- 
ciones que  siguen: 


—    201    — 


Articulo  2,159.  <^E1  mandante  que  no  cumple  por  su 
parte  aquello  a  que  es  obligado,  autoriza  al  mandata- 
rio para  desistir  de  su  encargo. 

Artículo  2,503.  «Interrupción  civil  es  todo  recurso 
judicial  intentado  por  el  que  se  pretente  verdadero 
dueño  de  la  cosa,  contra  el  poseedor. 

«Solo  el  que  ha  intentado  este  recurso  podrá  alegar  la 
interrupción;  i  ni  aun  él  en  los  casos  siguientes: 

«i.^  Si  la  notificación  déla  demanda  no  ha  sido  he- 
cha en  forma  legal; 

«2.0  Si  el  recurrente  desistió  espresamente,  o  cesó  en 
la  persecución  por  mas  de  tres  años; 

«^P  Si  el  demandado  obtuvo  sentencia  de  absolu- 
ción. 

«En  estos  tres  casos,  se  entenderá  no  haber  sido 
interrumpida  la  prescripción  por  la  demanda». 

El  CÓDIGO  Chileno  de  Comercio  contiene  las  dos 
que  siguen: 

Artículo  141.  «En  el  caso  de  compra  de  mercaderías 
por  el  precio  que  otro  ofrezca,  el  comprador,  en  el 
acto  de  ser  requerido  por  el  vendedor,  podrá:  o  llevar- 
la a  efecto,  o  desistir  de  ella.  Pasados  tres  días  sin  que 
el  vendedor  requiera  al  comprador,  el  contrato  queda- 
rá sin  efecto. 

«Pero  si  el  vendedor  hubiere  entregado  las  mercade- 
rías, el  comprador  deberá  pagar  el  precio  que  aquéllas 
tuvieren  el  día  de  la  entrega». 

Artículo  1,022.  «Antes  o  después  de  haber  embar 
cado  toda  la  carga  o  parte  de   ella,  el  fletador  podrá 
desistir  del  fletamento,  sea  total  o  parcial,  pagando  la 
mitad  del  flete  convenido. 

«En  el  segundo  caso,  pagará  también  los  gastos  de 
descarga  i  los  perjuicios  que  cause  esta  operación. 


—    202    — 


«Las  reglas  precedentes  son  aplicables  al  desisti- 
miento del  fletamento  por  viaje  redondo. 

«Si  el  fletamento  fuere  ajustado  por  meses,  el  falso 
ñete  que  debe  pagar  el  fletador  será  el  correspondiente 
a  la  mitad  de  la  duración  probable  del  viaje  calculado 
por  peritos». 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  da  a  desistir 
dos  acepciones,  una  jeneral  i  otra  forense,  i  dice  que, 
en  cualquiera  de  las  dos,  es  verbo  neutro,  sin  espresar 
que  pueda  usarse  como  reflejo,  según  acostumbra  ha- 
cerlo cuando  tal  cosa  sucede. 

Sin  embargo,  en  Chile,  el  verbo  desistir  se  emplea 
mui  frecuentemente  en  tal  carácter. 

Don  José  Bernardo  Lira  usa,  verbigracia,  varias  ve- 
ces en  el  Prontuario  de  los  juicios,  el  verbo  desis- 
tir se. 

Hé  aquí  algunos  ejemplos: 

«El  poder,  ya  sea  jeneral  o  especial,  dado  en  térmi- 
nos absolutos  para  representar  a  uno  en  juicio,  no  bas- 
ta para  ciertos  actos  respecto  de  los  cuales  exije  la  lei 
poder  o  autorización  especial  de  la  parte. 

«Es  necesario  un  poder  o  autorización  especial  de  la 
parte: 

«I. o  Para  desistir  se  de  la  demanda. 

«2/3 

« 

(Parte  teórica;  libro  iP,  título  9.°,  capítulo  3.^,  nú- 
mero 181). 

«Así  como  la  deserción  i  la  prescripción  son  el  aban- 
dono tácito  de  la  apelación,  el  desistimiento  es  el  aban- 
dono formal  de  la  misma,  la  renuncia  espresa  del  re- 
curso hecha  por  el  que  lo  interpuso. 

«Del  desistimiento  del  apelante,  debe  darse  traslado 
al  contendor  a  fin  de  que  esprese  si  lo  acepta  Uanamen- 


—   203   — 

te,  o  pretende  adherirse  a  la  apelación;  pero  la  prácti- 
ca tiene  adoptada  la  providencia  de  admitir  el  desisti- 
miento si  el  apelado  no  se  opone  dentro  del  tercero  día, 
con  ]o  cual  se  consulta  la  celeridad  del  juicio,  i  se  evita 
la  relación  del  artículo. 

«Si  el  apelado  no  ha  comparecido  al  juicio,  se  admite 
llanamente  el  desistimiento  del  apelante. 

«En  todo  caso  el  que  se  desiste  debe  pagar  las  costas 
causadas  por  la  apelación,  a  no  ser  que  el  contendor  se 
haya  adherido  a  ella».  {Parte  Teórica,  libro  2P,  título 
4.0,  capítulo  I. o,  número  461). 

En  la  Parte  Práctica,  libro  2P,  título  4.°,  capítulo 
I. o^  número  198,  Lira  dá  la  siguiente  fórmula  de  es- 
crito de  desistimiento: 

«Suma.  Se  desiste  de  la  apelación. 

«Ilustrísima  Corte. 

«Juan  Gómez,  por  don  Abelardo  Urrutia,  en  autos 
con  don  Justo  Pastor  Gacitúa  sobre  reivindicación  de 
unos  terrenos,  digo  que  mi  parte  apeló  de  la  sentencia 
de  fojas  tantas;  pero  ahora,  con  mejor  acuerdo,  me  ha 
dado  instrucciones  para  que  me  desista. 

«Por  tanto,  a  usía  ilustrísima  suplico  se  sirva  haber 
a  mi  parte  por  desistida  del  recurso  entablado,  i  man- 
dar se  devuelvan  los  autos». 

El  mismo  Lira,  en  el  número  199,  da  una  fórmula 
de  escrito  para  el  caso  en  que  no  se  haya  personado 
en  segunda  instaticia  el  apelado,  cuya  suma  es  la  que 
va  a  leerse: 

«Se  desiste  de  la  apelación;  i  no  habiendo  parte  con- 
traria, pide  se  devuelvan  desde  luego  los  autos». 

Por  fin,  el  mismo  Lira  en  el  número  20O;  trae  esta 
fórmula  de  escrito: 

«Suma.  De  consentimiento  de  las  partes  se  desiste 
el  apelante. 


—    204   — 

<Jlustrísiina  Corte, 

«Juan  Gómez^  por  don  Abelardo  Urrutia,  i  Pascual 
Rubio,  por  don  Justo  Pastor  Gacitúa,  en  los  autos  so- 
bre reivindicación  de  unos  terrenos,  a  usía  ilustrísima 
decimos  que  el  primero  ha  recibido  instrucciones  de 
su  parte  para  desistirse  de  la  apelación  interpuesta 
contra  la  providencia  de  fojas  tantas,  i  el  segundo 
acepta  el  desistimiento. 

«Por  tanto,  a  usía  ilustrísima  suplicamos,  de  común 
acuerdo,  se  sirva  haber  por  desistido  al  primero,  i  man- 
dar devolver  los  autos  al  señor  juez  de  primera  ins- 
tancia, debiendo  el  apelante  pagar  las  costas  causadas 
en  el  recurso». 

Así  como  es  mui  frecuente  el  que  los  adjetivos  se 
usen  como  sustantivos,  lo  es  tam.bién  el  que  los  verbos 
neutros  se  empleen  como  reflejos. 

Don  Andrés  Bello  ha  tratado  majistralmente  este 
punto  en  su  Gramática  de  la  lengua  castellana. 

Conviene  poner  a  la  vista  lo  que  dice  acerca  de  esta 
materia. 

«Hai  muchos  verbos  intransitivos  o  neutros  que 
son  susceptibles  de  la  construcción  cuasi  refleja,  ver- 
bigracia, reírse^  estarse,  quedarse,  morirse,  etc.  La 
construcción  es  entonces  de  toda  persona,  i  reflej  a  en 
la  forma,  porque  el  pronombre  reflejo  está  en  comple- 
mento objetivo,  pero  la  reflexividadno  pasa  de  los  ele- 
mentos gramaticales,  i  no  se  presenta  al  espíritu  sino 
de  un  modo  sumamente  fugaz  i  oscuro. 

«Bien  es  verdad  que  si  fijamios  la  consideración  en 
la  variedad  de  significados  que  suele  dar  a  los  verbos 
neutros  el  caso  complementario  reflejo,  percibiremos 
cierto  color  de  acción  que  el  sujeto  parece  ejercer  en 
sí  mismo.  Estarse  es  permanecer  voluntariamente  en 
cierta  situación  o  estado,  como  lo  percibirá  cualquiera 


20  = 


comparando  estas  espresiones:  csluvo  escondido  i  se 
estuvo  escondido;  estaba  en  el  campo,  i  se  estaba  en  el 
campo.  La  misma  diferencia  aparece  entre  quedar  i 
quedarse,  ir  e  irse:  Mas  parecía  que  le  llevaban  que  no 
que  él  se  iba. — (Rivadeneira). 

«Entrarse  añade  a  entrar  la  idea  de  cierto  conato  o 
fuerza  con  que  se  vence  algún  estorbo. — A  pesar  de 
las  guardias  apostadas  a  la  puerta,  la  jente  se  entraba. 

— Lo  mismo  salirse. — Los  presos  salieron — enuncia 
sencillamente  la  salida:  se  salieron  denotaría  que  lo 
habían  hecho  burlando  la  vijilancia  de  las  guardias 
o  atrepellándolas. — Se  sale  el  agua  de  la  vasija — en 
virtud  de  una  fuerza  inherente,  que  obra  contra  la 
materia  destinada  a  contenerla,  lo  que  por  una  de  las 
mil  transiciones  a  que  se  acomoda  el  lenguaje,  se  apli- 
có después  a  la  vasija  misma,  cuando  deja  escapar 
el  líquido  contenido;  i  en  este  sentido,  se  dice  que  una 
pipa  se  sale. 

« — Mi  amo    se  sale,  sálese  sin  duda. 

«¿I  por  dónde  se  sale,  señora?  ¿Hásele  roto  alguna 
parte  de  su  cuerpo? 

« — ^No  se  sale  sino  por  la  puerta  de  su  locura;  quie- 
ro decir,  señor  bachiller  de  mi  ánima,  que  quiere  salir 
otra  vez  a  buscar  aventuras. — (Cervantes). 

«Morirse  no  es  morir,  sino  acercarse  a  la  muerte. 

«Nacerse  es  nacer  espontáneamente;  i  se  dice  con  pro- 
piedad de  las  plantas  que  brotan  en  la  tierra  sin  pre- 
paración, ni  cultivo. 

Poco  a  poco  nació  en  el  pecho  mío, 
no  sé  de  qué  raíz,  como  la  yerba 
qne  suele  por  sí  misma  elia  nacerse, 
un  incógnito  afecto. 

(Jáuregui:. 


—  2o6  — 

«Reir  i  reírse  parecen  diferenciarse  mui  poco;  i  sin 
embargo,  ningún  poeta  diría  que  la  naturaleza  se  ríe, 
para  dar  a  entender  que  se  muestra  placentera  i  risue- 
ña, al  paso  que,  cuando  se  quiere  espresar  la  idea  de 
mofa  o  desprecio,  parece  mas  propia  la  construcción 
cuasi-refleja. 

La  codicia  en  las  manos  de  la  muerte 
se  arroja  al  mar;  la  ira  a  las  espadas; 
i  la  ambición  se  ríe  de  la  suerte. 

(Rioja). 

«El  verbo  ser,  regularmente  intransitivo,  es  de  los 
que  alguna  vez  se  prestan  a  la  construcción  cuasi- 
refieja  de  que  estamos  tratando.  Con  érase,  solían  prin- 
cipiar los  cuentos  i  consejas,  fórmula  parodiada  por 
Góngora  en  su  romancillo. 

Érase  una  vieja 
de  gloriosa  fama; 

i  por  Quevedo,  en  el  soneto 

Érase  un  hombre  a  una  nariz  pegado. 

«Me  soi  parece  significar  soi  de  mío,  soi  por  natura- 
leza, por  condición. — Muchachas,  digo,  que,  viejas, 
harto  me  soi  yo. — (La  Celestina);  esto  es,  harto  vieja 
me  soi. 

Asno  se  es  de  la  cuna  a  la  mortaja. 

dice  Rocinante,  hablando  de  su  amo  en  un  soneto  de 
Cervantes.  Todavía  es  frase  común;  sean  o  séase  lo  que 
fuere.  (Obras  Completas  de  Bello,  tomo  4.°,  pajinas 
235,  236  i  237). 

Resulta  de  lo  espuesto  que,  en  rigor  de  la  verdad, 


—    207    — 

no  es  completamente  arbitrario  hacer  reflejo  un  verbo 
neutro. 

Es  cierto  que  muchos  así  lo  practican  sin  el  menor 
fundamento,  o  propósito;  pero  eso  es  incorrecto. 

Tal  cosa,  como  Bello  lo  enseña,  solo  ha  de  hacerse 
cuando  se  quiere  espresar  que  el  sujeto  ejerce  sobre  sí 
mismo  una  acción  mas  o  menos  efectiva. 

Conviene  que  los  que  usan  en  todas  ocasiones  desis- 
tirse  por  desistir  lo  tengan  presente. 

Deslastre 

El  presidente  de  Chile  espidió  con  fecha  i6  de  mar- 
zo de  1860  el  decreto  que  va  a  leerse: 

«Habiendo  sido  informado  el  gobierno  del  desorden 
que  existe  en  el  deslastre  de  los  buques  en  el  puerto  de 
Coronel,  con  daño  notable  del  surjidero,  i  en  la  necesi- 
dad de  prevenir  los  daños  resultantes  de  tal  causa;  vis- 
tos los  decretos  de  23  de  agosto  de  1838,  i  26  de  no- 
viembre de  1842:  i  atendiendo  a  lo  dispuesto  en  el 
título  7,  tratado  5  de  la  Ordenanza  Jeneral  de  la 
ARMADA,  vengo  en  acordar  i  decreto: 

«Artículo  I. o  En  el  puerto  de  Coronel,  solo  podrá 
arrojarse  lastre  sobre  la  restinga  de  piedra  situada  en- 
tre Playa  Negra  i  Playa  Blanca,  o  inmediatamente  al 
noroeste  de  ella. 

«Toda  faena  de  lastre  o  deslastre  en  dicho  puerto, 
se  hará  previa  la  licencia  de  la  autoridad  marítima,  i 
con  las  precauciones  que  ella  ordene. 

«Artículo  2.0  Los  infractores  a  esta  disposición  que- 
darán sujetos  a  las  multas  i  penas  que  establece  el 
decreto  citado  de  26  de  noviembre  de  1842. 

«Tómese  razón,  comuniqúese  i  publíquese». 

Los  dos  decretos  citados  en  el  precedente  no  usan 
la  palabra  deslastre. 


—    208    ~ 

Un  reglamento  de  policía  marítima  para  Puerto 
Montt  dictado  por  el  Presidente  de  la  República  en 
II  de  marzo  de  1864,  contiene  la  disposición  que 
sigue: 

Artículo  7.  «Ninguna  embarcación  podrá  lastrar, 
ni  deslastrar  sin  conocimiento  del  gobernador  maríti- 
mo; i  solo  podrá  hacerlo  en  el  sitio  que  éste  le  señale. 
Las  faenas  de  lastre  i  deslastre  se  harán  con  las  pre- 
cauciones marineras  de  encerados  o  velas  que  impidan 
la  caída  de  piedras  o  arena  en  la  mar». 

Este  artículo  se  halla  reproducido  a  la  letra  en  un 
reglamento  de  policía  para  los  puertos  de  la  provincia 
de  Concepción,  espedido  en  11  de  junio  del  mismo  año. 

El  Diccionario  de  la  Academia  aprueba  el  verbo 
deslastrar. 

Siendo  así,  no  se  descubre  fundamento  para  que  no 
se  acepte  la  palabra  deslastre,  que  haría  falta. 

Si  a  lastrar  corresponde  el  sustantivo  afín  lastre,  ¿por 
qué  a  deslastrar  no  habría  de  corresponder  deslastret 

Desmembrar 

Este  verbo  es  irregular. 

Toma  una  i  antes  de  la  e  en  la  primera,  segunda  i 
tercera  persona  de  singular,  i  tercera  de  plural  de  los 
presentes  de  indicativo  i  de  subjuntivo,  i  en  el  singular 
del  imperativo. 

Por  esto,  Ercilla,   hablando  de  un  soldado  español 

nombrado  Andrea,  en  La  Araucana,  canto  14,  octa- 
va 55,  o  sea  tomo  i .^  pajina  282,  edición  de  la  Aca- 
demia, dice: 

No  hallando  defensa  en  armadura 
descuartiza,  desmicmbra  i  desfigura. 


2C9    

Es  frecuente,  con  todo,  que  nuestros  litigantes  pi- 
dan a  los  jueces  que  se  desmembre  el  documento  tal 
o  cual,  dejándose  copia  en  autos. 

Dígase  desmiemhre,  i  se  dirá  bien. 

Desmentido 

En  Chile,  se  emplea  el  sustantivo  desmentido  para 
denotar  la  acción  i  efecto  de  desmentir. 

El  Diccionario  de  la  Academia  enseña  que  ha 
de  decirse  desmentida,  i  no  desmentido. 

También  se  usa  en  este  caso  como  sustantivo  men- 
tís, segunda  persona  de  plural  del  presente  indica- 
tivo de  mentir,  si  se  quiere,  no  solo  desmentir,  sino 
hacerlo  de  una  manera  injuriosa  i  denigrativa. 

Bretón  de  los  Herreros,  en  el  drama  titulado  Ve- 
llido Doleos,  acto  4.'',  escena  5.^,  pone  estos  versos 
en  boca  de  Pedrarias. 

_  Así  lavará  la  villa 

el  borrón  que  la  desdora; 
solo  así  podrá  Zamora 
dar  un  mentís  a  Castilla, 

El  mismo  Bretón  de  los  Herreros,  en  la  comedia 
titulada  Cuentas  Atrasadas,  acto  2.^  escena  4.*, 
pone  estos  versos  en  boca  de  don  Pedro. 

. .  .  .Señora  prima, 
si  fuera  usted  de  mi  sexo, 
con  un  mentís  respondiera 
a  todos  esos  dicterios. 

Don  Antonio  María  Segovia  fué  quien  contestó  el 
discurso  que  don  Antonio  Arnao  leyó  al  ocupar  un 
asiento  en  la  Real  Academia  Española. 

AMUNÁTBGUI. — T.  II.  l'^ 


—    2IO 


Ese  discurso,  que  corre  impreso  en  las  Memorias 
de  esta  corporación,  tomo  4  °,  pajinas  466  i  siguien- 
tes, contiene  la  frase  que  va  a  leerse. 

«Seguramente  el  jenio  músico  del  compositor  no 
puede  menos  de  sentir  la  inspiración  cuande  se  le 
llama  a  poner  en  música  una  bella  composición  dra- 
mática; pero,  en  cuanto  á  la  proposición  inversa,  creo 
que  la  esperiencia  viene  a  dar  un  solemne  mentís  a  la 
teoría»,  (pajina  480). 

Desmentido  suele  usarse  entre  nosotros  para  deno- 
minar aquellos  artículos  ajenos  a  la  redacción  de  un 
periódico  o  diario  en  que  se  rectifica  algún  hecho,  o 
alguna  opinión. 

El  Diccionario  dé  la  Academia  no  acepta  tam- 
poco esta  palabra  en  la  acepción  mencionada. 

Los  artículos  a  que  aludo  han  de  ser  designados, 
según  el  Diccionario,  por  el  término  jenérico  de  co- 
municados. 

Bretón  de  los  Herreros,  en  la  comedia  titulada  La 
Redacción  de  un  periódico,  acto  i.^,  escena  3.^,  po- 
ne estos  versos  en  boca  de  don  Fabricio: 

. .  .  .Don  Agustín, 
ya  es  tarde;  examine  usted 
el  artículo  de  fondo; 
i  a  ver  si  se  ha  de  poner 
boletín  de  variedades, 
i  el  comunicado  aquél .... 

Sin  embargo,  el  Diccionario  restrinje  demasiado 
el  sentido  de  esta  palabra  que,  según  él,  solo  signifi- 
ca: «escrito  que,  en  causa  propia,  i  firmado  por  una 
ornas  personas,  se  dirije  a  uno  ovarios  periódicos 
para  que  lo  publiquen». 

En  la  América   Española,  los  comunicados  tratan 


—    211    — 


de  asuntos,  no  solo  personales,  sino  también  jenc- 
rales. 

La  palabra  comunicado  se  reemplaza  en  muchas 
ocasiones  por  la  de  remitido. 

Estas  dos  voces  son  adjetivos  que,  cuando  acom- 
pañan a  artículo,  se  sustantivan,  subentendiéndose 
dicho  sustantivo  que  el  lector  u  oyente  suple  con 
facilidad. 

Aunque  el  Diccionario  de  la  Academia  no  auto- 
riza el  empleo  de  remitido  en  esta  acepción,  el  antiguo 
secretario  de  este  cuerpo  don  Manuel  Bretón  de  los 
Herreros  usa  tal  vocablo  en  la  comedia  titulada  La 
Redacción  de  un  periódico,  acto  2  o,  escena  4.^^ 

Desnacionalizado,  desnacionalizada 

Don  Andrés  Bello,  en  el  Derecho  Internacional, 
parte  2p-,  capítulo  8,  párrafo  7,  o  sea  Obras  comple- 
tas, tomo  10,  pajina  328,  se  espresa  así: 

«El  emperador  francés  (Napoleón  I)  declaró  desna- 
cionalizada i  convertida  en  propiedad  enemiga,  i  por 
tanto  confiscable,  toda  nave  que  hubiese  sufrido  la 
visita  de  un  baj  el  británico,  o  sometí dose  a  aquella  es- 
cala, o  pagado  cualquier  impuesto  al  enemigo;  sub- 
sistiendo en  toda  su  fuerza  el  bloqueo  de  las  islas  bri- 
tánicas, hasta  que  el  gobierno  inglés  volviese  a  los 
principios  del  derecho  de  j  entes». 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  no  autoriza 
el  adjetivo  desnacionalizado,  como  tampoco  el  sus- 
tantivo desnacionalización,  i  el  verbo  desnacionalizar; 
como  tampoco  el  adjetivo  nacionalizado,  el  sustantivo 
jiacionalización,  el  verbo  nacionalizar. 

Ese  ilustre  cuerpo  enseña  que  debe  decirse  natura- 
lizar en  vez  de  nacionalizar;  naturalización  en  vez  de 


—    212    — 


nacionalización;  desnaturalizar  en  vez  de  desnaciona- 
lizar; desnaturalización  en  vez  de  desnacionalización. 

Léase  el  artículo  que  destina  a  naturalizar. 

«Naturalizar.  Verbo  activo.  Admitir  en  un  país,  co- 
mo si  de  él  fuera  natural,  a  persona  estranjera. — Con- 
ceder oficialmente  a  un  estranjero,  en  todo  o  en 
parte,  los  derechos  i  privilejios  de  los  naturales  del 
país  en  que  obtiene  esta  gracia. — Introducir  i  em- 
plear en  un  país,  como  si  fueran  naturales  o  propias 
de  él,  cosas  de  otros  países.  Naturalizar  costumbres, 
vocablos.  Úsase  también  como  recíproco. — Hacer  que 
una  especie  animal  o  vejetal  adquiera  las  condiciones 
necesarias  para  vivir  i  perpetuarse  en  país  distinto  de 
aquel  de  donde  procede.  Úsase  también  como  recí- 
proco.— Verbo  reciproco.  Vivir  en  un  país  persona 
estranjera  como  si  de  él  fuera  natural. — Adquirir  los 
derechos  i  privilejios  de  los  naturales  de  un  país». 

Léase  el  artículo  que  el  Diccionario  destina  a  des- 
naturalizar. 

«Desnaturalizar .  Verbo  activo.  Privar  a  uno  del  de- 
recho de  naturaleza  i  patria,  estrañarle  de  ella.  Úsa- 
se también  como  recíproco. — Variar  la  forma,  pro- 
piedades o  condiciones  de  una  cosa,  desfigurarla,  per- 
vertirla.» 

Resulta  entonces  que,  aunque  las  palabras  nacio- 
nalizar, nacionalización,  desnacionalizar,  desnaciona- 
lización, han  sido  bien  formadas,  no  son  necesarias. 

No  sucede  lo  mismo  con  desnacionalizado,  desnacio- 
nalizada. 

El  Diccionario  de  la  Academia  da  por  significa- 
do a  desnaturalizado ,  desnaturalizada ,  el  de  «que  falta 
a  los  deberes  que  la  naturaleza  impone  a  padres,  hijos 
hermanos». 

Siendo  así,  conviene  dejar  para  desnacionalizado  la 
acepción  en  que  Bello  lo  usa. 


213    — 


Desnaturalizar 


Baralt,  en  el  Diccionario  de  galicismos,  escribe  lo 
que  paso  a  copiar: 

«En  español,  solo  se  desnaturaliza  a  las  personas 
cuando  se  priva  a  alguna  del  derecho  de  naturaleza  i 
patria,  si  bien  en  francés  dénaturer  vale  en  jeneral  cam- 
biar o  alterar  la  naturaleza  de  una  cosa.  Por  eso,  nues- 
tros vecinos  dicen  dénaturer  un  vin,  un  mot,  une  ques- 
tion,  un  fait;  dénaturer  le  cceiir,  Vame;  dénaturer  la 
comedie,  la  tragedle;  dénaturer  une  phrase;  etc.,  cuando 
nosotros  solamente  podemos  decir:  alterar  el  vino;  o  se- 
gún los  casos:  aguarle,  avinagrarle;  alterar  la  acepción 
a  una  voz,  el  sentido  a  una  frase,  su  verdadera  intelijen- 
cia  a  una  proposición,  viciar  el  alma,  el  corazón;  desfi- 
gurar la  comedia,  haciéndola,  por  ejemplo,  lacrimosa, 
o  la  trajedia,  haciéndola  trivial  o  burlesca;  en  fin,  falsi- 
ficar un  hecho,  viciarle,  alterarle,  falsearle,  etc.» 

Sin  embargo,  el  Nuevo  Diccionario  Francés  Es- 
pañol de  don  Vicente  Salva,  completado,  en  vista  de 
los  materiales  que  éste  había  reunido,  por  don  J.  B. 
Guim,  dice  que  dénaturer  corresponde  a  «desnaturali- 
zar, alterar  la  naturaleza  de  alguna  cosa». 

En  el  artículo  precedente,  puede  haberse  leído  que, 
según  el  Diccionario  de  la  Academia  la  segunda 
acepción  de  desnaturalizar  es  variar  la  forma,  pro- 
piedades o  condiciones  de  una  cosa,  desfigurarla,  per- 
vertirla. 

Resulta  entonces  que  Baralt,  en  esta  ocasión,  como 
en  otras,  ha  mostrado  una  severidad  infundada  que  no 
se  ajusta  a  la  enseñanza  de  otros  maestros  de  la  len- 
gua tan  entendidos  como  él  en  la  materia,  pero  que  se 
guardan  mui  bien  de  rechazar  una  palabra  o  un  signi- 
ficado sin  otro  motivo  que  el  de  usarse  en  francés. 


214 


Desneutralizar 


He  aquí  lo  que  se  lee  en  el  Derecho  Internacio- 
nal de  don  Andrés  Bello,  parte  2. a,  capítulo  5.",  pá- 
rrafo iP,  o  sea  Obras  Completas,  tomo  10,  pajinas 
237  i  238: 

«No  es  invariablemente  necesaria  la  residencia  per- 
sonal en  territorio  enemigo  para  desneutralizar  al  co- 
merciante, porque  hai  una  residencia  virtual  que  se 
deduce  de  la  naturaleza  del  tráfico.  En  el  caso  de  la 
Anua  Catharina,  apareció  que  se  había  celebrado  con 
el  gobierno  español,  entonces  enemigo,  una  contrata 
que,  por  los  privilejios  peculiares  que  se  acordaron  a 
los  contratistas,  los  igualaba  con  los  vasallos  españo- 
les, i  aun  podía  decirse  que  los  hacía  de  mejor  condi- 
ción. Los  contratistas,  para  llevarla  a  efecto,  juzgaron 
conveniente  no  residir  ellos  mismos  en  el  territorio 
español,  sino  comisionar  un  ájente.  Con  este  motivo, 
declaró  sir  William  Scott  en  la  sentencia  que,  aunque, 
jeneralmente  hablando,  un  individuo  no  se  desneu- 
traliza  por  el  hecho  de  tener  un  ájente  en  el  país 
enemigo,  esto,  sin  embargo,  solo  se  entiende  cuando  el 
individuo  comercia  en  la  forma  ordinaria  de  los  es- 
tranjeros,  no  con  privilejios  particulares  que  le  asimi- 
lan a  los  subdito  nativos,  i  aun  les  conceden  algunas 
ventajas  sobre  ellos». 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española 
da  lugar  en  sus  columnas  al  verbo  neutralizar)  pero 
solo  con  los  significados  siguientes: 

1 .0  «Anular  o  desvirtuar  las  propiedades  de  un 
cuerpo  combinándolo  o  mezclándolo  con  otro». 

2.°  «Debilitar  el  efecto  de  una  causa  por  la  concu- 
rrencia de  otra  diferente  u  opuesta». 


—  215   — 

El  uso  jeneral  da  además  a  neutralizar  la  acepción 
de  ser  neutral;  de  no  ser  ni  de  uno  ni  de  otro;  de  per- 
manecer sin  inclinarse  a  ninguna  de  dos  partes  que 
contienden. 

Yo  no  conozco  palabra  diferente  para  espresar  esta 
idea. 

Si  no  estoi  equivocado  en  esto,  es  necesario  conve- 
nir en  que  se  asigne  a  neutralizar  esta  tercera  acepción. 

Haciéndose  así,  como  me  parece  que  ha  de  hacerse, 
no  hai  fundamento  para  rechazar  el  compuesto  des- 
neutralizar y  el  cual  haría  falta,  (i) 

Despostar,   desposte 

Ninguno  de  estos  dos  vocablos  aparece  en  el  Dic- 
cionario DE  LA  Academia. 

En  Chile,  el  verbo  despostar  es  mui  usado  en  la 
significación  de  dividir  en  trozos  el  cuerpo  de  un 
animal. 

El  Agricultor,  número  65,  correspondiente  al 
mes  de  enero  de  1847,  trae  una  memoria  relativa  a 
las  matanzas  en  Chile,  donde  se  leen  estos  pasajes: 

«La  colocación  de  los  matanceros  para  el  beneficio 
de  las  reses  será  en  un  costado  de  la  ramada  que  tenga 

dirección  de  oriente  a  poniente; ; 

en  el  estremo  sur,  se  coloca  la  res  para  desarrollarla 
i  despostarla,  i  encima  se  disponen  varas  para  col- 
gar la  carne;  en  ese  mismo  punto,  después  de  despostada 
la  res,  es  donde  queda  trabajando  el  palanca  o  ayu- 


(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  ha  cambiado  la  redac- 
ción del  artículo  correspondiente  a  neutralizar ,  dándole  las  siguientes  acep- 
ciones: 

♦Hacer  neutral.  Usase  también  como  reflexivo.  Química. — Hacer  neutra 
una  sustancia.  Usase  también  como  reflexivo.  Figurado  o  figurada.  Debi- 
litar el  efecto  de  una  causa,  por  la  concurrencia  de  otra  diferente  u  opuesta. 
Usase  también  como  reflexivo. 


—    2l6    — 

dante  del  matancero  para  beneficiar  los  menudos  i 
demás  que  le  corresponden».  (Tomo  6,  pajina  6). 

«Lo  primero  es  desarrollar  el  animal;  en  seguida 
se  desposta,  colgando  en  varas  las  presas  de  solo  car- 
ne», (pajina  7). 

Desposte,  igualmente  mui  empleado,  es  el  sustan- 
tivo afín  del  verbo  despostar. 

El  reglamento  del  matadero  público  de  Santiago 
aprobado  por  el  presidente  de  Chile  en  22  de  mayo 
de  1850  contiene,  entre  otras  disposiciones,  las  que 
van  a  leerse. 

Artículo  6P  «Son  deberes  del  albéitar: 

«I.o 

«2.**  Recorrer  constantemente  los  desgoUaderos  to- 
do el  tiempo  que  dure  el  desposte,  para  examinar  el  es- 
tado interior  de  los  animales  en  beneficio. 

«3.0  Reconocer  media  hora  después  de  concluido  el 
desposte  el  estado  en  que  se  encuentran  las  carnes  que 
han  de  conducirse  al  abasto. 

«4.0 » 

Articulo  21.  «Los  animales  vacunos  serán  muertos 
a  torno,  i  conducidos  inmediatamente  en  una  carreti- 
lla al  plano  inclinado  para  su  beneficio. 

«El  rejidor  juez  del  matadero  directamente,  o  por 
medio  de  su  teniente  i  del  administrador,  procurará 
introducir  el  sistema  de  que  el  desposte  de  las  las  reses 
se  practique  en  cuartos,  proponiendo  al  cabildo  los 
estímulos  que  juzgue  oportunos  para  la  realización 
de  esta  reforma». 

El  reglamento  para  el  matadero  púbUco  de  Valpa- 
raíso aprobado  por  el  presidente  de  Chile  con  fecha  23 
de  mayo  de  1864  contiene,  entre  otras,  las  disposi- 
ciones siguientes: 

Articulo  28.  «Los  animales  vacunos  serán  degoUa- 


—   217   — 

dos,  después  de  aturdidos  por  medio  de  golpes  en  la 
cabeza  con  un  combo.  El  desposte  de  las  reses  en  el 
matadero  se  practicará  por  cuartos,  para  de  este  modo 
ser  conducidos  en  los  carros  destinados  al  efecto». 

Articulo  36.  «El  establecimiento  de  los  mataderos 
públicos  deberá  conservarse  con  la  limpieza  posible, 
para  cuyo  fin,  los  que  maten  animales  en  él,  harán 
en  el  acto  de  concluir  el  desposte  la  policía  del  departa- 
mento de  que  estén  en  posesión/). 

Artículo  42.  «Si  en  el  acto  del  desposte  de  los  ani- 
males que  se  benefician,  se  notara  alguna  enfermedad 
interior,  se  pondrá  en  conocimiento  del  albéitar  por 
los  mismos  que  hacen  el  beneficio. . » 

Entre  las  varias  acepciones  que  el  Diccionario  de 
LA  Academia  señala  a  posta,  se  comprende  la  de 
«tajada  o  pedazo  de  carne,  pescado  u  otra  cosa». 

Jamás  he  oído  o  leído  usar  en  Chile  esta  palabra  con 
semejante  significado. 

Sin  embargo,  ella  es  manifiestamente  el  orijen  del 
sustantivo  desposte  i  del  verbo  despostar,  que,  como 
he  dicho,  se  emplean  mui  amenudo. 

Don  Tomás  de  Iriarte,  en  su  traducción  de  El  Nue- 
vo RoBiNSON  de  Campe,  emplea  descuartizar  en  vez 
de  despostar. 

Léanse  los  pasajes  que  siguen: 

«Justamente  escandalizado  i  lleno  de  indignación, 
divisó  claramente  dos  infelices  a  quienes  los  bárbaros 
llevaban  arrastrando  desde  sus  canoas  hacia  la  hogue- 
ra. Inmediatamente  presumió  irían  a  degollarlos,  i 
no  tardó  en  conocer  que  no  se  engañaba  en  ello,  pues 
uno  de  aquellos  monstruos  (no  acierto  a  decirlo)  ma- 
tó a  uno  de  los  cautivos,  sobre  el  cual  se  echaron  al 
punto  otros  dos,  sin  duda  para  descuartizarle,  i  dis- 
poner su  execrable  convite».  (Tarde  15. ^  o  sea  paji- 
na 203,  edición  de  París,  1877). 


—    211 


Robinson  «hizo  inmediatamente  una  buena  lum- 
brada; i  después  de  arrimar  a  ella  algunas  patatas, 
corre  a  su  rebaño,  escoje,  mata  i  descuartiza  un  re- 
cental; i  poniendo  un  cuarto  en  el  asador,  manda  a 
Domingo  que  le  dé  vueltas».  (Tarde  i8  o  sea  pajina 
221). 

«Ocupáronse  amo  i  criado  en  aderezar  una  buena 
cena,  yendo  éste  a  descuartizar  i  traer  un  tierno  lla- 
ma, i  encargándose  aquél  de  lo  demás».  (Tarde  28,  o 
sea  pajina  330). 

Si  hubiera  de  atenderse  a  la  etimolojía  de  descuar- 
tizar manifestada  por  su  estructura  misma,  no  podría 
ser  empleado  por  despostar,  el  cual  denota  algo  mas 
que  dividir  en  cuartos;  pero,  por  estensión,  según  el 
Diccionario  de  la  Academia  lo  enseña,  descuartizar 
ha  pasado  a  significar  «hacer  pedazos  una  cosa  para 
repartirla». 

Don  Eujenio  de  Ochoa,  en  su  traducción  de  la 
Eneida  de  Virjilio,  libro  iP,  versos  210  i  siguientes, 
o  sea  pajina  182,  edición  de  Madrid,  1869,  emplea 
trinchar  por  despostar. 

Hé  aquí  el  ejemplo  a  que  aludo: 

«Echanse  ellos,  en  tanto,  sobre  la  caza  i  preparan 
el  festín:  desuellan  las  reses  i  les  sacan  las  entrañas; 
unos  las  trinchan  en  tasajos,  i  los  espetan  palpitantes 
en  los  asadores;  otros  disponen  calderas  en  la  playa  i 
atizan  la  lumbre.  Recobran  las  fuerzas  con  el  alimen- 
to; i  tendidos  sobre  la  yerba,  se  hartan  de  vino  añejo 
i  de  la  suculenta  carne  de  los  venados». 

Don  Tomás  de  Iriarte  había  hecho  ya  anteriormen- 
te otro  tanto  en  la  fábula  El  naturalista  i  las  la- 
gartijas, la  cual  empieza  así: 


—    2I<5    — 

Vio  en  una  huerta 
dos  lagartijas 
cierto  curioso 
naturalista. 
Cójelas  ambas; 
i  a  toda  prisa, 
quiere  hacer  de  ellas 
anatomía. 
Ya  me  ha  pillado 
ia  mas  rolliza; 
miembro  por  miembro 
ya  me  la  trincha. 

Ciertamente  Iriarte  i  Ochoa  son  maestros  harto 
respetables  en  materia  de  lenguaje;  pero,  si  atende- 
mos por  lo  menos  al  uso  actual  de  Chile  despostar  i 
descuartizar,  no  pueden  en  el  día  ser  reemplazados 
por  trinchar,  que  se  emplea  como  equivalente  de  di- 
vidir en  porciones  pequeñas  la  carne  i  otras  viandas 
a  fin  de  servirlas  en  una  comida. 

El  modo  como  el  Diccionario  de  la  Academia 
define  la  primera  de  las  acepciones  que  da  a  trinchar 
confirma  este  uso. 

Hé  aquí  esa  definición: 

Trinchar  es  «partir  en  trozos  la  vianda  para  repar- 
tirla a  los  que  la  han  de  comer». 

Según  esto,  no  puede  decirse  trinchar  tina  vaca. 

Los  verbos  desmembrar  i  destazar  espresan  ideas 
análogas  a  la  denotada  por  descuartizar. 

Sin  embargo,  ninguno  de  los  tres  reemplaza  com- 
pletamente a  nuestro  desportar,  el  cual  designa  una 
anatomía  mui  minuciosa  i  perfecta  del  animal,  como 
la  que  se  practica  en  Chile. 

Despedazar  sujiere  la  idea  de  dividir  en  partes  sin 
orden,  ni  concierto. 

Destrozar  denota  igual  cosa,  pero  agregando  la  cir- 


—    220    — 

cunstancia  de  ser  ejecutada  con  violencia,  i  en  oca- 
siones con  ferocidad. 

En  Chile,  se  usa  frecuentemente  el  verbo  beneficiar 
en  el  sentido  de  matar  un  animal  para  despostarlo^  o 
sea  dividirlo  en  porciones  que  se  venden  o  aprove- 
'  chan 

El  reglamento  del  matadero  público  de,  Santiago, 
fecha  22  de  mayo  de  1885  contiene,  entre  otras,  la 
disposición  que  sigue: 

Articulo  12.  «El  administrador  de  los  mataderos  dis- 
tribuirá entre  los  abasteros  1  demás  personas  que 
quieran  beneficiar  ganados  los  departamentos  i  demás 
objetos  que  proporciona  el  establecimiento  de  la  mane- 
ra que  conviniese  a  la  clase  de  ganado  que  cada  uno 
internase». 

El  Diccionario  de  la  Academia  destina  el  siguien- 
te artículo  a  este  verbo: 

«Beneficiar.  Verbo  activo.  Hacer  bien.— Cultivar, 
mejorar  una  cosa  procurando  que  fructifique. — Traba- 
jar un  terreno  para  hacerlo  productivo. — Estraer  de 
una  mina  las  sustancias  útiles. — Someter  estas  mis- 
mas sustancias  al  tratamiento  metalúrjico  cuando  lo 
requieren. — Conseguir  un  empleo  por  servicio  pecu- 
niario.—  Administrar  las  rentas  que  procedían  del 
servicio  de  millones  por  cuenta  de  la  real  hacienda. 
— Hablando  de  efectos,  libranzas  i  otros  créditos, 
cederlos  o  venderlos  por  menos  de  lo  que  importan. — 
Anticuado.  Dar  o  conceder  un  beneficio  eclesiástico». 

Como  puede  observarse,  la  acepción  de  beneficiar 
de  que  trato,  no  se  menciona  en  el  artículo  prece- 
dente. 

Sin  embargo,  parece  que,  por  estensión  de  otras 
semejantes,  puede  aceptarse,  conforme  a  lo  que  se 
hace  mui  amenudo. 


-     221    — 


Desrielar,  desrielamiento 

Uno  de  los  diarios  de  Santiago  ha  publicado  con 
fecha  8  de  jumo  de  1886  el  siguiente  sueUo- 

«Desnelamiento.  El  tren  orriinarír.  a^ 
ileg.aTalca  alas  cinco^  d^Í  rdÍseT^a^,:: 
en  la  estación  de  Nuquén».  '^ 

El  Diccionario  de  la'  Academia  trae,  en  vez  de 
desnelar,  el  verbo  descarrilar,  «salir  fuera  del  carrillos 
los  trenes  de  los  ferrocarriles.;  i  en  vez  de  dlsHda 
amento,  los  sustantivos  descarriladura  1  descarrila.úen- 
to,  «acción  1  efecto  de  descarrilara. 

Desvinculaoión,  desvincular 

NA^»o/nn'  ^"""""^^  ^''""'  *="'"   LeJISLACIÓN  CHILE- 

IIZ  Tr-T'  '""""^.o,  pajina  51,  columna  2-, 
encabeza  la  le.  de  14  de  julio  de  1852  con  este  título^ 
Desvtncídación  de  bienes. 

El  mismo  autor,  en  la  pajina  52,  columna  2  •  en- 
cabeza la  le.  de  21  de  julio  de  1857,  con  este  titulo- 
Desv^nculac^on  de  bienes  no  compendidos  en  la  lei  de 
14  de  ■¡uho  de  1852; 

Mientras  tanto,  el  Boletín  de  las  leyes  i  decre- 
tos DEL  gobierno  DE  Chile,  titula  la  primera  de  esas 
leyes:  Esv^nc^dación  de  bienes;  (tomo  20,  pajina  125 
edjcion  oficial);  i  la  segunda,  Esvinculación  de  bienes 
ratees  (tomo  25,  pajina  189). 

La  lei  de  1852,  en  cuya  redacción  toca  la  parte 
principal  a  don  Andrés  Bello,  emplea  las  palabras 
esvtnculacion  1  esvmcular,  i  no  desvinculación  i  d-s- 
Vincular. 

^^  Léanse  algunas  de  las  disposiciones  contenidas  en 


222    — 


Articulo  I.®  «Los  bienes  raíces  vinculados  podrán 
hacerse  comerciables  i  enajenables,  previos  los  requi- 
sitos siguientes: 

I. o  Las  fincas  que  se  tratare  de  esvincular  se  tasa- 
rán por  tres  peritos  nombrados:  el  uno  por  el  actual 
poseedor,  el  otro  por  el  inmediato  sucesor,  i  el  terce- 
ro por  la  corte  de  apelaciones. 

2.0 

3.0  El  valor  de  tasación,  deducidos  los  costos  de 
ella  i  délas  demás  dilijencias  conducentes  a  la  esvin- 
culación,  se  impondrá  a  censo,  al  cuatro  por  ciento, 
sea  sobre  la  misma  finca,  o  sobre  otra  u  otras  que 
puedan  garantir  suficientemente  el  pago  del  respecti- 
vo canon. 

« » 

Articulo  4.0  «Esvinculada  una  finca,  el  actual  posee- 
dor tendrá  el  derecho  de  enajenarla  o  disponer  de  ella 
en  cualquier  tiempo,  de  la  misma  manera  que  le  sería 
lícito  hacerlo  si  jamás  hubiese  estado  vinculada». 

Artículo  5.0  «Si  el  poseedor  actual  falleciere  sin  ha- 
ber dispuesto  de  la  finca  o  fincas  esvinculadas ^  i  si  la 
vinculación  estaba  reducidas  a  ellas  solas,  los  herede- 
ros testamentarios  o  lejítimos,  incluso  su  sucesor  in-. 
mediato,  sucederán  en  ellas  i  en  los  demás  bienes  del 
difunto  con  arreglo  a  las  leyes  comunes». 

Articulo  6.0  «Si  el  poseedor  actual  falleciere  sin  ha- 
ber procedido  a  la  esvinculación  de  las  fincas  vincula- 
das, o  de  cualquiera  parte  de  ellas,  el  inmediato  suce- 
sor procederá  desde  luego  a  la  esvinculación  de  dichas 
fincas,  o  de  la  parte  no  esvinculada,  según  las  reglas 
del  artículo  i  P,  escepto  que  los  tres  peritos  tasadores 
serán  nombrados:  el  uno  por  el  sucesor,  el  otro  por  los 
demás  herederos,  i  el  tercero  por  la  corte  de  apela- 
ciones». 


—    223    — 

La  lei  de2i  de  julio  de  1857  emplea,  como  la  de 
14  de  julio  de  1852,  el  sustantivo  esvincul ación  i  el 
verbo  esvincular. 

No  tiene  nada  de  estraño  el  que  pudieran  usarse 
indiferentemente  desvinculación  i  esvinculación,  des- 
vincular i  esvincular. 

Hai  en  castellano  numerosas  palabras  que  toman 
estas  dos  formas  con  el  mismo  mismísimo  significado. 

Verbigracia:  desencarcelar  i  escar celar,  desheredar 
i  exheredar,  descomulgar  i  escomulgar,  despropiar  i 
espropiar. 

Pero  es  el  caso  que  el  Díccionario  de  la  Academia 
no  admite  ni  a  desvincular  ni  a  esvincular;  i  no  ad- 
mite tampoco  ni  a  desvinculación,  ni  a  esvinculación. 

Sin  embargo,  algunos  autores  de  nota  españoles- 
americanos,  i  españoles— europeos  han  empleado  es- 
tas palabras. 

Don  Andrés  Bello,  entre  otros,  dice  esvincular  i 
esvinculación . 

Don  Joaquín  Francisco  Pacheco  ha  escrito  un  li- 
bro titulado  Comentario  a  las  leyes  de  desvincu- 
LACiÓN,  que  no  he  tenido  ocasión  de  leer. 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  señala  al 
sustantivo  desamortización  i  al  verbo  desamortizar 
para  espresar  las  ideas  que  los  chilenos  denotamos 
con  desvinculación  o  esvinculación,  i  con  desvincular 
o  esvincular. 

Desamortización  significa,  según  el  Diccionario, 
«acción  i  efecto  de  desamortizar»;  i  este  verbo,  <dejar 
Ubres  los  bienes  amortizados». 

El  artículo  que  el  Diccionario  destina  a  amortizar 
menciona  las  dos  acepciones  que  siguen: 

i.^  «Pasar  los  bienes  a  manos  muertas  que  no  los 
puedan  enajenar  vinculándolos  en  alguna  famiha,  o 
en  algún  establecimiento». 


—    2  24    — 

2.^  «Redimir  o  estinguir  el  capital  de  un  censo, 
préstamo,  etc.». 

Escriche,  en  el  Diccionario  Razonado  de  lejisla- 
ciÓN  I  JURISPRUDENCIA,  hacc  las  siguientes  observa- 
ciones sobre  el  sustantivo  amortización. 

«Esta  palabra,  que.  según  algunos,  viene  de  la  voz 
francesa  amortir,  significa  la  estinción  de  alguna  cosa, 
o  el  acto  de  acabar  con  ella;  i  suele  usarse  para  deno- 
tar la  vinculación  de  bienes  en  alguna  familia  para 
que  los  goce  perpetuamente,  i  la  enajenación  o  trasla- 
ción de  propiedad  en  manos  muertas,  como  asimismo 
la  redención  de  censos  u  otras  cargas,  i  la  satisfacción 
o  reembolso  de  las  deudas  del  estado.  Efectivamente, 
la  vinculación  i  la  enajenación  en  manos  muertas  sa- 
can la  propiedad  territorial  del  comercio  i  circulación, 
la  encadenan  a  la  perpetua  posesión  de  ciertos  cuerpos 
i  familias,  escluyen  para  siempre  a  todos  los  demás 
individuos  del  derecho  de  aspirar  a  ella,  i  por  consi- 
guiente, puede  decirse  que,  en  cierto  sentido,  la  estin- 
guen, la  anonadan,  la  privan  de  aquella  especie  de 
vida  que  adquiere  cuando  pasa  libremente  de  mano 
en  mano  sin  ningún  j enero  de  trabas.  Además,  los 
bienes  que  pasan  a  cuerpos  eclesiásticos  mueren  tam- 
bién de  otro  modo  para  el  estado,  pues  quedan  exen- 
tos de  los  tributos  civiles;  todavía  puede  decirse  con 
mas  propiedad  que  se  estinguen  o  amortizan  los  cen- 
sos i  demás  cargas  que  se  redimen,  i  las  deudas  que  se 
pagan,  o  los  efectos  públicos  que  se  recojen  por  el  go- 
bierno, pues,  por  este  hecho,  pierden  realmente  su 
existencia. 

«La  amortización,  en  cuanto  significa  redención  o 
estinción  de  cargas  i  gravámenes,  es  un  bien;  pero,  en 
cuanto  significa  vinculación  de  bienes  en  una  familia 
o  en  algún  establecimiento,  es  un  mal,  i  un  mal  mui 
grave  para  el  estado». 


—    225    — 

La  esplicación  sobre  el  significado  de  amortización 
que  da  Escriche  sirve  igualmente  para  el  del  com- 
puesto desamortización. 

Destinatario 

Un  proyecto  de  lei  orgánica  de  telégrafos  formu- 
lado en  1877,  el  cual  corre  impreso,  contiene,  entre 
otras  indicaciones,  las  que  siguen: 

Artículo  47.  «La  administración  de  los  telégrafos  del 
estado  no  asume  responsabilidad  de  ninguna  clase  por 
alteración  en  los  telegramas,  demora  en  su  trasmisión 
i  en  su  entrega  a  domicilio,  o  por  cualquiera  otra 
causa. 

«Tomará,  no  obstante,  todas  aquellas  medidas  que 
garanticen  al  público  la  pronta  i  fiel  trasmisión  de  sus 
despachos  i  su  distribución;  i  deja  al  espedidor,  para 
asegurarse  de  que  su  despacho  ha  sido  entregado  al 
destinatario,  la  libertad  de  recomendarlo  o  hacerlo  con- 
frontar». 

Artículo  48.  «En  las  esquelas  timbradas,  en  los  so- 
bres i  en  las  esquelas  en  que  se  espiden  los  telegramas 
recibidos,  se  imprimirá  el  artículo  anterior.  El  conoci- 
miento, que  el  espedidor  i  el  destinatario  deben  nece- 
sariamente tener  de  dicha  disposición,  se  considerará 
como  un  contrato  aceptado  por  ellos». 

Artículo  64.  «El  espedidor  de  un  telegrama  tiene  de- 
recho a  que  se  le  devuelva  el  porte  pagado: 

«iP  Siempre  que  su  despacho  no  hubiere  llegado  a 
la  oficina  destinataria; 

«2.0  Cuando  el  telegrama  fuere  entregado  al  destina- 
tario después  del  tiempo  en  que  pudiera  llegarle  por 
correo; 

«3.°  Cuando,  en  la  trasmisión  o  recepción,  hubiere 

AMUMÁTEGUI. T.  ti  15 


—    226    — 

sido  desnaturalizado  de  modo  que  no  se  comprenda  su 
contenido. 

«La  devolución  de  que  habla  este  artículo  no  podrá 
reclamarse  sino  en  la  oficina  de  orijen,  i  después  que 
el  espedidor  haya  probado  su  identidad,  si  así  se  lo 
exijiere  el  empleado». 

Artículo  65.  «No  se  admitirá  reclamo  alguno  un  mes 
después  de  depositado  un  despacho  en  la  oficina  tele- 
gráfica. Este  plazo  será  de  seis  meses  para  los  despa- 
chos internacionales. 

«Para  que  un  reclamo  sea  admitido,  necesita  el  es- 
pedidor  o  destinatario  probar  que  la  no  entrega  o  de- 
mora de  su  despacho  ha  sido  causada  por  el  servicio 
telegráfico». 

Esta  palabra  destinatario  no  es  aprobada  por  la  Real 
Academia  Española;  pero  no  se  me  ocurre  por  cuál 
otra  reemplazarla,  i  es  enteramente  análoga  por  su 
formación  a  arrendatario ,  comodatario,  consignatario, 
donatario,  legatario,  mandatario,  mutuatario,  i  otras  se- 
mejantes que  están  admitidas. 

El  Nuevo  Diccionario  Francés-Español  i  Espa- 
ñol-Francés de  Salva  completado  por  don  J.  B.  Guim 
trae  la  palabra  destinatario,  (i) 

Desuetud 

Don  Andrés  Bello,  en  un  artículo  sobre  un  proyecto 
de  lei  referente  al  matrimonio  de  los  estranjeros  no 
católicos  que  dio  a  luz  en  El  Araucano  el  año  de 
1844,  se  espresa  como  sigue: 

«La  lei  proyectada,  al  paso  que  pone  en  ejercicio  una 
incuestionable  atribución  de  la  soberanía  que  estaba 


(i)  La  última  edición  del  Diccionario  Académico,  publicada  en  1899, 
ha  dado  cabida  al  vocablo  destinatario,  ria  i  lo  define  como  sigue:  «persona 
a  quien  va  dirijida  o  destinada  alguna  cosa>. 


—    227    — 

en  peligro  de  olvidarse,  o  de  caer  en  demetud,  ha  guar- 
dado todas  las  consideraciones  posibles  a  la  delicadeza 
de  las  conciencias,  i  a  la  buena  fe  de  los  que,  por  igno- 
rancia, hayan  faltado  antes  de  ahora  a  las  solemnida- 
des legales  en  uno  de  los  actos  mas  importantes  de  la 
vida»  (Obras  Completas,  tomo  lo,  pajina  491). 

El  mismo  Bello,  en  el  discurso  que  pronunció  ante 
la  Universidad  de  Chile  el  29  de  octubre  de  1848,  em- 
plea la  siguiente  frase: 

«Veo  que  la  práctica  antigua  de  composiciones  escri- 
tas ha  caído  en  desuetiid».  (Obras  Completas^  tomo  8, 
pajina  378). 

Salva,  en  el  Nuevo  Diccionario  de  la  lengua  cas- 
tellana, i  Barcia,  en  el  Primer  Diccionario  Jene- 

RAL  EtIMOLÓJICO  DE  LA  LENGUA  ESPAÑOLA,  dicen  quC 

desíietud,  es  anticuado,  i  equivalente  a  desuso, 

Domínguez  en  el  Diccionario  Nacional  de  la  len- 
gua ESPAÑOLA,  i  don  Nicolás  María  Serrano,  en  el 
Diccionario  Universal  de  la  lengua  castellana, 
dicen  también  que  desuetud  es  anticuado,  i  equivalente 
a  desacostumbre,  deshabitud. 

El  Diccionario  de  la  Real  Academia  no  trae  esta 
palabra. 

Desuetud  proviene  manifiestamente  de  desuetudo. 

El  Diccionario  Octolingüe  de  Calepino  completa- 
do por  el  famoso  jesuíta  español  Juan  Luis  de  la  Cer- 
da, edición  de  León,  o  sea  de  Lyon  (Lugduni),  1647, 
dice  que  desuetudo  equivale  en  castellano  a  desacostum- 
bre. 

El  Diccionario  Latino-Hispano  de  iVntonio  de 
Nebrija  o  Lebrija,  completado  por  don  Enrique  de  la 
Cruz  Herrera,  edición  de  Madrid,  1741,  dice  que  desue- 
tudo  equivale  en  castellano  a  desuso  o  desusanza. 

Me  parece  curioso  hacer  notar  que  el  Diccionario 


--    228    — 

DE  LA  Academia  admite  solo  a  desuso;  pero  no  a  desa- 
costumbre, deshabitud  i  desusanza,  que  se  dan  por  equi- 
valentes del  tampoco  aprobado  desuetud. 

Desvirtuación 

El  artículo  35  del  reglamento  del  estanco  de  tabacos 
decretado  por  el  presidente  de  Chile  con  fecha  11  de 
mayo  de  1841,  dice  así: 

Articulo  35.  «A  fin  de  examinarlo  masantes  posible, 
sin  gravamen  fiscal,  si  las  existencias  de  las  especies 
estancadas  corresponden  a  las  cantidades  compradas  i 
a  las  recibidas  de  los  empresarios  del  estanco,  el  factor 
jeneral  dispondrá  que,  desde  el  i  ^  de  enero  del  año 
entrante  de  1842,  no  se  saque  a  los  almacenes  particu- 
lares otras  especies  que  las  compradas  hasta  fin  de 
diciembre  del  corriente,  que  han  de  quedar  en  almace- 
nes separados,  a  no  ser  que,  a  juicio  del  factor,  lo  im- 
pida alguna  ocurrencia,  lográndose  así,  no  solo  el  ob- 
jeto indicado,  sino  también  el  que  las  especies  tomadas 
últimamente  sea  mas  retardado  su  consumo  para  evitai" 
los  perjuicios  que  se  irrogan  al  fisco  con  la  desvirtua- 
ción orijinada  por  el  mas  o  menos  tiempo  que  existen 
almacenadas». 

Las  graves  incorrecciones  de  lenguaje  que  se  notan 
en  este  artículo  no  son  ciertamente  un  buen  antece- 
dente para  que  se  admita  el  vocablo  neolójico  desvir- 
tuación, que  no  viene  en  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia. 

Sin  embargo,  el  Diccionario  trae  el  verbo  desvir- 
tuar ^  «quitar  la  virtud,  sustancia  o  vigor». 

No  hai  entonces  fundamento  para  desaprobar  el  uso 
del  sustantivo  afín  desvirtuación. 


229    — 


Diagnosticar 


Muchas  personas,  i  especialmente  los  médicos,  usan 
a  menudo  en  Chile  este  neolojismo,  que  aun  no  ha  sido 
autorizado  por  el  Diccionario  de  la  Real  x\cade- 

MIA. 

Mientras  tanto,  este  verbo  es  también  empleado  en 
España,  como  lo  demuestran  las  siguientes  frases  que 
se  hallan  en  una  obra  del  fecundo  i  eximio  noveüsta 
don  Benito  Pérez  Gal  dos,  titulada  Lo  Prohibido.  (To- 
mo I. o,  edición  de  Madrid,  1885). 

«Venía  padeciendo  el  infeliz  de  una  enfermedad  no 
bien  diagnosticada  por  los  médicos»,  (pajina  92). 

«Cuando  hablaba  de  asuntos  políticos;  cuando  diag- 
nosticaba las  lepras  de  nuestra  nación  i  los  remedios  (in- 
gleses se  entiende)  que  a  gritos  pide  nuestra  sociedad 
política;  hallábale  yo  tan  elocuente,  tan  razonable, 
tan  talentudo,  que  me  llenaba  de  tristeza»,  (pajinas 
931  94)- 

El  Diccionario  de  la  Academia  dice  que  diagnós- 
tico puede  ser  adjetivo  o  sustantivo. 

La  palabra  mencionada  ejerce  el  primero  de  estos 
oficios  cuando  significa  «perteneciente  o  relativo  a  la 
diagnosis»,  esto  es,  al  «conocimiento  de  los  signos  de 
las  enfermedades»;  i  al  segundo  cuando  significa  «con- 
junto de  signos  que  sirven  para  fijar  el  carácter  pecu- 
liar de  una  enfermedad». 

Dado  este  antecedente,  aparece  que  el  verbo  diag- 
nosticar es  necesario,  (i) 

(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  en  el  S«/)/«wí£«ío,  rejis- 
tra  \a.  voz  diagnosticar,  en  el  sentido  indicado  por  el  autor  de  e&t&?,  Apun- 
taciones. 


230 


Dialectal 


Don  Francisco  de  Paula  Canalejas,  en  el  discurso 
que  leyó  el  28  de  noviembre  de  1869  al  ocupar  uno 
de  los  asientos  de  la  Real  Academia  Española,  se  es- 
presó así: 

«La  diversidad  a  que  tiende  naturalmente  en  su  vida 
el  espíritu  del  hombre  por  la  mudanza  continua  que 
se  cumple  en  sus  estados  i  situaciones  intelectuales  i 
morales,  que  rapidísimamente  se  suceden,  es  lei  que 
se  cumple  así  mismo  en  el  pueblo,  en  la  nación  o  en  la 
raza  convirtiendo  los  dias  en  lustros,  en  décadas  o  en 
centurias.  En  cada  uno  de  estos  instantes  cambia  la  pa- 
labra, porque  varía  el  sentimiento,  porque  muda  la 
idea  de  aquel  pueblo  o  de  aquella  nacionalidad,  de  la 
misma  manera  que  cambia  la  palabra  del  individuo 
al  ascender  de  la  infancia  a  la  adolescencia,  de  la  ado- 
lescencia a  la  edad  viril,  i  se  altera  i  trasforma  en  los 
tristes  dias  de  la  senectud.  No  solo  en  la  sucesión  del 
tiempo,  sino  en  la  estensión  del  espacio  en  que  vive  el 
hombre,  se  produce  esta  variedad.  No  es  mas  variada 
la  forma  de  las  figuras  jeométricas  en  que  cristaliza  el 
mineral  sujeto  a  las  leyes  jenerales  de  cristalización, 
que  la  pasmosa  variedad  con  que  una  misma  lengua 
se  habla  en  un  territorio  perteneciente  a  una  nación 
determinada.  Basta  recorrer  cierta  distancia  para  es- 
cuchar una  fonolojía  distinta,  para  advertir  leyes  ana- 
lójicas  diferentes,  una  diversa  sintaxis  i  una  opuesta 
lei  de  acentuación  i  de  ritmo  prosódico,  en  las  provin- 
cias de  Castilla  respecto  al  castellano,  en  las  provin- 
cias del  antiguo  principiado  de  Cataluña  respecto  al 
catalán,  en  las  provincias  vascas  respecto  al  éuscaro,  i 
de  igual  modo  en  todas  las  naciones,  i  de  igual  manera 


—    231    — 

en  todas  las  lenguas.  ¡Variedad  casi  infinita,  constan- 
te, que  declárala  inestinguible  fecundidad  del  espíritu 
del  hombre!  I  si  las  lenguas  no  se  conservaran  i  se 
mantuvieran  por  medio  de  la  escritura,  si  no  se  in- 
mortalizaran gracias  a  la  educación  artística,  aquella 
vida  dialectal  trascurriría  con  tal  rapidez,  que,  sin  per- 
der los  caracteres  gramaticales  i  léxicos,  bastarían 
pocos  lustros  para  que  se  alterara  profundamente  su 
gramática,  i  se  renovase  el  diccionario».  (Memorias 
DE  LA  Academia  Española,  tomo  2,  pajinas  25, 
26  i  27). 

El  hecho  a  que  Canalejas  alude,  es  incontestable. 

A  consecuencia  de  ello,  la  unidad  de  un  idioma  em- 
pleado por  numerosas  naciones  esparcidas  en  todas  las 
partes  de  la  superficie  del  orbe,  puede  conservarse,  no 
de  ninguna  manera  por  la  quimérica  empresa  de  ha- 
cer obligatorio  el  uso  de  una  de  las  porciones  de  una 
raza,  por  ilustrada  i  respetable  que  esa  porción  sea, 
como  lo  han  entendido  don  Antonio  Puigblanch  i 
otros,  sino  tomando  en  consideración  las  variaciones 
introducidas  en  la  lengua  común  por  las  diversas  por- 
ciones de  una  misma  raza,  i  mui  principalmente  pro- 
curando que  se  adopte  en  esta  materia  un  plan  racio- 
nal i  lójico,  como  lo  entienden  los  actuales  individuos 
de  la  Real  Academia  Española. 

Contribuye  también,  sin  duda  alguna,  a  la  consecu- 
ción de  tan  importante  resultado  la  existencia  de  una 
literatura  nacional  que  satisfaga  las  mas  premiosas  ne- 
cesidades intelectuales  de  un  conjunto  de  pueblos. 

Procurar  la  unidad  de  idiomas  por  otros  medios,  es 
trabajar  por  algo  imposible  de  alcanzar. 

Canalejas  en  el  trozo  antes  copiado,  usa  el  adjetivo 
dialectal  que  no  se  encuentra  en  el  Diccionario  de  la 
Academia. 


_    232    — 

Sin  embargo,  no  hai  razón  fundada  para  censurarle 
el  empleo  de  un  vocablo  sin  cuyo  ausilio  no  habría  po- 
dido espresar  su  pensamiento  i  cuyo  significado,  a 
causa  del  modo  como  dialectal  está  formado,  no  puede 
ofrecer  la  menor  dificultad. 

Es  indispensable  conceder  a  los  individuos  doctos, 
i,  sobre  todo,  a  los  pueblos,  la  mas  completa  libertad 
de  mejorar  i  enriquecer  el  idioma  común. 

Don  Francisco  de  Paula  Canalejas  ha  desenvuelto 
perfectamente  esta  idea  en  el  discurso  citado. 

Voi  a  copiar  un  trozo  en  que  resume  su  doctrina 
acerca  de  la  materia,  tanto  por  esto,  como  porque 
vuelve  a  usar  dos  veces  el  adjetivo  dialectal. 

«Creo  con  Max  MüUer  (dice)  que  la  renovación  dia- 
lectal es  uno  de  los  medios  mas  eficaces  para  la  conser- 
vación i  desarrollo  de  los  idiomas.  Creo  que  la  influen- 
cia que  los  dialectos  ejercen  en  la  lengua  nacional  en 
los  diversos  períodos  de  su  historia,  contribuye  enér- 
jicamente  a  mantener  la  vida  i  la  frescura,  i  a  dotar  de 
flexibilidad  i  de  precisión  a  los  idiomas.  En  la  historia 
del  castellano,  no  sería  difícil  determinar  las  épocas  de 
influencia  andaluza  o  gallega,  asturiana  o  aragonesa, 
no  solo  en  las  cualidades  poéticas,  sino  en  las  condi- 
ciones sintáxicas  i  lexiolójicas  que  han  permitido  ad- 
quieran carta  de  naturaleza,  formas  provinciales  i  mo- 
dismos locales. 

«Esta  renovación  que  se  cumple  a  la  vez  por  los 
eruditos  i  por  el  pueblo  i  que  se  señala  cada  dia  de 
una  manera  mas  enérjica  en  las  lenguas  contem- 
poráneas, fué  resistida  por  las  lenguas  clásicas,  fué 
desdeñada  i  perseguida  por  los  puristas  que,  después 
de  los  Sénecas  i  Lucanos,  consideraban  necesario  un 
renacimiento  neo-clásico  para  borrar  en  su  lengua  las 
huellas  del  hispanismo  que,  en  el  latín,  habían  estam- 


—  233  — 

pado  los  oradores  i  poetas  peninsulares.  Este  empeño, 
hijo  del  carácter  patricio  de  la  lengua  i  de  la  literatu- 
ra, fué  robando  al  griego  i  al  latín  lozanía,  vigor,  ju- 
ventud; i  tras  del  siglo  de  oro,  cayeron  las  lenguas  de 
Demóstenes  i  Tucídides,  Cicerón  i  Salustio  en  manos 
de  retóricos  i  gramáticos,  que  las  redujeron  a  fórmulas 
consagradas,  limitándose  el  empeño  de  los  doctos  a 
decir  en  frase  ciceroniana  o  cesarista  lo  que  estimaban 
como  inspiración  propia. 

«El  divorcio  entre  la  vida  i  la  lengua  se  consuma  en 
los  siglos  de  la  decadencia;  i  como  vivir  es  pensar,  ya 
que  el  latín  no  quiso  servir  para  la  vida,  murió;  pero 
el  pensamiento  humano  enjendró  otra  lengua  que 
lentamente  crece  i  se  desarrolla,  i  por  último,  se  des- 
prende de  la  latina,  pasando  por  el  latín  eclesiástico,  des- 
pués por  el  bárbaro,  hasta  llegar  a  las  lenguas  romá- 
nicas. 

«No  será  esta  la  causa  de  la  muerte  de  las  lengua?, 
(si  es  que  mueren)  escritas  por  Lope  de  Vega,  Sha- 
kespeare o  Moliere.  La  renovación  dialectal  se  cumple 
continua  e  incesantemente.  Su  fonética,  su  lexiolojía, 
su  sintaxis,  su  prosodia,  se  rejuvenecen  por  un  comercio 
costante  con  los  dialectos  que  mantienen  la  variedad 
lingüística  dentro  de  la  unidad  nacional,  i,  por  lo  tan- 
to, con  las  espontáneas  creaciones  de  la  vida  que  es- 
presan esos  dialectos  propios,  no  solo  de  una  comarca, 
sino  también  deunajeneración,  porque,  en  efecto,  cada 
jeneración  recibe  de  sus  ideas,  de  sus  dolores  o  de  sus 
esperanzas  formas  peculiares,  sello  especial,  que  que- 
dan en  la  lengua  patria,  i  que  se  perpetúan  cuando  res- 
ponden i  concuerdan  con  el  tipo  jenial  i  con  la  fisono- 
mía de  la  gramática  de  la  nación. 

«No  se  consigue  esta  duración  de  las  lenguas  mo 
dernas,  esta  cultura  literaria   del  castellano,  del  ale- 
mán o  del  francés,  que  cuentan  nueve  o  mas  siglos  de 


—  234  — 

existencia,  i  prometen  otros  muchos  (lo  que  no  alcan- 
zaron griegos  i  latinos),  sino  siguiendo  la  lei  de  vida 
propia  de  las  lenguas.  No  se  consigue  la  excelencia  de 
que  cuatrocientos  años  después  de  Jorje  Manrique,  Gar- 
cilaso  o  frai  Luis  de  León,  podamos  citar  con  encomio 
buenos  poetas  castellanos,  como  Quintana,  Gallego, 
el  duque  de  Rivas,  Martínez  de  la  Rosa  o  Espronceda, 
sino  fecundando  la  tradición,  i  no  apegándose  a  la 
fórmula  consagrada  del  siglo  de  Feríeles  o  del  siglo  de 
Augusto,  que  no  tuvieron  por  esta  causa  sucesores  ni  en 
la  misma  lengua  griega  o  latina,  i  cuyos  maestros  que- 
dan recordados  enumerando  tres  trájicos,  un  cómico, 
dos  oradores  i  tres  líricos  en  Grecia,  o  seis  poetas  i  tres 
historiadores  en  Roma. 

«La  inspiración  greco-latina  permitía  que  se  preten- 
diera espresarla  totalmente  en  una  lengua  dada  i  en 
una  fecha  solemne;  permitía  un  siglo  de  oro.  La  uni- 
versal i  profunda  inspiración  de  la  edad  moderna  no 
puede  espresarse  sino  en  una  dilatada  i  no  interrum- 
pida serie  de  siglos  de  oro.  No  basta  una  sola  lengua, 
ni  aun  el  cultivo  de  una  misma  lengua  renovada  pri- 
niaveralmente  en  cada  una  de  las  jeneraciones  que  se 
suceden  en  la  serie  de  los  tiempos,  sino  que  necesita 
la  historia  de  muchas  lenguas  por  espacio  de  muchos 
siglos  para  dar  forma  a  sus  intuiciones  i  a  sus  pensa- 
mientos. 

«Las  lenguas  griega  ilatina  no  vivieron  desde  que  en- 
contraron a  Sófocles  i  Eurípides,  a  Tucídides  o  Platón, 
a  Horacio,  Cicerón  i  Tito  Livio;  las  lenguas  modernas 
no  han  interrumpido  su  vida  desde  el  siglo  X;  i  esta 
diferencia  entre  un  diccionario  vivo  i  una  gramática 
muerta  debe  tenerse  en  la  memoria  para  estimar  sus 
respectivas  excelencias». 

(Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  2.°, 
pajinas  5i  i  siguientes). 


—  235  — 


Discursear 


En  Chile  se  emplea  mucho  este  verbo,  que  no  está 
autorizado  por  la  Academia. 

El  Diccionario  trae  solo  el  verbo  discursar,  «discu- 
rrir sobre  una  materia». 

Sin  embargo,  los  dos  verbos  mencionados  están  le- 
jos de  tener  un  mismo  significado. 

Discursear,  como  mucho  de  los  verbos  en  ear,  es  un 
verbo  frecuentativo  que  denota  hacer  discursos  sobre 
temas  que  no  lo  merecen,  hacer  muchos  discursos,  dar 
sin  necesidad  a  toda  razonamiento  la  forma  de  dis- 
curso. 

Disecación,  disecar 

Don  Zorobabel  Rodríguez,  en  el  Diccionario  de 
CHILENISMOS,  ha  llamado  la  atención  sobre  la  diferen- 
cia de  significados  entre  los  verbos  disecar  i  desecar, 
los  cuales,  sin  embargo,  en  la  forma,  solo  tienen  la  mui 
pequeña  de  llevar  el  primero  una  e  donde  el  segundo 
lleva  una  ¿. 

Efectivamente,  desecar,  según  el  Diccionario  de 
LA  A.CADEMIA,  equivale  a  «secar,  estraer  la  humedadv; 
i  disecar,  a  «dividir  en  partes  el  cadáver  de  un  animal 
para  el  examen  de  su  estructura,  o-  de  un  vicio  que 
haya  contraído  viviendo»,  i  en  otros  casos,  a  «prepa- 
rar los  animales  m-uertos  para  conservarlos  con  apa- 
riencia de  vivos». 

Mientras  tanto,  he  podido  tener  casualmente  a  la 
vista  una  sentencia  pronunciada  por  un  juez  compro- 
misario el  10  de  setiembre  de  1880,  en  la  cual  se  men- 
ciona, entre  los  cargos  de  un  arrendador  a  un   arren- 


—  236  -— 

datarlo,  el  de  «que  éste  no  mantuvo  las  sangrías 
subsistentes  al  tiempo  del  arriendo,  ni  trabajó  las 
demás  que  eran  necesarias  para  obtener  la  completa 
disecación  de  la  propiedad  arrendada»;  i  se  falla,  entre 
otros  fundamentos,  por  el  de  «que  la  cláusula  5/  del 
contrato  es  clara,  concisa  i  terminante,  e  impone  al 
arrendatario  la  obligación  de  construir  los  fosos  prin- 
cipiados, i  la  de  hacer  otros  hasta  disecar  completa- 
mente el  fundo». 

Es  también  mui  frecuente  decir  que  una  flor  o  una 
yerba  ha  sido  disecada. 

En  los  casos  aludidos,  debe  emplearse  el  verbo  de- 
secar en  vez  de  disecar  i  desecación  en  vez  de  diseca- 
ción. 

Por  esto,  don  Andrés  Bello,  en  el  Código  Civil  Chi- 
leno, se  ha  espresado  como  sigue: 

Artículo  870.  «Las  reglas  establecidas  para  la  servi- 
dumbre de  acueducto  se  estienden  a  los  que  se  cons- 
truyan para  dar  salida  i  dirección  a  las  aguas  sobran- 
tes, i  para  desecar  pantanos  i  filtraciones  naturales  por 
medio  de  zanjas  i  canales  de  desagües». 

Por  esto,  don  Claudio  Gay,  en  la  Historia  Física  i 
Política  de  Chile,  Agricultura,  tomo  1.°,  sumario  del 
capítulo  18,  pajina  296,  dice  «henaje  o  desecación  del 
heno  que  se  ha  empezado  a  practicar  desde  hace  poco 
tiempo  para  la  esportación». 

Por  esto,  en  fin,  don  Pablo  de  J erica,  en  la  Misce- 
lánea Instructiva  i  Entretenida,  tomo  I,  pajina 
96,  se  espresa  como  sigue: 

«Cada  año  se  ven  nacer  botones  de  rosa,  abrirse, 
desplegar  todo  su  brillo;  i  después,  con  el  tiempo,  las 
rosas  se  cambian  en  tristes  flores  desecadas,  es  decir, 
las  hndas  muchachas  vienen  a  parar  en  meras  espec- 
tadoras de  las  salas  de  baile». 


~  237  — 
Por  esto,  don  Víctor  Balaguer,  en  Las  noches   de 

DIFUNTOS  EN  LAS  RUINAS  DE  POBLET,  artículo    inserto 

en  La  Ilustración  Artística,  número  160,  pajina  18, 
columna  2.^,  dice  así: 

«Nos  sentamos  a  departir  unos  momentos  en  el 
claustro,  junto  al  saltante  surtidor  que  se  alzaba  un 
dia  en  el  centro  vertiendo  el  agua  por  treinta  fuentes, 
hoi  desecadas  i  mudas». 

En  ninguno  de  los  cuatro  ejemplos  que  acabo  de  ci- 
tar, podría  haberse  dicho  disecación,  o  disecar. 

Don  Ramón  de  Mesonero  Romanos,  el  Curioso  Par- 
lante, en  el  artículo  de  las  Escenas  Matritenses  ti- 
tulado El  Barbero  de  Madrid,  emplea  esta  frase: 

«Mi  primo.,  .era  tan  afecto  a  la  anatomía,  que  se 
empeñó  en  disecar  a  su  mujer». 

Disecar  no  habría  podido  en  este  caso  ser  reempla- 
zado por  desecar. 

Pérez  Galdós,  en  Lo  Prohibido,  tomo  i.^,  pajina 
203,  edición  de  Madrid,  1885,  escribe  lo  que  sigue: 

«Últimamente  se  retrató  con  un  león  a  los  pies.  No 
hai  que  decir  que  el  león  era  disecado». 

Disecado  no  habría  podido  en  este  caso  ser  reempla- 
zado por  desecado, 

Disfígurar 

Algunos  dicen  dis figurar  por  desfigurar. 

Este  es,  entre  muchos  otros  análogos,  un  ejemplo  de 
la  propensión  de  los  pueblos  españoles  a  cambiar  la 
e  en  i,  o  la  i  en  e. 

Acaba  de  verse  que  es  frecuente  emplear  desecar  por 
disecar,  o  disecar  por  desecar. 

Igual  cosa  se  observa  en  gran  número  de  palabras. 

Tan  común,  verbigracia,  es  pronunciar  i  escribir  los 


I 


—  238  — 

verbos  en  eay  cual  si  terminaran  en  iar,  diciendo,  por 
ejemplo,  estropiar  en  vez  de  estropear,  como  pronun- 
ciar i  escribir  los  verbos  en  iar  cual  si  terminaran  en 
ear,  diciendo,  por  ejemplo,  vacear  en  vez  de  vaciar. 

Si  hai  quienes  sustituyen  malamente  la  e  por  la  i, 
diciendo,  verbigracia,  disvariar  por  desvariar,  pior  por 
peor,  Cesário  por  Cesáreo,  hai  otros  que  sustituyen  tam- 
bién malamente  la  i  por  la  e,  diciendo,  verbigracia, 
arcedeano  por  arcediano,  Heleodoro  o  Eleodoro  por  He- 
liodoro  o  Eliodoro,  diabetis  por  diabetes. 

El  novelista  contemporáneo  don  José  María  de  Pe- 
reda usa  enfatuado  por  infatuado  en  la  siguiente  frase 
de  la  obra  titulada  Pedro  Sánchez,  párrafo  i.°,  o  sea 
pajina  9,  edición  de  Madrid,  1884: 

«Como,  demás  de  esto  era  yo,  por  naturaleza  blanco 
de  color,  pálido  de  facciones  i  bien  contorneado  de 
miembros  (lo  cual  era  el  orgullo  de  mi  padre,  pues  me 
creía  cortado  por  la  mano  de  Dios  para  ser  un  caballe- 
ro), creyéronme  a  lo  mejor  enfatuado  por  tales  prendas 
mis  rústicos  camaradas». 

Don  Pedro  Felipe  Monlau  leyó  ante  la  Academia 
Española  el  27  de  setiembre  de  1863  para  solemnizar 
el  aniversario  de  la  fundación  de  este  docto  cuerpo  un 
discurso  que  corre  impreso  en  las  Memorias,  tomo  xP, 
pajina  422  i  siguientes,  en  el  cual  se  encuentra  el  trozo 
copiado  a  continuación: 

«En  el  castellano,  como  en  todos  los  demás  idiomas 
neo-latinos  o  modernos,  hai  que  distinguir  dos  épocas 
de  formación:  una,  la  primera,  popular,  tosca,  al  pare- 
cer tumultuaria  i  anárquica,  pero  lójica  i  profundamen- 
te orgánica,  destructora  de  la  declinación  latina;  poco 
o  nada  escrupulosa  en  quitar  o  añadir,  permutar  o 
trasponer  letras,  alteraciones  materiales  que  hoi  nos 
sirven  de   infalible  criterio  para  determinar  la  edad 


"-  239   - 

respectiva  de  los  vocablos.  La  segunda  época  empieza 
siglos  después,  i  termina  en  el  siglo  XV,  cuando  prin- 
cipiaron a  cumplirse  los  gloriosos  destinos  de  la  lengua 
castellana,  elevándose  de  humilde  dialecto  a  la  alta  ca- 
tegoría de  idioma  nacional  de  la  poderosa  monarquía 
que  unificó  nuestros  antiguos  reinos,  e  idioma  en  el  cual 
estaba  sin  duda  estatuido  que  habían  de  proclamarse 
en  un  mundo  hasta  entonces  ignorado  las  doctrinas  del 
evanjelio  i  las  primicias  de  ]a  civilización  moderna. 
Pues  bien,  en  esta  segunda  formación,  o  en  esta  refor- 
mación, menos  popular,  menos  empírica,  mas  reflexiva 
i  mas  erudita,  aunque  mas  apartada  de  los  oríjenes  i 
sin  comunicación  fonética  con  los  romanos,  todo  se 
hizo  también  sobre  el  molde  del  latín.  Centenares  de 
locuciones  puramente  latinas  se  incorporaron  desde 
luego  íntegras  en  el  castellano,  i  aun  hoi  dia  quedan  no 
pocas  de  ellas  en  el  foro,  en  medicina,  en  las  escuelas, 
en  el  lenguaje  técnico  en  jeneral,  en  el  erudito,  i  hasta 
en  el  vulgar.  La  reforma  de  los  vocablos  se  acomodó 
también  en  todo  lo  posible  a  la  forma  latina  correcta; 
i  el  caudal  nuevo  que  se  iba  necesitando  se  sacó  de  las 
mismas  voces  latinas  letra  por  letra  trascritas,  sin  mas 
novedad  que  la  eufonización  analójica  de  las  desinen- 
cias e  inflexiones»,  (pajinas  430  i  431). 

Entre  los  ejemplos  de  palabras  pertenecientes  a  ca- 
da una  de  estas  dos  épocas,  Monlau  cita  el  que  sigue. 

«La  primera  formación  dijo  Ehro,  enseña,  entero, 
lengua,  letra,  etc.,  conmutando  en  e  la  i  de  ibero,  in- 
signia, integro,  lingua,  littera,  mientras  que  en  ibero, 
insignia,  integridad,  lingual,  literal  i  otras  voces  del 
lenguaje  culto  no  se  toca  a  la  i»,  (pajina  536). 

Lo  espuesto  por  Monlau  confirma  lo  que  yo  hacía 
observar  poco  antes  acerca  de  la  facilidad  con  que  los 
españoles  solemos  mudar  una  een  i  o  una  i  en  e. 


—   240    — 

Efectivamente  hai  muchas  palabras,  a  la  fecha  an- 
ticuadas, en  las  cuales  hemos  puesto  en  vez  de  una  i 
una  e. 

Ejemplos:  iglesia  en  vez  de  eglessia,  injenio  en  vez 
de  enjeño^  intención  en  vez  de  entención,  historia  en  vez 
de  esforia,  mismo  en  vez  de  mesmo,  recibir  en  vez  de 
recebir,  escribir  en  vez  de  escrebir,  etc.,  etc. 

Es  demasiado  sabido  que  se  empezó  por  cambiar  la 
conjunción  latina  et  en  ^,  i  posteriormente  en  i. 

De  igual  modo  hai  muchas  palabras,  a  la  fecha  tam- 
bién anticuadas,  en  las  cuales  hemos  puesto  en  vez  de 
una  e  una  i. 

Ejemplos:  henchir  en  vez  de  hinchir;  enviar  en  vez 
de  inviar;  mejor  en  vez  de  mijor;  menguar  en  vez  de 
minguar;  mentiroso  en  vez  de  mintroso;  sabedor  en  vez 
de  sabidor. 

En  la  lengua  actual,  hai  muchas  palabras  que  aun- 
que difieren  en  la  forma  solo  por  llevar  las  unas  e  i  las 
otras  i,  se  emplean  con  el  mismo  significado. 

Ejemplos:  desconforme  i  disconforme,  desconformidad 
i  disconformidad,  descontinuar  i  discontinuar^  descon- 
tinuo i  discontinuo,  desconveniencia  i  disconveniencia} 
desconvenir  i  disconvenir,  desmembración  i  dismembra- 
ción,  desplacer  i  displacer,  despertar  i  dispertar. 

Hai  otras  en  las  cuales  la  circunstancia  de  reempla- 
zar una  e  por  i,  o  sea  una  i  por  e,  produce  una  varia- 
ción de  significado. 

Crear  i  criar,  creador  i  criador  son  equivalentes  en 
cierta  acepción,  pero  diferentes  en  otras. 

Arrear  i  arriar  significaron  en  lo  antiguo  «poner 
arreos,  adornar,  hermosear,  engalanar». 

El  Diccionario  de  la  Academia  lo  declara  respec- 
to a  arrear. 

Efectivamente,  arrear  se  halla  usado  con  esta  acep- 


-•    241     — 

ción  en  el  Poema  del  Cid,  como  puede  verse  en  los 
versos  2518  i  2519,  canto  3.0,  edición  de  Bello,  donde 
se  lee  que  los  yernos  del  Cid 

Fueron  en  Valencia  mui  bien  arreados; 
conduchos  a  sazones,  buenas  pieles  e  buenos  mantos. 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  ha  tomado  en 
consideración  el  significado  anticuado  de  arriar  a  que 
he  aludido,  i  que  puede  comprobarse  con  lo  que  se  lee 
en  los  versos  1810  i  1811,  canto  2,  Poema  del  Cid, 
edición  de  Bello. 

Non  pudieron  ellos  saber  la  cuenta  de  los  caballos, 
que  andan  arriados,  e  non  ha  que  tomallos. 

Pero,  en  el  tiempo  moderno,  estos  dos  verbos  se  em- 
plean solo  en  acepciones  distintas. 

Arrear  significa  «estimular  a  las  betias  con  la  voz, 
con  la  espuela,  con  golpes,  o  con  chasquidos,  para  que 
echen  a  andar,  o  para  que  sigan  caminando,  o  para 
que  caminen  mas  de  prisa». 

Arriar  significa  «bajar  las  velas  o  las  banderas». 

Descordar  i  discordar  significaron  antiguamente  «ser 
opuestas,  contrarias  o  diferentes  dos  cosas  o  dos  opi- 
niones». 

En  el  dia,  descordar  se  usa  solo  como  equivalente  de 
desencordar ,  esto  es,  en  la  acepción  de  «quitar  las 
cuerdas  a  un  instrumento». 

Podría  acumular  muchos  mas  datos  sobre  esta  ma- 
teria; pero  me  parece  que  los  mencionados  bastan  para 
manifestar  cuan  atentos  debemos  ser  al  emplear  las 
palabras  en  que  puede  haber  duda  sobre  si  se  pronun- 
cian con  e  o  con  i. 

La  versatilidad  del  idioma  respecto  a  este  punto  nos 
obliga  a  ello. 

AMUNÁTEGUI. T.  II,  ^° 


242    — ' 


Disparatear 

Este  verbo,  bastante  usado  en  Chile,  no  ha  sido  ad- 
mitido hasta  ahora  en  el  Diccionario  de  la  Real 
Academia,  que  solo  autoriza  el  verbo  disparatar,  «de- 
cir o  hacer  una  cosa  fuera  de  razón  o  regla». 

Lo  que  toca  discutir  ahora  es  si  se  reprueba  o  no  el 
vocablo  disparatear. 

Principio  por  convenir  en  que  gran  número  de  sus- 
tantivos terminados  en  e,  como  disparate^  tienen  por 
afines  solo  verbos  terminados  en  ar,  i  no  en  ear. 

Entre  otros,  sirvan  de  ejemplo  los  que  siguen: 


Amarre 

Atalaye 

Descote 

Deslustre 

Desquite 

Disfrute 

Escote 

Lustre 

Recorte 

Trasporte 

Trote 


—  Amarrar 

—  Atalayar 

—  D  escotar 

—  Deslustrar 

—  Desquitar 
-;—  Disfrutar 

—  Escotar 

—  Lustrar 

—  Recortar 
Trasportar 

—  Trotar 


Pero  también  es  cierto  que  otros  sustantivos  termi- 
nados en  e  tienen  por  afines  verbos  en  ear,  i  no  en  ar. 
Entre  otros,  sirvan  de  ejemplo  los  que  siguen: 


Alarde 

Chicote 

Golpe 

Juguete 

Traje 


Alardear 

Chicotear 

Golpear 

Juguetear 

Trajear 


—  243  — 

Nos  faltan  algunos  que  tienen  por  afines  verbos  de 
las  dos  formas. 

Galope  Galopar  i  Galopear 

Herbaje        Herbajar  i  Herbajear 

Dados  estos  antecedentes,  se  ve  que  no  hai  mucho 
fundamento  para  censurar  a  los  que  usan  el  verbo  dis- 
paratear, cuya  formación  se  ajusta  perfectamente  a  las 
leyes  del  castellano. 

Adviértase  que,  bien  considerado,  existe  diferencia 
entre  los  significados  de  disparatar  «decir  o  hacer  un 
disparate»  i  disparatear  «decir  o  hacer  numerosos  dis- 
parates». 

Si  existe  baladronear ^  no  se  descubre  por  qué  habiía 
de  rechazarse  el  uso  de  disparatear. 

Haré  notar,  en  conclusión,  que  el  Diccionario  de 
LA  Academia  dado  a  luz  en  1884,  admite  varios  ver- 
bos en  ear  a  que  el  de  1869  no  había  dado  cabida. 

Puedo  citar,  entre  otros,  chapurrear ,  i  escamotear ,  que 
ha  reconocido  a  pesar  de  que  existen  los  verbos  equi- 
valentes chapurrar  i  escamotar. 

Sin  embargo,  debo  espresar  que  hasta  la  fecha  no  he 
leído  el  verbo  disparatear  en  autores  de  nota,  los  cua- 
les emplean  disparatar. 

Don  Juan  Nicasio  Gallego,  en  su  excelente  traduc- 
ción de  Los  Novios  de  Manzoni,  capítulo  27,  o  sea  pa- 
jina 364,  edición  de  Madrid,  1882,  trae  la  siguiente 
frase: 

«El  que  pudo  escribir  el  tratado  De  restitutione 

TEMPORUM  ET  MOTUUM  CLEffiSTIUM,  i   el  librO    DUODE- 

CIM  CONJECTURARUM  merecía  ser  oído  aun  cuando  dis- 
paratase». 

Bretón  de  los  Herreros,  en  El  poeta  i  la  benefi- 
ciada, acto  2.0,  escena  5.^  se  espresa  así: 


—  244  -• 

Isabel 
¿Qué  está  usted  disparataudo? 

Actriz 
La  que  disparata  es  ella. 

Dispendiar 

Un  decreto  espedido  por  el  presidente  de  Chile  e;i 
21  de  junio  de  1825  empieza  así: 

«Siendo  tan  perjudicial  a  la  buena  administración 
de  la  hacienda  pública,  como  a  sus  mismos  acreedores, 
dispendiar  inútilmente  el  tiempo  en  contestar  a  requi- 
siciones de  pago  cuando  las  arcas  no  tienen  de  qué  ha- 
cerlo, he  venido  en  decretar,  etc.» 

El  Diccionario  de  la  Academia  no  autoriza  este 
neolojismo,  aunque  sí  el  sustantivo  dispendio^  una  de 
cuyas  dos  acepciones  es  la  de  <^uso  o  empleo  excesivo 
de  tiempo,  hacienda,  honra,  etc.» 

Dispensaría 

El  presidente  de  Chile  dio  el  11  de  diciembre  de 
1852  el  decreto  que  se  inserta  a  continuación: 

«No  existiendo  hospital  en  la  ciudad  de  Cauquenes, 
i  pudiéndose  suplir  por  ahora  su  falta  para  la  asisten- 
cia de  los  enfermos  pobres  con  el  establecimiento  de 
una  dispensaría, 

«He  acordado  i  decreto: 

«I. o  Establécese  una  dispensaría  en  la  ciudad  de 
Cauquenes. 

«2.0  Nómbrase  médico  de  esta  dispensaría  al  médico 
recibido  don  Jermán  Hautelman. 


«3-0  El  espresado  médico  prestará  su  asistencia  en 
la  dispensar  la  en  los  dias  i  horas  que  el  intendente  de 
la  provincia  designare;  i  será  además  de  su  cargo  con- 
servar i  propagar  el  fluido  de  la  vacuna,  debiendo 
quedar  sujetos  a  su  dirección  los  vacunadores  que 
allí  hubiere,  i  prestar  sus  servicios,  en  lo  que  se  refiere 
a  la  salubridad  pública  i  demás  objetos  de  policía  mé- 
dica en  toda  la  provincia  del  Maule. 

«4.^  Se  asigna  al  nombrado  el  sueldo  de  setecientos 
pesos  anuales,  que  se  imputará  al  ítem  de  la  partida 
de  gastos  de  beneficencia  destinada  a  la  creación  i  au- 
silio  de  dispensarías». 

Sucesivamente  se  han  ido  fundando  otras  institu- 
ciones análogas. 

La  partida  32  del  presupuesto  del  ministerio  del  in- 
terior para  el  año  de  1886  lleva  este  epígrafe:  «Asigna- 
ciones a  hospitales,  dispensarías  i  otros  establecimien- 
tos de  beneficencia,  i  sueldos  de  los  médicos  que  los 
sirven». 

La  institución  mencionada  ha  sido  imitada  de  lo 
que  se  practica  en  Francia,  donde  existe  por  lo  menos 
desde  1780. 

Su  denominación  ha  sido  tomada  del  francés. 

Dispensaire,  dice  Salva,  es  <<el  lugar  en  donde  se 
preparan  los  remedios,  i  se  distribuyen  gratuitamente». 

Para  que  esta  definición  sea  completa,  es  preciso 
agregar  que,  en  las  dispensarías,  se  proporciona  tam- 
bién gratuitamente  el  ausilio  del  médico. 

Como  se  ve,  Salva  no  ha  encontrado  en  castellano 
una  palabra  equivalente  a  dispensaire. 

Parece,  por  tanto,  que  ha  de  aceptarse  la  de  dispen- 
saría. 

No  faltan  quienes  digan  dispensería  en  vez  de  dis- 
pensaría. 

También  suele  usarse  dispensario. 


—  246  — 

Distrayese 

El  verbo  traer  i  sus  compuestos  abstraer,  atraer,  con- 
traer, desatraer,  detraer,  distraer,  estraer,  retraer,  retro- 
traer, sustraer  tienen,  entre  otras  irregularidades  de 
conjugación^  la  de  agregar  a  la  radical  una  ;  en  el  pre- 
térito de  indicativo,  i  en  el  pretérito  i  futuro  de  sub- 
juntivo, diciéndose,  verbi-gracia,  traje,  trajera  o  tra- 
jese, trajere. 

Así  no  puede  decirse  como  algunos:  distraí,  distraje- 
ra o  distrayese,  distrajere,  sino  distraje,  distrajera  o 
distrajese,  distrajere. 

Sorprende,  por  tanto,  que,  en  la  biografía  de  don 
Félix  Torres  Amat,  inserta  en  la  Galería  de  espa- 
ñoles CÉLEBRES  CONTEMPORÁNEOS,  tomo  8P,  se  lea  lo 
que  sigue: 

«El  señor  Torres  Amat  no  quería  nada  que  lo  dis- 
trayese de  la  versión  de  la  Biblia,  que  formaba  su 
ocupación  esclusivá,  i  que  absorbía  toda  su  atención», 
(pajina  3). 

Disvariar,  disvarío 

Muchos,  arrastrados  por  el  impulso  de  no  hacer  una 
maixada  distinción  entre  la  e  i  la  i,  de  que  ya  he  te- 
nido oportunidad  de  hablar,  emplean  disvariar  por 
desvariar,  i  disvarío  por  desvarío. 

Sin  embargo,  ningún  maestro  de  la  lengua  que  yo 
conozca  autoriza  con  el  ejemplo  una  práctica  seme- 
jante. 

El  reputado  i  laborioso  crítico  español  don  Manuel 
Cañete  leyó  el  28  de  setiembre  de  1862  ante  la  Real 
Academia  Española  un  bien  elaborado  ensayo  Sobre 

EL    DRAMA     RELIJIOSO    ESPAÑOL  ANTES   I  DESPUÉS   DE 


~  247  — 

Lope  de  Vega,  el  cual  corre  impreso  en  las  Memorias 
de  esta  corporación,  tomo  i.o,  pajinas  368  i  siguien- 
tes, i  donde  se  encuentra  este  pasaje: 

«Yo  bien  sé  que  de  todo  se  puede  abusar;  que  la 
exajeración  de  lo  bueno  suele  ser  aun  mas  perjudicial 
que  lo  malo;  i  que  los  autores  de  comedias  de  santos, 
místicas  i  relijiosas,  a  veces  no  se  contenían  en  los 
límites  del  decoro  i  reverencia  con  que  deben  mane- 
jarse tales  asuntos.  Pero  ¿de  qué  no  se  abusa?  I  por- 
que uno  u  otro  haya  desvariado  en  tal  o  cual  caso, 
¿debemos  rechazar  i  condenar  al  de  juicio  firme  i  se- 
guro que,  lejos  de  desvariar^  emplea  gallardamente  su 
injenio  en  beneficio  de  la  moral  i  del  arteVv  (pajina 
406). 

El  duque  de  Rivas,  en  El  Moro  Espósito,  romance 
1 .0,  dice  así: 

¡Cómo  se  ofusca,  cuánto  desvaría, 
una  imajinación  acalorada! 

El  mismo  egrejio  poeta  se  espresa  como  sigue  en  los 
Solaces  de  un  prisionero: 

Quien  así  lo  imajina  desvaría. 

(Jornada  l%  escena  3.*). 

¡Ah! de  gozo  desvaría. 

(Jornada  2.*,  escena  2.^). 

Así  como  el  duque  de  Rivas  emplea  desvariar  i  no 
disvariar,  usa  también  desvario  i  no  disvarío,  como  se 
ve  en  la  siguiente  estrofa  de  El  Moro  Espósito,  ro- 
mance 5  O: 

Tal  sucede  a  Kerima:  su  esperanza 
se  acoje  a  los  estraños  desvarios 
de  cuentos,  talismanes  i  conjuros; 
i  piérdese  en  un  caos  de  delirios. 


Divisionario,  divisionaria 

Una  leí  fecha  13  de  junio  de  1879  ordena,  entre 
otras  cosas,  lo  que  sigue: 

Aftícido  iP  «Se  autoriza  al  presidente  de  la  Repú- 
blica para  emitir  hasta  dos  millones  de  pesos  en  mo- 
neda divisionaria  con  la  aleación  que  esta  lei  esta- 
blece». 

Otra  lei  fecha  6  de  agosto  de  1880  ordena,  entre 
otras  cosas,  lo  que  sigue: 

Artículo  iP  «Se  autoriza  al  presidente  de  la  Repú- 
blica para  emitir  un  millón  de  pesos  mas  en  moneda 
divisionaria  de  plata,  emisión  que  quedará  en  todo  su- 
jeta a  lo  prescrito  por  las  leyes  de  13  de  junio  de 
1879,  i  3  de  enero  del  año  actual». 

Otra  lei  fecha  20  de  enero  de  1881  ordena,  entre 
otras  cosas,  lo  que  sigue: 

Artículo  I  °  «Se  autoriza  al  presidente  de  la  Repú- 
blica para  emitir  millón  i  medio  de  pesos  mas  en  mo- 
neda divisionaria  de  plata,  emisión  que  quedará  en 
todo  sujeta  a  las  prescripciones  de  las  leyes  de  13  de 
junio  de  1879,  i  de  3  de  enero  de  1880». 

En  muchos  documentos  públicos  i  pri\"ados  de  Chile, 
se  usa,  como  en  las  tres  leyes  citadas,  la  palabra  divi- 
sionaria como  calificativo  de  moneda. 

Domínguez,  en  el  Diccionario  Nacional  de  la 
LENGUA  ESPAÑOLA;  Barcia,  en  el  Diccionario  Etimo- 
Lójico  de  la  inisma;  i  Serrano,  en  el  Diccionario 
Universal,  dicen  que  divisionario,  divisionaria,  equi- 
vale a  divisional^  «perteneciente  a  la  división». 

El  Nuevo  Diccionario  Francés-Español  de  Sal- 
va, completado  por  Guim,  dice  que  divisionnaire  co- 
rresponde a  «divisional  o  divisionario,  que  concierne 
a  la  división». 


Mientras  tanto,  el  Diccionario  de-  la  Academia 
no  trae  el  adjetivo  divisionario,  divisionaria. 

En  lugar  de  moneda  divisionaria,  como  se  llama  en 
francés,  según  Littré,  Dictionnaire  de  la  langue 
franí'aise,  «la  moneda  que  representa  las  divisiones 
de  la  unidad  monetaria»,  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia enseña  que,  en  castellano,  ha  de  decirse  moneda 
menuda  o  suelta,  (i) 

Dock 

Leo  en  una  enciclopedia  francesa  lo  que  sigue: 

«La  Inglaterra,  a  la  cual  la  Francia  ha  tomado  la 
palabra  dock,  mas  bien  que  la  cosa,  tiene  estableci- 
mientos de  esta  especie  desde  el  fin  del  siglo  XVI L 
Los  primeros  docks  fueron  construidos  en  Liverpool 
en  1696.  Eran  entonces  simples  fondeaderos  de  nivel 
fijo  sin  almacenes  en  torno  de  sus  bordes.  Esos  fon- 
deaderos o  conchas  fueron  ahondados  en  los  terrenos 
situados  en  frente  de  las  oficinas  de  aduana». 

Así  dock  significó  primitivamente  un  fondeadero  ro- 
deado de  muelles  i  destinado  a  la  carga  i  descarga  de 
los  buques. 

Mas  tarde  pasó  a  significar  también  un  fondeadero 
rodeado  de  almacenes  donde  los  comerciantes  guardan 
sus  mercaderías. 

Posteriormente  se  usó  así  mismo  para  denominar 
esos  almacenes. 

Denota  además  la  pequeña  ensenada  o  cala  que  se 
forma  artificialmente  para  construir  embarcaciones. 


(i)  En  el  artículo  que  el  actual  Diccionario  Académico  de  1899  dedica 
al  vocablo  moneda  se  define  por  primera  vez  la  espresión  moneda  divisional 
diciendo  que  es  <Ja  que  tiene  legalmente  un  valor  convencional  superior  al 
efectivo,  como  la  de  cobre  i  muchas  veces  la  de  plata». 


—    25°    — 

Por  último,  designa  un  gran  dique  flotante  donde 
se  introducen  los  buques  que  se  quieren  carenar  sin 
peligro  de  que  se  sumerjan  en  el  mar. 

Como  dock  puede  tomarse  en  distintas  acepciones, 
se  comprende  que  los  autores  de  vocabularios  ingle- 
ses-españoles le  den  distintos  equivalentes  en  nuestro 
idioma. 

Unos  dicen  que  corresponde  a  concha,  o  sea  seno 
de  mar  o  playa  de  forma  de  herradura,  rodeado  de 
muelles. 

Otros  asientan  que  corresponde  a  grandes  almace- 
nes vecinos  a  un  desembarcadero  en  el  cual  se  depo- 
sitan las  mercaderías. 

Otros  afirman  que  corresponde  a  astillero,  o  dárse- 
na, o  sea  lugar  donde  se  componen  o  se  construyen  los 
buques. 

Otros  enseñan,  en  fin,  que  corresponde  a  dique  seco 
o  flotante. 

I  todo  esto  es  mui  exacto. 

Lo  que  ha  de  determinarse  es  si,  hablando  castiza- 
mente, puede  emplearse  en  castellano  esta  palabra 
dock,  cualquiera  que  sea  la  acepción  en  que  se  tome. 

El  Diccionario  Universal  de  don  Nicolás  María 
Serrano  da  a  la  tal  palabra  las  dos  que  siguen: 

i.^  «Muelles  rodeados  de  almacenes  i  destinados  al 
cargue  i  descargue  de  los  buques». 

2,^  «También  se  da  este  nombre  a  los  grandes  alma- 
cenes terrestres  destinados  a  depositar  en  ellos  las 
mercaderías». 

Don  Fermín  de  la  Puente  i  Apezechea,  en  un  dis- 
curso que  corre  impreso  en  las  Memorias  de  la  Aca- 
demia Española,  tomo  3,  pajinas  151  i  siguientes, 
dice  acerca  de  esta  palabra  dock  lo  que  copio  a  conti- 
nuación: 


—    2-S!     — 


«El  derecho  de  hacer  la  lengua  se  reconoce  siempre 
en  todos  los  que  la  hablan,  i  el  de  darle  norma  se  re- 
serva a  esa  porción  mas  escojida,  que  de  hablarla  me- 
jor hace  profesión.  En  cuanto  al  arbürium,  es  decir, 
en  cuanto  a  la  definitiva  decisión,  no  sabemos  que 
pueda  negarse  tampoco  a  quien  evidentemente  la 
ejerce.  I  si  no,  ¿cómo  se  esplica  que,  no  37a  solo  cier 
tos  vocablos,  pero  algunas  frases  con  réjimen  vicioso, 
se  introduzcan  i  adquieran  carta  de  ciudadanía  en  el 
lenguaje,  cuando  ni  nadie  las  abona,  ni  nada,  en  ma- 
nera alguna,  las  justifica?  Decimos,  por  ejemplo,  a 
ojos  vistas,  a  pié  juntillaSy  en  volandas^  quien  ahí  te 
pliso  ahí  te  estés,  i  otras  varias,  a  las  cuales  nadie  pre- 
tenderá echar  de  la  lengua;  i  que,  sin  embargo,  no 
presentarán  pasaporte.  Ovación,  el  menor  de  los  triun- 
fos que  se  concedían  en  Roma,  a  despecho  de  toda 
razón  histórica  i  etimolójica,  i  aun  de  la  Academia, 
pasa  hoi,  i  se  entiende,  i  emplea,  aunque  viciosamen- 
te, no  solo  por  el  mas  solemne  triunfo;  por  el  desusa- 
do i  descomunal.  Así  lo  quiere  el  uso,  que  en  resu- 
men no  es  j  uez,  pero  sí  introductor  i  arbitro  del  len- 
guaje.  En  tiempo,  pues,  cuando  se  presentan,  o  mas 
bien  antes  de  que  se  asienten  palabras  nuevas,  deben 
ser  consultadas  las  academias,  las  cuales  acaso  pueden 
impedir  que  prevalezcan,  sien  buena  sazón  protestan, 
no  solo  proponiendo  lo  mejor,  sino  condenando,  o  mas 
bien  censurando  lo  vicioso,  i  espresando  con  claridad 
la  forma  que  aconsejan  i  la  que  rechazan,  con  los  mo- 
tivos en  que  fundan  la  preferencia  i  la  esclusión.  I 
así  lo  ha  hecho  ésta  (la  Española)  en  estos  últimos 
años,  por  ejemplo,  con  las  palabras  dock  i  bulevar,  que, 
en  mal  punto  i  hora,  trataron  de  introducirse,  i  de  las 
cuales,  la  primera  fué  escluída,  por  lo  menos,  de  la 
lei  i  del  lenguaje  oficial;  la  segunda  hasta  del  vulgar, 


—  2i;2  — 


que  la  ha  sustituido  con  los  nombres  de  calle,  carrera 

0  corredera,  i  coso,  mas  castizos  i  adecuados»,  (pajinas 
193  i  194). 

Creo  que  la  Academia  Española  ha  procedido  per- 
fectamente desaprobando  la  palabra  dock,  que,  sobre 
no  ser  necesaria,  tiene  una  forma  del  todo  estraña  a 
nuestro  idioma. 

Sin  embargo,  como  no  faltan  quienes  la  usen,  me 
parece  oportuno  decir  algo  sobre  el  plural  docks  que  le 
dan: 

Los  que  tal  hacen  cometen  el  mas  espantoso  de  los 
barbarismos. 

En  castellano,  los  plurales  de  los  vocablos  termina- 
dos en  consonante  se  forman  agregando,  no  simple- 
mente una  s,  sino  la  sílaba  es. 

En  consecuencia,  si  se  usa  la  palabra  dock,  i  se  quie- 
re darle  plural,  habría  de  decirse  doques,  i  no  docks. 

Es  contraria  a  la  índole  del  castellano,  i  completa- 
mente inadmisible  la  práctica  de  formar  a  la  francesa 
el  plural  de  nombres  terniinados  en  consonante,  con 
la  agregación  de  solo  una  s,  como  se  ejecuta  con  los 
terminados  en  vocal. 

I  debe  llamarse  la  atención  sobre  este  defecto  gra- 
matical, tanto  mas,  cuanto  que  estimables  escritores 
modernos  suelen  cometerlo,  como  ya  lo  he  indicado  en 
otra  ocasión  i  puedo  confirmarlo  ahora  con  nuevos 
ejemplos. 

Don  Pablo  de  J  erica,  en  la  Miscelánea  Instructiva 

1  Entretenida,  tomo  i.^,  pajina  98,  año  de  1836,  em- 
plea la  siguiente  frase: 

«Para  consolarse  en  medio  de  su  celibato  forzoso, 
han  inventado  los  jóvenes  muchos  espedientes;  pero 
el  principal  es  la  institución  de  los  clubs  espléndidos 


—  253  — 

que  continúan  formándose  en  la  metrópoli  (Londres), 
i  se  propagan  en  las  provincias». 

El  duque  de  Rivas,  el  ilustre  autor  de  El  Moro  Es- 
pósito  i  de  Don  Alvaro,  usa  también  en  la  Epístola 
A  DON  Leopoldo  Augusto  de  Cueto,  este  viciosísimo 
plural  cluh^. 

Es  verdad  que,  en  la  Grecia,  no  gozaras 


ni  el  oropel,  i  baladí  cultura 

de  academias,  de  clubs,  de  sociedades, 

charlatanismo  todo,  i  farsa  pura. 

Don  Patricio  de  la  Escosura  hace  otro  tanto  en  la 
siguiente  frase  de  El  Patriarca  del  Valle,  libro  3, 
capítulo  6,  o  sea  tomo  i.",  pajina  142,  edición  de  Ma- 
drid, 1846: 

,  «Mr.  de  Monteforito  en  Londres  vivió  segregado  del 
resto  de  la  emigración,  frecuentando  los  teatros,  los  sa- 
lones de  la  aristocracia,  los  clubs  no  políticos,  i  las  ca- 
rreras de  caballos». 

Don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  en  la  comedia 
titulada  La  Redacción  de  un  periódico,  acto  4.^,  es- 
cena 6.^,  pone  estos  versos  en  boca  de  don  Tadeo: 

Esas  j  entes 

me  querían  seducir; 

mas  luego  he  sabido. .  .he  visto 

periódicos  de  París ; 

me  han  revelado  secretos, 
planes,  clubs No  hai  que  reír. 

A  pesar  de  tan  respetables  autoridades,  es  para  mí 
fuera  de  duda  que,  si  ha  de  darse  plural  a  cluh,  este 
debe  ser,  no  cUihs,  sino  clubes. 

La  necesidad  de  que  el  plural  se  ajuste  a  las  exi- 


—  254  — 

jencias  del  castellano  es,  entre  otros  motivos,  lo  que 
impulsa  a  los  buenos  escritores  a  no  introducir  voca- 
blos estranjeros  sin  darles  una  forma  conveniente. 

Don  Patricio  de  la  Escosura,  en  El  Patriarca  del 
Valle,  libro  6,  pajina  7,  o  sea  tomo  2P,  pajina  53, 
edición  de  Madrid,  1847,  se  espresa  así: 

<<Era  llegado  el  29  de  julio:  las  tropas  de  Carlos  X. 
vencidas  en  el  centro  de  la  población,  habíanse  reple- 
gado sobre  los  Campos  Elíseos;  i  aunque  dueñas  del 
jardín  de  Tulleiías,  i  en  comunicación  con  la  gran  lí- 
nea de  los  houlevares  por  medio  de  un  cuerpo  que,  ocu- 
pando la  plaza  de  Vendoma,  como  posición  central,  se 
estendía  por  la  calle  de  la  Paz  i  el  houlevar  de  Capu- 
chinos hasta  el  ministerio  de  negocios  estranjeros,  i  por 
la  calle  de  Castiglione  hasta  la  de  Tivolí,  sobre  la  cual 
cae  la  verja  del  jardín  mismo  del  palacio,  conocían 
ellas  mismas  que  la  victoria  les  era  imposible». 

Puede  notarse  que  Escosura  convirtió  el  vocablo 
francés  houlevar d  en  houlevar  (i  mejor  habría  sido  en 
hulevar,  como  otros  lo  han  efectuado),  i  pudo,  por  lo 
tanto,  formar  el  plural  regular  houlevares  o  mejor  hule- 
vares,  en  vez  del  plural  hulevars,  inadmisible  en  nues- 
tro idioma,  que,  sin  embargo,  suele  ser  empleado,  aun- 
que mui  incorrectamente. 

Don  Mariano  Roca  de  Togores,  marqués  de  Molins, 
en  la  canción  titulada  El  Andaluz  en  París,  estrofa 
5.^,  trae  estos  versos: 

Los  restoranes  se  sabe 
"  que  son   cafées   de  España. 

(Obras  Poéticas,  pajina  296,  edición  de  Madrid, 

1870). 

El  ilustre  académico  se  habría  guardado  mui  bien  de 
usar  el  plural  restaurants. 


—  255  ~ 

Documentación 

El  artículo  5/'  del  reglamento  para  la  dirección  del 
tesoro  i  sus  dependencias,  i  la  dirección  de  contabili- 
dad, espedido  en  2  de  julio  de  1883,  empieza  así: 

<Xa  documentación  de  los  asientos  que  se  hagan  en 
los  libros  de  la  dirección  del  tesoro  referentes  a  las  ope- 
raciones que  a  continuación  se  espresan,  se  sujetarán 
a  las  siguientes  reglas». 

El  Diccionario  de  la  Academia  autoriza  el  verbo 
documentar,  «probar,  justificar  la  verdad  de  una  cosa 
con  documentos»;  pero  no  el  sustantivo  documentación, 
el  cual,  sin  embargo,  está  bien  formado,  i  hace  falta, 
porque  ha  de  haber  palabra  que  denote  la  acción  i 
efecto  de  dicho  verbo. 

Dolama 

El  Diccionario  de  la  Academia  enseña  que  el  sus- 
tantivo plural  dolamas  o  dolames,  proveniente  de  dolo, 
significa  <<aj es  (achaques  habituales)  o  enfermedades 
ocultas  que  suelen  tener  las  caballerías». 

En  Chile  se  aplica  la  palabra  dolamas  solo  a  las  en- 
fermedades del  hombre, 

Hai  quienes  la  usan  en  singular. 

Doldré 

Don  Andrés  Bello,  en  la  Gramática  de  la  Lengua 
Castellana,  capítulo  27,  dando  a  conocer  los  arcaís- 
mos de  la  conjugación,  dice  que,  en  los  futuros  i  pos- 
pretéritos  de  indicativo,  «desaparecía  aveces  la  e  ca- 
racterística del  infinitivo  déla  segunda  conjugación: 
yazré  por  yaceré.   Dehré  por  deberé  no  es  enteramente 


—  256  — 

inadmisible.  Doldré  por  doleré  (a  semejanza  de  valdré 
por  valere)  es  provincialismo  de  Chile».  (Obras  com- 
pletas, tomo  4.^,  pajina  191  . 

No  es  exacto  que  doldré  sea  un  chilenismo.  • 

Don  Juan  Eujenio  Hartzenbusch,  en  la  comedia  ti- 
tulada Un  sí  i  un  nó,  acto  3.0,  escena  2.^,  o  sea 
Obras  Escojidas,  tomo  2P,  pajina  132,  edición  de 
Leipzig,  i863j  pone  las  siguientes  palabras  en  boca  de 
don  Marcos. 

«Te  doldrá  la  tal  equivocación,  te  doldrd.  Entre 
barro  humilde,  estábala  joya,  Florencio;  tú  has  reñi- 
do con  el  mercante,  i  él  ahora  guardará  para  otro  la 
alhaja». 

Pero  aunque  el  futuro  i  el  pospretérito  de  indicativo 
de  doler  suelsLU  conjugarse  irregularmente,  no  solo  en 
Chile,  sino  en  España  misma,  creo  que  tal  uso  no 
debe  conservarse. 

Lo  que  conviene  es  tender  a  que  las  conjugaciones 
sean  regulares. 

Ya  en  la  primera  mitad  del  siglo  XVI,  Juan  de  Val- 
dés,  en  el  Diálogo  de  las  lenguas,  como  tituló  don 
Gregorio  Mayans  i  Sisear,  o  sea  de  la  lengua,  como, 
con  fundamento  a  mi  juicio,  don  Marcelino  Menéndez 
Pelayo  opina  que  debió  titularse,  proponía,  por  la  ra- 
zón indicada,  el  que  se  dijera  salir é  en  vez  de  saldré. 
(Mayans  i  Sisear,  Orí j enes  de  la  lengua  castella- 
na,  tomo  2P,  pajina  55). 

Es  de  sentir  que  el  uso  no  haya  adoptado  el  saliré, 
como  ha  adoptado  el  doleré,  forma  que  debe  soste- 
nerse en  vez  de  rechazarse. 


—  257  — 


Don 


Don  Nicolás  María  Serrano,  en  el  Diccionario  Uni- 
versal DE  LA  LENGUA  CASTELLANA,  CIENCIAS  I  ARTES, 

dice  acerca  de  esta  palabra,  entre  otras  cosas,  lo  que 
sigue: 

«Este  tratamiento  se  adoptó  al  principiar  a  formarse 
la  lengua  castellana:  primero,  usando  la  palabra  latina; 
luego  domnus,  abreviación  del  dominus;  i  don^  en  fin, 
castellanizando  el  nombre  latino.  Gonzalo  Berceo  i  el 
arcipreste  de  Hita,  que  son  escritores  anteriores  al 
siglo  XV,  reputando  el  don  como  tratamiento  de  mu- 
cho honor,  no  solo  se  lo  daban  a  Jesucristo  i  a  los 
santos,  sino  que  lo  estendieron  a  los  héroes  i  deidades 
del  paganismo.  Así  comienza  Berceo  la  Vida  de  Santo 
Domingo  de  Silos: 

En  el  nombre  del  padre  que  fizo  toda  cosa, 

et  de  don  Jesucristo,  fijo  de  la  gloriosa.  .  .  . 

«El  arcipreste  de  Hita,  en  su  fábula  de  Las  ranas 
pidiendo  reí,  dice: 

Las  ranas,  en  un  lago,  cantaban  et  jugaban, 

pidiendo  rei  a  don  Júpiter;  mucho  ge  lo  rogaban. 

«El  mismo  autor,  en  otros  pasajes,  dice: — don  Aqui- 
les,  don  Héctor,  don  Demóstenes — ;  i  en  tono  de  burla, 
— doña  Loba,  don  Burro,  don  Salmón — ;  i  aun  a  las 
cosas  inanimadas,  como — don  Enero,  doña  Cuaresma, 
don  Almuerzo — )\ 

I  efectivamente  la  importancia  atribuida  al  trata- 
miento de  don  o  de  doña  era  tanta,  que  los  reyes  i  las 
reinas  de  España  en  los  documentos  oficiales,  siempre 
han  cuidado  de  hacer  preceder  de  él  sus  nombres. 

Los  reyes  católicos  don  Fernando  i  doña  Isabel 
comprendieron  el  uso  del  don  entre  las  gracias  i  recom- 
pensas concedidas  a  Cristóbal  Colón,  si  descubría  i  ocu- 

AMUNÁTEGUI. T.    II.  17 


—  258  — 

paba  las  comarcas  ignoradas  cuya  existencia  presumía 
en  medio  del  océano. 

Hé  aquí  el  trozo  a  que  me  refiero  del  título  que  esos 
monarcas  espidieron  en  Granada   el   30  de  abril  de 

1492: 

«Por  cuanto  vos  Cristóbal  Colón  vades  por  nuestro 
mandado  a  descubrir  e  ganar  con  ciertas  fustas  nues- 
tras e  con  nuestras  j entes,  ciertas  islas  e  tierra  firme 
en  la  mar  océana,  e  se  espera  que,  con  la  ayuda  de 
Dios,  se  descubrirá  e  ganarán  algunas  de  dichas  islas  e 
tierra  firme  en  la  dicha  mar  océana  por  vuestra  mano 
e  industria;  e  así  es  cosa  justa  e  razonable  que,  pues 
os  ponéis  al  dicho  peligro  por  nuestro  servicio,  seades 
dello  remunerado;  i  queriendo  os  honrar  e  facer  mer- 
ced por  l(j  susodicho,  es  nuestra  merced  e  voluntad 
que  vos  el  dicho  Cristóbal  Colón,  después  que  ha- 
yades  descubierto  e  ganado  las  dichas  islas  e  tierra 
firme  en  la  dicha  mar  océana,  o  cualesquier  dellas, 
que  seades  nuestro  almirante  de  las  dichas  islas  e  tie- 
rra fií'me  que  así  descubriéredes  e  gánaredes;  e  seades 
nuestro  almirante  visorrei,  e  gobernador  en  ellas,  e 
vos  podades  dende  en  adelante  llamar  e  intitular  don 
Cristóbal  Colón,  e  así  vuestros  hijos  e  sucesores  en  el 
dicho  oficio  e  cargo  se  puedan  intitular  e  llamar  don,  e 
almirante,  e  visorrei,  e  gobernador  dellas». 

En  la  Colección  de  documentos  inéditos  para 
LA  HISTORIA  DE  EsPAÑA  por  don  Martín  Fernández 
de  Navarrete,  don  Miguel  Salva  i  don  Pedro  Sáinz 
de  Baranda,  tomo  4.0,  pajinas  238  i  239,  viene  inserta 
la  siguiente  pieza: 

«Don  Gregorio  del  Valle  Cía  vi  jo,  caballero  del  orden 
de  Santiago,  del  consejo  de  su  majestad  en  el  real  de 
las  órdenes,  i  archivero  jeneral  de  ellas,  certifico  que, 
a  pedimento  de  don  Miguel  de  Larrea  i  Vitorica,  como 


apoderado  del  duque,  de  Terranova  i  Monteleón  i  en 
virtud  de  auto  proveído  por  Jos  señores  del  .uismo 
.-onsejo,  se  han  traído  del  archivo  jeneral  de  pruebas 
vento  d    n  r  "f "  ""  '^"^■^'So  tiene  en  su  rea"  o„! 

ITZ^l  ,       'u'  "J"'  ^'  ''"^^«"  -'  ^'  -°  pasado 
de  1525  a  don  Hernando  Cortés,  capitán  jeneral  de 

L  cr,al  f  T'  r"  '''""''■°  "'  '^  ^^P^^ada  orden, 
las  cuales,  abiertas  i  reconocidas  por  mí,  se  halla  ser 

derHlvr"T'°"xr'^'  "  naturaleza,  lejitimidad  i  nobleza 
deld,cho  don  Hernando  Cortés,   por  la  que  consta 
que  fue  natural  de  la  villa  de  Medellín.e  hijo  de  Mar- 
tín Cortes  1  de  Catalina  Pizarro,  vecinos  de  dicha  villa- 
1  que  los  padres  de  la  dicha  Catalina  Pizarro,  abuelos 
maternos    del  citado  don  Hernando  Cortés,    fueron 
Diego  Altamirano  i  Leonor  Sánchez  Pizarro,'  vecinos 
de  la  misma  villa;  i  que  todos  los  referidos  eran  hidal- 
gos al  modo  i  fuero  de  España,  i  en  tal  posesión,   ha- 
bían estado  gozando  de  ios  oficios  que  gozan  los  hijos- 
dalgo  en  ta  dicha  villa  de  Medellín  sin  cosa  en  con- 
trario,   que    es    todo  lo    que   resulta  de   la  citada 
información,  que  por  ahora  queda  en  este  archivo  se- 
creto del  consejo  para  restituirla  al  jeneral  de  la  orden 
i  para  que  de  ello  conste,  a  súplica  del  enunciado  don 
IMiguel  de  Larrea  i  Vitorica,  como  tal  apoderado  del 
espresaao  duque  de  1  errano  va  i  Monteleón,  i  en  virtud 
de  lo  mandado  por  el  consejo  en  decreto  de  27  del  co- 
mente, doi  ¡a  presente  sellada  con  el  sello  rea!  del  con- 
sejo, 1  Hrmada  de  mi  mano  en  Madrid  a  30  de  julio  de 
1767.— Oo«  Gregorio  del  Valle  Clavija.» 

Como  se  ve,  Hernán  Cortés  era  un  caballero  a  las 
derechas. 

Sin  embargo,  su  padre  no  tenía  don,  i  él  mismo  no 
recibió  este  tratamiento  hasta  después  de  que  sus  ha- 
zanas  le  hubieron  colocado  entre  los  héroes. 


—  26o  — 

El  emperador  Carlos  V  le  concedió  en  premio  de  sus 
esclarecidos  servicios  un  escudo  de  armas  por  real  cé- 
dula espedida  en  Madrid  el  7  de  marzo  de  1525;  pero 
en  ella  no  le  da  don,  designándole  simplemente  con  el 
nombre  de  Hernando  Cortés. 

El  primero  de  los  documentos  oficiales  en  que  se 
llama  a  Cortés  don  Hernando  es  la  real  cédula  espedi- 
da por  el  mismo  monarca  en  Barcelona  el  6  de  julio 
de  1529  para  concederle  el  título  de  marqués  del  valle 
de  Oajaca. 

Hernando  de  Magallanes,  el  cual,  aunque  no  perte- 
necía a  la  primera  nobleza  de  Portugal,  era  (según 
don  Martín  Fernández  de  Navarrete,  en  su  Noticia 
Biográfica,  inserta  en  la  Colección  de  los  viajes  i 

DESCUBRIMIENTOS  DE  LOS  ESPAÑOLES,  tomO  ^P,  pajina 

XXV)  «hidalgo  de  cota  de  armas  i  de  solar  conocido», 
murió  sin  haber  obtenido  el  tratamiento  de  don. 

No  tengo  necesidad  de  advertir  que  Francisco  Piza- 
rro  i  Diego  de  Almagro  no  tuvieron  don  hasta  después 
del  descubrimiento  i  de  la  conquista  del  Perú. 

Pedro  de  Valdivia  no  tomó  ni  recibió  el  título  de 
don  sino  cuando,  a  principios  de  1549,  vino  del  Perú  a 
Chile  con  el  título  de  gobernador  propietario  i  vitalicio 
que  el  presidente  Pedro  La  Gasea  (i  hé  aquí  otro  gran 
personaje  de  esa  época  que  no  usaba  don)  le  había 
otorgado  el  año  anterior. 

El  primer  documento  oficial  que  conozco  en  que  se 
da  a  Pedro  de  Valdivia  el  tratamiento  de  don  es  el 
acta  de  la  sesión  celebrada  por  el  cabildo  de  Santiago  el 
19  de  junio  de  1549. 

Muchos  de  los  mas  preclaros  injenios  de  la  literatura 
española  en  los  siglos  XVI  i  XVII  no  tenían  el  trata- 
miento de  don. 

Para  comprobarlo,  me  bastará  citar,  entre  otros,  a 


—    201     — 

Juan  Boscán,  García  Laso  de  la  Vega,  o  sea  Garcilaso 
de  la  Vega,  Guterins  o  Gutierre  de  Cetina,  Cristóbal  de 
Castillejo,  Antonio  de  Villegas,  López  de  Rueda,  Juan 
de  Timoneda,  Cristóbal  de  Virués,  Luis  Ponce  de  León 
o  sea  frai  Luis  de  León,  Miguel  de  Cervantes  Saave- 
dra,  López  Félix  de  Vega  Carpió,  Luis  Vélez  de 
Guevara,  Juan  Pérez  de  Montalbán,  Gabriel  Téllez  o 
sea  Tirso  de  Molina,  José  de  Valdivieso,  Juan  Rufo, 
Pedro  de  Oña,  Pedro  Mejía,  Francisco  Pacheco  Gutié- 
rrez, Cristóbal  de  Mesa,  Vicente  Espinel,  Francisco  de 
Figueroa,  Luis  Barahona  de  Soto,  Fernando  de  Herre- 
ra, Andrés  Rei  de  x\rtieda,  Francisco  de  Medrano, 
Baltasar  de  Alcázar,  Lupercio  Leonardo  de  Arjensola, 
Bartolomé  de  Arjensola,  Pablo  de  Céspedes,  Luis 
Gálvez  de  Montalbo,  Cristóbal  Suárez  de  Figueroa, 
Mateo  Alemán,  Jinés  Pv'^rez  de  Hita,  Alfonso  Jerónimo 
de  Salas  Barbadillo,  Jerónimo  de  Zurita,  Ambrosio  de 
Morcóles,  Antonio  de  Herrera,  Antonio  Pérez,  el  inca 
García  Laso  o  sea  Garcilaso  de  la  Vega,  Agustín  de 
Rojas,  i  muchos  mas  que  sería  fácil  agregar  a  esta  lista 
ya  bastante  numerosa. 

Siendo  relativamente  pocos  los  que  gozaban  el  tra- 
tamiento de  don,  tenían  por  regla  general,  buen  cuida- 
do de  no  omitirlo  al  escribir  sus  firmas. 

Mientras  tanto  en  el  siglo  XVHI,  dicho  tratamiento 
se  fué  estendiendo  de  día  en  día  a  mayor  número  de 
personas. 

Si  se  recorre  el  prolijo  i  perfectamente  elaborado 
Bosquejo  Histórico-Crítíco  de  la  poesía  caste- 
llana EN  EL  siglo  xviii  que  don  Leopoldo  Augusto  de 
Cueto  ha  escrito  para  el  tomo  6i  de  la  Biblioteca  de 
autores  españoles  de  Rivadeneira,  ss  advertirá  que, 
a  diferencia  de  lo  que  sucedió  en  los  siglos  XVI  i 
XVII,  no  hai  ningún  poeta  de  esa  época  que  no 
tenga  don. 


—     202    ' 

Por  esto,  la  Real  Academia  en  su  Diccionario  de 
1884,  h^  tenido  mucho  fundamento  para  decir  que  don 
es  «un  título  honorífico  i  de  dignidad  que  se  daba  an- 
tiguamente a  mui  pocos,  aun  de  la  primera  nobleza; 
que  se  hizo  después  distintivo  de  todos  los  nobles,  i  que 
ya  no  se  niega  a  ninguna  persona  decente». 

La  vanidad  humana  ha  encontrado  como  remediar 
este  excesivo  empleo  del  don  adoptando  la  fórmula  de 
señor  don  con  la  cual  se  hace  preceder  los  nombres  de 
los  individuos  que  ocupan,  por  cualquier  motivo,  una 
encumbrada  posición  social. 

Esta  fórmula  de  señor  don  o  de  señora  doña  es  an- 
tigua. 

El  Centón  Epistolario  del  bachiller  Fernán 
GÓMEZ  de  Cibdarreal  es,  según  algunos  piensan,  la 
colección  de  cartas  castellanas  mas  paitigua  que  se  co- 
noce. 

«Es  opinión  bastante  jcneralizada,  dice  don  Eujenio 
de  Ochoa,  en  la  introducción  al  tomo  13  de  la  Biblio- 
teca DE  autores  españoles  de  Rivadeneira,  pajina 
IX,  que  las  cartas  del  bachiller  Fernán  Gómez  de  Cib- 
darreal son  finjidas;  i  su  autor,  un  personaje  supuesto 
i  que  nunca  ha  existido,  lo  cual  se  funda  principal- 
mente en  que,  en  efecto,  ni  de  él  ni  de  sus  cartas  se 
halla  mención  en  nuestras  historias  hasta  épocas  mui 
modernas,  i  en  que,  de  común  sentir  de  los  bibliógra- 
fos, la  edición  primitiva  del  Centón  (Burgos,  1499)  es 
notoriamente  apócrifa.  Esto  no  obstante,  no  podemos 
acojer  siquiera  la  hipótesis  de  semejante  fraude;  ni  se 
alcanza  su  objeto,  ni  parece  creíble  que,  en  tal  grado, 
llegue  a  acercarse  la  ficción  a  la  verdad.  Las  cartas 
del  bachiller  son,  tanto  como  un  dechado  de  lenguaje, 
un  tesoro  de  noticias  curiosas  sobre  el  reinado  de  don 
Juan  II,  salvo  algún  error  de  fecha,  que  fácilmente  se 
esplica  por  imipericia  de  los  copiantes». 


Ochoa  cree,  por  tanto,  que  estas  cartas  han  sido  es- 
critas en  la  primera  mitad  del  siglo  XV. 

Sin  embargo,  don  Marcelino  Menéndez  Pelayo,  en 
la  Historia  de  los  Heterodojos  españoles,  libro  3, 
capítulo  7,  párrafo  4.0,  o  sea  tomo  iP,  pajina  607,  edi- 
ción de  Madrid,  1880,  dice  «ser  hoi  cosa  averiguada 
que  semejante  bachiller  no  existió  nunca;  i  que  el 
Centón  Epistolario  fué  forjado  en  el  siglo  XVII  por 
el  conde  la  Roca,  o  por  algún  paniaguado  suyo,  si- 
guiendo paso  a  paso  la  Crónica  de  don  Juan  ii.» 

Pero,  piénsese  lo  que  se  quiera  acerca  de  esta  cues- 
tión literaria,  ello  es  que  la  obra  mencionada  es  de 
todas  suertes  ya  antigua. 

Varias  de  las  cartas  de  Fernán  Gómez  de  Cibdarreal 
van  dirijidas  a  personajes  a  quienes  da  el  tratamiento 
de  señor  don. 

Léanse  esas  direcciones: 

«Al  magnífico  i  reverendo  señor  don  Juan  de  Contre- 
ras,  arzobispo  de  Toledo». 

«Al  reverendo  señor  don  Martín  Galos,  obispo  de 
Coria». 

«Al  magnífico  señor  don  Juan  de  Sotomayor,  maestre 
de  Alcántara». 

«Al  reverendo  señor  don  Alonso  de  Cartajena,  deán 
de  Santiago». 

«Al  magnífico  e  reverendo  señor  don  Juan  de  Cere- 
zuela,  obispo  de  Osma». 

«Al  magnífico  señor  don  Pedro  de  Stúñiga». 

«Al  magnífico  e  -reverendo  señor  don  Gonzalo,  obispo 
de  Jaén». 

«Al  magnífico  e  reverendo  señor  don  Sancho,  obispo 
de  Astorga». 

«Al  magnífico  e  reverendo  señor  don  Lope,  arzobispo 
de  Santiago». 


—  264  — 

«Al  magnífico  señor  maestre  don  Luis  de  Guzmán». 

«Al  magnífico  e  reverendo  señor  don  Gutierre,  obispo 
de  Falencia». 

«Al  magnífico  señor  don  Pedro  de  Stúñiga,  conde  de 
Ledesma». 

«Al  virtuoso  señor  don  Lope  de  Miranda,  capellán 
mayor  del  rei», 

«Al  magnífico  señor  don  Gabriel  Manrique,  comenda- 
dor mayor  de  Castilla  en  Santiago». 

«Al  magnífico  señor  don  Juan  Ramírez  de  Guzmán, 
comendador  mayor  de  Castillcí». 

El  marqués  de  Santillana  don  Iñigo  López  de  Men- 
doza escribió  desde  Guadalajara  a  4  de  mayo  de  1444 
una  carta  cuya  dirección  dice  así: 

«A  la  mui  noble  señora  doña  Violante  de  Prádas, 
condesa  de  Módica  i  de  Cabrera». 

El  mismo  marqués  escribió  otra  carta  cuya  direc- 
ción dice  así: 

«Al  ilustre  señor  don  Pedro,  mui  magnífico  condes- 
table de  Portugal». 

Estos  dos  documentos  pueden  verse  en  la  Biblio- 
teca DE  AUTORES  ESPAÑOLES  de  Rívadeneira,  tomo 
62,  pajina  10,  columna  2-^  i  pajina  11,  columna  i.^' 

Varias  de  las  cartas  de  santa  Teresa  de  Jesús  llevan 
en  sus  direcciones  este  tratamiento  de  señor  don  o  de 
señora  doña,  como  lo  comprueban  las  siguientes: 

«A  la  señora  doña  Luisa  de  la  Cerda». 

«Al  ilustrísimo  i  reverendísimo  señor  don  Alvaro  de 
Mendoza,  obispo  de  Avila». 

«A  la  señora  doña  Juana  de  Ahumada»,  (hermana 
déla  santa). 

«Al  ilustrísimo  señor  don  Teutonio  de  Braganza,  ar- 
zobispo que  fué  de  Ebora». 

«A  la  ilustrísima  señora  doña  Ana  Henríquez». 


—    265    ~ 

«A  la  ilustrísima  seíiora  doña  María  Mendoza  i  Sar- 
miento, condesa  que  fué  de  Rivadavia.'> 

«A  la  señora  doña  Juana  Dantisco,  madre  del  padre 
frai  Jerónimo  Gradan». 

«Al  ilustre  i  mui  reverendo  señor  mío  don  Hernando, 
prior  de  las  Cuevas». 

«Al  señor  don  Lorenzo  de  Cepeda»,  (hermano  de  la 
santa). 

«Al  ilustrísimo  señor  don  Diego  de  Mendoza,  del 
consejo  de  estado  de  su  majestad». 

«Al  señor  don  Jerónimo  Reinoso,  canónigo  de  Falen- 
cia». 

«Al  ilustrísimo  i  reverendísimo  señor  don  Sancho 
Dávila». 

«A  la  ilustrísima  señora  doña  Giomar  Pardo  i  Ja- 
vera». 

«Al  eminentísimo  señor  cardenal  i  arzobispo  de  To- 
ledo don  Gaspar  de  Quiroga». 

«Al  señor  don  Juan  de  Ovalle»,  (cuñado  de  la  santa). 

«Al  ilustrísimo  señor  don  Pedro  de  Castro». 

«A  la  ilustre  señora  doña  Beatriz  Mendoza  i  Cas- 
tillo». 

«Al  ilustrísimo  señor  don  Pedro  Manso,  canónigo  de 
la  santa  iglesia  de  Burgos». 

Podría  multiplicar  mucho  mas  estas  citas;  pero  creo 
que  las  mencionadas  bastan  para  el  objeto  que  me 
propongo. 

Sin  embargo,  es  preciso  tener  entendido  que,  no 
porque  se  emplease  de  cuando  en  cuando  el  trata- 
miento de  señor  don,  el  simple  de  don  dejara  de  ser  re- 
putado altamente  honorífico  por  sí  solo,  i  de  ser  apli- 
cado a  los  magnates  mas  encumbrados. 

En  el  Centón  Epistolario  atribuido  al  bachiller 


—  266  — 

Fernán  Gómez  de  Cibdarreal,  se  contienen  cartas  cu- 
yas direcciones  dicen  como  sigue: 

«Al  magnífico  e  reverendo  don  Lope  de  Mendoza, 
arzobispo  de  Santiago». 

«Al  magnífico  caballero  don  Gonzalo  de  Mejía,  co- 
mendador de  Segura». 

«A  la  mui  magnífica  e  virtuosa  doña  Breanda  de 
Luna». 

«Al  magnífico  e  mui  reverendo  don  Juan  de  Contre- 
ras,  arzobispo  de  Toledo», 

«Al  reverendo  don  Alonso  de  Cartajena,  deán  de 
Santiago». 

«Al  reverendo  don   Martín  Galos,  obispo  de  Coria». 

«Al  magnífico  i  reverendo  don  Lope  de  Bariientos, 
obispo  de  Segovia». 

«Al  magnífico  don  Alonso  de  Guzmán,  señor  de 
Orgaz,  e  m.erino  mayor  de  Sevilla». 

Como  puede  notarse,  el  bachiller  Fernán  Gómez  de 
Cibdarreal  solía  dar  el  simple  tratamiento  de  don  a 
personajes  de  mui  alta  categoría,  a  algunos  de  los 
cuales  daba  en  otras  ocasiones  el  de  señor  don. 

I  esto  no  era  nada  estraño,  puesto  que  a  uno  co- 
mo Juan  de  -Mena,  el  insigne  poeta,  caballero  vein- 
ticuatro de  Sevilla,  secretario  de  cartas  latinas  i  cro- 
nista del  rei  de  Castilla,  no  le  daba  ni  uno  ni  otro 
tratamiento,  porque  efectivamente  no  los  tenía. 

Las  cartas  que  el  bachiller  escribió  al  poeta  llevan 
jeneralmente  esta  dirección: 

«Al  doto  Juan  de  Mena». 

Sin  embargo,  la  señalada  con  el  número  74,  tiene 
ésta: 

«Al  doto  varón  Juan  de  Mena,,  cronista  del  rei  don 
Juan,  nuestro  señor». 

Obsérvese  que  el  bachiller  Fernán  Gómez  pone  de- 


—   307    — 

lante  del  nombre  del  monarca  solamente  el  trata- 
miento de  dofi,  si  bien  es  cierto  que  pone  después  de 
ese  nombre  el  de  nuestro  señor. 

La  carta  37  va  dirijida:  <'A1  muí  alto,  e  mui  pode- 
roso el  señor  rei  don  Juan  el  Segundo,  nuestro  scñor>>; 
pero  la  40  va  dirijida:  <<A1  mui  sublimado  e  mui  pode- 
roso rei  don  Juan,  nuestro  señor», 

Santa  Teresa  de  Jesús  emplea  los  dos  tratamientos 
de  señor  don,  i  de  don. 

Varias  veces  aplica  el  uno  o  el  otro  a  una  misma 
persona  sin  hacer  distinción. 

En  un  cierto  número  de  cartas,  verbigracia,  da  a  la 
mujer  de  Arias  Pardo,  llamada  Luisa  de  la  Cerda,  el 
tratamiento  de  señora  doña;  pero,  en  otras,  le  da  solo 
el  de  doña. 

En  algunas  cartas,  da  a  su  hermana  Juana  de  Ahu- 
mada el  tratamiento  de  señora  doña;  pero,  en  otras,  le 
da  solo  el  de  doña. 

En  varias  cartas,  da  al  arzobispo  de  Ebora  el  trata- 
miento de  señor  don  Teutonio  de  Braganza;  pero,  en 
otras,  le  da  solo  el  de  don. 

La  carfa  176  (Colección  de  don  Vicente  de  la 
Fuente  en  la  Biblioteca  de  autores  españoles  de 
Rivadeneira,  tomo  55,  pajina  159,  columna  i.^)  va 
dirijida:  «A  la  ilustrísima  señora  doña  María  Mendoza 
i  Sarmiento,  condesa  que  fué  de  Rivadavia>>;  pero  la 
14,  (pajina  II,  columna  2.^)  va  dirijida:  «A  doña  María 
de  Mendoza  i  Sarmiento,  condesa  de  Rivadavia»;  i  la 
186  (pajina  171,  columna  i.^)  va  igualmente  dirijida: 
«A  la  ilustrísima  señora  doña  María  de  Mendoza». 

La  carta  190  (pajina  175,  columna  2.^)  va  dirijida: 
^A  la  señora  doña  Juana  Dantisco,  madre  del  padre 
frai  Jerónimo  Gracián»;  pero  la  217  (pajina  199,  co- 
lumna 2.^)  va  dirijida:  «A  doña  Juana  Dantisco,  madre 
del  padre  maestro  Jerónimo  Gracián». 


—  268  — 

La  carta  277  (pajina  245,  columna  2.^)  va  dirijida 
«Al  señor  don  Lorenzo  de  Cepeda»  (hermano  de  la 
santa);  pero  la  138  (pajina  125,  columna  2.^)  va  dirijida: 
«A  su  hermano  don  Lorenzo  de  Cepeda»;  i  la  290  (pa- 
jina 254,  columna  2.^):  «Al  mismo  don  Lorenzo  de 
Cepeda». 

La  carta  319  (pajina  274,  columna  2.^),  i  la  carta 
345  (pajina  296,  columna  i.^)  van  dirijidas:  «Al  señor 
don  Jerónimo  Reinoso,  canónigo  de  Falencia»;  pero  la 
387  (pajina  323,  columna  2.^)  va  dirijida:  «A  don  Jeró- 
nimo Reinoso,  canónigo  de  la  santa  iglesia  de  Falencia». 

En  la  colección  de  las  cartas  de  santa  Teresa,  hai  cua- 
tro a  Felipe  II,  a  saber:  la  32  (pajina  27,  columna  i.-'^), 
la  cual  dice:  «Al  prudentísimo  señor  Felipe  II»;  la  61 
(pajina  51,  columna  2.^),  la  cual  dice:  «Al  rei  Felipe  II»; 
la  165  (pajina  149,  columna  2.''),  la  cual  dice:  «Al  pru- 
dentísimo seítor  el  rei  Felipe  II»;  i  la  170  (pajina  154, 
columna  i.^),  la  cual  dice:  «Al  rei  don  Felipe  II». 

Este  uso  de  dar  a  los  monarcas  de  España  en  la  di- 
rección de  las  cartas  o  comunicaciones  el  simple  trata- 
miento de  don  ha  existido  siempre,  i  se  ha  conservado 
hasta  nuestros  dias. 

Don  Eujenio  de  Ochoa,  en  el  tomo  62  de  la  Biblio- 
teca DE  AUTORES  ESPAÑOLES  de  Rivadeneira,  ha  intro- 
ducido una  sección  de  cartas  de  personajes  varios,  por 
las  cuales  se  ve  que  García  Hernández,  el  duque  de 
Alba,  el  de  Medinasidonia,  el  de  Villahermosa  i  el  de 
Lerma  no  daban  a  Felipe  II  en  la  dirección  de  sus 
cartas  otro  tratamiento  que  el  don;  que  la  monja  sor 
María  de  Agreda  hacía  otro  tanto  con  Felipe  IV;  que 
el  cardenal  de  Aguirre  hacía  otro  tanto  con  Carlos  II; 
que  don  Gregorio  Mayans  i  Sisear  imitaba  tales  ejem- 
plos en  la  carta  con  que  dedicó  a  Felipe  V  las  obras 
tituladas  Diálogos  de  las  armas  o  linajes  de  la 


—  269  — 
NOBLEZA     DE      ESPAÑA,     i     VlDA     DE     DON      ANTONIO 

Agustín;  i  que  don  Juan  de  Santander  adoptaba  igual 
procedimiento  respecto  a  Fernando  VI. 

La  única  escepción  a  este  uso  que  aparece  en  la  ci- 
tada colección  de  Ochoa  es  una  carta  escrita  por  don 
Vicente  de  Cangas  Inclán  «al  señor  rei  don  Felipe  V». 

Si  tal  era  el  tratamiento  que  se  acostumbraba  dar  a 
los  soberanos,  no  ha  de  estrañarse  que  también  se 
diese  a  los  individuos  de  condición  inferior. 

Así  el  duque  de  xA^lba  rotulaba  una  carta  simple- 
mente: «A  don  Juan  de  Austria»;  i  el  duque  de  Veragua 
también  simplemente  otra  «A  don  Pedro  Calderón  de 
la  Barca». 

La  Academia  Española  dedicó  el  Diccionario  de  la 
LENGUA  CASTELLANA,  cuyo  primer  tomo  salió  a  luz  el 
año  1726,  «Al  rei  nuestro  señor  don  Felipe  V». 

La  historia  de  la  corporación  inserta  entre  los  docu- 
mentos que  preceden  al  Diccionario  empieza  con 
estas  frases: 

«Tuvo  principio  la  Academia  Española  en  el  mes 
de  junio  de  1713.  Su  primer  autor  i  fundador  (a  quien 
este  cuerpo  confiesa  agradecido  deber  el  ser)  fué  el  ex- 
celentísimo señor  don  Juan  Manuel  Fernández  Pacheco; 
marqués  de  Villena,  duque  de  Escalona,  mayordomo 
mayor  del  rei  nuestro  señor  i  caballero  del  toisón  de 
oro». 

El  rei  Felipe  V  i  el  marqués  de  Villena  son  los  únicos 
personajes  a  quienes  la  Academia  Española  dio  el  tra- 
tamiento de  señor  don  en  los  seis  tomos  de  su  primer 
Diccionario. 

A  todos  sus  demás  individuos  les  aplicó  solo  el 
de  don. 

Sin  embargo,  desde  la  segunda  edición  publicada  en 
1780  hasta  la  de  1884,  ha  dado  a  los  académicos  de 
las  diversas  categorías  el  de  señor  don. 


—  27°  — 

Efectivamente,  tal  es  la  práctica  mas  jeneral  que  se 
sigue  en  los  documentos  oficiales  cuando  se  alude  a 
personas  de  nota,  i  en  las  cartas  enviadas  a  toda  clase 
de  personas. 

A  pesar  de  esta  pi-áctica,  que  es  la  comúnmente 
adoptada,  se  ha  puesto  el  reparo  de  que  la  acumula- 
ción de  los  tratamientos  de  señor  i  de  don  importa  una 
innegable  redundancia. 

I  así  es  la  verdad. 

Para  correjir  la  tal  redundancia,  algunos  han  supri- 
mido, no  el  señor,  sino  el  don^  diciendo,  por  ejemplo, 
el  señor  Manuel  José  Quintana,  en  vez  de  don  Manuel 
José  Quintana,  o  el  señor  José  Joaquín  Olmedo,  en 
vez  de  don  José  Joaquín  Olmedo. 

Convengo  en  que  esta  fórmula  no  es  moderna,  i  que 
puede  invocarse  en  su  apoyo  el  ejemplo  de  algunos 
escritores  notables. 

Precisamente  las  cartas  i.^,  8.''^,  lo  i  22  del  Centón 
Epistolario  del  bachiller  Fernán  Gómez  de  Cibdarreal 
están  dirijidas:  «Al  magnífico  señor  Pedro  de  Stúñiga, 
justicia  mayor». 

En  la  misma  colección,  hai  otros  que  tienen  las  si- 
guientes direcciones: 

«Al  magnífico  séwor  Juan  Ramírez  de- Arellano,  se- 
ñor de  Cameros». 

«Al  magnífico  señor  Pedro  Portocarrero,  señor  de 
Moguer». 

«Al  magnífico  señor  Pedro  López  de  Ayala,  alcalde 
mayor  de  Toledo». 

«Al  magnífico  señor  Fernán  Alvarez,  señor  de  Val- 
decomeja». 

«Al  magnífico  señor  mariscal  Diego  Fernández,  se- 
ñor de  Baena». 

«Al  magnífico  señor  el  adelantado  Diego  de  Ribera*. 


—    271    — 

«Al  honrado  señor  Fernand  Álvarez  de  Toledo,  vidor 
e  relator  del  rei». 

«Al  magnífico  señor  Gómez  Carrillo». 

«Al  magnífico  señor  Lope  de  Acuña,  señor  de  Buen- 
día». 

«Al  magnífico  señor  Pedro  Álvarez  Osorio,  señor  de 
Cabrera». 

«Al  magnífico  señor  Gómez  de  Benavides,  señor  de 
Fromesta». 

«Al  magnífico  señor  Juan  Pacheco,  mayordomo 
mayor  del  príncipe  don  Enrique». 

«Al  magnífico  señor  Gonzal  de  Guzmán,  conde  de 
Palatino». 

La  primera  de  las  letras  o  cartas  de  Fernando  de 
Pulgar,  secretario,  consejero  i  cronista  de  los  reyes 
católicos  don  Fernando  i  doña  Isabel,  publicada  en  la 
Biblioteca  de  autores  españoles,  tomo  13,  pajina 
37,  columna  i.^,  va  dirijida:  «Al  señor  doctor  Francisco 
Núñez,  físico». 

Gonzalo  Ayora  fué  también  cronista  de  los  reyes 
católicos. 

Don  Antonio  Capmani  dio  a  la  estampa  en  1794 
varias  cartas  de  Ayora,  todas  escritas  en  1505. 

«Además  de  otros  méritos  que  recomiendan  estas 
cartas,  dice  don  Eujenio  de  Ochoa,  son  una  excelente 
muestra  del  estado  de  la  lengua  castellana  durante 
aquel  reinado».  (Biblioteca  de  autores  españoles, 
tomo  13,  pajina  61,  columna  i.^). 

Ayora  dirije  seis  de  sus  cartas:  «Al  señor  Miguel 
Pérez  de  Almazán,  secretario  de  su  alteza  i  de  su  mui 
alto  consejo». 

Santa  Teresa  de  Jesús  suele  emplear  este  mismo  pro- 
cedimiento de  anteponer  al  nombre  de  bautismo  el 
título  de  seíior  sin  el  de  don. 


—    272    — 

Las  cartas  i.«,  i8, 132,  141,  142,  253,  281,  282,289, 
colección  de  La  Fuente  en  la  Biblioteca  de  autores 
ESPAÑOLES,  tomo  55,  van  dirijidas:  «Al  señor  Lorenzo 
de  Cepeda»  (hermano  de  la  santa). 

La  125  está  dirijida:  «Al  mui  magnífico  señor  An- 
tonio de  Soria». 

La  167:  «Al  señor  Juan  de  Ovalle»  (cuñado  de  la 
santa). 

La  175:  <A1  señor  Roque  Huerta». 

En  el  epistolario  de  personajes  varios  que  don  Eujenio 
de  Ochoa  insertó  en  el  tomo  62  de  la  Biblioteca  de 
AUTORES  ESPAÑOLES  de  Rivadeneira,  se  encuentran 
algunos  ejemplos  del  tratamiento  del  señor  antepuesto 
al  nombre  de  bautismo  sin  juntarlo  con  el  de  don. 

Alvar  Gómez  dirijió  en  21  de  abril  de  1576  una  car- 
ta: «Al  ilustre  señor  Juan  Vásquez  del  Mármol»,  (pa- 
jina 80,  columna  i.^). 

El  licenciado  Covarrubias  dirijió  en  7  de  marzo  de 
1584  una  carta:  «Al  ilustre  señor  Juan  Vásquez  del 
Mármol»  (pajina  35,  columna  2.^)- 

£1  doctor  García  de  Loaísa  dirijió  en  28  de  setiembre 
de  1588  una  carta:  «Al  ilustre  señor  Juan  Vásquez  del 
Mármol»,  (pajina  36,  columna  i.^). 

A  pesar  de  lo  espuesto,  la  inmensa  mayoría  de  los 
escritores  españoles  de  los  tiempos  antiguos  i  moder- 
nos han  usado,  no  solo  en  las  obras  literarias,  tanto  en 
prosa  como  en  verso,  sino  también  en  los  documentos 
oficiales  i  en  las  cartas  privadas,  el  tratamiento  de  don 
incomporablernente  mas  amenudo  que  el  de  señor  don, 
sobre  todo  mas  que  el  de  señor  antepuesto  al  nombre 
de  bautismo  sin  agregación  de  don. 

Para  manifestarlo,  empezaré  por  invocar  el  ejemplo 
de  Miguel  de  Cervantes  Saavedra. 

Este  insigne  autor  dedicó  separadamente  sus  Nove- 


-     273  — 

LAS  Ejemplares  i  sus  Trabajos  de  Persiles  i  Sejis- 
MUNDA  «  \  don  Pedro  Fernández  de  Castro,  conde  de 
Le  vos,  de  Andrade,  de  Villalva,  marqués  de  Sarria, 
jentilhombre  de  la  cámara  de  su  majestad,  presidente 
del  consejo  supremo  de  Italia,  comendador  de  la  enco- 
mienda de  la  Zarza  de  la  orden  de  Alcántara». 

El  mismo  Cervantes  dedicó  su  Viaje  al  Parnaso 
«A  don  Rodrigo  de  Tapia,  caballero  del  hábito  de  San- 
tiago, hijo  del  señor  don  Pedro  de  Tapia,  oidor  del 
consejo  real,  i  consultor  del  santo  oficio  de  la  inquisi- 
ción suprema». 

Entre  sus  poesías  hai  un  soneto  «A  d.on  Diego  de 
Mendoza  i  a  su  fama». 

Sin  embargo,  Cervantes  dedicó  La  Calatea  «Al 
ilustrísimo  señor  Ascanio  Colonna,  abad  de  santa  So- 
fía». 

Una  de  las  canciones  de  Fernando  de  Herrera  se  ti- 
tula «A  don  Juan  de  Austria»;  i  otra,  «A  la  pérdida  del 
rei  don  Sebastián». 

Una  de  las  canciones  de  don  José  Cadalso  se  deno- 
mina «En  alabanza  de  don  Nicolás  Moratín». 

Una  de  las  odas  de  don  Juan  Pablo  Forner  se  titula 
«A  don  Pedro  Estala». 

Una  de  las  de  don  Gaspar  Melchor  de  Jovellanos  se 
titula  «En  el  nacimiento  de  don  Antonio  María  de 
Castilla  i  Velasco,  primojénito  de  los  marqueses  de 
Cartojar*. 

,  La  oda  sáñca  del  mismo  autor  «En  la  muerte  de 
doña  Engracia  Olavide»,  está  dedicada  al  capitán  don 
José  de  Alba. 

Se  sabe  que  nuestros  escritores  dramáticos  antiguos 
i  modernos  dan  a  los  personajes  que  intervienen  en  sus 
piezas  solo  el  tratamiento  de  don,  si  éstos  son  hom- 
bres, i  el  de  doña,  si  son  mujeres. 

AMUNÁTEGUI. — T.  II.  18 


—  274   — 

Si  se  recorre  el  epistolario  ya  citado  que  don  Eujenio 
de  Ochoa  ha  incluido  en  el  tomo  62  de  la  Biblioteca 
DE  AUTORES  ESPAÑOLES  de  Rivadcneira,  se  encontra- 
rán los  siguientes  datos  relativos  al  punto  sobre  que 
voi  discurriendo. 

Don  Luis  de  Góngora  escribió  en  octubre  2  de  1620 
una  carta  dirijida  «A  don  Pedro  Fernández  de  Castro, 
conde  de  Lemos».  (Pajina  60,  columna  i.^). 

El  licenciado  Rodrigo  Caro  escribió  en  enero  30  de 
1640  una  carta  dirijida  «A  don  José  Pellicer».  (Pajina 
75,  columna  2.^). 

Frai  Benito  Jerónimo  Feijoo  escribió  en  octubre  13 
de  1731  una  carta  dirijida  «A  don  Gregorio  Mayans  i 
Sisear».  (Pajina  154,  columna  i.^). 

Don  Gregorio  Mayans  i  Sisear  escribió  en  23  de  ene- 
ro de  1732  una  carta  dirijida  «A  don  José  Hipólito  Va- 
liente» (pajina  155,  columna  2.^);  i  en  29  de  diciembre 
de  1748  una  «A  don  Melchor  Rafael  de  Macanaz».  (Pa- 
jina 170,  columna  2.^), 

El  padre  frai  Enrique  Flórez  escribió  en  octubre  14 
de  1754  una  carta:  «A  don  Fernando  López  de  Cárde- 
nas, cura  párroco  de  Montoro,  de  la  Real  Academia  de 
la  historia,  pensionado  por  su  majestad,  etc.,»  (Paji- 
na 193,  columna  i.^). 

Don  Juan  Iriarte  escribió  en  6  de  noviembre  de 
1761  una  carta:  «A  í¿o;¿  Juan  Santander».  (Pajina  196, 
columna  i.'^). 

Don  Juan  Bautista  Muñoz  escribió  una  carta  que 
no  lleva  fecha:  «A  don  Eujenio  Llaguno».  (Pajina  202, 
columna  i.'O- 

Don  Leandro  Fernández  de  Moratín  escribió  en  22 
de  febrero  de  1792  una  carta:  «A  don  Pablo  Forner  ». 
(Pajina  216,  columna  i.*). 

Don  Mariano  Roca  de  Togores,  marqués  de  Molins, 


—  275  — 

director  de  la  Real  Academia  Española,  ha  encabeza- 
do el  tomo  I  o  de  las  Memorias  de  esta  corporación, 
pajinas  7  i  siguientes,  con  un  prolijo  e  interesante  ar- 
tículo, titulado  Reseña  Histórica  de  la  Real  Aca- 
demia Española,  en  el  cual  se  mencionan  todas  las 
personas  que  han  obtenido  la  dignidad  de  académicos, 
desde  abril  de  1713  hasta  febrero  de  1861. 

Aunque  el  marqués  de  Molins  ha  enumerado  con 
este  motivo  a  muchos  individuos  conspicuos  en  las  le- 
tras i  en  la  política,  i  entre  ellos,  a  algunos  de  los  mas 
condecorados  de  España,  les  ha  dado  única  i  esclusi- 
V amenté  el  tratamiento  de  don  cuando  ha  espresado  el 
nombre  de  bautismo. 

Las  noticias  espuestas  que  podrían  multiplicarse  con 
la  mayor  facilidad,  maniñestan  que,  si  no  se  quiere 
emplear  la  fórmula  de  señor  don,  por  redundante,  lo 
que  ha  de  suprimirse  es  el  señor,  i  no  el  don. 

Sin  embargo,  debo  convenir  en  que  algunos  españo- 
les americanos,  especialmente  los  colombianos,  hacen 
lo  contrario  conservando  en  el  caso  mencionado  el  se- 
ñor, i  omitiendo  el  don. 

Algunos  españoles  europeos  suelen  practicar  igual 
cosa. 

A  pesar  de  ello,  me  parece  que  lo  mas  castizo  es  po- 
ner delante  de  los  nombres  de  bautismo  don,  i  no  se- 
ñor, a  menos  de  que  se  use  la  fórmula  señor  don. 

Caso  mui  distinto  es  cuando  se  trata  de  un  apellido, 
o  cuando  al  nombre  de  bautismo  se  antepone  un  títu- 
lo, pues  entonces  solo  puede  decirse  señor,  i  jamás 
don:  el  señor  Pérez,  el  señor  Salamanca,  i  no  don  Pérez 
o  don  Salamanca,  como  suelen  decir  los  franceses:  el 
señor  conde  de  Cheste  don  Juan  de  la  Pezuela,  el  señor 
marqués  de  MoUns  don  Mariano  Roca  de  Togores;  el 
señor  duque  de  Villena,  el  señor  jeneral  Espartero. 


—  2'}b   — 

Esto  de  reemplazar  don  por  señor  es  opuesto  a  la 
práctica  mas  seguida  por  los  pueblos  de  raza  española. 

Si  tal  hubiera  de  hacerse,  sería  natural  estenderlo  a 
los  nombres  de  los  personajes  que  han  figurado  en 
nuestra  historia,  i  de  los  personajes  creados  por  nues- 
tros mas  preclaros  injenios. 

¿Sería  tolerable  que  se  dijera  el  señor  Pedro  el  Cruel, 
el  señor  Enrique  de  Trast amara,  el  señor  Alvaro  de 
Luna,  el  señor  Alonso  de  Ercilla,  el  señor  García  Hur- 
tado de  Mendoza,  en  vez  de  don  Pedro  el  Cruel,  don 
Enrique  de  Trastamara,  don  Alvaro  de  Luna,  do'M 
Alonso  de  Ercilla,  don  García  Hurtado  de  Mendoza? 

¿Sería  tolerable  que  se  dijera  el  señor  Opas,  el  señor 
Juan  Tenorio,  el  señor  Quijote  de  la  Mancha,  en  vez 
de  don  Opas,  don  Juan  Tenorio,  don  Quijote  de  la 
Mancha  ? 

Estoi  cierto  que  toda  persona  de  buen  gusto  i  de 
buen  sentido  responderá  que  nó  i  que  nó. 

Pues  entonces,  no  hai  fundamento  para  que,  contra- 
riando la  práctica  mas  jeneral  en  nuestro  idioma  des 
de  sus  orí j enes,  reemplacemos  delante  de  los  nombres 
de  bautismo  el  don  por  el  señor. 

Puede  omitirse,  si  se  quiere  el  señor,  pero  no  el  don. 

üonde 

¿Hai  diferencia  en  los  significados  de  donde  i  de 
adonde"! 

¿Conviene  usar  donde  por  adonde'^ 
¿  Conviene  usar  adonde  por  donde  ? 
Creo  provechoso  dilucidar  el  punto. 

Don  José  López  de  la  Huerta,  en  su  Examen  de  la 

POSIBILIDAD  DE  FIJAR   LA   SIGNIFICACIÓN  DE  LOS  SINO- 


i 


•77 


NiMos  DE  LA  LENGUA  CASiELLANA,  obra  dada  a  luz  por 
primera  vez  en  Viena  el  año  de  1780,  sostuvo  que  no 
debían  emplearse  indiferentemente  los  dos  adverbios 
donde  i  adonde. 

Hé  aquí  el  artículo  de  López  de  la  Huerta  a  que  me 
refiero: 

«El  adverbio  local  donde  esplica  el  lugar  puramente 
en  abstracto,  i  las  preposiciones  en,  de,  por,  etc.,  que 
se  le  unen,  determinan  por  su  propia  significación  la 
idea  exacta  que  se  le  quiere  aplicar. — Adonde  va,  de 
donde  viene,  por  donde  pasa. — De  manera  que  no  pa- 
rece hai  mas  razón  para  que  donde  sea  sinónimo  de 
adonde,  que  para  que  lo  sea  en  donde,  de  donde,  por 
donde. 

«Es  verdad  que  muchas  \'eces  deducimos  por  el  sen- 
tido la  idea  que  se  quiere  aplicar  al  adverbio  usado 
sin  preposición,  corno  cuando  decimos: — dónde  está; 
dónde  anda;  pero,  además  de  que  no  sie.npre  suplim.os 
en  estos  casos  precisamente  la  preposición  a,  como  se 
advierte  en  estos  mismos  ejemplos,  basta  reflexionarlo 
un  poco  para  conocer  que  las  significaciones  que  se 
dan  al  adverbio,  no  las  tiene  por  sí  solo,  i  dependen 
precisamente  del  sentido.  Si  encontramos  a  un  propio, 
i  en  lugar  de  preguntarle: — ¿adonde  lleva  la  carta,  esto 
es,  a  qué  lugar? — le  preguntamos: — ¿donde  lleva  la 
carta?  —  nó  responderá  con  impropiedad  si  dice: — la 
llevo  en  las  alforjas,  o  en  la  maleta. 

«Cervantes  usa  con  semejante  indiferencia  las  pre- 
posiciones a  i  en  unidas  al  adverbio  donde. — Adonde  le 
pareció  a  Sancho  pasar  aquella  VíOCñe.—A.donde,  en 
unos  corredores,  estaban  ya  el  duque  i  la  duquesa. — 
Pero  la  oscuridad  que  puede  dar  a  la  frase  este  uso 
indiferente,  se  ve  con  bastante  claridad  en  este  ejem- 
plo:— No  me  aprovechó  nada  mi  buen  deseo  (dice  uno 


—  278  ~ 

de  los  galeotes  a  quienes  dio  libertad  don  Quijote) 
para  dejar  de  ir  adonde  no  espero  volver,  según  me 
cargan  los  años  i  ese  mal  de  orina  que  llevo,  que  no 
me  deja  reposar  un  rato.— Es  claro  que  el  adverbio 
adonde  se  refiere  a  las  galeras  a  que  iba  condenado; 
pero  ¿quiso  decir  que  no  esperaba  volver  de  ellas  por 
ser  viejo  i  achacoso,  o  que  no  esperaba  volver  a  ellas? 
Por  el  sentido,  se  podrá  tal  vez  deducir,  pero  será  pre- 
ciso recurrir  a  él». 

López  de  la  Huerta,  en  el  artículo  que  acaba  de 
leerse,  hace  comprender  perfectamente  por  medio  de 
ejemplos  mui  espresivos  las  equivocaciones  i  las  oscu- 
ridades a  que  puede  dar  orijen  el  uso  de  adonde  por 
donde. 

Junto  con  esto,  sostiene  que,  para  indicar  el  lugar 
en  que,  ha  de  decirse  en  donde,  i  no  simplemente 
donde. 

En  cuanto  a  mí,  creo  que,  así  como  la  primera  de 
estas  opiniones  es  mui  exacta,  la  segunda  se  halla  mui 
lejos  de  serlo. 

Desde  siglos  atrás,  los  autores  castellanos  mas  sabi- 
dos i  mas  diestros  en  el  manejo  del  idioma,  han  usado 
donde ^  o  la  sincopa  do^  como  equivalente  de  en  donde. 

Juan  de  Mena,  en  El  Laberinto,  orden  de  Marte, 
copla  i8t,  trae  estos  versos: 

Con  peligrosa  i  vana  fatiga 
pudo  una  barca  tomar  a  su  conde, 
la  cual  le  levara  seguro,  si  donde 
estaba  bondad  no  fuera  enemiga. 

El  marqués  de  Santillana,  en  la  Querella  de  amor, 
se  espresa  así: 

Desperté  como  espantado, 
e  miré  donde  sonaba 
el  que  de  amor  se  qucj  aba 
bien  como  damnificado. 


r 


"  279  — 

Don  Jorje  Manrique,  en  las  coplas  A  i.a  muerte  de 

su   PADRE    EL    MAESTRE    DON  RoDRlGO,  CSCribe   lo  que 

signe: 

I  aun  el  hijo  de  Dios 
para  subirnos  al  cielo 
descendió 

a  nascer  acá  entre  nos, 
i  vivir  en  este  suelo 
dó  murió. 

Garcilaso   de  la  Vega,  en  la  égloga  i.».  pone  estos 
versos  en  boca  de  Nemoroso. 

Corrientes  aguas,  puras,  cristalinas; 
árboles  que  os  estáis  mirando  en  ellas; 
verde  prado  de  fresca  sombra  lleno; 
aves  que  aquí  sembráis  vuestras  querellas; 
hiedra  que,  por  los  árboles,  caminas, 
torciendo  el  paso  por  su  verde  seno: 
yo  me  vi  tan  ajeno 
del  grave  mal  que  siento 
que  de  puro  contento 
con  vuestra  soledad  me  recreaba, 
donde  con  dulce  sueño  reposaba, 
o  con  el  pensamiento  discurría 
por  donde  no  hallaba 
sino  memorias  llenas  de  alegría. 

I  en  este  mismo  valle,  donde  agora 
me  entristezco  i  me  canso,  en  el  reposo 
estuve  yo  contento  i  descansado. 

Frai  Luis  de  León,  en  la  oda  titulada  Noche  Se- 
rena, trae  esta  estrofa. 

¿Es  mas  que  un  breve  punto 
el  bajo  i  torpe  suelo,  comparado 
con  este  gran  trasunto 
do  vive  mejorado 
lo  que  es,  lo  que  será,  lo  que  ha  pasado : 


—  28o  — 

Miguel  de  Cervantes  Saavedra,  en  el  prólogo  del 
Don  Quijote,  se  espresa  así: 

«¿Qué  podía  enjendrar  el  estéril  i  mal  cultivado 
injenio  mió  sino  la  historia  de  un  hijo  seco,  avellana- 
do, antojadizo,  i  lleno  de  pensamientos  varios  i  nunca 
imajinados  de  otro  alguno,  bien  como  quien  se  enjen- 
dró  en  una  cárcel,  donde  toda  incomodidad  tiene  su 
asiento,  i  donde  todo  triste  ruido  hace  su  habitación  ?» 

Me  parece  esc  usado  citar  mas  ejemplos  de  esta 
clase. 

Puede  asegurarse  que,  desde  los  orí j enes  de  la  lite- 
ratura española,  hasta  el  dia,  no  hai  prosista  o  poeta 
en  cuyas  producciones  dejen  de  encontrarse  varios 
casos  de  donde  usado  por  en  donde. 

Por  esto,  la  Real  Academia,  en  su  Diccionario  de 
1884,  enseña  con  mucho  fundamento  lo  que  copio  en 
seguida. 

«Donde  se  construye  con  las  preposiciones  en^  de,  por 
o  hacia.  Con  la  primera,  no  cambia  de  significación. 
Con  las  demás,  denota  respectivamente  el  lugar  de 
que  se  viene,  i  el  lugar  por  el  cual,  o  hacia  el  cual  se 
va.» 

A  la  verdad,  donde  se  empleaba,  no  solo  por  en 
donde,  sino  también  por  de  donde,  i  aun  hasta  ahora, 
por  adonde. 

Así,  no  hai  razón,  ni  conveniencia  para  desechar  el 
uso  de  donde  por  en  donde. 

March,  en  su  estudio  sobre  los  sinónimos  castella- 
nos, ha  sido  mas  claro  i  mas  preciso  que  López  de  la 
Huerta  al  determinar  la  diferencia  de  significados 
entre  donde,  adonde  i  por  donde. 

Léase  lo  que  espone  acerca  de  este  punto. 

«Sin  que  se  trate  de  criticar  el  largo  artículo  de 
Huerta:   Donde,  Adonde,  parece   que   está    esplicado 


—    2S'l     - 


todo  con  decir  que  donde  únicamente  debe  usarse  con 
verbos  de  quietud,  i  los  demás  con  verbos  de  mo^i. 
miento.  Por  ^^mp\o:~¿Dónde  t^ikt~¿Ad6nde  vasv 
~¿Por  dónde  pasa?-Mal  dicho  sería,  pues:-,-Dó«^. 
vas?-,-^^ó^^,  estás?,  etc.~Es  superfina  la  prenosi- 
cion  en  para  el  primero  de  estos  ejemplos.. 
Don  José  Joaquín  de  Mora,  en  la  Colección  de 

SINÓNIMOS    D£     LA    LENGUA    CASTELLANA,    dada     a    la 

estampa  el  año  de  1855,  establece  esta  misma  distin- 
ción entre  los  significados  de  donde  i  adonde. 

«Han  llegado  a  ser  sinónimos  estas  palabras  (dice) 
por  haberse  unido  al  adverbio  donde  la  preposición  a 
como   podría  suceder,  si  el  uso  hubiera  querido,  con 
/>or,   en    i  para.  Sin  embare^o,  aun   después   detesta 
unión,  la  sinonimia  de  estas  dos  voces  no  es  perfecta 
porque  donde  indica  colocación,  i  adonde  término  de 
acción  o  de    movimiento.— Estoi    donde   estaba-    los 
campos  donde  estuvo  Troya;  donde  las  dan  las  toman 
-son  espresiones  que  indican  el  recto  uso  del  primer 
adverbio.  Las  siguientes  indican  el  uso  del  segundo. 
—¿Adonde  vas?— Las   tropas  llegaron  adonde  esX3h2. 
el  enemigo  .—¿Adonde  irá  el  buei  que  no  are? 

Ya  con  anterioridad,  esto  es,  en  18.47  don  Andrés 
Bello,  en  la  Gramática  de  la  lengua  castellana, 
había  sentado  esta  misma  doctrina. 
Léanse  sus  palabras. 

<tA.dondens^.áo  ipov  donde  Qs  un  arcaísmo  que  debe 
evitarse.  Dícese  adonde  con  movimiento,  i  donde  sin 
^^'  -^1  lugar  adonde  nos  encaminamos;  donde  residi- 
mos.—» (Obras  Completas,  tomo  4,  pajina  131). 

La  incontestable  influencia  que  Mora,  i  especial- 
mente Bello,  han  ejercido  en  el  cultivo  del  idioma 
español  en  Chile,  ha  sido  causa  de  que  los  chilenos  se 
hayan  habituado  a  hacer  entre  donde   i  adonde  una 


—   282    — 

distinción  que  tiene  la  preciosa  ventaja  de  proporcio- 
nar vocablos  distintos  para  la  espresión  de  ideas  o 
relaciones  distintas,  i  de  evitar  así  equivocaciones  i 
oscuridades  como  las  que  don  José  López  de  la  Huerta 
hacía  presentes. 

Ya  que  podemos  hacerlo  respecto  de  donde  (lugar 
en  que)  i  de  adonde  (lugar  hacia  el  cual),  no  desdeñe- 
mos imitar  siquiera  en  esto  la  perfección  de  la  lengua 
latina,  la  cual  tiene,  para  espresar  estas  diversas  rela- 
ciones de  lugar,  no  solo  uhi  (donde),  i  qiw  (adonde), 
sino  también  además  unde  (de  donde),  i  qua  (por 
donde). 

Ajustándose  a  esta  práctica  latina  cuanto  es  posi- 
ble, el  Diccionario  Latino-Hispano  de  Antonio 
Nebrija  o  Lebrija,  revisado  i  completado  por  don  En- 
rique de  la  Cruz  Herrera,  edición  de  Madrid,  1761, 
traduce  uhi  por  «en  qué  lugar,  o  en  donde>>;  i  que  por 
aílonde. 

Sin  embargo,  es  preciso  convenir  en  que,  por  des- 
gracia, no  todos  los  escritores,  i  no  todos  los  maestros 
de  la  lengua  española,  han  aceptado  la  racional  i  opor- 
tuna distinción  que  López  de  la  Huerta,  March,  Mora 
i  Bello  hacen  entre  los  significados  de  donde  i  adonde. 
El  Diccionario  Octolingüe  de  Calepino,  comple- 
tado por  el  jesuíta  Juan  Luis  de  la  Cerda,  edición  de 
Lugduno,  1647,  <^ic^  ^^^  ^^*  corresponde  en  castella- 
no a  «en  qué  lugar,  adonde»;  i  que  quo  ha  de  traducirse 
por  adonde. 

En  otras  palabras,  enseña  que  adonde  puede  em- 
plearse para  espresar  el  lugar  en  el  cual;  pero  que 
donde  no  sirve  para  espresar  el  lugar  hacia  el  cual. 

Don  Raimundo  de  Miguel  i  el  marqués  de  Morante, 
en  el  Nuevo  Diccionario  Latino-Español  Etimoló- 
jico,  traducen  el  adverbio  ubi  por  «donde,  en  donde, 


—  2«3  - 

en  qué  lugar,  en  qué  parte»;  pero,  por  lo  que  respecta 
a  quo,  traducen  por  donde  i  por  adonde. 

En  otras  palabras,  al  contrario  de  lo  que  dice  el 
Diccionario  de  Calepino,  Miguel  i  el  marqués  de  Mo- 
rante enseñan  que  adonde  no  puede  emplearse  para 
espresar  el  lugar  en  el  cual;  pero  que  donde  útvq  para 
espresar  el  lugar  hacia  el  cual. 

El  jesuita  Gregorio  Garcés,  en  la  obra  titulada 
Fundamento  del  vigor  i  elegancia  de  la  lengua 
CASTELLANA,  hace  ver  con  ejemplos  sacados  de  Cer- 
vantes (capítulo  iP,  artículo  9)  que  adonde  i  a  do, 
corresponden,  no  solo  a  quo^  sino  también  a  uhi\  i  a 
unde;  i  (capítulo  4,  artículo  10)  que  donde  i  do  corres- 
ponden, no  solo  a  tibi,  sino  también  a  quo,  i  a  unde. 

El  Diccionario  Latino -Español  de  don  Manuel  de 
Valbuena,  tanto  el  revisado  por  don  Vicente  Salva, 
como  el  revisado  por  don  Pedro  Martínez  López,  dice 
que  ubi  i  qiw  se  traducen  indiferentemente  el  uno  i  el 
otro  por  donde  i  adonde. 

Pero  consultemos  a  la  autoridad  mas  justamente 
acatada  en  esta  materia. 

La  Real  Academia  Española  enseña  en  su  Diccio- 
nario, que  donde  i  adonde  se  usan  indiferentemente 
para  sigaiñcar  «en  qué  lugar,  o  en  el  lugar  en  que»;  o 
para  significar  <*a  qué  parte  o  la  parte  que». 

Efectivamente,  los  prosistas  i  los  poetas  clásicos  de 
los  siglos  anteriores  presentan  numerosos  ejemplos  de 
adonde  usado  por  donde. 

Juan  de  Mena,  en  P3l  Laberinto,  orden  de  Marte, 
copla  160,  se  espresa  así: 

Aquel  que  en  la  barca  parece  sentado, 
vestido  en  engaño  de  las  bravas  ondas, 
en  aguas  crueles  ya  mas  que  no^ hondas, 
con  mucha  gran  jen  te  en  la  mar  anegado, 


-      284   — 

es  el  valiente,  no  bien  fortunado, 
mui  virtuoso  perínclito  conde, 
de  Niebla,  que  todos  sabéis  bien  adonde, 
dio  fin  al  dia  del  curso  hadado. 


Nemoroso,  en  la  égloga  i.^^  de  Garcilaso,  dice,  entre 
otras  cosas,  las  que  reproduzco  a  continuación: 

¿Dó  están  agora  aquellos  claros  ojos 
que  llevaban  tras  sí  como  colgada 
mi  ánima  do  quier  que  se  volvían? 
¿Dó  está  la  blanca  mano  delicada 
llena  de  vencimientos  i  despojos 
que  de  mí  mis  sentidos  le  ofrecían  ? 
Los  cabellos  que  vían 
con  gran  desprecio  al  oro 
como  a  menor  tesoro 
¿adonde  están?  ¿Adonde  el  blanco  pecho.' 
¿Dó  la  coluna  que  el  dorado  techo 
con  presunción  graciosa  sostenía? 

Como  cualquiera  puede  observarlo,  Garcilaso,  en 
los  versos  precedentes,  principia  por  emplear  dos  ve- 
ces el  adverbio  dó  o  dónde  para  denotar  la  parte  en 
que;  i  luego  también  dos  veces  el  adverbio  adonde  para 
espresar  la  misma  relación  de  lugar;  i  concluye  por 
usar  una  tercer  vez  dó  o  dónde  en  el  mismo  sentido. 

Fernando  de  Herrera,  en  el  idilio  que  empieza:  El 
sol  del  alto  cerro  descendía,  trae  estos  dos  tercetos. 

¿Adonde  estás?  escucha  de  mi  pena, 
la  fuerza,  que  en  tu  ausencia  reverdece. 
i  a  mayor  mal  me  obliga  i  me  condena. 
Ven,  ninfa,  adonde  el  ciclamor  florece, 
que  en  la  entrepuesta  hiedra  está  sombrío, 
i  do  al  timble  igualando  el  pobo  crece. 


\ 


-        2«5    - 

El  primer  adonde  está  empleado  por  dónde;  el  se- 
gundo en  su  sentido  propio  con  verbo  de  movimiento; 
i  el  do  del  último  verso  por  adonde. 

Lupercio  Leonardo  de  Arjensola  principia  así  la  can- 
ción A  Felipe  II  fn  la  canonización  de  san  Diego: 

En  estas  santas  ceremonias  pías. 
adonde  tu  piedad,  Filino  augusto 
con  admirables  rayos  resplandece, 
verás  como,  dejando  el  cetro  justo, 
después  de  largos  i  felices  dias, 
al  nuevo  tronco  que  a  tu  sombra  crece, 
nuestra  madre  santísima  te  ofrece 
los  mesmos  cantos  i  la  mesma  palma. 

El  adonde  del  segundo  verso  viene  en  lugar  de 
donde. 

Tirso  de  Molina,  en  El  Burlador  de  Sevill.Aj 
acto  iP,  escena  ii,  pone  en  boca  del  lacayo  Catalmón 
los  siguientes  versos: 

Es  hijo  aqueste  señor 
del  camarero  mayor 
del  rei,  por  quien  ser  espero, 
antes  de  seis  dias,  conde 
en  Sevilla.,  donde  va, 
i  adonde  su  alteza  está, 
si  a  mi  amistad  corresponde. 

Como  se  ve,  el  donde  está  empleado  por  adonde,  i  el 
adonde  por  donde. 

Tirso  de  Molina,  en  la  escena  14  del  mismo  acto  i.'', 
pone  los  siguientes  versos  en  boca  de  don  Gonzalo  de 
Ulloa,  comendador  de  Calatrava: 

Es  Lisboa  una  octava  maravilla. 
De  las  entrañas  de  España, 
que  son  las  tierras  de  Cuenca, 
nace  el  caudaloso  Tajo, 


~   286   — 

que  media  España  atraviesa. 

Entra  en  el  mar  océano 

en  las  sagradas  riberas 

desta  ciudad,  por  la  parte 

del  sur;  mas  antes  que  pierda 

su  curso  i  su  claro  nombre, 

hace  un  puerto  entre  dos  sierras. 

donde  están  de  todo  el  orbe 

barcas,  naves,  carabelas. 

Hai  galeras  i  saetías 

tantas,  que,  desde  la  tierra. 

parece  una  gran  ciudad, 

adonde  Neptuno  reina. 

A  la  parte  del  poniente, 

guardan  el  puerto  dos  fuerzas. 

de  Gascaes  i  San  Juan, 

las  mas  fuertes  de  la  tierra.  y 

Está  desta  gran  ciudad  ■ 

poco  mas  de  media  legua 

Belén,  convento  del  santo 

conocido  por  la  piedra, 

i  por  el  león  de  guarda, 

donde  los  reyes  i  reinas 

católicos  i  cristianos 

tienen  sus  casas  perpetuas. 

Haré  notar  antes  de  todo  que  Tirso  de  Molina  em- 
plea, como  todos  los  escritores  españoles,  dos  veces 
donde  para  denotar  el  lugar  en  que,  sin  agregarle  la 
preposición  en^  diciendo  en  donde  según  lo  pretendía 
López  de  la  Huerta. 

Usa  tam.bién  con  el  mismo  objeto  el  adverbio 
adonde. 

El  mismo  Tirso,  en  el  acto  2P,  escena  i8  de  la  pieza 
citada,  pone  en  boca  del  labrador  Patricio  estos 
versos: 


2H7    - 

Sobre  esta  ;iUombra  florida 
adonde  en  campos  de  escarcha 
el  sol  sin  aliente  marcha 
con  su  luz  recién  nacida, 
os  sentad,  pues  nos  convida 
al  tálamo  el  sitio  hermoso. 

Se  advertirá  fácilmente  que  adonde  está  por   donde. 

Cervantes,  en  el  Don  Quijote,  parte  2 .»,  capítulo 
4,  emplea  esta  frase: 

«Era  su  parecer  que,  fuese  al  reino  de  Aragón,  i  a  la 
ciudad  de  Zaragoza,  adonde  se  habían  de  hacer  unas 
solemnísimas  justas  por  la  fiesta  de  San  Jorje». 

Aquí  adonde  está  por  donde. 

Los  ejemplos  recordados,  i  otros  muchos  que  podrían 
agregarse,  manifiestan  que  los  escritores  de  los  siglos 
anteriores,  sin  dejar  de  emplear  mucho  el  donde  para 
espresar  el  lugar  en  que,  solían  reemplazarlo  por 
adonde. 

Los  modernos,  aunque  ya  no  con  tanta  frecuencia, 
hacen  en  ocasiones  igual  cosa,  cometiendo  loque  Bello 
calificaba  de  arcaísmo. 

Don  Gaspar  Melchor  de  Jovellanos  empieza  con 
estos  versos  la  oda  titulada  En  el  nacimiento  de 
DON  Antonio  María  de  Castilla  i  Velasco. 

¿Adonde  estoi?  ¿qué  fuego 
es  este  que  mi  pecho  i  mente  inflama? 

Adonde  está  aquí  evidentemente  por  donde. 

Don  Antonio  Jil  de  Zarate  en  el  Resumen  Histó- 
rico DE  la  literatura  ESPAÑOLA,  seccióu  1.^,  Capí- 
tulo 5,  osea  pajina  50.  edición  de  Madrid,  1874,  dice 
lo  que  sigue: 

«El  poder  de  las  naciones  i  la  gloria  literaria   se  dan 


a  tal  punto  la  mano,  que  casi  siempre  adonde  aquél 
existe  le  acompaña  ésta». 

Adonde  aparece  empleado  por  donde. 

Don  José  Zorrilla,  en  Don  Juan  Tenorio,  primera 
parte,  acto  4°,  liga  como  sigue  las  escenas  8  i  9: 

Don  Gonzalo  de  Ulloa,  comendador  de  Calatrava 
(dentro) 

¿Dónde  está? 

Don  Juan 
Él  es. 
Don  Gonzalo 
¿Adonde  está  ese  traidor? 

Don  Jnav 
Aquí  está,  comendador. 

Como  puede  observarse,  el  poeta  Zorrilla  denota  el 
lugar  en  que:  primero  por  donde,  i  en  seguida  por 
adonde. 

Los  prosistas  i  los  poetas  clásicos  de  los  siglos  ante- 
riores suministran  igualmente  numerosos  ejemplos  de 
donde  usado  por  adonde. 

Francisco  de  la  Torre,  en  la  canción  titulada  La 
TÓRTOLA,  dice  así: 

(¡Dónde  vas,  avecilla  desdichada  ? 
(Dónde  puedes  estar  mas  aflijida  ? 

El  primer  donde  significa  el  lugar  hacia  el  cual;  i  el 
segundo,  el  lugar  en  que. 

Son  versos  del  mismo  poeta  los  que  siguen: 

Viuda  sin  ventura, 
tórtola  cuitada, 
mustia  i  asombrada 
de  una.  muerte  dura; 
tú,  que  el  valle  ameno, 
con  tu  arrullo  blando. 


—  a89  — 

serenaste,  cuando 
vio  tu  bien  sereno; 
quejas  inmortales 
hieren  tus  sentidos 
que,  a  bienes  perdidos, 
no  hai  medianos  males; 
vuelve  donde  muevas 
las  fieras  que  dejas, 
que  no  son  tus  quejas 
para  monte  i  cuevas. 
En  el  valle  donde 
tu  dolor  te  cela, 
nadie  te  consuela, 
nadie  te  responde. 

Sucede  exactamente  como  en  el   ejemplo  anterior. 
El  primer  donde  está  por  adonde;  el  segundo  repro- 
7  duce  a  valle^  i  significa,  por  lo  tanto,  lugar  en  que. 

Fernando  de  Herrera  comienza  como  sigue  uno  de 
sus  sonetos; 

(fDó  vas?  ¿dó  vas,  cruel?  ¿dó  vas?  refrena, 
refrena  el  presuroso  paso,  en  tanto 
que  de  mi  grave  afán  el  hondo  llanto 
abre  en  prolijo  curso  honda  vena; 

Indudablemente,  dó  en  el  primero  de  estos  versos, 
viene  empleado  tres  veces  por  a  dó,  o  sea  por  adonde. 

Tirso  de  Molina,  en  El  Burlador  de  Sevilla, 
I  acto  2.0,  escena  12,  supone  el  siguiente  diálogo  entre 

I  dos  de  sus  personajes; 

¡  Don  Juan 

¿Dónde  iremos? 

Marqués  de  la  Mota 

A  Lisboa. 


AMVNATBGUI. — T.    II. 


19 


—    290    — 

Don  Juan 
¿Cómo  si  en  Sevilla  estáis? 

Marqués  de  la   Mota 

Pues,  ¿aquesto  os  maravilla? 
¿  No  vive  con  gusto  igual 
lo  peor  de  Portugal 
en  lo  mejor  de  Castilla? 

Don  Juan 

(¡Dónde  viven  ? 

Marqués  de  la  Mota 

En  la  calle 
de  la  Sierpe,  doíide  ves 
a  Adán  vuelto  portugués, 
que,  en  aqueste  amargo  valle, 
con  bocados  solicita 
mil  Evas,  que,  aunque  en  ducados, 
en  efecto  son  bocados 
con  que  el  dinero  nos  quitan. 

Don  Juan 

^lientras  a  la  calle  vais, 
yo  dar  un  perro  quisiera. 

Marqués  de  la  Mota 

Pues  cerca  de  aquí  me  espera 
un  bravo. 

Don  Juan 

Si  me  dejais, 
señor  marqués,  vos  veréis 
cómo  de  mí  no  se  escapa. 


—    291    — 

Marqués  de  la  Mota 

Vamos,  i  poneos  mi  capa 
para  que  mejor  lo  deis. 

Don  Juan 

Bien  habéis  dicho;  venid, 
i  me  enseñareis  la  casa. 

Marqués  de  la  Mota 

Mientras  el  suceso  pasa, 
la  voz  i  el  habla  finjid. 
¿Veis  aquella  celosía? 

Don  Juan 
Ya  la  veo. 

Marqués  de  la  Mota 

Pues  llegad, 
i  decid  Beatriz,  i  entrad 

Don  Juan 
¿Qué  mujer? 

Marqués  de  la  Mota 

Rosada  i  fría 
Catalinón  {lacayo) 
Será  mujer  cantimplora. 

Marqués  de  la  Mota 
En  Gradas,  os  aguardamos. 

{Vase) 


—    2^2    — 

Don  Juan 

Adiós,  marqués. 

Catalinón 

¿Z)ó«ííe  vamos? 

Donjuán 

Calla,  necio,  calla  ahora 
Adonde  la  burla  mía 
ejercite. 

El  primer  donde  está  usado  por  adonde 

El  segundo  significa  lugar  en  que. 

El  tercero  significa  igual  cosa. 

El  cuarto  está  usado  por  adonde. 

Adonde  viene,  al  fin,  empleado  por  donde, 

Cervantes,  en  el  Don  Quijote,  parte  i.»,  capítulo 
43,  dice  así: 

«Se  fué  donde  el  oidor  i  su  hij  a  i  los  demás  caballeros 
estaban». 

Donde  está  aquí  por  adonde. 

Sin  embargo,  i  a  pesar  de  lo  que  queda  espuesto  so- 
bre el  uso  de  donde  en  vez  de  adonde  por  los  clásicos 
españoles,  se  sabe  que  ellos  empleaban  también  el  se- 
gundo de  estos  adverbios  en  la  forma  íntegra  ó  en  la 
sincopada,  para  espresar  el  lugar  hacia  el  cual. 

Para  comprobarlo,  basta  traer  a  la  memoria  los  si- 
guientes ejemplos  de  Lope  de  Vega: 

¿Adonde  huyó  la  nieve 
que  derretía  el  fuego  de  tus  ojos? 

¿Adonde  vas  perdida? 
¿vlí¿ó«i¿,  di,  te  engolfas? 


i 


—  293  ~ 

Adonde  vasfpor  despreciar  el  nido 
al  peligro  de  ligas  i  de  balas 
i  el  dueño  huyes  que  tu  pico  adora  ? 

i  basta  traer  a  la  memoria  aquel 

¿A  do  volvéis  los  jenerosos  pechos? 

que  Ercilla  pone  en  boca  de  Lautaro. 

Los  escritores  modernos  en  prosa  i  verso  suelen  usar 
el  donde  por  adonde,  quizá  mas  que  el  adonde  por 
donde. 

Don  Juan  Nicasio  Gallego,  en  su  excelente  traduc- 
ción de  Los  Novios  de  Manzoni,  capítulo  29,  o  sea  pa- 
jina 388,  edición  de  Madrid,  1882,  trae  en  un  diálogo 
la  siguiente  pregunta  i  la  siguiente  respuesta: 

— Pero,  ¿dónde  vamos? 

« — Donde  vayan  los  demás.  Iremos  desde  luego  a  la 
calle;  i  allí,  con  lo  que  oigamos,  veremos  lo  que  haya 
que  hacep). 

Don  José  de  Espronceda  en  El  Estudiante  db 
Salamanca,  parte  2/'^,  se  espresa  así: 

¡Ah!  Hora,  sí,  ¡pobre  Elvira! 
¡triste  amante  abandonada! 
Esas  hojas  de  esas  flores 
que  distraída  tú  arrancas, 
¿sabes  adonde,  infeliz, 
el  viento  las  arrebata? 
Donde  fueron  tus  amores, 
tu  ilusión  i  tu  esperanza. 

(Poesías,  pajina  191,  edición  de  Madrid,  1840). 

El  donde  desempeña  el  mismo  oficio  que  el  adonde, 
i,  por  lo  tanto,  debería  ser  reemplazado  por  este  vo- 
cablo, si  la  medida  del  verso  lo  permitiera. 


—  294  — 

El  mismo  poeta,  en  la  parte  4.^,  o  sea  pajina  236, 
trae  estos  versos: 

I  he  de  saber  donde  vais, 
i  si  sois  hermosa  o  fea. 

Por  último,  en  la  misma  parte  4.^,  o  sea  pajina  255 
de  la  edición  citada,  dice: 

Sabed  en  fin  que  donde  vayáis,  voi. 

El  donde  está  en  el  uno  i  en  el  otro  ejemplo  por 
adonde. 

Don  José  Zorrilla,  en  el  drama  titulado  El  eco  del 
TORRENTE,  acto  lP,  O  Sea  Obras  Dramáticas,  tomo 
2,  pajina  201,  columna  2.%  edición  de  París,  1847,  trae 
estos  versos: 

Arjentina 

¿I  dónde  va? 

Jenaro 

¿Adonde  ha  de  ir,  señora, 
sino  adonde  vos  estáis  ? 

El  dónde  viene  evidentemente  usado  por  adonde. 

Don  Antonio  García  Gutiérrez,  en  El  Grumete, 
acto  único,  escena  6  a,  o  sea  Obras  Escojidas,  pajina 
369,  edición  de  Madrid,  se  espresa  así: 

Serafín  («dirijiéndose  adonde  está  la  mesa»). 
Bien;  ya  no  lo  hago. 
Luisa 
¿Dónde  vas? 

Serafín 

A  echar  un  trago. 


—  295  — 

El  adonde  aparece  aquí  empleado  en  su  sentido 
propio;  i  el  donde  por  adonde. 

Don  Antonio  Rodríguez  Rubí,  en  el  drama  titulado 
Isabel  la  Católica,  hace  que  se  cambien  las  siguien- 
tes palabras  entre  Gonzalo  de  Córdoba  i  Cristóbal 
Colón: 


'Adonde  vas? 


Gonzalo 

Colón 

¿Dónde?  A  Francia. 

El  adonde  viene  empleado  en  un  sentido  propio;  i 
el  donde  por  adonde. 

Don  Eujenio  Selles,  en  El  Nudo  Gordiano,  empie- 
za así  la  escena  8.^  acto  2.0 

Severo  (deteniéndole) 

¿Dónde  vas  ? 

Carlos  (con  ansiedad) 

¿De  dónde  vienes? 

(Pajina  47,  edición  de  Madrid,  1881). 
El  mismo  poeta,  en  el  acto  3.0,  escena  6,  o  sea  pa- 
jina 73,  pone  estos  versos  en  boca  de  María. 

Si  rompe  mi  concha  una  ola, 
¿dónde  irá  tu  perla  sola 
por  los  mares  de  la  vida? 

Hé  aquí  dos  nuevos  ejemplos  de  dónde  por  adonde. 
Don  José  Joaquín  de  Olmedo  empieza  así  su  tra- 
ducción de  la  oda  14,  libro  i.^  de  Horacio. 

¿O  nave,  dónde  vas?  No  te  amedrentan 
las  nuevas  olas  que  a  la  mar  te  impelen? 

Manifiestamente  el  dónde  está  aquí  por  adonde. 


—  296  — 

La  Real  Academia  no  ha  carecido,  pues,  de  funda- 
mento para  declarar  que  estas  dos  palabras  se  han 
usado  una  por  otra. 

Sin  embargo,  es  fuera  de  duda  que,  de  dia  en  dia, 
se  va  haciendo  entre  ellas  la  diferencia  de  significados 
establecida  por  López  de  la  Huerta,  March,  Bello  i 
Mora. 

La  Real  Academia,  en  la  primera  edición  del  Dic- 
cionario, empezó  por  enseñar  que  adonde  i  donde  es- 
presaban completamente  una  misma  idea. 

Léanse  los  artículos  que  destinó  en  la  primera  edi- 
ción del  Diccionario  a  estas  dos  palabras. 

«Adonde,  adverbio  de  lugar.  Como  pregunta,  vale 
esta  voz  lo  mismo  que:  en  qué  lugar,  en  qué  parte, 
como:  ¿Adonde  estamos?;  o  a  qué  lugar,  o  qué  parte, 
como:  ¿Adonde  vas?  I  por  afirmación  significa:  en  el 
mismo  lugar  en  que,  como:  Adonde  era  Sagunto,  es  koi 
Monviedro». 

«Donde,  adverbio  de  lugar,  lo  mismo  que  adonde». 

Aparece  que  la  Academia,  en  la  primera  edición  del 
Diccionario,  no  hizo  la  menor  distinción  entre  los 
significados  de  adonde  i  de  donde. 

En  la  segunda  edición  de  1780,  conservó  sin  varia- 
ción el  artículo  destinado  al  adverbio  donde;  pero  re- 
dactó como  sigue  el  destinado  al  adverbio  adonde: 

«Adonde,  adverbio  de  lugar.  Suele  usarse  con  verbos 
de  quietud  por  lo  mismo  que  donde;  pero  su  propio  i 
acertado  uso  es  con  algunos  verbos  de  movimiento, 
como  ir,  venir,  caminar;  i  vale:  a  qué  parte,  o  a  la 
parte  que». 

Como  se  ve,  la  Academia,  en  el  año  mencionado, 
enseñó  que  el  uso  de  adonde  por  donde  no  era  tan 
común  como  el  de  donde  por  adonde. 

En  la  tercera  edición  de  1791,  en  la  cuarta  de  1803 


—  *97  ~ 

i  en  la  quinta  de  1817,  conservó  el  artículo  destinado 
al  adverbio  adonde  en  la  segunda  de  1780;  pero  varió 
como  sigue  el  destinado  al  adverbio  donde: 

4iDonde,  adverbio  de  lugar.  Lo  mismo  que  adonde. 
Usase  con  verbos  de  quietud  i  de  movimiento». 

Como  se  ve,  la  Academia  insistió  de  un  modo  mas 
terminante  en  que  donde  podía  usarse  por  adonde. 

En  la  sesta  edición  de  1822,  en  la  séptima  de  1832, 
en  la  octava  de  1837,  i  ^^  1^  novena  de  1843,  conservó 
el  artículo  destinado  al  adverbio  donde;  pero  varió 
como  sigue  el  destinado  al  adverbio  adonde. 

^Adonde,  adverbio  de  lugar.  A  qué  parte  o  a  la  parte 
que». 

Nótase  que  la  Academia,  en  estas  ediciones,  no  dijo 
ya  que  adonde  podía  emplearse  alguna  vez  por  donde, 
como  la  había  espresado  en  las  anteriores. 

En  la  décima  edición  de  1852,  i  en  la  undécima  de 
1869,  la  Academia  conservó  el  artículo  destinado  al 
adverbio  adonde;  pero  varió  como  sigue  el  destinado  a 
donde: 

«Donde,  adverbio  de  lugar.  Denota  el  sitio  en  que 
se  hace  o  dice,  ocurre,  nace  o  subsiste  alguna  cosa. 
Usase  con  verbos  de  quietud  i  de  movimiento.— 
Adonde». 

Resulta  que  la  Real  Academia  enseñó,  desde  1822 
hasta  1869,  que  adonde  denota  solo  el  lugar  a  que,  o 
hacia  que,  i  por  lo  tanto,  no  debe  emplearse  en  el  sen- 
tido de  donde,  o  lugar  en  que,  como  algunos  escritores 
antiguos  lo  practicaron. 

Así,  cuando  don  Andrés  Bello  dijo,  en  la  Gramática 
DE  LA  LENGUA  CASTELLANA  que  «adonde  usado  por 
donde  es  un  arcaísmo  que  debe  evitarse»,  no  hizo  mas 
que  seguir  la  doctrina  de  la  docta  corporación. 

Lo  único  que  la  Academia  persistía  en  reconocer  era 
que  donde  podía  usarse  por  adonde;  o  en  otros  térmi- 


—  298   — 

nos,  que  donde  podía  significar  unas  veces  el  lugar  en 
que;  i  otras,  el  lugar  a  que. 

Habría  sido  de  desear  que,  así  como  no  daba  al  ad- 
verbio adonde  otra  acepción  que  la  de  lugar  a  que, 
hubiera  procurado  del  mismo  modo  que  no  se  diera  al 
adverbio  donde  otra  que  la  de  lugar  en  que. 

Conviene  que  cada  una  de  estas  dos  ideas,  o  de  estas 
dos  relaciones  diferentes  de  lugar,  sea  espresada  por 
palabras  propias  i  distintas,  como  López  de  la  Huerta, 
March,  Bello  i  Mora  querían  que  se  hiciese,  i  como 
muchos  de  los  que  hablan  i  escriben  en  nuestro  idioma 
lo  hacen  efectivamente. 

Por  desgracia,  la  Academia  no  lo  ha  ejecutado  así 
en  la  duodécima  edición  del  Diccionario,  en  la  cual 
ha  renovado  la  doctrina  que  espuso  en  la  primera,  i 
que  modificó  en  las  siguientes,  de  que  podían  usarse 
indiferentemente,  no  solo  donde  por  adonde,  sino 
adonde  por  donde,  (i) 

Esto  importa,  en  mi  concepto,  un  verdadero  retro- 
ceso operado  precisam.ente  cuando  el  uso,  estimulado 
por  las  advertencias  hechas  por  la  Academia  en  las 
ediciones  precedentes  tiende  a  fijar  entre  los  significa- 
dos de  adonde  i  de  donde  la  conveniente  distinción. 

Sin  duda  alguna,  el  uso  jeneral  es  el  que  determina 
la  acepción  de  las  palabras;  pero,  no  por  ello,  las  per- 
sonas instruidas  dejan  de  estar  obligadas,  para  mejorar 
la  lengua,  a  enmendar  lo  que  sea  vicioso. 

Un  gran  número  de  los  escritores  mas  sobresalientes 
de  nuestra  raza,  han  empleado,  verbigracia,  el  cuyo 
para  enlazar  el  sujeto  o  termino  de  una  primera  pro 
posición  con  el  sujeto  o  término  de  una  segunda. 

Tirso  de  Mohna,  en  El  Burlador  de  Sevilla, 
acto  2,  escena  lo,  supone  que  el  anciano  don  Diego 
Tenorio  dirije  a  su  hijo  don  Juan  los  siguientes  versos: 

i)  La  1 3,a  edición  del  Diccionario  no  ha  innovado  a  este  respecto. 


\i)  La  ¡ 


—   299   — 

Al  fin  el  rei  me  ha  mandado 
que  te  eche  de  la  ciudad, 
porque  está  de  tu  maldad 
con  justa  causa  indignado; 
que,  aunque  me  lo  has  encubierto, 
ya  en  Sevilla  el  rei  lo  sabe, 
cuyo  delito  es  tan  grave, 
que  a  decírtelo  no  acierto. 
¡En  el  palacio  real, 
traición,  i  con  un  amigo! 

Don  Ramón  de  Mesonero  Romanos,  en  las  Escenas 
Matritenses,  artículo  titulado  La  Empleo-Manía,  se 
espresa  así: 

«Mi  esposa  era  una  mujer  altiva,  acostumbrada  a 
ser  obedecida;  i  en  mí,  veía  a  un  marido,  a  quien  ella 
había  elevado  a  su  altura,  cuya  consideración  la  hacía 
insufrible,  dándola  un  dominio  absoluto  sobre  mí.» 

Don  Antonio  Ferrer  del  Rio,  en  la  Galería  de  la 
literatura  española,  pajinas  70  i  71,  edición  de 
Madrid,  1846,  dice  lo  que  sigue,  hablando  sobre  el 
conde  de  Toreno: 

«Se  mostraba  intolerante,  arrebatado  i  sañudo  al 
discutirse  el  manifiesto  de  Lardizábal,  en  cuyo  asunto 
cedían  las  cortes  a  instintos  de  propia  venganza,  mas 
bien  que  a  decretos  de  imparcial  justicia». 

Don  Juan  de  la  Pezuela  i  Ceballos,  conde  de  Ches- 
te,  uno  de  los  maestros  de  nuestra  lengua,  dice,  en  el 
Elojio  Fúnebre  de  don  Ventura  de  la  Vega,  leído 
el  23  de  febrero  de  1866,  lo  que  sigue: 

«Esa  misma  comedia  (El  Hombre  de  Mundo),  al- 
gún tiempo  después,  fué  puesta  en  escena  en  el  teatro 
particular  que  tiene  la  señora  condesa  viuda  de  Mon- 
tijo  en  su  quinta  de  Carabanchel,  cuya  circunstancia 
no  quiero  dejar  olvidada».  (Memorias  de  la  Acade- 
mia Española,  tomo  2.0,  pajina  455).  • 


—  300  — 

Don  Fermín  de  la  Puente  i  Apezechea,  otro  docto 
individuo  de  la  Real  Academia,  en  un  discurso  leído 
ante  ella  el  12  de  febrero  de  1871,  se  espresa  así: 

«Públicos  son  los  gozos  i  las  alegrías  de  la  Academia, 
sus  sufrajios  por  los  muertos,  sus  concursos  entre  los 
vivos,  la  admisión  de  sus  nuevos  miembros,  la  inaugu- 
ración anual  de  sus  trabajos  con  un  discurso  literario  i 
el  resumen  de  sus  actas  del  propio  año  que  hace  su 
secretario,  así  como  el  examen  trienal  que  verifica  su 
director,  en  cuyo  período  le  es  obligatorio  volver  la 
vista  atrás  para  mirar  luego  adelante,  contemplar  el 
camino  andado,  antes  de  ver  el  que  se  desenvuelve  a 
su  vista.»  (Memorias  de  la  Academia  Española, 
tomo  3.<>,  pajina  206). 

El  injenioso  académico  don  Antonio  María  Segovia, 
en  un  discurso  leído  el  30  de  marzo  de  1873,  dice  lo 
siguiente: 

«Es  cuestión  la  de  si  el  acento  produce  o  no  canti- 
dad, o  para  hablar  mas  claro,  si  la  sílaba  acentuada 
debe  llamarse  larga,  a  imitación  de  la  prosodia  de 
griegos  i  latinos,  de  cuyas  tradiciones  no  hemos  podido 
sacudir  el  yugo,  ni  aun  después  de  que  los  estudios 
modernamente  profundizados  de  aquellas  i  las  demás 
lenguas  nos  han  obligado  a  confesar  que  ignorábamos 
completamente  en  qué  consistía  la  medida  que 
aquellos  pueblos  usaban  para  su  versos  (a  cuya  opera- 
ción llamaban  los  latinos  scansio  del  verbo  scandere), 
si  bien  sospechamos  que  leían  i  recitaban  sus  versos 
con  cierta  especie  de  salmodia  o  canturía,  completa- 
mente ajena  a  nuestras  costumbres  i  a  nuestros  idio- 
mas». (Memorias  de  la  Academia  Española,  tomo  4, 
pajina  477). 

En  otVas  de  estas  apuntaciones  (la  destinada  a  cuyo), 
he   citacV)  varios  ejemplos  de    este  mismo   defecto, 


—  30'   — 

sacados  de  autores  tan  respetables  como  los  que  acabo 
de  mencionar. 

Sin  embargo,  la  Academia,  desentendiéndose  de  tal 
práctica  antigua  i  moderna,  con  sobrado  fundamento, 
enseña  que  cuyo  no  es  en  último  resultado  sino  el  jeni- 
tivo  latino,  cuius;  i  que,  por  lo  tanto,  lleva  implícito 
en  sí  el  de  característico  de  jenitivo. 

Me  parece  que  igual  procedimiento  ha  de  observarse 
para  ractificar  los  significados  de  los  adverbios  adonde 
i  donde,  i  para  recomendar  que  se  les  emplee  en  acep- 
ciones distintas,  sin  usarlos  indiferentemente  el  uno 
por  el  otro. 

Don  Andrés  Bello,  en  la  Gramática  de  la  lengua 
CASTELLANA,  capítulo  IQ,  en  una  nota,  dice  algo  que 
es  oportuno  traer  a  la  memoria  en  esta  ocasión. 

«Nótese  que  do  i  donde  significaban  en  tiempos  no 
mui  antiguos  dedonde.  Todavía  leemos  en  frai  Luis  de 
León: — La  luz  do  el  [saber  llueve, — esto  es,  el  astro 
dedonde  baja  o  es  influido  a  los  hombres  el  saber: 
espresión  que  Hermosilla  tachó  injustamente  de 
absurda,  siendo  solo  arcaica.  En  el  mismo  error  cayó 
Clemencín,  criticando  la  causa  do  naciste,  en  la  canción 
de  CrisósLomo,  porque,  según  dice,  defecto  no  nace 
en,  sino  de  la  causa;  como  si  este  no  no  significase 
aquí  eso  mismo. — Aquellos  donde  venimos — esto  es, 
aquellos  de  donde,  de  quienes  descendemos,  dice  un 
romance  que,  por  el  lenguaje,  no  parece  anterior  al 
siglo  XVL — No  hai  pueblo  ninguno  donde  no  salgan 
comidos  i  bebidos — (Cervantes);  i  el  mismo  frai  Luis 
de  León: 

Cielo,  do  no  se  parte 
oscura  i  fría  niebla  eternamente». 

(Obras  Completas,  tomo  4.°,  pajina  131). 
Cervantes,  en  la  dedicatoria  de  La  Gal  atea,  dice 


—    302    — 

que  el  abad  de  santa  Sofía,  «da  cada  dia  señales   de  la 
clara  i  jenerosa  estirpe  do  desciende». 

Frai  Luis  de  León,  en  la  oda  A  Felipe  Ruiz,  trae 
estas  estrofas: 

Veré  las  inmortales 
columnas  do  la  tierra  está  fundada; 
las  lindes  i  señales 
con  que  a  la  mar  hinchada 
la  Providencia  tiene  aprisionada; 
por  que  tiembla  la  tierra; 
por  que  las  hondas  mares  se  embravecen; 
do  sale  a  mover  guerra 
el  cierzo;  i  por  que  crecen 
las  aguas  del  océano,  i  descrecen; 
de  do  manan  las  fuentes; 
quién  ceba  i  quién  bastece  de  los  rios 
las  perpetuas  corrientes; 
de  los  helados  rios 
veré  las  causas,  i  de  los  estíos; 
las  soberanas  aguas 
del  aire  en  la  rejión  quién  las  sostiene; 
de  los  rayos  las  fraguas; 
do  los  tesoros  tiene 
de  nieve  Dios;  i  el  trueno  donde  viene. 

El  primer  do,  o  sea  el  que  se  encuentra  en  el  segundo 
de  los  versos  copiados,  denota  el  lugar  en  que,  con- 
forme a  lo  que  el  uso  ha  determinado  respecto  a  este 
adverbio;  el  cuarto  do,  o  sea  el  que  se  encuentra  en  el 
diez  i  nueve  de  dichos  versos,  espresa  igual  cosa. 

El  segundo  do,  o  sea  el  que  se  encuentra  en  el  verso 
octavo,  indica  el  lugar  de  que  el  cierzo  sale  a  mover 
guerra. 

Ha  de  notarse  que  el  poeta,  en  el  verso  undécimo, 
para  significar  el  lugar  de  que  manan  las  fuentes,  ha 
usado,  no  simplemente  el  adverbio  do,  como  acababa 


—  303  — 

de  hacerlo  en  el  verso  octavo,  sino  la  locución  de  do,  lo 
que  demuestra  que  esa  idea  o  relación  de  lugar  podía 
espresarse  indiferentemente  por  do  o  por  de  do. 

En  el  último  de  los  versos  citados,  donde  está  por 
de  donde.  «El  trueno  donde  viene» equivale  a:  «El  trueno 
de  donde  viene». 

x\parece,  pues,  que,  «en  tiempos  no  mui  antiguos», 
como  Bello  lo  dice,  donde  se  usaba,  no  solo  por  adonde , 
sino  también  por  de  donde. 

Efectivamente,  el  Diccionario  de  la  Academia,  en 
la  duodécima  edición  de  1884,  enseña  que  antaño  solía 
usarse  donde  o  do  por  de  donde  o  por  de  do. 

I  he  hecho  mui  bien  en  advertirlo  para  impedir  que, 
no  ya  personas  de  menos  erudición,  sino  humanistas 
tan  entendidos  i  tan  espertos  en  la  gramática  i  en  la 
historia  de  nuestra  lengua  como  Clemencín  i  Hermo- 
silla,  incurran  en  las  equivocaciones  a  que  Bello  alude. 

Frai  Luis  de  León,  en  la  oda  titulada  Noche  Se- 
rena, designa,  como  se  sabe,  el  planeta  Mercurio  con 
la  siguiente  perífrasis: 

La  luz  do  el  saber  llueve 

Don  José  Gómez  Hermosilla,  en  el  Arte  de  hablar 
EN  PROSA  I  VERSO,  parte  1.^,  libro  2 .0,  capítulo  4.°,  pá- 
rrafo destinado  a  la  -perífrasis,  dice  que  la  que  acaba 
de  leerse  «es  estudiada  i  oscura»;  i  que  «no  sabe  cómo 
se  le  pudo  escapar  a  frai  Luis  de  León>>. 

Para  fundar  esta  censura,  agrega  lo  que  sigue: 

«¿Qué  quiere  decir  una  luz  do  llueve  el  saber?  ¿Ni 
como  el  saber  puede  llover  en  parte  alguna,  i  mucho 
menos  en  una  luz?» 

Resulta  que  un  humanista  de  la  categoría  de  Her- 
mosilla, no  recordando  que  do  puede  notar  el  lugar  de 


que,  se  fijó  única  i  esclusivamente  en  que,  por  lo  común, 
solo  denota  el  lugar  en  que. 

Si  un  maestro  semejante  pudo  incurrir  en  tal  equivo- 
cación, se  comprende  cuan  fácilmente  podrá  el  vulgo 
caer  en  otras  parecidas. 

Conviene,  pues,  i  mucho,  que  los  adverbios  adonde 
donde,  en  vez  de  usarse  promiscuamente,  tengan  acep- 
ciones peculiares. 

Eso  ya  se  ha  hecho  para  espresar  el  lugar  de  que. 

Donde  o  do  no  pueden  usarse  ya  por  de  donde,  o  por 
dedo. 

Debe  hacerse  entonces  igual  cosa  por  lo  que  toca  al 
adverbio  adonde,  i  al  de  igual  clase  donde. 

Así  como  do7ide  no  puede  emplearse  por  de  donde, 
tampoco  debe  emplearse  adonde  por  donde,  ni  donde 
por  adonde. 

I  obsérvese  que  era  mas  difícil  conseguir  lo  primero 
que  esto  segundo. 

Donde,  por  la  composición,  estaba  llamado  a  deno- 
tar el  lugar  de  que. 

El  uhi  latino  pasó  al  romance  trasformándose  en 
onde. 

Donde  equivale,  pues,  etimolójicamente,  a  de  onde^ 
esto  es,  atendiendo  al  orijen,  debía  significar  el  lugar 
de  que. 

Sin  embargo,  ya  todos  los  españoles  modernos  de 
ambos  mundos  estamos  convenidos  en  que  donde  de- 
nota el  lugar  en  que  i  no  el  lugar  de  que. 

No  se  ve  entonces  por  qué  no  había  de  quitársele 
también  la  acepción  de  lugar  a  que,  contraria  a  su 
composición. 

El  accidente  de  que  algunos  escritores  persistan  en 
dársela  no  es  motivo  suficiente  para  no  introducir  esta 
mejora  en  nuestro  idioma,  i  para  no  procurar  que  los 


-  305  — 

adverbios  donde  i  adonde  tengan  cada  uno  su  signifi- 
cado peculiar  i  esclusivo. 

Tanto  en  España,  como  en  las  repúblicas  hispano- 
americanas, suele  atribuirse  a  donde  el  carácter  de  pre- 
posición, haciéndolo  equivalente  de  en  casa  de,  o  algo 
semejante,  esto  es,  usándolo  ni  mas  ni  menos  como 
los  franceses  emplean  la  preposición  chez. 

Don  Rafael  María  Baralt,  en  el  Diccionario  de  ga- 
licismos, escribe  acerca  de  este  punto  lo  que  sigue: 
« — ¿Dónde  vas? 
« — Donde  fulano. 

«Este  uso  de  nuestro  adverbio  no  es  francesismo,  ni 
cosa  que  lo  valga,  sino  barbarismo  puro  i  neto  mui  co- 
mún entre  la  jente  vulgar  de  Castilla. 

«Aquí  donde  está  por  en  casa  de,  que  se  espresa  en 
francés  con  la  preposición  chez]  i  el  barbarismo  consis- 
te en  que  donde,  respondiendo  a  la  pregunta,  es  en 
rigor  un  modo  de  hablar  elíptico  que  equivale  a  donde 
va  fulano. 

«Véase  mas  claro  en  este  ejemplo:  Yo  iré  donde  tú 
vayas>>. 

El  pecado  gramatical  que  se  condena  en  el  artículo 
precedente  es  cometido,  no  solo  por  la  jente  vulgar, 
sino  también  por  escritores  mui  estimables. 

Entre  éstos  se  cuenta  el  mismo  Baralt,  quien,  en  su 
Resumen  de  la  historia  antigua  de  Venezuela, 
capítulo  12,  o  sea  pajina  202,  edición  de  París,  1841,  se 
espresa  así: 

«Aguirre  tenía  una  hija  a  quien  amaba  por  estremo, 
i  a  la  que,  con  solícito  cuidado,  había  llevado  desde  el 
Perú  en  compañía  de  otra  mujer,  a  quien  llamaban  la 
Torralba.  Fuese,  pues,  donde  ellas,  en  ocasión  de  ha- 
llarse reunidas  en  un  aposento  de  la  casa;  i  calando  la 

AMUNÁTEGUI. — T.  II  '-0 


cuerda  de  un  arcabuz,  dijo  a  la  primera  que  tenía  de 
prepararse  a  morir.» 

Podría  citar  otros  españoles  americanos  que,  como 
Baralt,  han  empleado  en  este  sentido  la  palabra  donde, 
sea  en  prosa,  sea  en  verso. 

Así  no  puede  decirse  que  el  tal  uso  sea  propio  úni- 
camente de  jente  vulgar. 

Los  humanistas  colombianos  don  Miguel  Antonio 
Caro  i  don  Rufino  José  Cuervo,  en  la  Gramática  de 

LA  LENGUA  LATINA  PARA  EL   USO  DE  LOS   QUE  HABLAN 

CASTELLANO,  nota  O  ilustración  7,  han  defendido  este 
uso  de  donde  con  las  siguientes  razones: 

«En  Nueva  Granada  (hoi  Colombia),  usamos  el  ad- 
verbio donde  con  fuerza  de  preposición  que  responde 
a  las  preguntas  uhi?  i  quo?;  i  así  decimos: — Estuve 
donde  el  relojero. — Voi  donde  el  gobernador. 

«Bello,  en  la  primera  edición  de  su  Gramática,  i 
Baralt,  en  su  Diccionario  de  galicismos,  censuran 
esta  construcción,  apoyándose  en  un  principio  falso. 
Siendo  una  frase  elíptica,  dicen,  debe  suplirse  en  el  se- 
gundo miembro  el  mismo  verbo  del  primero: — Voi 
donde  Antonio — vale,  pues: — Voi  donde  va  Antonio 
— i  no  donde  está,  reside. 

«Según  esto — Pedro  murió  cuando  la  guerra — frase 
intachable,  debiera  tomarse  en  el  sentido  de — cuando 
la  guerra  murió. 

«La  verdad  es  que,  en  esta  construcción,  donde  no 
ha  hecho  sino  perder  el  carácter  de  adverbio  para  asu- 
mir el  de  preposición.  Tránsito,  no  solo  autorizado  i 
frecuente,  sino  que  ha  sido  en  opinión  de  hombres  doc- 
tos, el  orijen,  la  jeneración  de  las  preposiciones. 

«En  el  lenguaje  poético  castellano,  es  mui  común  la 
conversión  de  adverbios  i  complementos  de  lugar  en 
preposiciones:  verbigracia — delante  e\  pecho; — dentro  su 


—  307  — 

corazón; — encima  la  columna; — en  medio  los  banque- 
tes;—etc.  (Ejemplos  tomados  de  la  traducción  de  í. a 
Iliada  por  Hermosilla). 

«Luego,  aquella  construcción  no  es  antigramatical; 
antes  bien,  es  una  simple  aplicación  de  un  procedi- 
miento jenial  del  habla  humana. 

«No  es  tampoco  neolójica  ni  provincial.  (3curre  en  la 
Vida  de  la  madre  Francisca  de  la  Concepción,  re- 
lijiosa  del  convento  de  Santa  Clara  de  Tunj a,  escrito- 
ra del  siglo  XVII.  La  usa  el  pueblo  de  Castilla,  según 
testimonio  del  citado  Baralt.  La  hemos  hallado  en  una 
c-om posición  inédita  de  dos  andaluces.  Por  último,  está 
recibida  en  varias  partes  de  la  América. 

«Lo  que  realmente  la  desautoriza  es  que  no  aparece 
en  los  clásicos  de  la  lengua.». 

A  pesar  de  todo,  no  debe  fomentarse  este  uso  de 
donde,  porque  no  conviene  propender  sin  necesidad  a 
que  una  palabra  tenga  distintos  significados  i  desem- 
peñe distintos  oficios. 

Dragaje 

Un  decreto  espedido  por  el  presidente  de  Chile  en 
28  de  febrero  de  1884,  empieza  así: 

«Modifícasela  dotación  de  máquina  de  la  draga  i  sus 
anexos  en  la  siguiente  forma: 

«Un  mecánico  primero  con  ciento  veinticinco  pesos 
mensuales,  encargado  especialmente  del  manejo  de  la 
máquina  de  trabajo  de  la  draga,  i  destinado  a  reem- 
plazar al  injeniero  del  dragaje  en  los  casos  de  ausencia 
de  éste.» 

El  Diccionario  de  la  Academia  autoriza  el  sustan- 
tivo draga,  a  que  señala  dos  acepciones: 

i,^  «Máquina  que  se  emplea  para  ahondar  i  limpiar 


—  3o8  — 

los  puertos  de  mar,  los  rios,  etc.,  estrayendo   de  ellos 
fango,  piedras,  arena,  etc.» 

2.0  «Barco,  jeneralmente  un  pontón,  que  lleva  esta 
maquinaria». 

El  Diccionario  autoriza  además  el  verbo  dragar, 
«ahondar  i  limpiar  los  puertos  de  mar,  los  rios,  etc., 
con  la  draga». 

Sin  embargo,  no  indica  ninguna  palabra  para  deno- 
tar la  acción  i  efecto  de  dragar ,  o  sea  de  hacer  funcio- 
nar la  draga. 

El  docto  i  sensato  frai  Benito  Jerónimo  Feijoo  de- 
dicó una  de  sus  cartas  a  demostrar  la  ventaja,  i  aun  la 
imprescindible  necesidad  de  introducir  voces  nuevas 
en  el  castellano.  (Biblioteca  de  autores  españoles 
de  Rivadeneira,  tomo  56,  pajinas  507  i  siguientes). 

Con  este  motivo,  dice,  entre  otras  cosas,  lo  que  si- 
gue: 

<íSon  innumerables  las  acciones  para  que  no  tene- 
mos voces,  ni  nos  ha  socorrido  con  ellas  el  nuevo  dic- 
cionario (el  primero  de  la  Academia).  Pondré  uno  u 
otro  ejemplo.  No  tenemos  voces  para  la  acción  de 
cortar,  para  la  de  arrojar,  para  la  de  mezclar,  para  la 
de  desmenuzar,  para  la  de  escretar,  para  la  de  ondear 
el  agua  u  otro  licor,  para  la  de  escavar,  para  la  de  arran- 
car, etc.,  ¿Por  qué  no  podré,  valiéndome  del  idioma 
latino  para  significar  estas  acciones,  usar  de  las  voces 
amputación,  proyección,  conmistión,''^  conminución,  es- 
creción,  undulación,  escavación,  avulsión?»  (Pajina  508, 
columna  i.^) 

El  Diccionario  de  la  Academia  tiene  ya  admitidas 
todas  estas  voces  nuevas  patrocinadas  por  el  padre 
Feijoo,  escepto  conminución. 

I  ello  se  esplica  fácilmente,  porque,  cuando  una  voz 
es  necesaria,  no  hai  medios  de  rechazarla. 


—  309  — 

En  vista  de  lo  espuesto,  creo  que  no  existe  funda- 
mento para  desaprobar  el  uso  ya  corriente  de  dragaje, 
palabra  que,  como  otras  de  su  desinencia  (verbigracia: 
abordaje,  anclaje,  aprendizaje,  arbitraje,  pillaje,  Jiospe- 
daje),  denota  la  acción  del  verbo  respectivo. 

La  Ilustración  Española  i  Americana,  corres- 
pondiente al  15  de  mayo  de  1886,  año  30,  número  18, 
pajina  301,  publica  un  grabado  a  cuyo  pié  se  lee:  «Tra- 
bajos de  dragado  i  de  construcción  de  diques  a  lo  largo 
del  Tíber  para  las  nuevas  vías». 

Esto  revela  que  los  peninsulares  emplean  el  sustan- 
tiuo  dragado,  que  tampoco  viene  en  el  Diccionario 
de  la  Academia. 

Si  atendemos  al  significado  que  ciertas  desinencias 
dan  por  lo  jeneral  a  las  palabras,  debería  hacerse  dis- 
tinción entre  dr agaje  i  dragado. 

La  desinencia  en  aje  denota  amenudo  acción,  mien- 
tras que  la  en  ado  denota  muchas  veces  el  resultado  de 
la  acción. 

Sin  embargo,  sucede  frecuentemente  que  las  pala- 
bras en  aje  i  las  en  ado  se  emplean  para  espresar,  tanto 
la  acción,  como  el  resultado  de  la  acción,  (i). 

Dueño,  dueña 

El  rigoroso  don  Rafael  María  Baralt,  en  el  Diccio- 
nario DE  galicismos,  al  tratar  de  la  palabra  álbum. 
estampa  sin  el  menor  escrúpulo  la  espresion  la  dueño 
del  álbum. 

En  Chile  se  oye  i  se  lee  frecuentemente  la  díieña, 
sobre  todo  en  los  discursos  i  en  los  escritos  de  los  abo- 
gados i  en  las  sentencias  de  los  jueces. 


(i)  El  Diccionario  Académico,  edición  de  1899,  ha  introducido  la  voz 
áraoado  para  denotar  la  acción  i  efecto  de  dragar. 


Dueño  pertenece  no  a  la  dase  de  los  sustantivos  co- 
munes de  dos,  sino  a  la  de  los  epicenos. 

En  otros  términos,  dueño  es,  no  uno  de  aquellos  sus- 
tantivos que,  como  enseña  Bello,  sin  variar  de  termi- 
nación, significa  ya  un  sexo,  ya  el  otro,  i  piden  en 
el  primer  caso  la  primera  terminación  del  adjetivo,  i  en 
el  segundo,  la  segunda,  como  mártir,  testigo,  pues  se 
dice  el  santo  mártir,  la  santa  mártir,  el  testigo  i  la  testi- 
go; sino  uno  de  aquellos  que,  según  el  mismo  autor,  de- 
notando seres  vivientes,  se  juntan  siempre  con  la  mis- 
ma terminación  del  adjetivo,  que  puede  ser  masculina, 
aunque  el  sustantivo  se  aplique  accidentalmente  a  hem- 
bra, i  femenina,  aunque  con  el  sustantivo  se  designe 
varón  o  macho,  como,  aun  hablando  de  un  hombre,  de- 
cimos que  es  una  persona  discreta,  i,  a.unque  hablemos 
de  una  mujer,  podemos  decir  que  es  el  duedo  de  la  casa. 
(Obras  Completas,  tomo  4.^,  pajinas  26  i  27,  números 

32  i  33-) 

Aparece  que  Bello  enseña  que  ha  de  decirse,  aun 
cuando  se  aluda  a  una  mujer,  el  dueño  de  la  casa,  i  por 
consiguiente  el  dueño  del  álbum,  i  no  como  Baralt,  la 
dueño  de  la  casa  o  del  álbum. 

Efectivamente,  los  autores  clásicos  castellanos  an- 
tiguos i  modernos  confirman  la  doctrina  de  Bello 
acerca  de  este  punto,  i  contradicen  la  de  Baralt. 

Muí  conocido  es  aquel  soneto  de  Lope  de  Vega  que 
principia: 

Daba  sustento  a  un  pajarillo  un  dia, 
i  que  contiene  estos  versos: 

¿Adonde  vas  por  despreciar  el  nido 
al  peligro  de  ligas  i  de  balas, 
i  el  dueño  huyes  que  tu  pico  adora? 


—  311  — 


Don  Ramón  de  la  Cruz,  en  el  saínete  titulado  El 
Tordo  Hablador,  pone  estos  versos  en  boca  de  don 
Mateo. 


¡Gracias  a  Dios  que  te  encuentro 
sola,  Mariquita  hermosa! 
i  ya  que  tanto  te  debo, 
aunque  sin  mérito  mió, 

que  me  hagas  la  gracia  espero 

{Repara  en  doña  Tiburcia). 
de  apartarte  para  que 
yo  presente  a  nuestro  dueño 
i  señora  este  tordito, 
que  no  tiene  compañero. 


(Colección  de  saínetes,  pajina  284,  columna  i.a, 
edición  de  Madrid,  1843). 

Bretón  de  los  Herreros,  en  el  drama  titulado  Elena, 
acto  2.0  escena  5.^,  dice  así: 


Elena 

Aunque  el  derecho  he  perdido 
de  hacer  respetar  mi  llanto, 
postrada,  señor,  os  pido 
no  hagáis  mayor  mi  quebranto. 
Sepultadme  en  el  olvido. 

Don  Jerardo 

¡Olvidarte  yo!  Jamás. 
Aun  bajo  la  losa  fría, 
dueño  de  mi  alma  serás. 

(Obras  Escojídas,  tomo  ip,  pajina  %%,  columna 
i.^  edición  de  París). 


-    —  313  ~ 

Hartzenbusch,  en  La  Madre  de  Pela  yo,  acto  2.° 
escena  6.^,  se  espresa  como  sigue: 

Luz 

. .  .Vos  me  habéis 
ricas  joyas  ofrecido, 
que  no  me  es  dado  admitir 
en  el  dolor  en  que  jimo: 
solo  un  don  puede  agradarme 
mientras  ignore  el  destino 
de  mi  Peí  ayo',  ese  don 
le  quiero,  le  ansio,  le  pido. 

Viiiza 

¿Cuál? 

Luz 

Hacedme  juez  i  dueño  . 
arbitro  de  mi  enemigo. 

(Obras  Escojidas,  pajina  200,  columna  i.%  edición 
de  París,  1876). 

Don  Juan  Valera,  en  la  novela  titulada  Pasarse 
DE  LISTO,  capítulo  5,  o  Sea  pajina  69,  trae  esta  frase: 

«Allí  aparecían,  colocados  en  buen  orden,  los  reyes 
magos:  i  algunos  pastores  i  zagalas  de  un  antiguo  na- 
cimiento, un  ánjel,  dos  muñecas  v^estidas  con  mucho 
aseo,  i  varias  cajitas  i  otros  paquetillos,  que  daban 
testimonio  de  lo  cuidadosa  i  guardadora  que  era  el 
hermoso  dueño». 

La  Real  Academia  Española  cuida  esmeradamente 
en  el  Diccionario  de  advertir  cuando  algún  sustan- 
tivo, como  consorte,  mártir,  testigo,  virjen,  pertenece 
al  j enero  común. 


—  313  - 

Mientras  tanto,  en  el  artículo  destinado  a  dueño, 
enseña  que  este  vocablo  es  únicamente  masculino. 

Hé  aquí  el  principio  de  ese  artículo  que  es  mui  cate- 
górico: 

«Dueño,  sustantivo  masculino  (i  no  común).  El  que 
tiene  el  dominio  de  una  finca  o  de  otra  cosa.  En  este 
sentido,  suele  llamarse  así  también  a  la  mujer;  i  siem- 
pre en  los  requiebros  amorosos,  diciendo  dueño  mió,  i 
no  dueña  mi  a». 

Como  se  ve,  la  Academia  enseña  c[ue  dueño,  sustan- 
tivo masculino,  se  aplica  a  veces,  pero  no  siempre,  a 
la  mujer  que  tiene  el  dominio  de  una  finca  o  de  otra 
cosa. 

Esto  quiere  significar,  nó  que,  en  ocasiones,  pueda 
decirse  la  dueño,  según  suele  espresarse  malamente, 
sino  la  dueña. 

Efectivamente,  cada  dia  va  siendo  mas  corriente  el 
que  se  diga  la  dueña,  i  no  el  dueño,  por  la  mujer  que 
tiene  el  dominio  de  algo. 

Don  Ramón  de  la  Cruz,  en  el  saínete  titulado  Los 
Patos  en  el  ensayo,  o  Comedia  de  Valmojado,  trae 
este  diálogo: 

Soldado 

Paisano,  aunque  usted  perdone, 
¿sabe  usted  qué  bulla  es  esta? 

Bernardo 

Es  que  hacen  en  esta  casa 
una  comedia  casera. 

Soldado 
1 1  qué  comedia  es  ? 


—  314  — 

Bernardo 

Afectos 
de  odio  i  amor. 

Soldado 

Voi  a  verla. 

Bernardo 

No  dejan  entrar  a  nadie. 

Soldado 

¿  I  quién  es  el  dueño  o  dueña 
de  la  casa? 

(Colección  de  saínetes,  tomo  i.^,  pajina  30,  co- 
lumnas i.^  i  2.%  edición  de  Madrid,  1843). 

Hartzenbusch,  en  Honoria,  acto  i.o,  escena  7.*, 
hace  decir  a  Desideria,  entre  otras  cosas,  lo  que  sigue: 

Única  dueña  rae  veo 
de  estas  prendas  tan  buscadas 
que  cojí  i  di  por  hurtadas 
en  el  dia  del  saqueo. 

(Obras  Escojidas,  pajina  219,  columna  2,  edición 
de  París,  1876). 

Don  José  Joaquín  de  Mora,  en  la  novela  titulada 
El  Gallo  i  la  Perla,  emplea  tres  veces  la  palabra 
dueña  en  este  sentido. 

«Una  venturosa  casualidad  había  proporcionado  al 
que  la  escribía  la  dicha  de  ver,  aunque  mui  de  paso, 
a  la  que  ya  era  dueña  absoluta  de  sus  pensamientos-^ 
(pajina  30,  edición  de  Madrid,  1847). 


«Desde  aquel  momento,  se  erijió  Aurora  en  dueña 
de  la  casa,  i  oxijió  que  los  criados  estuviesen  someti- 
dos a  su  esclusiva  autoridad»,  (pajina  yo). 

«Han  venido  unas  mujeres  preguntando  por  don 
Carlos;  i  a  pesar  de  toda  la  oposición  que  les  hemos 
hecho,  han  subido  a  su  cuarto,  i  allí  se  han  instalado 
como  dueñas»,  (pajina  73). 

Bretón  de  los  Herreros,  en  la  comedia  titulada  M[ 
SECRETARIO  1  YO.  acto  úníco,  esccua  13,  trae  este  diá- 
logo: 

Condesa 

Si  le  gusta  a  usted  la  hacienda . . 

Don  Fahricio 

Oh!  la  hacienda  es  de  mi  flor 
pero  la  dueña . .  Esa  sí 
que  vale  mas  que  el  Mogol, 
i  mas  que  Méjico,  i  mas 
que  mi  fábrica  de  Alcoi. 

Don  José  Zorrilla,  en  los  Recuerdos  del  tiemp  1 
VIEJO,  tomo  2,  pajina  174,  edición  de  Madrid,  1882, 
dice  así: 

«L«  dueña  de  la  casa  no  se  desdeñó  de  bailar». 

Don  José  María  de  Pereda,  en  la  novela  titulada 
Don  Gonzalo  González  de  la  Gonzalera,  capítulo 
31,  o  sea  pajina  447,  edición  de  Madrid,  1884,  pone  en 
boca  de  Osmunda  estas  palabras: 

«Yo  soi  dueña  de  mi  voluntad,  i  tú  no  vas  a  consul- 
tar la  suya,  sino  a  cumplir  con  un  deber  de  cortesía». 

Por  esto,  el  Diccionario  de  la  Real  Academia  se- 
ñala por  primera  acepción  a  dueña,  «mujer  que  tiene 
el  dominio  de  una  finca  o  de  otra  cosa». 

Sin  embargo,  conviene  no  olvidar  que,  en  los  requie- 


—    Mt    — 


bros  amorosos,  como  el  mismo  Diccionario  lo  esplica, 
ha  de  decirse,  dirijiéndose  a  una  mujer,  dueoñ,  i  jamás 
dueña. 

Don  Pedro  José  Pidal,  primer  marqués  dePidal,  em- 
pieza como  sigue  la  traducción  de  una  de  las  anacreón- 
ticas de  Catulo: 

Llorad,  tiernas  bellezas; 
llorad,  bellos  cupidos, 
i  cuantos  de  los  hombres 
lucen  con  mayor  brillo. 

De  mi  querido  dueño 
ha  muerto  el  pajarito: 
el  pájaro,  delicias 

de  mi  dueño  querido,  ^  , 

a  quien  ella  adoraba  |^  ^ 

mas  que  a  sus  ojos  mismos.  l"^ 

Porque  era  suave  i  dulce,  ^| 

i  tan  bien  conocido  a}. 

tenía  ya  a  su  dueño, 
como  a  su  madre  el  niño. 

Ni  jamás  se  apartaba 
de  su  seno  querido, 
sino  que,  revolando 
de  un  sitio  al  otro  sitio, 
a  su  dueño  tan  solo 
besaba  con  el  pico. 

Don  Leandro  Fernández  de  Moratín,  en  la  comedia 
titulada  El  Barón,  acto  i.^,  escena  13,  pone  estos 
versos  en  boca  de  Leonardo: 

Pero,  Isabel,  dueño  mío! 
¡qué  estraño  dolor  te  aqueja! 

(Biblioteca  de  Rivadeneira,  tomo  2.0,  pajina  382, 
columna  i.^) 


A  —  317  — 

Don  Anjel  de  Saavedra,  duque  de  Rivas,  emplea  va- 
rias veces  la  palabra  dueño  en  este  sentido,  aplicándo- 
la a  una  mujer. 

Por  un  alegre  prado 
de  flores  esmaltado, 
i  de  una  clara  fuente 
con  la  dulce  corriente 
de  aljófares  regado, 
mi  dueño  idolatrado 
iba  cojiendo  ñores, 
mas  bella  i  mas  lozana 
que  Ninfa  de  Diana. 

(Cantinela) 

'  .  Cesó  la  voz,  i  el  eco  sonoroso 

aun  en  los  últimos  sones  repetía, 
mientras  ufano  aquel  pastor  dichoso 
con  guirnaldas  el  tosco  umbral  vestía; 
cuando  por  él  saliendo  el  dueño  hermoso, 
que  su  llama  honestísima  encendía, 
ternezas  se  dijeron  con  amores, 
cuyo  susurro  resonó  en  las  flores. 

(Florinda,  canto  2,  octava  66). 

El  mismo  poeta,  en  la  comedia  titulada  La  Moris- 
ca DE  Alajuar,  acto  iP,  escena  i.^,  pone  en  boca  de 
don  Fernando  estos  versos. 


¡Infelice  de  mí ¿Deliro? ¿sueño?, 

jMi  dulce  encanto,  mi  adorado  dueño, 


oh  celestial  María! 

¿así  te  encuentra  ¡oh  Dios?  el  ansia  mía. 


Resulta  que,  para  denotar  la  mujer  que  tiene  el  de- 


~  3.8  - 

minio  de  algo  que  no  sea  el  corazón  o  el  amor  de  un 
hombre,  puede  decirse  el  dueño  ola  dueña. 

Cuando  se  quiere  denotar  la  mujer  a  quien  se  ama, 
solo  puede  decirse  el  dueño. 

En  ningún  caso  puede  decirse  la  dueño,  como  se  dice 
malamente  en  Chile  i  en  otros  países. 

Es  preciso  tener  entendido  que  dueño  pertenece  a  la 
clase  de  los  epicenos,  i  no  a  la  de   los  comunes  de  dos. 

Para  que  se  vea  en  qué  vicio  de  lenguaje  incurren 
los  que  se  imajinan  ser  mui  castizos  cuando  dicen  la 
dueño,  voi  a  terminar  copiando  el  siguiente  pasaje  que 
se  encuentra  en  la  Gramática  de  la  lengua  caste- 
llana, por  don  Vicente  Salva,  parte  2.^,  o  sea  sintaxis, 
capítulo  2.0 

«Los  nombres  comunes,  como  que  significan  calidades 
aplicables  a  los  dos  sexos,  pueden  llevar  en  rigor  el  jé- 
nero  del  sujeto  a  que  se  refieren:  él  o  la  cómplice;  él  o  la 
consorte.  Así  se  lo  dijo  una  sotaermitaño,  leemos  en  el 
capítulo  24  de  la  segunda  parte  del  Quijote.  No  cabe, 
por  tanto,  duda  en  que,  hablándose  de  un  hombre,  es- 
tará bien  decir:  Abochornado  con  la  pregunta  el  virjen;  i 
de  una  mujer:  la  santa  mártir;  recuerda  la  testigo;  pero 
es  tanta  la  fuerza  de  las  terminaciones  en  los  j eneros,  i 
tal  el  hábito  que  tenemos  de  aplicar  casi  esclusivamen- 
te  el  nombre  de  virjen  al  sexo  femenino,  los  de  homici- 
da, mártir  i  testigo,  al  masculino,  que  el  buen  escritor 
evita  las  locuciones  en  que  choca  al  oído  el  jénero  dado 
a  los  nombres  comunes». 

Sin  embargo,  debo  hacer  presente  que  Baralt  no  es 
el  único  escritor  de  nota  que  usa  a  dueño  como  si  per- 
teneciera a  la  clase  de  los  sustantivos  comunes. 

Don  Juan  María  Mauri,  en  Esvero  i  Almedora, 
canto  7.0,  octava  8,  o  sea  pajina  228,  edición  de  París, 
1840,  trae  estos  versos: 


--  3IQ  — 

Aquella,  do.  las  treguas  promotora, 
donosa,  linda,  de  color  trigueño; 
la  solícita  esclava  de  Almedora, 
del  siciliano  desdeñosa  dueño. 

Tal  vez  Mauri  se  vio  obligado  a  decir  desdeñosa,  en 
vez  de  desdeñoso,  para  evitar  que  el  lector  refiriese  este 
adjetivo  a  siciliano. 


Fin  del  tomo  segundo 


i 


^ 


I 


f 


PC 

A6 

t.2 


Ariuriatejui,  i:if;uel  Luis 
Apuntaciones  lexico- 
;'raficas 


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